Por Martín Pérez
¿Intestinos dentro
o intestinos fuera?, pregunta educadamente el Dr. Hannibal Lecter
a su víctima, y antes de que pueda haber una respuesta la misma
ya ha in- gresado al panteón de las frases más aterrorizantes
de la historia del ci-ne contemporáneo. Al lado, por supuesto,
del gentil y gracioso goody, goody que el Lecter de Anthony
Hopkins utiliza como muletilla al hablar de lo que más le interesa
hablar. Es decir: de los placeres más mundanos de la vida burguesa:
comer, beber, amar... y, claro, asesinar.
Según nada menos que Stephen King, Hannibal Lecter es el más
grande monstruo de ficción de nuestro tiempo, y el flamante film
de Ridley Scott hace honor a semejante calificación, presentando
en sociedad a un Lecter ante el cual al espectador medio no le sea tan
difícil querer que se salga con la suya. Repitiendo la atrevida
pirueta con la que James Cameron transformó a su odioso Terminator
original en el paladín de la justicia y los niños pequeños
en la brillante secuela, Hannibal presenta con reparos, claro, porque
estamos ante un asesino serial a un Lecter que sólo ataca
a quienes se lo merecen.
Sus víctimas en el film de Scott son un millonario pervertido sexual,
un ladrón que se atreve a asaltarlo, un policía que pretende
entregarlo a sus enemigos antes que hacer justicia y un político
corrupto que ha osado hacerle daño a su amada Clarice Starling.
Con semejante adaptación, Scott dejó de lado la incomodidad
de la atracción por el mal que era el centro (y la clave) en los
dos films anteriores tanto en el olvidado Cazador de hombres de
Michael Mann como en la premiada El silencio de los inocentes por
la tranquilidad del malo culto que sólo hace el bien. Y que, como
si fuera poco, disfruta con el arte más elevado como el más
fino de los mortales.
Si en aquel film de Jonathan Demme el personaje de Hopkins sólo
estaba presente en treinta minutos de su metraje, Hannibal como
su nombre lo deja bien en claro es un casi exclusivo show de Lecter,
aun cuando éste recién aparezca en pantalla a media hora
de comenzada la película. Su trama está separada en tres
actos: uno en el que se cuenta la caída en desgracia de la agente
Starling (interpretada por Julianne Moore en lugar de Jodie Foster), otro
en el que se narra la aventura de Lecter en Florencia y un último
acto en el que el Dr. regresa a casa para ajustar cuentas con sus enemigos
y, por supuesto, con su Clarice.
Los diez años que debieron mediar entre aquella primera encarnación
de Hopkins como Lecter y esta secuela una década de espera
que se debió, mayormente, al tiempo que se tomó Harris en
escribir una nueva novela no mermaron el interés por el personaje,
tal como lo demuestra el éxito de taquilla del film en los Estados
Unidos. En él Hopkins hace de su Lecter un proto-Truman Capote
durante sus paseos por Florencia, mientras que Moore encarna de manera
convincente a una Starling mucho más dura y curtida que la que
conversó con Lecter vidrio de por medio. Y en este desfile de personajes
no deja de ser sorprendente la aparición del enésimo villano
cinematográfico de Oldman casi irreconocible, al punto que
pidió que sacasen su nombre de los créditos, en su rol del
malísimo Mason Verger y otro tonto engreído protagonizado
por un Ray Liotta que ya parece estar en decadencia.
Cine gore envuelto en seda, Hannibal es un film que entretiene en sus
propios términos, aun cuando por momentos exagere demasiado con
su envoltorio. Su trama entrega toda la sangre, los cortes y la tensión
que promete a priori, aunque su acto final termine siendo mucho más
refinado (artístico, puede decirse) que contundente.
Y eso actúa en consonancia con el malabar que permite disfrutar
del monstruo sin contraindicaciones. No hay en Hannibal el conflicto latente
en los dos films anteriores tanto en sus protagonistas como, obviamente,
en los espectadores por la atracción que presentaban las
atrocidades del antagonista. Aquí Lecter es el héroe. Y
su único crimen tal vez sea un exceso de cultura elevada, el único
rastro que permite reconocer a Hannibal efectivamente como un film clase
B para toda la familia... Manson, como bromea en su crítica el
New York Times. Y es que el film de Scott es precisamente para tomárselo
bien en broma. Pensando por ejemplo qué órdenes
le podría dar el joven protagonista de Terminator 2 a este Lecter
2, que sólo asesina por las causas correctas. Como los gobiernos,
la economía global e incluso el arte de masas.
