Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


MITOS Y VERDADES DE UN AVANCE COMPARADO
CON LA LLEGADA DEL HOMBRE A LA LUNA
El día después del genoma

La secuenciación del genoma humano fue presentada esta semana como una panacea para la ciencia y su lucha contra las enfermedades. ¿Era para tanto? ¿Qué falta hacer todavía? ¿Para qué puede servir en la Argentina? Aquí, las respuestas.

Gasto: �Estados Unidos hizo un esfuerzo multimillonario ante el peligro de que un privado patentara la identidad de los genes. Ahora debe justificar ese gasto�.

Por Pedro Lipcovich

Llegó el día después del anuncio de que ha sido establecida la secuencia completa del genoma humano. Terminada la fiesta y guardadas las copas, surgen las preguntas de siempre: ¿y ahora qué? ¿Era para tanto? ¿Cómo seguir? Página/12 –porque lo lleva en sus genes– se preguntó si no serán engañosas las informaciones que, desde tantas fuentes, proclaman la llegada de una especie de piedra filosofal médica, que todo lo va a curar. Luego de indagar, este diario pudo obtener para sus lectores –a quienes el domingo se les enciende el gen de la lectura tranquila– una idea veraz de para qué pueden servir los nuevos hallazgos y cuáles son sus límites. Examinó también las dificultades de la Argentina para sumarse a los “megaproyectos” que se vienen y, tomando el caso del más alucinante –la búsqueda de la inmortalidad–, descubrió una especie de dura ética que los biólogos aprenden de la naturaleza. También podrán leerse opiniones desde la filosofía, la lógica y el psicoanálisis, y algo sobre el fascinado horror que produce la idea del hombre mutado: a esta altura, el lector ya tiene una secuencia bastante completa del contenido de esta nota, pero apenas ha empezado a leerla; es más o menos lo mismo que le pasa a la ciencia con el genoma humano.
“¡Le mienten a la gente!”, se enoja el genetista Marcelo Rubinstein, profesor de ciencias biológicas en la UBA e investigador del Conicet. “Muchos medios periodísticos mienten cuando aseguran que el relevamiento del genoma humano permitirá erradicar enfermedades como las de Parkinson y Alzheimer, que sólo son hereditarias en menos del diez por ciento de los casos.” Según el investigador, “el gobierno norteamericano hizo un esfuerzo multimillonario ante el peligro de que una empresa privada, Celera Genomics, se apropiara de la identidad de los genes y la patentara: los científicos de los institutos nacionales de Salud hicieron un lobby muy fuerte para que se diera esa pelea, sin que se sepa todavía muy bien cuánta ganancia va a generar. Entonces, Estados Unidos tiene que justificar ese gasto millonario de fondos federales y, por su parte, las empresas privadas que invirtieron en el área necesitan justificar la expectativa de los inversores”.
Pero, ¿la genética no permitirá detectar, por ejemplo, predisposición a determinadas enfermedades? Sí, contesta Rubinstein, y da un ejemplo ya conocido por los lectores de Página/12: “Los genes BRCA 1 y 2, que marcan la predisposición al cáncer de mama, permiten al médico ubicar a la mujer que los tenga en una categoría que lo lleve a hacerle chequeos más frecuentes”. En el ejemplo elegido por Rubinstein, la genética no lo resuelve todo, pero contribuye al resto de la medicina de un modo que puede ser decisivo. Encontraremos más de estos ejemplos en un área de investigación que responde exactamente al ¿y ahora qué?: para qué puede servir tener la secuencia completa del genoma humano.
Esta área es la de los DNA-chips y nuestro informante, desde San Francisco, es el biólogo argentino Gustavo Pesce, que trabaja en la Universidad de California. El se define como especialista en levaduras: “La levadura tiene un genoma buenísimo para investigar: cada gen está pegadito al de al lado, parece que lo hubiera armado un chico con ‘Mis Ladrillos’, se entusiasma Pesce con sus ladrillos. Hace cuatro años, la levadura, con sus 6500 genes, se empezó a usar como modelo para, “en vez de estudiar un gen por vez, estudiarlos todos al mismo tiempo”.
En la platina del microscopio de su laboratorio, Pesce tiene una especie de crucigrama con 6500 casilleros que caben, todos, en un centímetro cuadrado. En cada casillero se ha fijado el ADN correspondiente a un gen de la levadura; el dispositivo se llama ADN-chip. Supongamos que uno quiere saber qué genes se activan cuando la célula de levadura se reproduce: basta con tomar el ADN de la célula en esa circunstancia yponerlo en contacto con el ADN-chip: los genes que se estén expresando van a interactuar con el gen del casillero correspondiente, que indicará en qué medida un gen está activo o no.
Pero –podría objetar el lector–, a mí qué me importa conocer los genes que se activan cuando se reproduce la levadura, si casi prefiero no saber cuáles se activan cuando me reproduzco yo. Mejor entonces buscar un ejemplo más humano: una persona padece un tumor que puede curarse –como ya es el caso de muchos– con medicamentos; pero, dentro del mismo cáncer, cada tumor, en cada persona, no responde del mismo modo a los distintos fármacos: a algunos los curan las mismas drogas que a otros no les hacen nada, y esto no puede preverse de antemano. Pero con el ADN-chip, sí.
Ya se ha logrado establecer que a tumores con determinados patrones genéticos no les hacen efecto determinadas drogas. ¿Por qué? No se sabe. Pero el ADN-chip va a permitir comparar la huella digital genética del tumor de ese paciente con las huellas, archivadas, de los patrones genéticos para los que la droga no es efectiva. Simplemente el médico pedirá al laboratorio de análisis clínicos que haga el test para saber qué remedio usar.
Para esto, claro, no habrá que usar los “Mis Ladrillos” de la levadura sino los 30.000 ladrillos del genoma humano: ¡El que se completó el lunes pasado! “La invención del ADN-chip vino justo para salvar las espaldas a todos los que le dieron apoyo político y económico al Proyecto Genoma Humano”, comenta Pesce. Les salvó las espaldas, no porque conocer la secuencia del genoma cure el cáncer, pero sí, por ejemplo, porque permitirá elegir con precisión la droga adecuada. “Esto se enmarcará en la Tailor medicine, ‘medicina de sastre’, medicina a medida de cada paciente.”

