Por Alfredo Grieco y Bavio
La democracia italiana, como
la israelí, es una de las más representativas del mundo.
Esto significa que las coaliciones y los pequeños partidos pululan
con velocidad y los cambios de gobierno son los más vertiginosos
de Europa Occidental. Por eso, la política italiana suele ser comparada
malévolamente con géneros artísticos locales y más
o menos humorísticos, como la opereta o la ópera bufa. Pero
en las próximas elecciones legislativas tal vez ninguna forma de
arte represente mejor el enfrentamiento del cavaliere Silvio Berlusconi
y el ex alcalde de Roma Francesco Rutelli, rodeados de comparsas siniestras
y tragicómicas, que el giallo (amarillo), ese género italiano
en los límites de la literatura policial, la fantástica
y la de horror que supieron explorar, entre otros, los films de Dario
Argento.
Si en estas elecciones los sondeos insisten en que la derecha lleva las
de ganar, se debe en parte no menor a que supieran reinventar a su candidato
de siempre, el magnate multimedios Berlusconi, como a un demócrata
nacido de nuevo, según el modelo del presidente del gobierno español,
el popular José María Aznar, cuyos triunfos electorales
a repetición envidian en Italia. En esta metamorfosis han colaborado
las cínicas profesiones de fe republicana de los aliados Umberto
Bossi y Gianfranco Fini, que aprendieron a modular (en público)
su neofascismo, su racismo jactancioso y sus esperanzas de un separatismo
del norte. Ya no dicen en voz alta que después de Roma comienza
Africa.
El centroizquierda no se quedó atrás a la hora de configurar
su candidato prêt-à-porter. Prefirió al fotogénico
Francesco Rutelli sobre el tan poco fotografiable Giuliano Amato, actual
premier. Una opción declaradamente calcada sobre la de Tony Blair,
el neolaborista británico que supo poner fin electoral a más
de década y media de conservadurismo en su país. Blair y
su clon Rutelli representan un nuevo ideal de político europeo,
joven, hiperactivo y siempre sonriente, que también encarna, desde
la derecha, el gobernador de Carintia Joerg Haider. Todos se dicen (o
dijeron) partidarios de la Tercera Vía, algo así como el
camino estrecho que podía abrirse y quizá transitarse entre
neoliberalismo y socialdemocracia.
Uno de los problemas en el cual coinciden, para su propia desesperación,
izquierdas y derechas así aproximadas es el de la inmigración,
frente al que deben acordar, lisa y llanamente, con las políticas
europeas. En las últimas semanas, las dos penínsulas, itálica
e ibérica, particularmente vulnerables por su ubicación
a las oleadas maghrebinas y balcánicas, firmaron acuerdos que vuelven
más severas a sus policías fronterizas. Nada hubiera sido
diferente si ya gobernara en Italia la derecha, salvo la decisión
probable de asignar menores cupos a los inmigrantes musulmanes, en consonancia
con deseos e impaciencias de la Iglesia Católica, o de buena parte
de ella.
En lo que quiso exhibir como un alarde de imaginación política,
el Olivo lanzó el 10 de febrero en Trieste una campaña a
la norteamericana. Un tren, bautizado el Rutelli Express, recorrerá
5200 kilómetros divididos en 61 etapas. Rutelli soportó
con estoicismo el frío y el viento y los insultos de neofascistas,
peregrinó por una iglesia serbia ortodoxa (famosa por los milagros)
y por otra católica (para no ofender a nadie), pronunció
un pequeño discurso lírico sobre la apertura de la UE al
Este para edificación del canciller esloveno Rupel, cuya presencia
se había casi forzado, estrechó la mano de un verdulero
(que creía que Rutelli era un personaje de tevé), y finalmente,
junto con su compañero de fórmula Piero Fassino, subió
al tren expreso. Este festival del Olivo fue comentado por Berlusconi.
