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OPINION
Por Mario Wainfeld

La Alianza y la voz de la calle

“Yo no voy a avalar tribunales populares. Si se va Pou, renuncio.” Ricardo López Murphy dobló la apuesta cuando José Luis Machinea le preguntó si estaría dispuesto a suplir al actual presidente del Banco Central. López Murphy es proclive a la sobreactuación y –durante su memorable gestión como ministro de Defensa y vocero de las Fuerzas Armadas– ya retractó una renuncia, la que anunció si se conmutaban las penas de los presos del MTP. Pero así y todo sus palabras dan cuenta de lo que piensa el ala económica del Gobierno (¿el ala delarruista?) de los que impulsan la salida de Pou (¿el ala política?).
“Si lo que estás diciendo es que cualquier ruido político es letal para el crecimiento económico, entonces estamos fritos. Estamos en una democracia, gobernando una coalición y ruido político va a haber. Ustedes tienen que asumirlo.” La frase fue deslizada en los oídos del mismo Machinea por uno de los más altos dirigentes del Frepaso cuando aquél explicaba la inviabilidad de cualquier movida contra Pou. Testimonia el pensamiento de los principales dirigentes de la Alianza, hastiados de que se les diga que todo es imposible.
“¿Quiénes le piden la renuncia a Pou? ¿Alfonsín, que renunció a la presidencia y Chacho que renunció a la vicepresidencia?” La chicana, potente a fuer de despectiva, emanó de los labios de uno de los más importantes funcionarios del Ejecutivo y expresa su bronca con lo que juzgan como falta de seriedad de “los políticos”.
Sapos y culebras, reproches durísimos. Los escuchó Machinea al dialogar a mediados de semana, por teléfono, con Elisa Carrió. A su modo, fue afortunado. “Lilita” le dirige la palabra, lo que no hace con Chrystian Colombo con quien sólo se cruza en forma pública.
Frases calmadas, ni menciones a la palabra renuncia, ondas de amor y de paz. Las hubo en la poco meneada reunión entre el ministro de Economía y el presidente del Banco Central, acaecida en la noche del jueves, destinada a poner bálsamo en la herida piel del funcionario menemista heredado por la Alianza.
“Por buenos o malos motivos, Pou ya fue. Pero hay que armarle una salida prolija, tener al sucesor designado, evitar escándalos. Lo que no podemos hacer es manejarnos a través de los diarios. Ni permitir que nos conduzca Lilita Carrió. No puede ser que estemos en un vendaval, cinco días sin escuchar la voz del Presidente.” Síntesis de un funcionario del Gobierno, expresiva de la situación actual.
“Somos un gobierno sin oficialismo”, caracterización tan desencantada como precisa de otra primera figura del Gabinete acerca del hiato que separa al oficialismo de la Alianza.

Indecisiones

Es difícil comprender el sistema de decisiones del Presidente, aunque es sencillo detectar que marcha a un ritmo muy lento, muy a la zaga de los hechos y de las movidas de otros actores. Fernando de la Rúa está más conforme con su actual Gabinete (el que incorporó, principalmente, a Colombo y a Patricia Bullrich) que con el que inició su gestión. Es más homogéneo, le parece más trabajador y (aún a sus ojos eternamente desconfiados) luce más confiable. Es fácil acordar con su visión pero es dable añadir un detalle: la falla de este gobierno no es su funcionamiento cotidiano o su homogeneidad interna, sino la carencia de capacidad de decisión y de diálogo que caracterizan a su vértice superior. El despacho diario es más veloz pero el oficialismo naufraga ante cualquier crisis porque las agrava a fuerza de prolongarlas en el tiempo, de no intervenir con claridad, con ímpetu. O de no intervenir, a secas.
Así fue en el intrincado y denso tema del lavado de dinero, entreverado con el pedido de renuncia a Pedro Pou. A fines de la semana pasada, el gobierno parecía haberse puesto a la par de Elisa Carrió, esto es, a lavanguardia de la investigación. Ese apoyo determinó que Carrió avanzara aún más (una reacción de libro) y dejara nuevamente al Gobierno a su vera. El martes, en reunión de Gabinete, se decidió buscar una salida a Pou, armar un esquema de designación de un sucesor, manteniendo en calma a los mercados. Hacer política, pues. Colombo, el dirigente oficialista con mejor entrada a Pou, sondeó la posibilidad de un puente de plata y volvió con la impresión de que era posible. Al fin y al cabo, la masa de maniobra del Gobierno no era menor: un arsenal de denuncias contra el funcionario del Central y una ofensiva liderada nada menos que por la aliancista con mejor imagen pública (Carrió) y el peronista con mejor imagen pública (Carlos Ruckauf), amén de los líderes del Frepaso y la UCR a los que el Gobierno anhela como cabezas de la lista en los dos distritos más grandes del país.
Pero el miércoles, tras surtidas presiones del lobby bancario y de los diarios de negocios, cundió el temor en la Rosada. Machinea urdió un documento poniendo el freno a la ofensiva y lo propuso para la firma del grupo de trabajo. Alvarez y Alfonsín le pusieron el gancho, de mala gana, para no escalar el conflicto interno.
Abramos un paréntesis (Alvarez tampoco se regocijó con otro documento parido esta semana: el reclamo de cambio del voto a Cuba, escrito por el ex canciller Raúl Alconada Sempé, con que lo esperó Alfonsín en su casa. El líder del Frepaso se siente apremiado por su actual situación y recela de quedar demasiado pegado a Alfonsín que es de todos modos su principal aliado. Cerremos paréntesis.)
El grupo de trabajo resucitó del infierno tan temido. Aunque los modos fueron corteses, el Gobierno fue un bloque y los jefes partidarios otro. Los funcionarios quedaron broncando por “la falta de seriedad” de Alfonsín y Alvarez, eternos reclamantes de lo imposible (sea Cuba o Pou). Los políticos, malhumorados con el posibilismo de los ministros. Posibilismo que –aunque no se dijo en la reunión– algunos frepasistas y algunos radicales cercanos a Carrió asocian en el caso de Colombo con la defensa de intereses personales.
El documento refleja un empate insostenible. La falta de cohesión interna de la Alianza llevó a Pou a sentirse fuerte y hacer gestos de minar todos los puentes de negociación. Salió de las cuerdas y recuperó el centro del ring, ese lugar que el Presidente no termina de ocupar.

