Por Sergio Kiernan
En el campo de exterminio nazi
de Bergen Belsen se mantenía una contabilidad de la muerte exacta
y rápida. En una pequeña oficina al fondo del campo, cerca
de los hornos crematorios, el Arbeitsdienstführer, el jefe de trabajos
forzados, administraba la vida de sus prisioneros junto a un grupo de
oficiales de la SS especialmente entrenado en una nueva tecnología.
Los SS perforaban unas largas tarjetas de cartón, registrando la
nacionalidad, nacimiento, habilidades, filiación, número
de hijos y características físicas de cada uno de los miles
de prisioneros que llegan a Belsen cada día, junto con las razones
para su deportación. Un agujero en la tercera columna significaba
un homosexual. Uno en la nueve un elemento antisocial. Uno
en la 12 un gitano. Uno en la 8 un judío. Las tarjetas que manejaban
la población eran preparadas y computadas en máquinas Hollerith,
la más avanzada tecnología de la época. Las máquinas
eran fabricadas por la filial alemana de la IBM, con el entusiasta, coherente
y continuado apoyo de su casa matriz en Nueva York.
Edwin Black, un investigador norteamericano hijo de sobrevivientes del
Holocausto, acaba de publicar un libro sobre la alianza estratégica
entre el Tercer Reich e IBM antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
Al frente de un equipo de 100 reporteros y archivistas que trabajó
durante dos años en Alemania, EE.UU., Israel, Gran Bretaña,
Holanda, Polonia y Francia, Black descubrió el involucramiento
consciente de IBM, directamente y a través de sus subsidiarias,
en el Holocausto y en la maquinaria de guerra nazi que mató a millones
de personas.
No se trata de un caso de apropiación de tecnología por
parte de un vencedor, o de un abuso de máquinas existentes antes
de que Hitler llegara al poder. El autocrático presidente de la
IBM en los años treinta y cuarenta, Thomas J. Watson, vio en el
Reich una oportunidad de expandir mercados y un cliente de privilegio,
y lo trató como tal. Cuando Alemania quiso una lista de los
judíos, IBM le mostró cómo hacerla, escribe
Black. Cuando el Reich quiso usar esa información para empezar
programas de expulsión social y expropiación, IBM proveyó
los medios. Cuando los trenes tenían que llegar a tiempo a los
campos de concentración, IBM le ofreció soluciones. En última
instancia, no hubo nada que IBM no estuviera dispuesta a hacer por un
Reich dispuesto a pagar bien.
La conclusión es lúgubre: Sin IBM el Holocausto hubiera
sido, como fue en muchos episodios, un asunto de simples fusilamientos,
de marchas de la muerte y masacres organizadas con lápiz y papel.
La automatización y la tecnología fueron cruciales en los
fantásticos números que Hitler logró asesinar.
Conexión alemana
En 1993, Black visitó el recién inaugurado Museo del Holocausto,
en Washington, junto a su madre. El Museo está construido al
revés: se entra por un gran hall, se sube hasta el último
piso en un ascensor siniestramente parecido a una cámara de gas
y se baja caminando por una rampa. Apenas salido del ascensor, los Black
vieron en una de las primeras vitrinas una impecablemente restaurada máquina
negra con brillantes botones y palancas plateadas. Era una ordenadora
de tarjetas Hollerith IBM D-11, que había sido usada en el
censo de 1933 que, por primera vez, había identificado a los judíos
de Alemania con nombre, apellido, dirección y profesión.
Hitler acababa de asumir el poder en enero y preparaba el nacimiento de
su dictadura total para aplicar sus programas de limpieza étnica.
En esa época preinformática, procesar un censo tomaba hasta
tres años y era una tarea apenas estadística: era muy difícil
obtener de la masa resultante de biblioratos y cuadernos información
específica sobre alguna persona ogrupo, en forma rápida.
Los nazis, sin embargo, estaban interesados en identificar exactamente
cuántos judíos había en el país y dónde
estaban.
