Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


El Olivo-Express de una izquierda que llega tarde

Todos los pronósticos coinciden en que el centroizquierda italiano del Olivo perderá las elecciones previstas para la primavera europea. Aquí, una guía para entender la resurrección de la derecha.

Gianfranco Fini, de la posfascista Alianza Nacional, con el cavaliere Silvio Berlusconi.

Por Alfredo Grieco y Bavio

La democracia italiana, como la israelí, es una de las más representativas del mundo. Esto significa que las coaliciones y los pequeños partidos pululan con velocidad y los cambios de gobierno son los más vertiginosos de Europa Occidental. Por eso, la política italiana suele ser comparada malévolamente con géneros artísticos locales y más o menos humorísticos, como la opereta o la ópera bufa. Pero en las próximas elecciones legislativas tal vez ninguna forma de arte represente mejor el enfrentamiento del cavaliere Silvio Berlusconi y el ex alcalde de Roma Francesco Rutelli, rodeados de comparsas siniestras y tragicómicas, que el giallo (amarillo), ese género italiano en los límites de la literatura policial, la fantástica y la de horror que supieron explorar, entre otros, los films de Dario Argento.
Si en estas elecciones los sondeos insisten en que la derecha lleva las de ganar, se debe en parte no menor a que supieran reinventar a su candidato de siempre, el magnate multimedios Berlusconi, como a un demócrata nacido de nuevo, según el modelo del presidente del gobierno español, el popular José María Aznar, cuyos triunfos electorales a repetición envidian en Italia. En esta metamorfosis han colaborado las cínicas profesiones de fe republicana de los aliados Umberto Bossi y Gianfranco Fini, que aprendieron a modular (en público) su neofascismo, su racismo jactancioso y sus esperanzas de un separatismo del norte. Ya no dicen en voz alta que después de Roma comienza Africa.
El centroizquierda no se quedó atrás a la hora de configurar su candidato prêt-à-porter. Prefirió al fotogénico Francesco Rutelli sobre el tan poco fotografiable Giuliano Amato, actual premier. Una opción declaradamente calcada sobre la de Tony Blair, el neolaborista británico que supo poner fin electoral a más de década y media de conservadurismo en su país. Blair y su clon Rutelli representan un nuevo ideal de político europeo, joven, hiperactivo y siempre sonriente, que también encarna, desde la derecha, el gobernador de Carintia Joerg Haider. Todos se dicen (o dijeron) partidarios de la Tercera Vía, algo así como el camino estrecho que podía abrirse y quizá transitarse entre neoliberalismo y socialdemocracia.
Uno de los problemas en el cual coinciden, para su propia desesperación, izquierdas y derechas así aproximadas es el de la inmigración, frente al que deben acordar, lisa y llanamente, con las políticas europeas. En las últimas semanas, las dos penínsulas, itálica e ibérica, particularmente vulnerables por su ubicación a las oleadas maghrebinas y balcánicas, firmaron acuerdos que vuelven más severas a sus policías fronterizas. Nada hubiera sido diferente si ya gobernara en Italia la derecha, salvo la decisión probable de asignar menores cupos a los inmigrantes musulmanes, en consonancia con deseos e impaciencias de la Iglesia Católica, o de buena parte de ella.
En lo que quiso exhibir como un alarde de imaginación política, el Olivo lanzó el 10 de febrero en Trieste una campaña “a la norteamericana”. Un tren, bautizado el Rutelli Express, recorrerá 5200 kilómetros divididos en 61 etapas. Rutelli soportó con estoicismo el frío y el viento y los insultos de neofascistas, peregrinó por una iglesia serbia ortodoxa (famosa por los milagros) y por otra católica (para no ofender a nadie), pronunció un pequeño discurso lírico sobre la apertura de la UE al Este para edificación del canciller esloveno Rupel, cuya presencia se había casi forzado, estrechó la mano de un verdulero (que creía que Rutelli era un personaje de tevé), y