Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

Siete judíos y
una alemana
Por Osvaldo Bayer

Sí, fueron siete. Siete judíos. En la cabeza. Están el juez, el fiscal, el abogado defensor, el acusado. Y el testigo acusador. Este se llama Adalbert Lallier, en 1945 era de las tropas SS, con 19 años de edad. Luego de terminada la guerra, se fue a Canadá donde llegó a ser profesor universitario de Economía. El año pasado resolvió volver a Alemania. Los remordimientos de conciencia no lo dejaban en paz. Y relató ante la Justicia lo que había ocurrido el 18 de marzo de 1945 en la ciudad de Limmeritz. El juicio acaba de comenzar en Ravensburg, en el sur de Alemania.
Ante el juez, Lallier declaró que, estando él vigilando a un grupo de siete jóvenes judíos que eran obligados a cavar trincheras contra el avance de los rusos, su jefe, Julius Viel, SS-Unterscharfüher, es decir, teniente de los SS, tomó una carabina, hizo puntería y con toda tranquilidad fue dando muerte a los siete judíos. Uno tras otro, sin parar. “Por instinto sanguinario y odio racista.” El profesor Lallier tardó cincuenta y cinco años en hacer la presentación judicial. Pero no sólo eso: contrató a un detective para que localizara a Julius Viel, el asesino uniformado. Sí, y éste fue localizado. Tiene 82 años de edad, está enfermo de cáncer y es sordo. El profesor Lallier también localiza a otros ex SS que fueron testigos de los crímenes. Cinco en total. Ninguno dice acordarse. Negativo, dicen. El profesor Lallier les habla por sus nombres, les recuerda el hecho. Pero los cinco ex SS miran al vacío y mueven la cabeza. Negativo. Nuestro honor se llama fidelidad, era la divisa de las SS de Hitler. Fidelidad al crimen, y ahora al miedo de poder quedar pegados en los balazos del Unterscharführer Viel. Perdieron la memoria debida. El juez vuelve sobre los siete balazos. Y se habla y se habla sobre los balazos. (Nadie pregunta cómo recibieron esos balazos los siete jóvenes judíos.) Viel, el tirador, sabe, sí, pero se lo reserva. Al primer judío le juntó los ojos. Sí, le apuntó bien ahí a la frente al nacimiento de la nariz y el balazo le desorbitó los ojos y se los juntó en el medio de la nariz. El judío con orejas grandes como todo judío parecía una careta. Pelado, los ojos desorbitados y orejudo. Ya está. El segundo era estudiante de música. A ése esperó que estuviera de costado y el balazo le entró por el oído izquierdo y le salió por el derecho. El Unterscharfüher, sorprendido por su propia puntería, habrá pensado: “Andá a escuchar a Mendelsohn y a Mahler, ahora”. Todo sincronizado, a medida que caía el segundo, el tercero recibía ya de la misma carabina un balazo en el occipuccio y la cabeza desbordó de líquidos y de sesos. Dicen que con heridas así, los líquidos por diversos medios llegan a la boca, así que el estudiante de medicina debe haber comprobado el gusto a aceite de toda esa masa encefálica destrozada por tan certero tiro. Al cuarto, de nariz grande y tipo gancho, como toda de judío legítimo le hizo entrar de un tiro la nariz para adentro como si fuese de cartón. Debe haber quedado bizco, además. Al quinto, de profesión maestro, el balazo le cortó la lengua. Que vaya a enseñarles a los mudos ahora. El sexto esperó el balazo con los brazos abiertos y lo recibió en el lugar en que Jesús fue atravesado de un lanzazo. Para el séptimo, buscó algo especial, era la coronación. El joven judío de puro miedo de ver la muerte se puso de espaldas y se agachó como para pedir misericordia. Con exactitud técnica el balazo le dio en el pulmón, para que se muriera de a poco, para que hipara en busca de aire, mientras se le caían las lágrimas; el roñoso.
