Por Luciano Monteagudo
Desde
Berlín
Como si la Berlinale hubiera
querido desmentir la dudosa fama que supo cosechar durante los últimos
cinco años en los cuales cuatro Osos de Oro fueron a parar
a grandes producciones de Hollywood el cine de capitales norteamericanos
fue, en la noche de clausura de ayer, el gran perdedor de la competencia,
a pesar de que el presidente del jurado oficial fue William Bill
Mechanic, ex patrón de la 20th. Century Fox y uno de los productores
de la monumental Titanic. Se podría decir que el heterogéneo
jury que integraron, entre otros, el cineasta argentino Héctor
Babenco, la actriz Jacqueline Bisset y el realizador italiano Dario Argento
tuvo esta vez una visión más amplia del mundo y del cine
y se animó a premiar aquellos films que van más allá
de los convencionalismos, empezando por el Oso de Oro a Intimacy (Intimidad),
la intensa película que el francés Patrice Chéreau
filmó en Londres, a partir de un par de textos de Hanif Kureishi.
No fue el único premio para Intimacy que se llevó también
el Oso de Plata a la mejor actriz (la estupenda Kerry Fox) y el Der
Blaue Engel Preis al mejor film europeo en concurso.
Por su parte, La ciénaga, de Lucrecia Martel, luego de su excelente
repercusión entre la crítica, ganó finalmente el
Premio Alfred Bauer, que lleva su nombre en memoria del fundador del festival
y que se otorga a un primer largometraje con una particular capacidad
de innovación. No cabe duda de que el film de Martel por
su brillante puesta en escena, por su notable utilización del sonido
en función dramática entra perfectamente en esa categoría,
pero también podría haber aspirado a un premio mayor. Aún
así, el Bauer tiene su prestigio, considerando que fue el premio
que lanzó las carreras de cineastas como el francés Léos
Carax y del coreano Chang Sun Woo, luego una revelación en las
dos ediciones del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, primero
con Película mala, infinita, inacabable y luego con la impresionante
Mentiras.
El Grand Prix del jurado, que tiene la forma de un Oso de Plata y es considerado
el segundo premio en importancia del festival, lo consiguió Beijing
Bicycle, una película china que las autoridades de la Berlinale
mantuvieron reservada como una sorpresa, hasta el último día.
Se trata de un film de una fuerte impronta humanista, en el cual el director
Wang Xiaoshuai (un representante de la llamada Sexta Generación,
que ya había tenido su bautismo de fuego en los festivales de Rotterdam
y Cannes) plantea una relectura muy inteligente y actualizada de créase
o no Ladrones de bicicletas, el clásico neorrealista de Vittorio
De Sica. A partir de allí, Wang echa una mirada clínica,
nunca sentimental, sobre los profundos cambios que están sacudiendo
a la sociedad china en éstos días. A su vez, Beijing Bicycle
forma parte de un proyecto de producción más amplio, titulado
Historias de tres ciudades, del cual también se presentó
en competencia Betelnut Beauty, del taiwanés Lin Cheng-sheng, que
con su retrato de Taipei se llevó el Oso de Plata al mejor director.
Este fue, sin duda, el premio más discutible, porque había
en la competencia otros trabajos más evidentes para premiar, empezando
por el de Martel en La ciénaga y siguiendo por el de algunas de
las dos películas japonesas, injustamente olvidadas por el jurado,
que también dejó con las manos vacías a A ma soeur!,
el inquietante film de la francesa Catherine Breillat.
El cine norteamericano apenas si se pudo llevar a Hollywood el Oso de
Oro al mejor actor para... un mexicano, el gran Benicio del Toro, por
su magnífica composición de un corrupto policía de
Tijuana, en la promocionada Traffic, de Steven Soderbergh, que fue la
favorita de la crítica alemana, según la compulsa del periódico
Der Tagesspiegel entre los distintos cronistas locales. Mucho mejor que
a Traffic le fue a Italiensk for Begyndere (Italiano para principiantes),
la quinta películadanesa que lleva el sello del controvertido Dogma,
una divertida comedia de costumbres, pero excesivamente ligera como para
haber obtenido no sólo el Premio del Jurado oficial (equivalente
a un tercer lugar, luego del Oso de Oro y del Grand Prix Oso de Plata)
y también el premio de la crítica (Fipresci), del cual el
film de Lucrecia Martel se quedó afuera por apenas un voto.
Más allá de la coyuntura de los premios, el Festival de
Berlín tiene, de cara al futuro, un enorme desafío por delante.
Después de 22 años al frente, se retira su director general,
Moritz De Hadeln, y con él también se va Ulrich Gregor,
quien fuera el fundador y programador excluyente del Forum del Cine Joven,
por 33 ediciones consecutivas. En una ciudad en la que desde la caída
del Muro todo ha cambiado constantemente, desde los nombres de las calles
hasta gran parte del trazado y la arquitectura de la ciudad misma, De
Hadeln y Gregor fueron empujados finalmente por los nuevos vientos que
soplan en Berlín y tuvieron que ceder sus tronos. Será responsabilidad
de Dieter Kosslick y Christoph Terhechte, sus respectivos sucesores (el
primero enfrentado con De Hadeln, el segundo un delfín
de Gregor) continuar con la eficiencia que le ha ganado a Berlín
la justa fama de ser el festival mejor organizado del mundo y, a su vez,
de renovar los contenidos de una muestra que junto, con Cannes y Venecia,
sigue marcando el ritmo del calendario cinematográfico internacional.
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