Guerra de la Reconquista
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La implantación de la dictadura militar en 1976 infundió
tal entusiasmo en sectores del empresariado que brotaron en su seno
grandes iniciativas para armar equipos de economistas que diseñaran
la Argentina futura. Así nacieron, entre otras usinas del
nuevo modelo, la Fundación Mediterránea y el CEMA
(Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina), que
con el menemismo terminarían determinando desde el poder
la política económica. En 1978, uno de esos hombres
de negocios enfervorizados, el bodeguero Domingo Catena, encomendó
a un familiar suyo, Pedro Pou, armar el CEMA, para lo cual repatrió
además a Roque Fernández desde el Fondo Monetario.
Pou recibió un presupuesto y una chequera para armar en la
práctica el proyecto, pero se excedió en sus gastos
y algunas de las órdenes de pago que firmó comenzaron
a volver rebotadas. En una palabra: el futuro banquero central de
la Argentina había emitido cheques sin fondos. Hoy, tantos
años después, por el pellejo de este personaje hosco
y empecinado pasa el frente de una guerra política e ideológica,
bastante sórdida y quizá no menos absurda.
Aunque aclarando de antemano que en lo personal no les resulta simpático,
todos los (neo)liberales se baten por la continuidad de Pou, a veces
con frases apocalípticas. No se privan ni de parafrasear
a Brecht: Primero vinieron por De Santibañes, ahora
por Pou, mañana vendrán por De la Rúa,
advirtió un ex director del BCRA. ¿Quiénes
son esos forajidos? Alfonsín, Chacho, toda la zurda aliancista.
Y ojo: Si se lo cargan a Pou la convertibilidad estalla antes
de octubre. O bien: Se acaban de rifar la muleta
(es decir, el blindaje, con su efecto benéfico). O como resumió
magistralmente Carlos Rodríguez, ex mano derecha de Roque
en Economía: Pou representa el capitalismo liberal
y la convertibilidad (es decir, todo lo bueno). Por tanto,
no es a Pou sino el modelo lo que se busca destruir. ¿Pero
en pos de qué? Se supone que del dirigismo estatal, del socialismo.
¿De veras es para tanto?
Del otro lado, a este cuyano alborotador se lo ve como la encarnación
del fundamentalismo de mercado, como alguien que detesta a los sectores
productivos, a las pyme, a la banca local, y los ahoga a todos desde
el BCRA. Es un enemigo de la producción nacional; hay
que buscar los mecanismos para expulsarlo, se enardeció
Osvaldo Rial, presidente de la Unión Industrial Argentina.
De modo similar, aunque tal vez por motivos diferentes (la guerra
BCRA-Banco Provincia), se expresa Carlos Ruckauf. Este, como Alfonsín
y Chacho, representa aquello que los economistas ortodoxos más
desprecian: la política, que es vista como un ruido
que perturba la economía. Si los políticos meten
ruido sube el riesgo país y se aborta la reactivación.
No se cansan de recordar los devastadores efectos causados sucesivamente
por Duhalde y Alfonsín cuando hablaron (la verdad que alegremente)
de no pagar la deuda.
Mientras tanto, en la Alianza chocan dos visiones tácticas
opuestas, por debajo de la ambigüedad que practica De la Rúa.
Unos piensan que echando ahora mismo a Pou podrá acelerarse
la recuperación económica y lograr que llegue a tiempo
para las elecciones. El medio consistiría en liberar capacidad
prestable de los bancos, reduciendo encajes, y en flexibilizar las
normas crediticias para que los financistas tomen mayores riesgos.
José Luis Machinea, Ricardo López Murphy y otros piensan
al revés: remover a Pou sembraría tanta desconfianza
en los mercados de capitales que se desperdiciaría todo el
repechaje de los últimos meses. Economía, que tanto
les teme a los shocks exógenos, se topa de improviso
con un impensable shock endógeno y busca repelerlo.
En convertibilidad, con el BCRA transformado en caja de conversión
(que cambia pesos por dólares a un valor fijo) y poco más,
hay sólo dos maneras de expandir la moneda y el crédito.
La principal es el ingreso de capitales. Ya sea que permanezcan
en dólares o se canjeen por pesos, lamasa de medios de pago
aumenta. La otra vía es que el Central disminuya los requisitos
de encaje, la porción de fondos recibidos vía depósitos
que los bancos son obligados a inmovilizar como respaldo. La estrategia
del Central, acentuada tras el Tequila (verano de 1995), consistió
en blindar al sistema bancario con altas exigencias de liquidez,
como vacuna ante eventuales retiros masivos de depósitos,
además de impulsar la concentración del circuito en
un puñado de bancos internacionales.
A diciembre último, la banca retenía liquidez por
$ 27.357 millones, sobre depósitos totales por $ 83.557 millones.
Es decir, casi el 33 por ciento, una proporción altísima,
difícilmente hallable en ningún otro país.
Sin embargo, aproximadamente un tercio de esa liquidez era retenida
por encima de las exigencias legales, en principio por no encontrar
tomadores solventes para ese dinero a las tasas de interés
imperantes. Y es aquí donde empiezan a multiplicarse las
preguntas. Una: ¿para qué serviría bajar encajes
si hoy mismo a los bancos les sobra liquidez? Otra: fuera de la
oferta de crédito, ¿no hay un problema con la demanda?
Tras una crisis tan larga y con tanta incertidumbre hacia el futuro,
¿es fácil encontrar empresas y particulares dispuestos
a endeudarse?
En otros términos: ¿el problema son los bancos o es
la economía real? Los sostenedores de Pou ponderan la solidez
del sistema financiero (lo único firme que hay en esta
economía), cuyo buen estado patrimonial le permitió
atravesar esta recesión de dos años y medio. Los detractores
responden que la contrapartida de esa solidez es una economía
productiva destruida por la inaccesibilidad de la financiación
y su altísimo costo. Se lo acusa, entre otras fechorías,
de haber inventado la cuenta indisponible en Nueva York, en la que
los bancos argentinos mantienen parte de sus encajes. Mientras
el país necesita capitales, el Banco Central hace colocar
dinero afuera, critica el diputado cavallista Jorge Baldrich.
Lo real es que sería impresentable tumbar a Pou, cuyo mandato
se extiende hasta el 2004, por razones políticas. El capital
financiero se espantaría, porque la convertibilidad funciona
para él como un seguro de cambio gratuito, y con la defenestración
del mendocino vería peligrar todo el régimen. Los
administradores de fondos le pasarían a la Argentina una
factura muy gorda. Por suerte para los antipouistas, está
disponible la historia del lavado, que tampoco carece de confusión,
sobre todo si se lo mete en la misma bolsa con la fuga de dinero
proveniente de la evasión fiscal o de la corrupción.
El lavado va por el carril opuesto: no implica salida sino entrada
de capitales sucios que buscan aposentarse en actividades legales.
Hasta ahora la sospecha más fundada contra Pou se dirige
al confort con que pudo operar el triángulo Banco República-Federal
Bank-Citi, sin que el BCRA los molestara.
Por de pronto, la desprolija mezcla de fuga y lavado consiguió
desasosegar a los bancos que operan en Buenos Aires, porque ¿cuál
de ellos no tiene su off shore para mejor servir a sus clientes?
Para colmo, la diputada Elisa Carrió amenaza con revelar
todos los nombres propios. Ansiosa por desactivar la bomba, la banca
exige la permanencia del intratable Pou, que les ha permitido trabajar
cómodamente todos estos años y depurado el sistema
de bancos étnicos y otros intrusos. Faltaría pedirle
su opinión a José Saramago.
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