De
lo normal
Por Juan Gelman
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Las fotos lo muestran impasible cuando, detrás de la rejilla del
locutorio del Reclusorio Oriente, escucha la decisión del juez
mexicano Jesús Guadalupe Luna que aconseja su extradición
a España y la resolución de otorgarla del canciller Jorge
Castañeda. No habla, a lo sumo aprieta los puños. ¿Quiere
dar la imagen del guerrero impertérrito ante la fortuna adversa?
Ricardo Miguel Cavallo, ese que picaneaba sus propias manos cuando se
le cansaban de picanear prisioneros, ¿sigue convencido de que cumplió
su deber secuestrando, torturando y asesinando a personas inermes, y desapareciendo
sus cadáveres? ¿Sigue compenetrado con ese ejercicio de
suprema cobardía? Durante el período de su trabajo
en la ESMA se comprobaron 227 desapariciones y ejecuciones, 110 casos
de tortura, 16 partos clandestinos y el robo de los bebés recién
nacidos. ¿Vive en la tranquila conciencia de haber perpetrado todo
eso por una causa justa, Dios, la Patria, el Hogar, la tercera guerra
mundial contra el marxismo? Su impavidez recuerda la de Eichmann ante
sus jueces de Jerusalén en 1961: dijo que había desempeñado
un papel en el exterminio de judíos naturalmente. ¿Qué
había que confesar?
Resurgen las preguntas que Occidente se formula desde el genocidio nazi
y que, por ahora y por desdicha, poco se busca responder en la Argentina.
¿Cómo fue posible la irrupción de la barbarie en
lo presuntamente culto, la violación de tabúes sociales
básicos en una civilización que dejó atrás
las cavernas? ¿Cómo puede un hombre leer a Goethe o a Rilke
por la noche -interrogaba George Steiner y acudir a su tarea diaria
en Auschwitz por la mañana? ¿Cómo admitir que un
ser normal anotó Hannah Arendt respecto de Eichmann
que no era un débil mental, ni un cínico, ni un doctrinario,
fuese totalmente incapaz de distinguir el bien del mal? Y el señor
Videla y claro que no sólo él tan frecuentador
de misas, tan lector de la doctrina cristiana en la sala del Juicio a
las Juntas militares, ¿no fue acaso totalmente incapaz de distinguir
el bien del mal? ¿Sucede lo que André Malraux llamó
la condición humana?
Hannah Arendt propuso que el nazismo nada tenía que ver con las
tradiciones de la cultura occidental, de Alemania o de cualquier otro
país, ni con las religiones, católica, protestante o judía.
¿Fue apenas la invención de un loco? Especialistas en el
tema señalan que aun antes de Hitler no escasearon los brotes antisemitas
en Alemania, incluso bajo la muy liberal República de Weimar: particularmente
áspero fue el de 1919-1921, que adjudicó a los judíos
las causas de la derrota del Kaiser en la Primera Guerra Mundial. Otros
recuerdan que en las universidades y círculos científicos
alemanes estaba en boga la idea de que había seres humanos superiores
y otros inferiores y que, en consecuencia, se imponía una higiene
racial para solucionar los problemas sociales. Tenían lustre
las nociones de vida indigna de ser vivida y de existencia
gravosa para el Estado. Pero esta suerte de darwinismo social circulaba
comúnmente en otros países adelantados de Europa.
Los nazis lo concretaron en políticas de exterminio.
Antes del estallido de la segunda conflagración mundial, Hitler
había ordenado ya el pasaje de la esterilización compulsiva
de discapacitados cuyos males se consideraban hereditarios enfermos
mentales, pero también ciegos, sordos, un vasto campo indefinido
de débiles mentales congénitos y de asociales
a su eliminación. Fueron los primeros en conocer las cámaras
de gas que, para conceder a los enfermos incurables el derecho a
una muerte sin dolor, Hitler estableció por decreto el 1º
de setiembre de 1939. Desde esa fecha hasta el 24 de agosto de 1941, el
monóxido de carbono segó la vida de unos 100.000 discapacitados
en seis de esas instalaciones tan caritativas. Personal del organismo
denominado T4 se encargaba de la operación, con la que colaboraron
autoridades científicas prestigiosas, institutos de investigación
y hospitales universitarios. El Dr. Friedrich Mennecke llevaba a cabo
giras de selección de víctimas por todo el país.
Era un médico calificado. El Dr. Theo Morell explicaba a mediados
de 1939: 50.000 retardados mentales que cuestan (al Estado) 2000
marcos por año=100 millones anuales. Al 5 por ciento de interés,
esa suma implica una reserva de capital de 200 millones. Algo debe significar
esto para quienes han perdido el sentido de los números por el
período de inflación. Era también un médico
calificado, como los que apartaban a judíos, gitanos y prisioneros
de guerra para las cámaras de gas en los campos de concentración
de Belzec, Sobibor y Treblinka, todos, ex miembros del T4. La pregunta
vuelve: ¿cómo fue posible la barbarie de las cultas
Fuerzas Armadas argentinas?
Los represores que supimos conseguir ¿se convirtieron en un
club de psicópatas elegidos por su bestialidad probada,
como el historiador británico Michael Burleigh dice de los nazis?
¿Eran hombres y mujeres grises y corrientes, de mentalidad
pedestre, que se fueron embruteciendo en la práctica de sus
funciones, como de los nazis dice el historiador estadounidense Henry
Friedlander? Lo más grave en el caso de Eichmann apuntó
la Arendt es precisamente que hubo muchos hombres como él
y que estos hombres fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente
normales. Esa normalidad ¿no es hija de esta
civilización?
REP
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