Radio taxis
Por Sandra Russo
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Ha terminado de cenar y quiere irse a su casa. Son más o menos las doce de la noche, estamos en Palermo. Ella dice que va a llamar un taxi. Algo hace ruido en la frase. Un ruido leve, que si no es sintonizado ahora dentro de unos minutos será incorporado al sonido del ambiente. Ya está: no ha dicho que va a tomar un taxi, sino que va a llamar a uno. Saca su celular y no necesita buscar el número en ninguna agenda. Lo sabe de memoria. Es que, explica, llama siempre a la misma empresa. Los conoce y le dan confianza. Hace mucho, sigue explicando, que no toma taxis al azar. Las historias de robos y violaciones en los taxis la espantan. Como a cualquiera, le digo.
La anécdota hubiese pasado al olvido si dos días más tarde otra amiga, después de otra cena, no hubiese dicho exactamente lo mismo, antes de discar en su celular no los siete dígitos de cualquier número corriente sino apenas tres. Le pregunto a qué empresa de radio taxis llama y me cuenta que hace meses que sólo se moviliza con una que tiene red satelital. Excitada, detalla que en esa empresa piden rigurosos antecedentes de los taxistas, que en la central tienen una pantalla en la que detectan permanentemente la ubicación de cada móvil y que tienen la tecnología necesaria para escuchar las conversaciones que tienen lugar en cualquier auto, y que incluso el chofer puede, con el mínimo movimiento de un botón, solicitar que esa conversación sea escuchada cuando intuye que hay peligro.
El tema también hubiese pasado al olvido, caratulado como �reflejos de la crisis de inseguridad entre mujeres solas de la clase media que se mantiene en tanto tal al menos según el medio de transporte que utiliza�, si unos días más tarde, en una sobremesa con un grupo de amigos, una pareja, padres de una adolescente, no hubiese relatado que la terapeuta de su hija les pidió autorización para darle a la chica de dieciséis años la tarjeta de una empresa de radio taxis �especializada en el transporte de adolescentes�. ¿En qué consiste la especialización? En estar duchos en llevar a su casa a chicos y chicas que, por ebriedad, confusión, falta de dinero o depresión por mal de amores encuentran difícil el regreso. A veces se encuentran en la calle, tarde y sin plata. Llaman al radio taxi, los lleva, y si es muy tarde para despertar a los padres para pagar el viaje, la tarifa pasa a la cuenta de la terapeuta, que después lo suma a sus honorarios. Otras veces, los chicos están tan borrachos o perdidos que no saben dónde están ni dónde viven, y los choferes son expertos es arrancarles datos orientadores. ¿Hay alguna estación de servicio cerca? ¿Es de Córdoba para allá o de Córdoba para acá? ¿Te acordás de alguna avenida por la que vayas siempre? ¿Qué colectivo tomás generalmente? Y así, con paciencia infinita y un aire paternal, a veces después de largas horas, los chicos y las chicas son dulcemente depositados en sus hogares.
El refinamiento de los radio taxis promete seguir creciendo en una ciudad que a veces huele rancio. Mientras la hostilidad multiplica sus formas y versiones, el mundo de los servicios se acomoda y genera anticuerpos tranquilizadores, que en todos los casos elevan aquella orden policial de �¡Identifíquese!� a una necesidad indispensable. La forma urbana de organización social, que en su origen privilegió el anonimato por sobre el quién es quién de la vida de pueblo, ahora exige circuitos cerrados que vuelvan a darle un nombre a cada uno. Aunque ese nombre se sepa a través de un micrófono oculto abajo de un volante, o después de una psicoterapia a cargo de un taxista que logra averiguar el domicilio del chico ebrio que dormita en el asiento de atrás.
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