Por Pablo Rodríguez
Uruguay es, decididamente, un
país raro en el contexto actual de América latina. Visto
desde el más cercano de sus vecinos, que vendría a ser Argentina,
más aún. Ayer, los uruguayos acudieron a las urnas para
dar su apoyo a la posibilidad de convocar a un referéndum para
derogar 13 de los casi 100 artículos de una Ley de Urgencia para
una reforma parcial del Estado. Concretamente, dichos artículos
plantean la asociación con capitales privados en el puerto de Montevideo
para operar una terminal de contenedores, la apertura a la libre empresa
en la explotación de los ferrocarriles nacionales, y la modificación
del estatuto legal de la cooperativa de lácteos Conaprole, una
de las principales empresas exportadoras del país, de la que se
excluiría a los representantes del Estado. Si los convocantes de
la consulta, la coalición izquierdista del Frente Amplio-Encuentro
Progresista y los principales sindicatos del país, consiguen que
vayan a votar casi 600.000 personas (el 25 por ciento del padrón
electoral), habrá referéndum sobre dicha ley. Los resultados
oficiales se conocerán hoy.
Más allá de lo pequeño que pueda parecer lo que está
en juego, la consulta de ayer será el primer episodio de una batalla
política que promete: la del presidente uruguayo Jorge Batlle y
parte de su coalición de gobierno versus el Frente Amplio y los
sindicatos. El tema es la privatización de las empresas del Estado
y la apertura de la economía a las inversiones extranjeras: Batlle
es el más significativo neoliberal que ha tenido Uruguay en su
historia y la izquierda ve en esta Ley de Urgencia la punta de lanza de
una desaparición progresiva del papel del Estado en la economía.
De hecho, ni bien termine esta consulta y más allá incluso
de su resultado, el EP-FA lanzará una campaña a fin de derogar
la reforma de la Carta Orgánica de la empresa telefónica
estatal Antel, que habilita a vender hasta el 40 por ciento de las acciones
de su servicio de telefonía celular, Ancel.
Los funcionarios más cercanos a Batlle han planteado varias veces
que, con un índice de popularidad muy alto, el presidente tiene
que aprovechar este año para lanzar una catarata de reformas, las
más que se puedan. El líder de la coalición de izquierdas,
Tabaré Vázquez, respondió anunciando que habrá
una lluvia de plebiscitos. Batlle y Vázquez se reunieron
el mes pasado para tratar de bajar los decibeles de una batalla en la
que los dos pueden perder mucho, sobre todo por el desgaste que implica.
Algunas figuras del Frente Amplio llegaron a decir que hay que moderar
la tendencia a convocar plebiscitos y quien fue el líder histórico
de la izquierda, Líber Seregni, dejó en claro que estas
consultas sólo sirven para casos excepcionales. Y de
hecho, la izquierda sólo se sumó a la campaña para
que los electores se acercaran ayer a las urnas una vez que los sindicatos
hubieran obtenido las firmas necesarias para avalar la consulta.
La estima del Frente Amplio por consultas y plebiscitos tiene un fundamento
concreto y medianamente cercano. En 1992, nada menos que el 72 por ciento
del electorado votó contra la Ley de Empresas Públicas impulsada
por el gobierno del blanco Luis Alberto Lacalle, la versión uruguaya
de Carlos Menem. La izquierda y los sindicatos lideraron la campaña
por el no pero sectores de los partidos tradicionales de Uruguay, el Blanco
o Nacional y el Colorado, se adhirieron fuertemente. Esa es otra de las
rarezas uruguayas: habiendo sido el primer país de Latinoamérica
y quizás del mundo en tener un Estado de bienestar (allá
por los años 20) impulsado por el colorado José Batlle
y Ordóñez (tío abuelo de Jorge Batlle), el país
oriental siempre se inclinó por la preeminencia del Estado en la
economía. Y esa es una de las razones que explican por qué
Jorge Batlle, con un discurso coherentemente liberal desde la década
del 60, haya tenido que perder cuatro elecciones presidenciales para ganar
la quinta en 1999, en una alianza de su Partido Colorado con el Blanco.
Pero la situación económica de Uruguay de 1992 a la fecha
cambió bastante. La devaluación de la moneda en Brasil (del
cual la economía uruguaya depende en gran medida) en 1997 y la
sostenida caída de los productos agrícolas en el contexto
internacional minó la actividad económica uruguaya y cuestiones
como desocupación y pobreza ya llegaron para instalarse. En este
contexto, Batlle y su equipo de economistas, encabezado por el ministro
de Finanzas Alberto Bensión, argumentan que la única manera
de lograr la reactivación es atrayendo a los capitales extranjeros,
entre otras cosas, a través de las privatizaciones.
El Frente Amplio y algunos sectores colorados y blancos ven en la jibarización
del Estado la antesala de un carnaval à la Menem. Proponen que
sea el Estado quien lidere la reactivación, con políticas
de industrialización selectiva que permita a Uruguay ser un digno
furgón de cola de Brasil y Argentina, las grandes economías
del Mercosur. Batlle, en cambio, es partidario del ALCA que impulsa Estados
Unidos.
Por todo esto, lo pequeño que se jugó ayer es el signo de
lo grande que aún queda en juego: si Uruguay podrá seguir
siendo todo lo raro que es.
Claves
La coalición
de izquierdas Frente Amplio y los sindicatos uruguayos impulsaron
esta consulta para derogar 13 artículos de una Ley de Urgencia
que contempla la privatización parcial de algunas administraciones
estatales.
Si esta consulta es apoyada
por el 25 por ciento del padrón electoral (unos 600 mil votos),
se podrá convocar al referéndum para anular dichos
artículos.
La izquierda pretende
así frenar los intentos del presidente uruguayo, el colorado
Jorge Batlle, de reformar el Estado y abrir la economía a
inversiones extranjeras.
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