finalmente, junto con su compañero de fórmula Piero Fassino, subió al tren expreso. Este festival del Olivo fue comentado por Berlusconi. “La izquierda padece una regresión a la infancia, juega con trencitos”, dijo. “Como Rutelli sabe que no puede ser jefe de gobierno, aspira por lo menos a ser jefe de estación”, concluyó. Si bien desde hace semanas las encuestas aseguran una ventaja clara para Berlusconi, en los últimos días la coalición de centroizquierda ha empezado a acercarse a la de centroderecha, a medida que el electorado centrista afina sus preferencias, y las expresa. En la hiperdemocrática Italia, esto significa que los grandes partidos comienzan a cortejar con intenciones más serias a los pequeños. Massimo D’Alema, del Olivo, ex primer premier ex comunista, ofreció una alianza electoral a Rifondazione Comunista (PRC), que implicaba que esta formación no presentara sus candidatos en algunas circunscripciones pero que a su vez encabezara las listas en otras. Al estilo de la propuesta del PSOE a Izquierda Unida en las elecciones generales españolas de 2000. Pero Fausto Bertinotti, líder de PRC, la rechazó. Por ahora. El otro partido al que busca la izquierda es Italia dei Valori, liderado por Antonio de Pietro. Este ex juez antimafias y anticorrupción se ha metamorfoseado en una especie de héroe pop, empeñado en ser un caballero solitario. Por su parte, la derecha festeja a Democracia Europea, un partido nuevo creado por viejos políticos, Sergio D’Antoni y Giulio Andreotti, que se postula a su vez, sí, como la verdadera Tercera Vía. Y jura que ésta no es otra que la democracia cristiana.
El acercamiento por puntos de los extremos ha desencadenado una batalla campal en el Parlamento por la fecha de las elecciones, que unos quieren en abril y otros en mayo. También ha intensificado la lucha por la identidad ideológica donde ésta es necesaria, en el interior del Olivo. Las oposiciones marcadas desde siempre, y que ahora se agudizan, son entre quienes piensan en un partido de izquierda fuertemente sindicalizado, ciertamente reformista, pero con marcada identidad social (y aun “clasista”), y quienes desde hace años trabajan por atemperar esa identidad. Entre quienes atienden como base material al movimiento obrero y quienes buscan hacer del principal partido de la izquierda italiana un interlocutor de otras clases sociales, entendidas, con razón o sin ella, como las más productivas e innovadoras.
Si un Sergio Cofferati está entre los primeros y D’Alema entre los segundos, la posición más lúcida –más políticamente lúcida– acaso sea la de Amato, conocido bajo el apodo medieval de “Doctor Subtilis” por sus éxitos en la intriga universitaria. La fórmula del ex socialista para curar las enfermedades del centroizquierda es “partido socialdemócrata con vocación mayoritaria”. Esta formación, prosigue Amato, “no deberá admitir solamente como líder a quien detente un curriculum ex Partido Comunista Italiano (PCI)”. Pero Amato, llamado el más norteamericano de los socialistas y acusado junto con otros de querer un partido demócrata clintoniano en Italia, es sin embargo el primero en saber que de estas nuevas fórmulas no se puede excluir al sindicalismo.
En cuanto a Berlusconi, ninguna definición ideológica es casi necesaria, en la medida en que pueda seguir presentando como demócratas convencidos a sus aliados de extrema derecha. Cuando Rutelli lanzaba su tren expreso, Berlusconi había vuelto de un viaje a Inglaterra donde había presentado a Margaret Thatcher, quien las aceptó, sus credenciales de conservador neoliberal. Como Haider, Berlusconi también se jactó en Londres de su parecido con Tony Blair. Pero del otro lado del Atlántico, su favorito innegable es George W. Bush, con quien comparte, en su propio contexto de política interior, varias obsesiones personales: la inmigración, la privatización de la enseñanza, la politización del Poder Judicial, con la consiguiente pérdida de independencia de éste.

 

PRINCIPAL