Por Julio Nudler
Como la cosa más normal
del mundo, cantar tango es hoy oficio de mujeres, y, sólo excepcionalmente,
cuestión de hombres. Y aunque la cantidad suele diferenciarse de
la calidad, no dejan de surgir cancionistas (cantatrices no es término
usual) de talento. Entre las más reconfortantes sorpresas recientes,
a juzgar por los discos que han grabado, es de rigor destacar a Patricia
Noval, a la uruguaya Malena Muyala y a Lina Avellaneda, además
de la maduración de Lidia Borda como voz importante de la música
de Buenos Aires. Tampoco puede omitirse a Dolores Solá, baluarte
del conjunto La Chicana. En cuanto a los pocos cantores disponibles, sobresale
entre ellos claramente Alfredo Sáez, que es probablemente la voz
más significativa surgida después del ya lejano apogeo de
Guillermo Fernández. Hay que admitir, sin embargo, la posibilidad
de que existan algunas o quizá numerosas buenas gargantas más,
que al no llegar al disco permanecen ignoradas para el crítico.
Como muestra de ese posible mundo desconocido, en un CD casi amateur,
editado por la agrupación Gente de Tango en mayo del 2000 como
homenaje al compositor Armando Baliotti, se descubre a Daniel Fernández,
un refinado vocalista que remite a antecesores como Armando Garrido, aquel
notable cantante de Osvaldo Fresedo y Lucio Demare. En este caso se suma
el atractivo de un tema desconocido, con letra del poeta Juan Carlos Lamadrid
(Fugitiva, Rosa río), escrito en 1977:
La luz, la lluvia, tu mirada. La escasez de tangos nuevos
o inéditos en el repertorio de las voces actuales limita precisamente
su aporte: es difícil que sobresalgan sobre la base de obras a
las que los monstruos sagrados del género les exprimieron todas
las posibilidades. Hay excepciones, como la de Patricia Barone, con muchas
obras nuevas en el atril, pero no son necesariamente felices.
Una artista a destacar es Patricia Noval, que plantea en su disco Contramarca
un contrapunto muy interesante entre la vibración emocional de
su voz, realmente de tango, y los audaces arreglos poco o nada tangueros
del guitarrista Juan Barrueco en el acompañamiento musical. De
la conjunción surgen versiones muy atractivas de clásicos
como La última curda, Una canción
y De barro, creaciones en las que mejor funciona el temperamento
de Noval. También Lina Avellaneda, respaldada por la originalidad
de Daniel Díaz, mezcla con fortuna el tango con otros ritmos americanos.
De su último CD resalta una cautivante versión de Sueño
de barrilete en tiempo de bolero, además de Pasional
(vertido con adecuada teatralidad) y Garúa, en ambos
casos con un magnífico Jorge Navarro al piano.
Viniendo de otra parte, la uruguaya Malena Muyala le entrega al tango
una voz pequeña pero cálida y expresiva, respaldada por
unos buenos arreglos del bandoneonista Luis Di Matteo y hallazgos como
el acompañamiento de Garúa (¡una vez más!)
por el violoncellista Juan Rodríguez. Dentro de su repertorio demasiado
obvio, es refrescante la presencia de piezas como el vals Tu pálida
voz y A un semejante, uno de los mejores tangos de Eladia
Blázquez.
Viviana Vigil, con su estilo intimista, prescinde de toda marcación
y de todo recurso arrabalero para entender los tangos como canciones válidas
en cualquier lugar. Con Fuimos, Nada o El
segundo violín, hermoso tango de Rubén Juárez
y Juanca Tavera, ilustra su aproximación coloquial al género.
La actriz Cristina Banegas, en cambio, convierte cada tango en un unipersonal,
dejando ver su devoción por antiguas glorias como Rosita Quiroga
o por el Edmundo Rivero lunfardesco de los 60. Obras como Mano
a mano o De mi barrio son los mayores logros de su serio
trabajo, pero luego se entretiene en un repertorio liviano e intrascendente
que le resta valor. Desde el avezado Walter Yonsky, buceador de repertorios,
hasta jóvenes voces como la de Ariel Ardit, cantor charleano del
septeto El Arranque, pasando por Brian Chambouleyron, quien cobra interés
cuando se aleja del penoso enfoque paródico, cantores no faltan,
aunque tampoco abundan. Y entre ellos el singular Alfredo Sáez,
exponente vivo, en este nuevo siglo, de la escuela que fundó Gardel.
No es un renovador. Es simplemente un cantor impecable.
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