La izquierda padece una regresión a la infancia, juega con
trencitos, dijo. Como Rutelli sabe que no puede ser jefe de
gobierno, aspira por lo menos a ser jefe de estación, concluyó.
Si bien desde hace semanas las encuestas aseguran una ventaja clara para
Berlusconi, en los últimos días la coalición de centroizquierda
ha empezado a acercarse a la de centroderecha, a medida que el electorado
centrista afina sus preferencias, y las expresa. En la hiperdemocrática
Italia, esto significa que los grandes partidos comienzan a cortejar con
intenciones más serias a los pequeños. Massimo DAlema,
del Olivo, ex primer premier ex comunista, ofreció una alianza
electoral a Rifondazione Comunista (PRC), que implicaba que esta formación
no presentara sus candidatos en algunas circunscripciones pero que a su
vez encabezara las listas en otras. Al estilo de la propuesta del PSOE
a Izquierda Unida en las elecciones generales españolas de 2000.
Pero Fausto Bertinotti, líder de PRC, la rechazó. Por ahora.
El otro partido al que busca la izquierda es Italia dei Valori, liderado
por Antonio de Pietro. Este ex juez antimafias y anticorrupción
se ha metamorfoseado en una especie de héroe pop, empeñado
en ser un caballero solitario. Por su parte, la derecha festeja a Democracia
Europea, un partido nuevo creado por viejos políticos, Sergio DAntoni
y Giulio Andreotti, que se postula a su vez, sí, como la verdadera
Tercera Vía. Y jura que ésta no es otra que la democracia
cristiana.
El acercamiento por puntos de los extremos ha desencadenado una batalla
campal en el Parlamento por la fecha de las elecciones, que unos quieren
en abril y otros en mayo. También ha intensificado la lucha por
la identidad ideológica donde ésta es necesaria, en el interior
del Olivo. Las oposiciones marcadas desde siempre, y que ahora se agudizan,
son entre quienes piensan en un partido de izquierda fuertemente sindicalizado,
ciertamente reformista, pero con marcada identidad social (y aun clasista),
y quienes desde hace años trabajan por atemperar esa identidad.
Entre quienes atienden como base material al movimiento obrero y quienes
buscan hacer del principal partido de la izquierda italiana un interlocutor
de otras clases sociales, entendidas, con razón o sin ella, como
las más productivas e innovadoras.
Si un Sergio Cofferati está entre los primeros y DAlema entre
los segundos, la posición más lúcida más
políticamente lúcida acaso sea la de Amato, conocido
bajo el apodo medieval de Doctor Subtilis por sus éxitos
en la intriga universitaria. La fórmula del ex socialista para
curar las enfermedades del centroizquierda es partido socialdemócrata
con vocación mayoritaria. Esta formación, prosigue
Amato, no deberá admitir solamente como líder a quien
detente un curriculum ex Partido Comunista Italiano (PCI). Pero
Amato, llamado el más norteamericano de los socialistas y acusado
junto con otros de querer un partido demócrata clintoniano en Italia,
es sin embargo el primero en saber que de estas nuevas fórmulas
no se puede excluir al sindicalismo.
En cuanto a Berlusconi, ninguna definición ideológica es
casi necesaria, en la medida en que pueda seguir presentando como demócratas
convencidos a sus aliados de extrema derecha. Cuando Rutelli lanzaba su
tren expreso, Berlusconi había vuelto de un viaje a Inglaterra
donde había presentado a Margaret Thatcher, quien las aceptó,
sus credenciales de conservador neoliberal. Como Haider, Berlusconi también
se jactó en Londres de su parecido con Tony Blair. Pero del otro
lado del Atlántico, su favorito innegable es George W. Bush, con
quien comparte, en su propio contexto de política interior, varias
obsesiones personales: la inmigración, la privatización
de la enseñanza, la politización del Poder Judicial, con
la consiguiente pérdida de independencia de éste.
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