OPINION
El oráculo de Olivos
Por Mario Wainfeld
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Aunque a esta altura de los hechos parezca difícil de entender, Fernando de la Rúa sigue queriendo que Pedro Pou abandone la presidencia del Banco Central.
¿Por qué, de a ratos, parece que busca lo contrario? Por lo menos por cuatro motivos.
El Presidente no quiere saltear �ni parecer estar salteando� ningún recaudo institucional. Consiguientemente desea que sea la comisión del Senado la que le indique el camino a seguir. Es claro que la comisión presidida por Mario Losada es de bajo perfil y �más allá de los rituales legales� no tiene ni la voluntad ni el peso político para resolver nada que no le sea �bajado� por el Ejecutivo. Pero formalmente es una instancia independiente y el Presidente quiere que (parezca que) funcione como tal.
Por añadidura no quiere aparecer apurado, a la zaga política de Elisa Carrió, Carlos �Chacho� Alvarez y Raúl Alfonsín.
Su modo de comunicar las decisiones, no sólo en este tópico, navega entre el laconismo y la ambigüedad.
La experiencia previa, en caso de funcionarios con espada de Damocles sobre su cabeza (v. gr. Carlos Silvani, Fernando de Santibañes) es que De la Rúa demora las soluciones de las crisis, las prolonga, apela a lo que Rodolfo Terragno llamaba cronoterapia: intentar que sea el transcurso del tiempo el principal factor que acomode las cargas.
Un par de datos concretos añaden piedras al �de por sí� lento camino elegido por el Presidente:
La falta de un sucesor de Pou. El candidato de cajón para dejar calmos a los mercados, al CEMA y a los jefes de la Alianza, Ricardo López Murphy se negó a aceptar. Es más, amenazó con dejar vacante la cartera de Defensa. Página/12 dialogó con tres fuentes de primer nivel del gabinete nacional (dos de ellas habían hablado con el ministro de Defensa) y todas concuerdan en no considerar definitiva la retirada de López Murphy. Pero, hasta ahora, su frase �no voy a avalar tribunales populares� sigue en pie. Dicho sea de paso, ese slogan �revelado en este diario en su edición del domingo� fue usado textualmente por Pou en una nota publicada ese mismo día en Clarín para definir su situación. Una coincidencia que demuestra la identidad de pensamiento, discurso y consignas que los aúna.
La oposición frontal de los llamados mercados, de la corporación de los banqueros y de los diarios de negocios, no por predecible menos virulenta, sobre todo a partir de los zigzags oficialistas. Una ofensiva que determinó que Pou se endureciera con el andar de los días. A principios de la semana pasada había admitido con un integrante del Gobierno que podía dimitir. El jueves, charlando con José Luis Machinea -su máximo abanderado dentro del Gobierno� de eso ni quería hablar.
A esta altura, un lector riguroso puede preguntar cómo se sabe cuál es la voluntad presidencial si su lenguaje es críptico, si su ministro de Economía parece guardaespaldas del funcionario menemista, si objetivamente sus gestos de estos días frenaron la ofensiva desatada por Elisa Carrió, Alfonsín y el Frepaso. La respuesta es una suma de señales.
Su �por darle un nombre algo resonante� decisión ha sido dialogada con el ministro del Interior (confirmada en un almuerzo que compartieron ayer) y con Colombo.
Le comunicó a Losada que acelerara las decisiones de la comisión senatorial, aconsejándole incluso que abandonara la idea de viajar a Estados Unidos. Esto es, privándolo de un rebusque para demorar un dictamen. Y �eso sí, sin decirlo con todas las letras� le sugirió que ese dictamen debía ser durísimo con Pou.
El presidente del Banco Central gusta presumir de su cultura. Le place citar a Jorge Luis Borges y, en la apasionada y extensa defensa que hizo de sí mismo, acudió a evocaciones de la mitología griega. No ha de sorprenderle que De la Rúa hable como una pitonisa, es decir, en forma esquiva para la comprensión de los mortales y usualmente pasible de dobles interpretaciones. Buscando interpretar a un oráculo, puede reiterarse la frase que encabeza esta nota: Fernando de la Rúa sigue queriendo que Pedro Pou abandone la presidencia del Banco Central.
El problema es que, a esta altura, para que Pedro Pou se vaya tal vez el Presidente tenga que hacer algo más que querer que Pedro Pou se vaya. |
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