Por Esteban Pintos
Desde
San Rafael, Mendoza
Empezó muy bien y terminó
mejor. El doble programa de una cálida noche de febrero en el sur
mendocino con permanente amenaza de lluvia, nunca concretada
cumplió e incluso superó las expectativas: a su tiempo y
con sus particulares (y exclusivas) características artísticas
expuestas a pleno, Gustavo Cerati y Luis Alberto Spinetta dieron dos notables
shows de música refinada, confortable y emotiva, nunca complaciente
y mucho menos liviana. Unas 10.000 personas estuvieron ahí para
comprobarlo, en el sencillo pero cómodo anfiteatro de la ciudad
autotitulada el corazón de Mendoza. A primera hora,
todavía con el sol alumbrando, Cerati reinventó su historia
solista y también se reinventó a sí mismo, una vez
más. Después, tarde en la noche, Spinetta dio cátedra
con una renovada formación y demostró que, si es que alguna
vez se había ido de todo en estos últimos dos (para él)
traumáticos años, ya volvió. El doble programa que
presentó esta vez el ciclo itinerante de recitales gratuitos Argentina
en vivo 2 era evidentemente el más prometedor de todos los anunciados
en su ecléctica programación. Pues bien, la promesa se hizo
realidad: en cuatro horas de música para soñar, pensar,
moverse y emocionarse, se condensaron décadas de legítima
búsqueda artística en dos hombres cuyo lugar de bronce en
una respetable historia la del rock argentino está
garantizado. Aun a pesar de ellos mismos, seguramente.
Ya se ha echado mano a la conexión Spinetta-Cerati para tratar
de explicar una tradición de canción con aspiraciones melódico-poéticas
de altura, una de las marcas distintivas de la música popular argentina
encuadrada bajo el rótulo rock, tal como puede entendérsela
y escucharla desde 1965 en adelante. Hay un hilo conductor que desde Almendra
conduce hacia Soda Stereo, viajando en el tiempo y espacio, atravesando
años de compleja realidad y estados culturales en un país
siempre dispuesto al asombro. Y aunque ambos artistas naveguen contra
la corriente de la sacralización de su obra, o incluso den a entender
que reniegan de ella cuando ponen en riesgo su propia invención,
el ADN beatle que los distinguió por siempre resiste. Si Cerati
está deslumbrado por la ciencia y juega con en el laboratorio electrónico,
o Spinetta endurece su música para plantarse ante una realidad
estimulante (o insoportable, también), nada cambia. Sus canciones
siguen vivas: un material maleable pero indestructible. En verdad, se
trata de dos artistas que han marcado épocas, y que se mantienen
vivos con un pasado ciertamente glorioso a cuestas, haciendo
y deshaciendo sobre su propia creación, buscando límites
que superar. Siendo artistas y no haciendo de.
En la noche del jueves y aún sin cumplir una expectativa de máxima,
casi utópica, de organizadores, prensa y público (esto es:
un encuentro sobre el escenario, la foto que no existe), los dos hicieron
lo suyo con sobriedad, buen gusto y calidad de cracks. Lo son. Gustavo
Cerati es un cuarentón eternamente joven, intrépido buscador
de nuevos horizontes y con la suficiente lucidez como para siempre estar
ubicado en el lugar correcto y en el momento indicado. Su aura de padrino
alternativo lo mantiene vivo como para rodearse de una joven banda de
músicos en ascenso su ahijado Leo García, Fernando
Nalé, Martín Carrizo y siempre sintonizar con una
estética y un sonido que parece listo a suceder mañana,
pero ante todo está su respetable palmarés de compositor.
Por eso puede permitirse apenas sobrevolar sus años de gloria pop
con Soda Stereo (cuatro canciones, ningún hit de aquellos) y sí
revisitar su obra solista, nutriéndose del tal vez injustamente
menospreciado debut solista Amor amarillo y combinarlo con las recientes
canciones de Bocanada, para completar un set compacto que alimenta con
apariciones fugaces, pero bien decisivas de sus proyectos paralelos junto
a Daniel Melero (sonó, impecable, Hoy ya no soyyo de
Colores santos) y Flavio Etcheto (Tripulante, de Ocio, sirvió
de introducción para Final caja negra).
