Por Julián Gorodischer
El orgullo de ser idiota
es la nueva fórmula televisiva que bate records de audiencia en
los Estados Unidos. Alguien (en este caso, Johnny Knoxville) descubre,
de pronto, que hay algo fascinante en caer en bici por la colina y chocar
contra el paredón. Un ingrediente no debería estar ausente
en la cruzada: Sé que estoy cometiendo una idiotez, pero
no puedo evitarlo, grita el hombre en cuestión mientras se
acerca la paliza. El calvario (en Jackass, el flamante ciclo
de MTV) no tiene límites: Johnny, o alguno de sus amigos, es bañado
por una marea de materia fecal, o electrocutado mientras corre, o desnudado
en plena avenida del centro. En todos los casos se ve al héroe
disfrutando de eso que llama hazaña. La semana pasada,
este hombrerevelación fue tapa de la revista norteamericana
Rolling Stone. Muchas estrellas de rock le envidiarían la fidelidad
de sus fans.
Lo de Johnny Knoxville (P.J. Clapp es su nombre real) es un rapto. Como
tal, es irracional y lo lleva a una posición extrema. La cámara
no se le separa cuando se lo ve en el baño callejero, completamente
cubierto por el excremento. O cuando pasa un día entero yendo del
gimnasio a la zapatería con una falsa erección en sus bermudas.
Se propone generar espanto y repulsión, alternativamente. No le
va nada mal en la tarea. Su campo de acción preferido es el pueblo
norteamericano de provincia, allí donde los vecinos no soportan
verlo (junto con sus amigos) en acción. Johnny y compañía
corren en colaless por sus pacíficas calles, o patean a un
falso bebé en la cabeza, sólo por diversión. La prueba
ha sido superada, cada vez que alguien grita: Por Dios, deja a ese
niño, o Córrete de aquí, sátiro
repugnante. El letargo se ha quebrado.
Todo este gran juego comenzó como una aventura casera (otra de
las claves del éxito repentino, tal vez la fascinación por
el ascenso desde la nada). En uno sus primeros videos, alguien rociaba
su cara con un concentrado de pimienta negra y exponía esa gonorrea
en los ojos. El experimento causó sensación entre
la intelligentzia under, y muchas revistas se pelearon por
apadrinar unas muestras para muy pocos. Después, el director de
cine Spike Jonze aportó un poco de habilidad técnica a las
ideas de Knoxville, y el programa de TV ya estuvo en marcha. MTV lo incorporó
a sus filas, aunque con el hábito objetable (al menos en la Argentina)
de tapar los genitales con un parche cuando alguien se desnuda, o hacer
sonar una alarma para silenciar insultos.
En Jackass aparece junto con el susto, lo repugnante,
la acción imbécil el sentido menos previsible de la
idiotez, como forma de provocación a la moral media que nada tiene
que ver con la (tan de moda) corrección política. Aquí
se dice sin velos, sin discursos aprendidos de memoria: si hay alguna
fuerza en las hazañas del programa, está en
su absoluta autenticidad. Es algo que no puede enunciarse que es
pura conmoción lo que aparece al ver a la bestia
persiguiendo a los vecinos espantados. Uno de los idiotas
se está haciendo el loco (y sí que le sale bien el papel);
los pueblerinos huyen con franca desesperación. La escena no admite
una lectura de orden moral: son ancianas que se tropiezan en el intento
de fuga, chicos que se ponen a llorar. Hay alguien que está haciendo
lo que no se debe, y no puede evitarlo. Este, con certeza,
no es el territorio de la cortesía o la urbanidad.
Johnny Knoxville no está solo, ni fue un pionero: hay otro personaje
que, en la pantalla de MTV, cosecha una misma fama de impresentable.
Jackass toma prestado el mismo código de El show
de Tom Green, un primo más elegante en la rama de los idiotas.
Menos obvio que Johnny, Tom Green comparte una misma vocación por
el calvario. Se muestra vomitando ante la lente, y festeja en el estudio
su papelón. Agrega a su propuesta un componente no menor: la exhibición
de su propia pesadilla, no fraguada, cuando la cámara acompaña
su operación (de cáncer en un testículo) o seentromete,
indiscreta, en la cama de sus mejores amigos. En El show de Tom
Green no hay división entre burladores y burlados: las reglas
son las mismas para todos. A veces, los gags de Johnny y Tom se superponen:
como cuando se burlan de un enano en patineta, o ríen a carcajadas
mientras golpean al falso niño en la cabeza, o a un cachorro. El
anzuelo ha sido tirado: a quien se les acerque para chillar frente a la
actitud del inmoral, se le revelará la farsa. Para
que quede en evidencia el verdadero idiota.
|