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Yo La Tengo, un secreto ya no tan bien guardado

El climático grupo estadounidense se presenta mañana en La Trastienda.

Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew, del under a Argentina.
“No vamos a llorar si no tenemos un número uno en los charts”, dicen.

Por Pablo Plotkin

Después del suicidio de Kurt Cobain, cuando ya era un hecho que una banda de rock honesto podía apoderarse de la cima de los rankings planetarios, a alguien se le ocurrió que Yo La Tengo era candidata a convertirse en el próximo mártir de las multitudes de adolescentes desamparados. La hipótesis no tardó en deshacerse: basta ver una foto de este trío de los suburbios de Nueva Jersey para entender que aquí no hay destino posible de estrellas, ni estadios repletos, y que de ninguna manera Ira Kaplan podría ser blanco de proyección de los sueños de tantos chicos y chicas como lo fue el héroe de Nirvana. Yo La Tengo es, por el contrario, una banda destinada a perdurar como adorable producto de culto, condenada a que su música envejezca a la par de ellos y de sus fans. Porque, si bien a mediados de los ‘90 podían soñarse como los nuevos mesías de la cultura rock, en el 2001 no les queda más que resignarse a madurar como la exquisitez de pop subterráneo en que se convirtieron. “No es que no nos hubiera gustado ser más populares”, reconoce Kaplan, guitarra, voz y cerebro del trío que mañana a las 20 tocará en La Trastienda, con Pequeña Orquesta Reincidentes y Simio como representantes locales. “Tal vez hubiera sido cool tener un hit.”
El principio de todo es en Hoboken, en 1986. A un río de distancia del vértigo de Nueva York, Kaplan y su pareja, la baterista Georgia Hubley, formaron un grupo de rock inspirados en la tradición indie estadounidense fundada por Velvet Underground, la banda que lideró Lou Reed en los ‘70. Alternando diferentes bajistas, el grupo creció como apacible criaturita subterránea. Como ex periodista de rock (se había desempeñado en las publicaciones especializadas New York Rocker y Soho Weekly News) y asiduo concurrente a antros decisivos como el CBGB, Kaplan se había vuelto una especie de disecador de la cultura pop. La formación infantil en el folk y la pasión adolescente por los discos de Velvet lo dotaron de un pulso compositivo perfecto para la escena college neoyorquina. Así fue que, con el debut Ride the Tiger, Hoboken presentó al hijo dilecto de su cantera de pop independiente.
Desde entonces hasta el reciente And nothing turned itself inside–out, Yo La Tengo nadó por debajo de otros camaradas igualmente fotofóbicos como Sonic Youth o Pixies. En el camino dejaron una decena de discos que constituyen un ligero (pero elocuente) catálogo del mejor rock alternativo de la época, yendo y viniendo del ruido a la calma, de la distorsión al susurro. Los años no vinieron solos para ellos: sus discos conservan la vitalidad de crepúsculo que siempre los caracterizó, pero son cada vez más adultos. Asimilaron elegantemente la certeza de que nunca van a ser caras de remera (aunque se mudaron definitivamente del barrio Underground). Se dedican a experimentar en estudios con ánimo de banda de jazz, se aventuran en el universo disco (extraño en ellos, pero ahí está el cover de “You can have it all”, de George McRae, para seguir borrando fronteras en su mapa artístico) y se deshacen de las –a esta altura incómodas– etiquetas de secreto bien guardado. “Comercialmente, el año pasado fue el mejor en la carrera de Yo La Tengo”, informa Ira. “Mucha gente ni siquiera ha escuchado hablar de nosotros, pero no hay problema. No es que si no tenemos un número uno en los charts vamos a andar llorando. Estoy muy feliz de hacer esto y de tener el público que tenemos. Y estoy más feliz ahora que hace diez años.”

 

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