IBM proveyó la solución, a través de su filial local,
Dehomag (Deutsche Hollerith Maschinen Gesellschaft). La compañía
norteamericana tenía viejos lazos con Alemania. De hecho, había
sido fundada por Herman Hollerith, un inmigrante que había inventado
la tarjeta perforada en la década de 1880 y se había hecho
muy, muy rico. En 1911, Hollerith le vendió sus patentes y su fábrica
a Thomas J. Watson, un vendedor de máquinas de coser que le dejó
el nombre de su creador a las máquinas, pero llamó a la
compañía International Business Machines Corporation, IBM
Co. En 1922, Watson absorbió a Dehomag, por entonces una empresa
independiente que usaba licencias de IBM, y la transformó en una
filial. Muy pronto, la Dehomag se transformó en la estrella más
brillante de las sucursales internacionales de IBM y para 1933, cuando
Hitler entra en escena, triplicaba regularmente las ganancias esperadas.
Lo que IBM inventó para el Reich fue el censo racial, que
describía no sólo las afiliaciones religiosas sino también
las líneas de sangre retrocediendo por varias generaciones,
escribe Black. Usando su propio staff y equipos, IBM de Alemania
diseñó, llevó a cabo y proveyó tecnología
para que el Tercer Reich hiciera lo que nunca se había hecho: automatizar
la destrucción de seres humanos. El primer contrato con los
nazis fue el procesamiento del censo general de Prusia, el mayor estado
alemán, en 1933. En lugar de años, IBM tardó 4 meses
en analizar los números, usando un gran edificio en Alexanderplatz,
Berlín, que alojó a 450 perforadores que transfirieron
la información del censo a tarjetas perforadas, a razón
de 450.000 por día. Cada vez que aparecía un judío,
la tarjeta se procesaba por separado y pasaba a llamarse tarjeta
de conteo de judíos.
Terminado el conteo, comenzó un trabajo de cruce de datos jamás
antes intentado. IBM reordenó la información usando 25 categorías
en 35 operaciones diferentes, para separar y filtrar por profesión,
residencia, nacionalidad y otras características. El resultado
fue una base de datos de la que emergió un mapa de la presencia
judía profesión por profesión, ciudad por ciudad,
manzana por manzana, escribe Black. Los decretos raciales del Reich,
que expulsaron a los judíos de barrios, ciudades y profesiones,
podían ser ejecutados por el Estado con una precisión nunca
vista. Por ejemplo, a los colegios médicos no se les pedía
simplemente que echaran a sus miembros judíos: se les mandaba la
lista completa de personas a expulsar.
Y cuando los nazis comenzaron a detener y expulsar a los judíos
orientales, los detestados inmigrantes de Polonia que fueron
sus primeras víctimas, también tenían listas. IBM
no tuvo más que imprimir la información de las tarjetas
judías que mostraban una perforación en la décima
fila de la columna 26 o 27, que indicaba a los que hablaban polaco.
Ganancias y expansión
El censo fue un éxito tal, que los pedidos de máquinas
llovieron. Dehomag construyó la primera fábrica de la IBM
en Alemania y recibió, por su importancia estratégica, una
completa exención impositiva. En poco tiempo, el Estado alemán
operaba más de 2000 máquinas Hollerith y construía
una íntima relación con IBM. Es que la compañía
no vendía simplemente las máquinas y se desentendía
de su uso. De hecho, sólo las vendía por un sistema de leasing
que implicaba alquileres a largo plazo, mantenimiento mensual, upgrades
de piezas y un intenso programa de entrenamiento a los operadores y, más
grave en este contexto, a los usuarios.
En la década del treinta no existían computadoras ni software
como los conocemos hoy, pero sí existían códigos,
aplicaciones y mecanismos que permitían crear tarjetas y métodos
de contarlas específicos. La sede central de la IBM alemana guardaba
duplicados de todos los códigos en uso los de Belsen, los
de los ferrocarriles, los de las deportaciones, losde los censos
y enviaba puntualmente una vez por mes un técnico a revisar cada
máquina, aunque estuviera adentro de un campo de la muerte. Los
equipos de capacitación técnica de la empresa entrenaron
a miles de funcionarios nazis y de la SS y establecieron una red de atención
al cliente en todos los países ocupados. También se encargaron
de obtener el papel para producir nada menos que 1500 millones de tarjetas
por año sólo en Alemania.