Siete judíos menos, de una sola vez. El ex SS acusado se hace el dormido. El que no oye. Dice que el cáncer lo obliga al sueño. Los médicos insisten en que puede soportar el juicio. A un poco más de dos horas de Ravensburg está Nuremberg. Allí, la Fiscalía toma declaraciones de testigos sobre el asesinato de la joven alemana Elisabeth Käsemann en manos de oficiales del ejército argentino, en 1977. La secuestraron, luego la “desaparecieron” en el campo de concentración El Vesubio, en el camino a Ezeiza. Previamente fue torturada bárbaramente, para después, en el campo vivir la humillación más absoluta. Finalmente fue muerta a tiros. El responsable máximo de este cobarde crimen fue el general Carlos Suárez Mason; el responsable directo, el teniente coronel Durán Sáenz.
La fiscalía de Nuremberg ha podido ver la autopsia de los médicos forenses alemanes de la ciudad universitaria de Tübingen, cuando el padre, el profesor de Teología Ernst Käsemann, pudo recuperar el cadáver en Buenos Aires, por veintidós mil dólares, de manos de un oficial de la represión argentina. Negocios son negocios. El cadáver da muestras de la ferocidad y la cobardía de los hombres del ejército argentino. (Sería muy bueno, señor ministro López Murphy, que se viniera hasta estos lugares para pedir ver la autopsia y las fotografías del cadáver. El cadáver no tiene ojos. Luego del asesinato le quitaron los dos hermosos ojos azules a la detenida. Elisabeth poseía una hermosa y larga cabellera rubia rojiza. El cadáver está pelado a bocha. Señor presidente, De la Rúa, ¿usted podría preguntarle a su cuñado, el almirante Pertiné, quién puede haberse llevado esa cabellera? Como se robaba todo a los prisioneros, es muy posible que haya ido a engalanar la cabeza de alguna esposa de militar argentino. El cadáver sin ojos ni cabellos. Con un balazo en la nuca y todos los otros disparados a corta distancia. Pero hay algo más terrible aún. Una mano del cuerpo de Elisabeth muestra un agujero como la de un clavo bien gordo. Antes de fusilarla la habrían tenido clavada por la mano a algún árbol o madero. No sabemos. Habrá sido la Santa Hermandad, como en la Edad Media. La herida está; los médicos forenses dicen que la mano ha sido atravesada en vida por un clavo de gran tamaño. Apresúrese, ministro López Murphy. No nos deje con la duda. No lo mande al general Brinzoni porque éste también estuvo en la patota aunque dicen que sólo llevaba los libros. El que sabe todo es el teniente coronel Durán Sáenz, hombre de misa diaria. (Señor ministro López Murphy, usted que ama las fuerzas armadas como si fuera su verdadera vocación –valga la foto reciente, usted mirando con amor religioso una espada de general–, por qué no cita al teniente coronel Durán Sáenz y le pregunta qué hizo con los ojos azules de la mujer extranjera. Y por qué le atravesaron la mano con un clavo gordo. Elisabeth Käsemann era alemana, pero marxista. Una alemana marxista es peor que un judío. Algo absolutamente imperdonable para nuestra oficialidad. Si es alemana, tiene que pertenecer a la ideología que ellos guardan en el corazón desde siempre. Como el general Pertiné, el abuelo. Sí. La lección fue ejemplar.
Al asesino teniente coronel Durán Sáenz, en tiempos de Alfonsín, a pesar de la carga que tenía de crímenes, fue enviado con anuencia del ministro de Relaciones Exteriores, Dante Caputo, como agregado militar a México. Pero allí los exiliados argentinos que todavía no habían regresado lo corrieron a patadas en el trasero. Y el valiente militar se refugió temblando en la embajada. Siete judíos y una alemana. Crímenes de lesa humanidad. Pero en el país argentino no se juzga a nadie. Ni al más terrible asesino. ¡Argentina, Argentina! ¡Videla corazón! Aquí, no.
La casa está en orden.
(En Alemania fueron juzgados 106.000 nazis por crímenes de lesa humanidad; de ellos, 166 fueron condenados a prisión perpetua. Actualmente, a 56 años de terminada la guerra, se llevan a cabo aún 36 juicios contra 100 criminales de guerra. Los crímenes nazis son imprescriptibles, por eso los acusados de hoy todos tienen más de ochentaaños de edad. No hay punto final. Pero en la Argentina sí. Y hay también obediencia debida. Por eso: repitámoslo, la casa está en orden. Felices Pascuas todo el año.)

REP

 

PRINCIPAL