La pomada argentina

Los descubrimientos científicos implican aplicaciones prácticas (a veces), pero también nuevas preguntas (siempre) y fantasías de futuro (siempre, también). La posibilidad de discernir, mediante el ADN-chip, qué medicamento es el mejor, abre una pregunta: ¿por qué ese patrón genético “elige” tal medicamento y no otro? Esta pregunta abre áreas de investigación que tal vez conduzcan (o no) a mejores medicamentos. Por otra parte, en los pasillos de la Universidad de California, los científicos fantasean: “Todavía no hay nada publicado, todavía no hablan mucho del tema los que están en la pomada”, dijo un investigador que prefirió no darse a conocer, aunque la expresión que usó revela que es argentino y que hace mucho falta del país. Los que están en la pomada sueñan con que el ADN-chip permita establecer instantáneamente, para cada persona, sus tendencias a cada posible enfermedad, desde la hipertensión arterial a la esquizofrenia, pasando por el alcoholismo.
Pero eso está en el reino de las fantasías y, para no extraviarse en él, lo mejor es volver a la mera Argentina. ¿Con qué “Mis Ladrillos”juegan aquí los científicos? Mario Albornoz –director del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Quilmes– responde así: “Proyectos como el Genoma Humano, llamados ‘de megaciencia’, requieren formas de organización distintas a las de etapas anteriores: participan cientos de laboratorios, con asignaciones de recursos muy importantes. Para incluirse en este nivel, los Estados deben tener políticas activas en ciencia y técnica, pero en la Argentina de los últimos años, no hubo políticas activas en el área; en el mejor de los casos, se mantuvo la suposición de que la propia comunidad científica debe decidir en qué se invierten los recursos, sin tomar en cuenta las prioridades del Estado”.
A esta altura, Albornoz pasa a esgrimir la revista británica The Economist del 22 de julio de 2000, que tituló “Samba, fútbol y genoma” lanota donde dice que Brasil es nada menos que la tercera potencia mundial en temas de genética. “Por ejemplo, el estado de San Pablo financió con 4 millones de dólares la decodificación completa del genoma de la bacteria Xanthomonas citri”, cuenta Albornoz. Esa bacteria causa una enfermedad de los cítricos que perjudica a ese estado en 110 millones de dólares al año por pérdidas en la capacidad exportadora. La secuenciación de sus 4500 genes demandó 14 meses a 70 investigadores de 13 laboratorios de biotecnología y uno de bioinformática. Los brasileños también han emprendido un proyecto para mejorar genéticamente la caña de azúcar que cultivan: a un costo de 8 millones de dólares, será financiado en partes iguales por empresas privadas y el estado de San Pablo. También se animaron con un proyecto de investigación genética sobre cáncer en seres humanos, que involucra a 50 laboratorios con más de 150 investigadores.
“Lo que logró Brasil no se explica por poner dinero: en la Argentina también se invierten más de cuatro millones en investigación –señala Albornoz–. Lo que aquí no hay es, por ejemplo, la capacidad de juntar las demandas de los productores agropecuarios, cuantificar los daños a la exportación y utilizar la capacidad de los científicos locales. Y es así, pese a que la Argentina tiene una tradición fuerte en biología, nuestros tres premios Nobel en ciencia trabajaron en temas afines con el actual auge de la biotecnología. Pero también tenemos una tradición individualista por la cual todo el mundo prefiere tener un proyecto de 50.000 dólares en vez de sumarse a uno de 5 millones. Falta voluntad política de los actores, empezando por las autoridades oficiales en ciencia y técnica, que deben convocar a todos para desarrollar proyectos de envergadura.”