En realidad, este show sucedió en un claro momento de transición
para él. En plena preparación de un nuevo disco que editará
antes de mitad de año, rearmó su banda para una serie de
recitales (uno en Pinamar hace dos semanas, y éste) y tuvo el buen
tino de rediseñar su acto a partir de una vuelta de tuerca sobre
el repertorio de sus últimos shows del año pasado. El dato
de la reconversión de Verbo carne grandilocuente
en su arreglo orquestal en la versión de estudio, sobreactuada
en vivo al momento de su presentación, con la que abrió
su performance, resulta decisivo. La canción sigue teniendo su
carga dramática intacta, tanto como un delicado desarrollo melódico,
pero mutó hacia la oscuridad y cierto tono marcial propio de la
distorsión guitarrera incorporada, que le sentó muy bien.
Ese fue el clima que imperó a lo largo de las 17 canciones: más
guitarras, menos clima de jam electrónico, aunque el material de
Bocanada indique lo contrario. Cuando la festejada Paseo inmoral,
tal vez la gran canción para gusto popular de su período
solista, echó a rodar y la banda se liberó de cierto manierismo
que a veces la invade la placidez entreabre la puerta de un tibio
sopor, debe decirse, Cerati dejó soltó al guitarrista
rocker que lleva dentro y levantó al auditorio. Glam rock del siglo
XXI, una letra sugerente y la sentencia moviéndome lentamente
que se queda grabada, por sobre el galope elegante de una banda en combustión.
Un bello y movilizador falso final. A la vuelta, entregaron la novedad
incunable de la noche: Final caja negra en otro tiempo y formato
instrumental, siempre atractiva, que resumió a su manera la cruza
de gustos, caprichos e inspiraciones delartista. De la intro ambient-Ocio
al desarrollo de la canción-Soda, en versión 2001 con partes
iguales de máquinas y tracción a sangre. Todo un símbolo.
Mientras todo esto sucedía, el otro crack de la noche permanecía
en su hotel de las afueras de la ciudad. Llegó cerca de las 23
al anfiteatro y casi inmediatamente salió al ruedo. La multitud
permanecía como esperando una aparición: en cierto modo,
la figura de Spinetta inspira ese respeto y veneración. Es popular
sin tener que renovar con cada disco su stock de hits, simplemente porque
no lo necesita: en el interior, inclusive, su público fiel y erudito
se reduce notablemente con respecto al que tiene en Buenos Aires, pero
aun así provoca una especial atención mezcla de admiración
y asombro tanto en jóvenes de quince años como en
sus congéneres de mediana edad. Spinetta acredita una imperecedera
colección de canciones a lo largo de treinta años de carrera
que lo hacen un ejemplar único, casi en extinción, de artista
total. Ha superado los cincuenta, es abuelo y sobre el escenario se planta
como un fiel representante de la especie perenne del rocker misterioso
y seductor, eternamente joven. Continúa con el formato de trío
con el que llevó su carrera desde la segunda mitad de la década
pasada Daniel Wirtz y el regresado Javier Malosetti y a eso
agrega, en algunos momentos de su show, a Claudio Cardone al piano. Con
ellos, cumplió con ésta tres actuaciones hasta el momento,
en lo que puede interpretarse como la presentación en sociedad
de Los ojos. Su último disco, un disco de abandono y duelo, con
canciones que perdieron filo y ganaron complejidad con respecto a la última
cosecha de los Socios, pero conservando ese sabor único de la creación
spinettiana.
Al igual que Cerati, también este hombre está en tránsito
hacia un nuevo disco y así se permite combinar, entre recreaciones
de canciones indestructibles como Ana no duerme, Me
gusta ese tajo, Los libros de la buena memoria y Despiértate
nena, muestras del pasado y el porvenir. Con un delicado balance
entre sutileza instrumental y explosión eléctrica, Spinetta
imantó un anfiteatro que, sobre la medianoche, lucía ya
algunos claros. Aun así, una cálida y respetuosa audiencia
para nada problemática, poniendo en ridículo un exagerado
despliegue policial permaneció escuchando y aplaudiendo,
en ese orden. El segmento medio del show, cubierto por los estrenos Llama
y verás y El mar de llanto, en total unos veintipico
de minutos de pura belleza, elevaron notablemente el nivel de por sí
alto de una actuación inolvidable. Ambas canciones, que permiten
pensar en un gran disco por llegar al público en los próximos
meses, navegan en aguas territoriales del rock, el pop, el jazz y cierto
aire soul, con exquisito gusto en los arreglos y un plácido desarrollo
instrumental. Mientras el cielo se iluminaba con relámpagos, y
una tranquila multitud escuchaba, cuatro músicos hacían
más única una noche de por sí única. Spinetta
está de vuelta. Y es una buena noticia.
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