En la Noche de los Cristales Rotos, el progrom que marcó el comienzo
del fin para los judíos alemanes, en 1938, se usó la información
reunida en tanta tarjeta. Cuando los alemanes invadieron Polonia, Dehomag-IBM
tuvo ganancias record: nunca se habían vendido tantas máquinas.
Los ejecutivos en Nueva York se quedaron maravillados por las ventas de
diciembre de 1939, cuando los escuadrones de la SS comenzaron a detener
a los judíos polacos, usando máquinas Hollerith.
Un amigo del Reich
¿Por qué este compromiso de IBM con los nazis, cuando
tantas otras compañías se alejaban de la violenta Alemania
nazi, aun antes de la guerra? ¿Por qué la compleja red de
disimulos y mediadores que creó IBM para no quedar comprometida
con Hitler y no quebrar la ley norteamericana durante la guerra? ¿Por
qué hicieron algo que ni siquiera hizo Henry Ford, un notorio antisemita
que financiaba revistas racistas y escribió de su puño y
letra el clásico antijudíos El Judío Internacional?
Para Black, la respuesta es simplemente dinero: IBM
no vio ningún dilema moral en hacerlo. Simplemente vio a Hitler
como un aliado comercial valioso. Estaba deslumbrada por las posibilidades
técnicas y dominada por un mantra corporativo amoral: si puede
ser hecho, debe ser hecho.
Watson, el presidente de la compañía, viajó a Alemania
regularmente durante los años treinta. Aunque no era un fascista,
en 1937 tomó el té con Hitler, fue agasajado por Goering
y recibió la Cruz al Mérito del Aguila Alemana, la más
alta condecoración que el Reich podía dar a un extranjero.
El ejecutivo vigilaba de cerca a su filial alemana, enviaba representantes
de alto rango a inspeccionarla todo el tiempo y reforzó la filial
suiza para mantener todo en su lugar y sacar las ganancias cuando la guerra
se hizo inevitable. Estas buenas relaciones hicieron que a fines de 1941
los nazis nombraran a un ejecutivo eficiente al frente de
Dehomag, que pese a todo era filial de un país, EE.UU., con el
que estaban en guerra. En 1945, con el Reich en ruinas, IBM se encontró
con sus ganancias intactas en cuentas especiales de países neutrales,
pudo recuperar sus máquinas y hasta descubrió que su fábrica
no había sido destruida.
Y después le alquiló las Hollerith a los nuevos vencedores,
que las usaron para administrar su ocupación de Alemania.
Dudas y aciertos
Por E. F.
Para el historiador francés especializado en la Segunda
Guerra Mundial Jean Pierre Azéma, la tesis de Black es audaz
y abre un campo de dudas e investigaciones futuras. Black
prueba sin ambigüedad cómo los medios de negocios aportaron
su ayuda al nazismo, explica Azéma. IBM detentaba
el monopolio tecnológico de las máquinas y el suministro
de tarjetas perforadas. Pero afirmar que IBM participó concientemente
en la Shoá es no tomar en cuenta algunos elementos centrales.
La exterminación de los judíos empezó recién
a finales de 1941 y Black no toma en cuenta la interpretación
según la cual la exterminación de los judíos
no fue programada y pensada por Hitler desde el comienzo. Pero no
se puede negar que Black aporta revelaciones importantes sobre las
relaciones de una empresa del tamaño de IBM con la Alemania
nazi.
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Una filial leal y
limpia
Por Eduardo Febbro
Ningún judío participa en el capital o
se encuentra en un puesto directivo de esta empresa. La tajante
frase proviene de un informe oficial de la filial francesa de IBM
fechado en 1942, durante la ocupación alemana. Es uno de
los poquísimos documentos de la época que se pudo
encontrar en los archivos de la empresa: los papeles de IBM de los
tiempos en que Hitler gobernó Francia no aparecen por ningún
lado.
Sin embargo, los sindicalistas de la compañía lograron
encontrar retazos. Otro es un memo del administrador de IBM de esa
época, donde afirma que conozco personalmente al director
general y a los otros dirigentes. Todos pueden ser considerados
como personas absolutamente fiables. En el plano político
todos pertenecen a la corriente que sigue al mariscal Petain y en
varias ocasiones probaron su voluntad de colaborar con Alemania.
En resumen: el administrador anuncia que sus directivos son fieles
seguidores del gobierno colaboracionista de Vichy.
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