La vida antivital

¿Cuánto deberemos envejecer antes de que la Argentina resuelva cuestiones como las planteadas por Mario Albornoz? Para contestar alguna vez esta pregunta, lo mejor es empezar por otra: ¿será cierto que la genética podrá proporcionarnos, incluso a los argentinos, la inmortalidad? “En laboratorio, ya es posible controlar el envejecimiento celular”, contesta Marcelo Rubinstein. En los núcleos de las células hay unas partículas llamadas telómeros que se van acortando con cada división celular, hasta que la célula ya no puede dividirse y muere sin dejar descendencia. Pero, “si se le suministra el gen de la enzima ‘telomerasa’, el telómero vuelve a alargarse: se logra inmortalizar esa célula”. También se ha logrado cuadruplicar la vida de moscas retirándoles un gen: “No sólo viven más sino que además son resistentes al estrés: resisten los insecticidas, soportan las altas temperaturas”.
Sí, pero, ¿para qué queremos moscas así? Otra objeción, que formula el propio Rubinstein, es más interesante y presenta una especie de ética propia de la biología: “Es claro que, en la medida en que el hombre vaya pudiendo dominar el envejecimiento, florecerán las clínicas especializadas, será un excelente negocio –admite el investigador–. De hecho, en Estados Unidos ya hay un organismo oficial, el National
Institute of Aging, especializado en estudios sobre el envejecer. Muchos se ocupan de su propia muerte, pero, en la biología, el único egoísmo es el de la especie. Para la selección natural, los individuos sólo importan en la medida en que sirven a preservar la especie. El sueño de que conocer el genoma nos permitiría erradicar las enfermedades, y derrotar la muerte, desestima una característica primordial de la vida: el riesgo, la permanente sensación de que se puede terminar. La idea de mantener eternamente vivos a unos individuos, que serían pocos y los más adinerados, es antivital”.

 

Un caso de discriminación

Por Rosa Townsend *
La Administración federal de Estados Unidos denunció ante los tribunales a la compañía ferroviaria Burlington Northern Santa Fe Railway porque considera que ha practicado la discriminación genética con sus empleados. La denuncia, presentada al tiempo que se daba a conocer la secuenciación del genoma humano, supone un aviso a los empresarios de que no se va a tolerar el mal uso de la información genética.
La empresa ferroviaria, una de las más grandes de Estados Unidos, pedía muestras de sangre a trabajadores que solicitaban la baja por enfermedad para practicarles pruebas genéticas sin su consentimiento. El propósito, según la demanda presentada por la Comisión para la Igualdad de Oportunidades Laborales, era averiguar si el síndrome del túnel carpiano que padecían era predecible genéticamente o se trataba de una dolencia ocupacional. Algunos estudios sugieren que una mutación del cromosoma 17 predispone a esa enfermedad, caracterizada por dolor y adormecimiento en las manos y los brazos.
El síndrome del túnel carpiano está causado normalmente por movimientos repetitivos, como teclear en un ordenador, y en el caso de la empresa ferroviaria ha afectado a operadores de paneles de control. “La única explicación concebible es que la compañía quería usar los análisis genéticos para argumentar que los afectados habrían desarrollado la enfermedad de todas formas y por tanto no tenían derecho a una baja laboral remunerada”, declaró Ida Castro, del comité demandante.
La compañía llegó a amenazar de despido a quienes se negaban a hacerse los análisis de sangre, sostiene la denuncia, aunque los portavoces de la empresa niegan que así fuera. Serán los tribunales los que diriman, pero la falta de leyes que regulen el uso de la información genética añade incertidumbre al desenlace.
Debido al vacío legal, algunas querellas privadas por discriminación genética han quedado en los cajones. Hasta ahora, todas habían sido interpuestas por individuos, mientras que ésta es la primera presentada por una institución gubernamental. El único marco de referencia legal es una orden ejecutiva firmada por Bill Clinton el año pasado que prohíbe a la Administración federal usar la información genética al tomar decisiones laborales, pero esa normativa no alcanza al sector privado. Tanto las compañías de seguros como las empresas podrían ahorrar mucho dinero si pudieran hacer análisis genéticos para conocer predisposiciones genéticas a ciertas enfermedades de trabajadores o asegurados. Las leyes vigentes no impiden el acceso al historial genético a la hora de hacer un contrato.