La voz de la calle

Machinea no lo estima y le desconfía. Es, conspicuamente, menemista. ¿Quién defiende a Pou? La voz de la calle lo defiende. La voz de la calle Wall, se entiende. Los diarios de la city –tres se venden o expenden en Buenos Aires, que no es poco– salieron embanderados en la ley a agitar temores de default, de “persecución ideológica” (sic), de reacción de los casquivanos “mercados”. La calle (la calle Wall) está preocupada, decían sus titulares, sin tapujos. Ni datos precisos.
La estabilidad del titular del Banco Central –explican en el CEMA, en los diarios de negocios, en el Palacio de Hacienda y en otras dependencias del Gobierno– es una necesidad de cualquier estado moderno y serio. Bush padre no consiguió una modificación en la tasa de interés que le hubiera posibilitado la reelección. A Bill Clinton, Alan Greenspan le sacó canas verdes. El gobernador del Banco Central español no lo ve a José María Aznar más de una vez por año. ¿Puede la Argentina, a pocos meses de la renuncia del vicepresidente, darse el lujo de eyectar a un funcionario del área económica que goza de autonomía determinada por ley? se inquieren los defensores de Pou. Y se responden, fervorosos, que no. Salvo que se quiera potenciar el riesgo país y poner en jaque a la reactivación económica en cierne, a la estabilidad monetaria, al gobierno en fin. Salvo, asumen todos, que haya delitos probados. Esto es juzgados, con sentencia firme.Traducido al castellano –o al dialecto que se habla en Comodoro Py– en un futuro improbable y ciertamente remoto.
Hay un sofisma en esta argumentación. Soslayar que la estabilidad de Pou cae en caso de mal desempeño, falta en la que puede incurrir aún sin que haya delitos probados. Pou es sospechoso de inconductas graves, entre ellas haber permitido por acción u omisión negligente medidas contra la transparencia del sistema, haber soslayado controles, haber evitado proveer informaciones exigidas por ley.
Todas esas acciones constituyen incumplimiento de sus deberes y autorizan su remoción, aún sin condena firme. Suponer que la estabilidad es impunidad es poco serio, poco primermundista. No es dable esperar que los mercados exijan eso y, si lo exigen, esto es si exigen impunidad para sus corifeos, no es dable concedérselo.
Otra causal de mal desempeño es su cruzada dolarizadora. En un país cuyo sistema económico tiene como piedra basal la convertibilidad, el presidente del Banco Central se ha dedicado a promover la dolarización. Es decir, la caída del sistema, el cambio de las reglas de juego que es su función mantener. Obró on line con su padrino político, Carlos Menem. A los devotos de los parangones valdría la pena preguntarles si Alan Greenspan ha conspirado con Bush padre en proporción similar durante el gobierno de Clinton. Pou puso en duda en foros públicos los fundamentos mismos de la política monetaria que es su misión preservar. Si eso no es incumplimiento de sus deberes de funcionario público, el incumplimiento dónde está.
No le faltan razones al Gobierno para desplazar a Pou. Ni han de faltarle reemplazantes que no enfaden a los mercados. Ni le falta poder, ni apoyos extrapartidarios. Le falta convicción. Hay quien sospecha que detrás de eso hay mala fe, intereses creados. En el mejor de los casos para el oficialismo, lo suyo es una pasmosa ausencia de voluntad para modificar lo existente.

Encrucijada y código genético

El Gobierno llegó a estar en la avanzada de la investigación. Luego urdió una razonable movida para desplazar a Pou haciendo el menor ruido posible. Sin solución de continuidad, a las primeras presiones, De la Rúa reiteró su falta de protagonismo para timonear durante las tormentas.
En un puñado de horas:
Se amplió la zanja que separa al Gobierno de los dos líderes de los partidos que integran la Alianza,
La Rosada se puso de punta con los dos candidatos insustituibles que tiene en la Capital (Carrió y Alvarez),
Dos caminos quedan abiertos al Gobierno. Recuperar la iniciativa –y la unidad– buscando una forma política de resolver el entuerto. U optar por esperar que sea la sesión en el Senado de Estados Unidos la que aporte una solución –traumática desde el vamos– que debería emanar de otros poderes y en otras comarcas.
La necesidad de supervivencia sugiere que debería dominar la escena, dejar de dormir con el enemigo y garantizar la fuerza propia. Su código genético induce a creer que optará por lo contrario.


 

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