Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Guerra de la Reconquista 266

La implantación de la dictadura militar en 1976 infundió tal entusiasmo en sectores del empresariado que brotaron en su seno grandes iniciativas para armar equipos de economistas que diseñaran la Argentina futura. Así nacieron, entre otras usinas del nuevo modelo, la Fundación Mediterránea y el CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina), que con el menemismo terminarían determinando desde el poder la política económica. En 1978, uno de esos hombres de negocios enfervorizados, el bodeguero Domingo Catena, encomendó a un familiar suyo, Pedro Pou, armar el CEMA, para lo cual repatrió además a Roque Fernández desde el Fondo Monetario. Pou recibió un presupuesto y una chequera para armar en la práctica el proyecto, pero se excedió en sus gastos y algunas de las órdenes de pago que firmó comenzaron a volver rebotadas. En una palabra: el futuro banquero central de la Argentina había emitido cheques sin fondos. Hoy, tantos años después, por el pellejo de este personaje hosco y empecinado pasa el frente de una guerra política e ideológica, bastante sórdida y quizá no menos absurda.
Aunque aclarando de antemano que en lo personal no les resulta simpático, todos los (neo)liberales se baten por la continuidad de Pou, a veces con frases apocalípticas. No se privan ni de parafrasear a Brecht: “Primero vinieron por De Santibañes, ahora por Pou, mañana vendrán por De la Rúa”, advirtió un ex director del BCRA. ¿Quiénes son esos forajidos? Alfonsín, Chacho, toda la zurda aliancista. Y ojo: “Si se lo cargan a Pou la convertibilidad estalla antes de octubre”. O bien: “Se acaban de rifar la muleta” (es decir, el blindaje, con su efecto benéfico). O como resumió magistralmente Carlos Rodríguez, ex mano derecha de Roque en Economía: “Pou representa el capitalismo liberal y la convertibilidad” (es decir, todo lo bueno). Por tanto, no es a Pou sino el modelo lo que se busca destruir. ¿Pero en pos de qué? Se supone que del dirigismo estatal, del “socialismo”. ¿De veras es para tanto?
Del otro lado, a este cuyano alborotador se lo ve como la encarnación del fundamentalismo de mercado, como alguien que detesta a los sectores productivos, a las pyme, a la banca local, y los ahoga a todos desde el BCRA. “Es un enemigo de la producción nacional; hay que buscar los mecanismos para expulsarlo”, se enardeció Osvaldo Rial, presidente de la Unión Industrial Argentina. De modo similar, aunque tal vez por motivos diferentes (la guerra BCRA-Banco Provincia), se expresa Carlos Ruckauf. Este, como Alfonsín y Chacho, representa aquello que los economistas ortodoxos más desprecian: la política, que es vista como un “ruido” que perturba la economía. Si los políticos “meten ruido” sube el riesgo país y se aborta la reactivación. No se cansan de recordar los devastadores efectos causados sucesivamente por Duhalde y Alfonsín cuando hablaron (la verdad que alegremente) de no pagar la deuda.
Mientras tanto, en la Alianza chocan dos visiones tácticas opuestas, por debajo de la ambigüedad que practica De la Rúa. Unos piensan que echando ahora mismo a Pou podrá acelerarse la recuperación económica y lograr que llegue a tiempo para las elecciones. El medio consistiría en liberar capacidad prestable de los bancos, reduciendo encajes, y en flexibilizar las normas crediticias para que los financistas tomen mayores riesgos. José Luis Machinea, Ricardo López Murphy y otros piensan al revés: remover a Pou sembraría tanta desconfianza en los mercados de capitales que se desperdiciaría todo el repechaje de los últimos meses. Economía, que tanto les teme a los “shocks exógenos”, se topa de improviso con un impensable “shock endógeno” y busca repelerlo.
En convertibilidad, con el BCRA transformado en caja de conversión (que cambia pesos por dólares a un valor fijo) y poco más, hay sólo dos maneras de expandir la moneda y el crédito. La principal es el ingreso de capitales. Ya sea que permanezcan en dólares o se canjeen por pesos, lamasa de medios de pago aumenta. La otra vía es que el Central disminuya los requisitos de encaje, la porción de fondos recibidos vía depósitos que los bancos son obligados a inmovilizar como respaldo. La estrategia del Central, acentuada tras el Tequila (verano de 1995), consistió en blindar al sistema bancario con altas exigencias de liquidez, como vacuna ante eventuales retiros masivos de depósitos, además de impulsar la concentración del circuito en un puñado de bancos internacionales.
A diciembre último, la banca retenía liquidez por $ 27.357 millones, sobre depósitos totales por $ 83.557 millones. Es decir, casi el 33 por ciento, una proporción altísima, difícilmente hallable en ningún otro país. Sin embargo, aproximadamente un tercio de esa liquidez era retenida por encima de las exigencias legales, en principio por no encontrar tomadores solventes para ese dinero a las tasas de interés imperantes. Y es aquí donde empiezan a multiplicarse las preguntas. Una: ¿para qué serviría bajar encajes si hoy mismo a los bancos les sobra liquidez? Otra: fuera de la oferta de crédito, ¿no hay un problema con la demanda? Tras una crisis tan larga y con tanta incertidumbre hacia el futuro, ¿es fácil encontrar empresas y particulares dispuestos a endeudarse?
En otros términos: ¿el problema son los bancos o es la economía real? Los sostenedores de Pou ponderan la solidez del sistema financiero (“lo único firme que hay en esta economía”), cuyo buen estado patrimonial le permitió atravesar esta recesión de dos años y medio. Los detractores responden que la contrapartida de esa solidez es una economía productiva destruida por la inaccesibilidad de la financiación y su altísimo costo. Se lo acusa, entre otras fechorías, de haber inventado la cuenta indisponible en Nueva York, en la que los bancos argentinos mantienen parte de sus encajes. “Mientras el país necesita capitales, el Banco Central hace colocar dinero afuera”, critica el diputado cavallista Jorge Baldrich.
Lo real es que sería impresentable tumbar a Pou, cuyo mandato se extiende hasta el 2004, por razones políticas. El capital financiero se espantaría, porque la convertibilidad funciona para él como un seguro de cambio gratuito, y con la defenestración del mendocino vería peligrar todo el régimen. Los administradores de fondos le pasarían a la Argentina una factura muy gorda. Por suerte para los antipouistas, está disponible la historia del lavado, que tampoco carece de confusión, sobre todo si se lo mete en la misma bolsa con la fuga de dinero proveniente de la evasión fiscal o de la corrupción. El lavado va por el carril opuesto: no implica salida sino entrada de capitales sucios que buscan aposentarse en actividades legales. Hasta ahora la sospecha más fundada contra Pou se dirige al confort con que pudo operar el triángulo Banco República-Federal Bank-Citi, sin que el BCRA los molestara.
Por de pronto, la desprolija mezcla de fuga y lavado consiguió desasosegar a los bancos que operan en Buenos Aires, porque ¿cuál de ellos no tiene su off shore para mejor servir a sus clientes? Para colmo, la diputada Elisa Carrió amenaza con revelar todos los nombres propios. Ansiosa por desactivar la bomba, la banca exige la permanencia del intratable Pou, que les ha permitido trabajar cómodamente todos estos años y depurado el sistema de bancos étnicos y otros intrusos. Faltaría pedirle su opinión a José Saramago.


 

PRINCIPAL