* De El País, de Madrid, especial para Página/12.

 

La posibilidad de mutar

Por P.L.
Pero vayamos a lo más interesante: ¿la ciencia de los genes podrá mutar la especie humana? Nuestros nietos ¿elegirán el color de ojos de nuestros bisnietos? ¿Cuántas orejas elegirán para sus hijos nuestros tataranietos? Ricardo Malfé –profesor de psicología social en la UBA– señala que “el deseo de crear vida en forma autónoma está en el inconsciente de todos y se expresa en los mitos de todas las religiones y pueblos. Está en el mito griego de Prometeo, que robó a los dioses el fuego para dar vida a las criaturas que él mismo había hecho con barro, en una especie de preanuncio de la clonación”.
“En la literatura hay mil testimonios –continúa Malfé–, como la Metamorfosis de Ovidio. Y a partir de la modernidad aparecen con insistencia novelas que así lo tematizan, especialmente con el auge de las narrativas góticas, cuando la obra más importante es Frankenstein, de Mary Shelley. Esos escritores develan el anhelo secreto de producir vida sin intervención de otro, en una especie de reproducción narcisista. Nos parece siniestro porque nos dice algo de nosotros mismos, que nos angustia, y al mismo tiempo gozamos en ese encuentro con lo reprimido espantoso.”
“Ese fantasma está presente en películas como Matrix o Terminator, y pareciera que el imaginario colectivo se está preparando para cualquier cosa que pueda suceder en materia de innovaciones –observa Malfé–. Esos dibujos animados japoneses que encantan a los chicos están llenos de seres híbridos, mutantes. No lo ven como algo siniestro, como si las nuevas generaciones se fueran equipando para lo que pueda venir; ya viene siendo aceptable la hibridación; lo que a las generaciones anteriores todavía nos resulta siniestro, va pasando a ser familiar. Y tal vez lo sea en el mundo que a ellos les espera.”

 

EL DEBATE ETICO EN TORNO DE LOS ADELANTOS GENETICOS
Polémica de largo alcance

Por P.L.

Gen-ética: ¿el gen de la ética? ¿La ética del gen? Puede apagarse el gen de los juegos de palabras, pero, si una disciplina suscita actualmente preocupaciones éticas, es la genética. Osvaldo Guariglia, profesor de ética en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, lo entiende así: “Cuando se inician nuevas etapas en la ciencia, siempre despiertan actitudes fundamentalistas, de uno y otro lado. Así, algunos propagadores científicos pueden ver la genética como la llave a un universo utópico y otros, levantar el terror de que el hombre toque los límites de lo natural y pretenda sustituir al Creador”.
Para Guariglia, es posible sujetar la ciencia a la ética, “como se logró en Italia hace varias semanas, cuando, a partir de posiciones enfrentadas, el gobierno y las comisiones de ética llegaron a un acuerdo con los científicos sobre la clonación de tejidos, que permite la investigación a la vez que le pone límites. Esto es muy distinto a la posición del primer ministro británico Tony Blair, que admitió la clonación en forma indiscriminada”.
Pero, en la Argentina, “no hay un debate público sobre el tema: entonces, no se puede formar un estado de opinión a partir de las distintas opiniones parciales y la situación permanece demonizada”. No hay debate, “no funciona la Comisión Nacional de Bioética, porque la Iglesia se reserva para sí ese ámbito y todos los gobiernos y partidos políticos le han tenido un miedo cerval”.
Pero ese debate ético, cuando lo haya, ¿no estará a su vez genéticamente determinado? Nuestra manera de pensar ¿no vendrá en definitiva de los genes? Gladys Palau, profesora de ética en la UBA, confiesa que “estamos pendientes de los desarrollos de la genética”. La pregunta que tiene así pendientes a los lógicos es: “¿De dónde proviene la capacidad humana de razonar? ¿Por qué en todas las culturas, aunque sus premisas sean muy distintas, hay formas de razonamiento que permanecen invariantes? Una hipótesis de trabajo es que el entendimiento humano está precisamente en esos pocos genes que nos diferencian de los animales. Por eso estamos pendientes de la genética; los psicólogos y algunos psicoanalistas también deben de estarlo”, afirma Palau.
El psicoanalista Germán García, de la Fundación Descartes, contesta que “hay que distinguir cuándo un saber es operativo y cuándo es suntuario: muchos psicoanalistas se adornan con saberes suntuarios y pueden hablar, por ejemplo, de genética. Pero, cuando reciben a una persona en su consultorio, no le hacen el mapa genético: operan desde el lenguaje. Ante una persona con un ataque de pánico, ante la histeria o frente a la angustia, el psicoanalista recibe a la persona y habla con ella”.

 

PRINCIPAL