Por Hilda Cabrera
Creador de obras destinadas
al público de los corrales (patio cerrado y descubierto), a los
teatros de la corte y festividades de la Iglesia, el autor que se llamó
a sí mismo Pedro Calderón de la Barca (abandonando definitivamente
en 1621 el Calderón Riaño) escribió La dama duende
en 1629 a modo de burla de una sociedad en que los varones, de algunos
estamentos al menos, se ufanaban de proteger el honor de las mujeres de
la familia hasta sus últimas consecuencias. En el caso de esta
obra, los afanes de dos hermanos por impedir cualquier acceso amoroso
a la insumisa Angela, la hermana joven, hermosa y viuda, se ven desairados
por la misma mujer y sus cómplices amigas. En esta adaptación
de una pieza de capa y espada más famosa que
la otra de Calderón fechada en 1629, Casa con dos puertas, mala
es de guardar, los versos adquieren una resonancia particular. No
sólo por la evidente influencia de otros autores en el creador
de La vida es sueño, principalmente Cervantes, Lope de Vega y Tirso
de Molina, sino por la ágil versión de José Luis
Alonso de Santos, quien cruza diferentes épocas con fluidez, aunque
sin intención transgresora. En su propuesta, introduce elementos
característicos de la comedia francesa del siglo XVIII (la referida
a historias de enamorados y criados confidentes) y bromas y picardías
propias del vodevil contemporáneo.
Los estudiosos han destacado la habilidad de Calderón para argumentar
y fusionar drama, comicidad y poesía. Escribió más
de 120 comedias, numerosos entremeses cómicos, autos sacramentales
y composiciones poéticas. Su particular empeño por reflejar
discursos únicos para cada personaje se advierte también
en este trabajo presentado por la Compañía Nacional de Teatro
Clásico de España, donde se destacan Enrique Simón,
en el papel del vehemente Don Manuel; Lola Baldrich, como la bella estratega
Doña Angela; Antonio Castro (Don Luis, el enamorado no correspondido),
y Alfonso Lara y Cecilia Solaguren en los roles de los criados Cosme e
Isabel. El espectáculo gira en torno de la moralidad ortodoxa del
siglo XVII, ridiculizada aquí por una viuda apasionada. El contrapunto
entre la picardía femenina y el discurso enfático de los
varones protectores resulta eficaz, lo mismo que la puesta en primer plano
de supersticiones, entre otros los de creer en duendes y fantasmas, o
equiparar a la mujer con el diablo.
En este montaje se mezclan sutilezas y rusticidades, se modifica el verso
calderoniano y el vestuario de época, y se incluyen personajes
que a modo de asistentes de escena arman y desarman el decorado a la vista
del público. En principio, al espectador no se le oculta nada.
Sabe que la puerta de la alacena-escondrijo no es un adorno de la pared
y que los giros de un gran panel escenográfico lo convierte en
testigo de mundos diferentes. Pero el conocimiento de estos artilugios
no implica saberlo todo. La obra sigue pidiéndole al espectador
un resto de ingenuidad frente a algunas secuencias, entre otras la que
protagonizan Don Manuel y su criado Cosme, temerosos de un ser sobrenatural
en la oscuridad del cuarto en que se hospedan.
Los problemas del
Cervantes
Por lo menos dos decretos parecieron en su momento beneficiar
al Teatro Nacional Cervantes, fundado en 1921: aquel por el cual
se lo declaró Monumento Histórico Nacional y otro
que le otorgó autarquía administrativa. Pero la falta
de un presupuesto acorde con las necesidades del teatro que
desde hace un año conduce el actor y director cordobés
Raúl Brambilla y la dependencia respecto de los burócratas
de turno entorpecen una y otra vez su tarea. El Cervantes (al que
este año se le asignó un presupuesto de 3,4 millones,
sobre el que pende la amenaza de recortes) no es una institución
pública más. De modo que toda demora o error, sea
de orden administrativo o artístico, repercute en el escenario.
Es cierto que hoy se observa alguna que otra área en restauración,
pero son muchas más las que aún permanecen descuidadas
o muestran huellas de obras iniciadas años atrás y
nunca concluidas. Entre los últimos emprendimientos figuraba
la refrigeración de las salas. La empresa contratada debía
terminar las obras el 10 de febrero, pero no cumplió lo pactado.
De ahí que el prometedor IV Programa Iberoamericano de Teatro
no se desarrolla hoy en el marco que merecen artistas y público.
Así, intentando aliviar la sofocante temperatura, previamente
a las funciones se introducen grandes barras de hielo en los conductos
destinados a la refrigeración, insuflando ese aire enfriado
por medio de ventiladores. Así es como algunos espectadores
llegan a percibir un repentino y fugaz frescor que atenúa
el bochorno.
|
|