Por Julio Nudler
El miembro del equipo económico
observó los malos datos fabriles de enero (el EMI, Estimador Mensual
Industrial, sufrió una caída desestacionalizada de 4,2 por
ciento), alzó la vista hacia el cronista de Página/12 y
sentenció: Desde el primer momento pensé que si alimentamos
expectativas de una rápida reversión de los problemas de
la economía real nos volveremos a encajonar solitos, como lo estábamos
(se refiere al elenco que conduce José Luis Machinea) hasta diciembre.
Viviremos de nuevo contra reloj, pendientes mes a mes de los indicadores.
Lo que conseguimos es un blindaje, no el investment grade (calificación
de un país como seguro para las inversiones). En lugar de hacernos
repetir el año nos mandaron a marzo. Eso es todo. La entrevista,
concedida a este diario a condición del anonimato, mantuvo hasta
el final ese tono cauto, de pie en el freno, advirtiendo que la reactivación
será muy paulatina y que llevará años alcanzar algunos
objetivos.
La gente tiene poca plata en el bolsillo continuó-,
por lo que, como admite José Luis, no hay que esperar un boom de
consumo. Ni siquiera podemos confiar en un bajón brusco de las
tasas de interés porque hoy el sistema bancario está en
manos extranjeras, y esos bancos se manejan con manuales de otra parte.
No es fácil que decidan tomar mayores riesgos ni que les abran
la puerta a las pymes. La alternativa de reducir drásticamente
impuestos no es contemplable por el momento: No hay plafond para
tirarnos a la pileta. Estaríamos en una situación diferente
de haber tenido el coraje necesario para combatir seriamente la evasión
tributaria. Podríamos entonces haber mostrado esa bandera para
compensar las medidas impopulares. Pero el control fiscal sigue muy degradado.
Aunque se está trabajando en el tema, todavía no hay frutos.
Más allá de las limitaciones concretas para aplicar una
estrategia ofertista cuyo gran propulsor es Domingo Cavallo y que
consiste en bajarle costos (impositivos entre ellos) y quitarle obstáculos
a la producción de bienes y servicios (desregulaciones),
este integrante estratégicamente ubicado en el organigrama de Economía
descree de la eficacia actual de ese enfoque. El ofertismo (o política
económica que actúa a través de la oferta) hubiera
funcionado antes de marzo del 2000. Después cambió el humor
de la gente. El consumidor se acostumbró a postergar la decisiones
de compra, por incertidumbre, porque no tiene plata o porque espera que
desciendan los precios. Si redujéramos la alícuota del IVA,
cada punto de baja nos costaría 1200 millones de pesos, y a cambio
no conseguiríamos nada.
Pero si se descarta el consumo, ¿cuál será el motor
de la economía? Acá no hay motor, sonó
la réplica seca y excluyente. Antes de que las exportaciones
pesen realmente pasarán años, tres o cuatro como mínimo.
Y eso no va a suceder si no bajan sustancialmente los costos financieros
y si los proyectos no son respaldados con fondos significativos, como
ocurrió en Italia y en España. Tampoco en la inversión
hay que cifrar expectativas exageradas: En la trama industrial no
veo proyectos aclara el informante. Después de las
fuertes inversiones efectuadas en la década de los 90, esta
larga recesión dejó márgenes de capacidad ociosa
del 40 al 50 por ciento. ¿Quién invertiría en estas
condiciones?.
Las fichas están colocadas al Plan de Infraestructura y a la inversión
inducida de las privatizadas, más las inversiones en telecomunicaciones,
en petróleo, gas, electricidad, forestación y exploración
minera, y en nuevos frentes como el comercio electrónico (e-commerce).
Apostando a que el escenario internacional se mantenga relativamente favorable,
lo cual nunca está asegurado (la caída en el precio de la
soja o la depreciación del real son señales recientes poco
apropiadas), podrá alcanzarse, según ratifica la fuente,
un crecimiento de entre 2 y 3 por ciento este año.
Estamos sentando las bases de una economía mejor, que quizá
se consolide hacia el 2010. La pregunta plantea es cómo
transitar políticamente toda esta década, porque no va a
ser fácil. Por de pronto,el arsenal del equipo económico
es limitado: eliminar el déficit fiscal para que baje el riesgo
país y caigan así las tasas de interés, suprimir
impuestos distorsivos y estimular la inversión mediante alicientes
y acciones directas. ¿Es todo lo que se puede hacer? Eso parece.
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UN
CAMINO EXTRAÑAMENTE RETORCIDO AL DESARROLLO
Argentina no es un país cualquiera
Por J.N.
El camino que un país
normal recorre durante su desarrollo tiene la forma de una U, como muestra
la curva del gráfico inferior izquierdo. Pero la curva de la Argentina,
que como todo el mundo sabe no es un país normal, responde a un
diseño bastante más retorcido y enrevesado, similar al reproducido
en el gráfico inferior derecho. Así, su ruta hacia el distante
Primer Mundo resulta sinuosa y vacilante, y a la postre mucho más
larga de lo necesario. Esto lo ilustra en su último informe la
consultora Ecolatina, preocupada porque el país no logró
generar un patrón de especialización productiva como el
que correspondería a su grado de apertura.
Según explican estos analistas, en una primera etapa (I) las economías
subdesarrolladas y abiertas al comercio internacional se especializan
en bienes primarios (agro, minería y energía) de bajo valor
agregado. En una etapa intermedia (II), las economías en desarrollo
expanden las producciones con más valor agregado, que requieren
mayores niveles de protección, lo que conduce a un cierto cierre
de la economía. Finalmente, en la tercer etapa (III), ya logrado
el desarrollo, conviven las producciones de alto valor agregado con una
amplia apertura económica.
En el caso argentino, en medio de la segunda etapa se aplicó una
apertura unilateral (1976 a 1982), con una reprimarización de la
producción y las exportaciones. Aquello fue seguido entre 1983
y 1985 por un desvío fuertemente proteccionista. Y, finalmente,
a partir de 1986, sobrevino un proceso de apertura con búsqueda
de valor agregado, que fue debilitándose a partir de 1993 con un
énfasis más fuerte en la apertura que en la generación
de valor agregado. Para Ecolatina, no hay fuerzas espontáneas que
tiendan a cerrar la brecha entre la curva ideal y la argentina. Ese papel
debería jugarlo la política económica.
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