PUNTOS
La oferta de Napster
Napster, el sitio de intercambio de archivos MP3, ofreció
mil millones de dólares en cinco años a las empresas
discográficas, en un esfuerzo por sobrevivir a la demanda
judicial en su contra. Fuentes de la empresa afirmaron que están
dispuestas a pagar 150 millones de dólares al año
durante cinco años a las principales discográficas,
y otros 50 millones anuales por licencias a empresas y artistas
independientes. Avisamos a todo el mundo en la industria de
la música, declaró sobre esta nueva movida estratégica
Andreas Schmidt, presidente de Bertelsmann AG, la empresa alemana
de medios de comunicación que resolvió su conflicto
con Napster por vía extrajudicial. Fuentes de la industria
discográfica aseguraron que el plan tiene pocas posibilidades
de ser aceptado, porque esos mil millones de dólares en cinco
años están muy lejos de compensar las pérdidas
que sufrieron por la distribución indiscriminada de canciones
sin pago de derechos de autor. En una declaración oficial
emitida ayer, Universal Music Group señaló que Napster
debe ofrecer un sistema legítimo que proteja a los artistas
y los derechos de propiedad intelectual. La semana pasada,
un juez de un tribunal de apelaciones dictaminó que Napster
era culpable de violar los derechos de propiedad intelectual, en
un fallo que podría determinar el cierre definitivo del sitio
en internet. La salida ofrecida por Napster y Bertelsmann fue convertir
al sitio en uno rentado, lo que comenzaría a regir a mediados
de año.
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El
estado de las cosas en Wenders
En �The Million Dollar Hotel�, el director de �Paris, Texas�
filma un argumento de su amigo Bono y confirma su suicidio artístico.
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Por
Luciano Monteagudo
Ya se sabe. Wim
Wenders, el director de El amigo americano y Paris, Texas, hace mucho
tiempo que no es lo que alguna vez fue: uno de los mejores cineastas de
su generación. Pero ante una película como The Million Dollar
Hotel cabe preguntarse qué fue del realizador de films fundamentales
como El movimiento falso, Alicia en las ciudades, En el transcurso del
tiempo... Y no se trata simplemente de que todo tiempo pasado fue mejor,
o de la infinita capacidad de engaño de la memoria. Cualquier revisión
de estos títulos e incluso de El estado de las cosas, Nicks
Movie o Tokyo-Ga, que siguen siendo tres magníficas reflexiones
sobre el cine mismo vuelve a probar que allí había
un director no sólo con un mundo propio sino también con
una manera de expresar la sensibilidad de una época, un cineasta
que con esas películas aún hoy, a más de dos décadas,
es capaz de seguir conmoviendo.
No puede decirse lo mismo de este Million Dollar Hotel, donde Wenders
parece recurrir a todos aquellos rasgos que hicieron de su cine un cuerpo
de obra inconfundible, pero que ahora recicla esos rasgos como meras marcas
exteriores, como signos sin vida. Aquí están, una vez más,
sus clásicos personajes en tránsito, desplazados de una
realidad que les es ajena, buscando alguna forma de identidad. Aquí
están también sus melancólicas visiones urbanas,
sus televisores encendidos inútilmente, sus constantes citas a
las canciones de los Beatles. Hasta está la modelo Milla Jovovich,
ocupando el mismo, misterioso lugar que alguna vez fue de Nasstasja Kinski.
Pero lo que ya no puede encontrarse en The Million Dollar Hotel la
película inmediatamente posterior a Buena Vista Social Club, el
documental sobre la vieja trova cubana que redimió circunstancialmente
a Wenders de sus últimas caídas es la verdad, la transparencia
que nutría cada una de sus primeras películas.
El argumento imaginado por Bono quien junto a U2 colaboró
con Wenders en las bandas de sonido de sus films menos interesantes: Hasta
el fin del mundo, Tan lejos, tan cerca y El fin de la violencia
reúne a todo un grupo de marginados y perdedores en un viejo hotel
en decadencia del centro de la ciudad de Los Angeles. Uno de los inquilinos
de esa comunidad excéntrica se ha suicidado y luego de su muerte
se descubre que era el hijo de un poderoso magnate de la prensa. Para
la investigación del caso, llega al Million Dollar Hotel un agente
especial del FBI, interpretado por Mel Gibson de una manera tan solemne
y perpleja como si hubiera entrado al set equivocado de Arma mortal. Lo
que sigue es una serie de encuentros y desencuentros de los improbables
personajes de ese hotel, narrados a partir del punto de vista de la criatura
más sensible del grupo el eterno idiota del pueblo
que cuenta toda la película en un flashback que precede a su propio
suicidio, después de arrojarse con una beatífica sonrisa
desde la terraza.
No faltará quien interprete esta caída como el definitivo
suicidio artístico de Wenders. Por el momento, parece sencillo
descargar las puerilidades del guión sobre las espaldas de Bono,
de quien se puede decir que cualquiera de las canciones que compuso para
la película parece mucho más interesante que la idea de
la película misma, de una ingenuidad casi adolescente. En defensa
de Wenders se podría argumentar que el director intentó
reproducir la imaginería de la obra de Edward Hopper un artista
al que el director siempre admiró y de quien tomó toda la
concepción de la luz de la película, pero por otra
parte no hay duda de que se dejó llevar mansamente por la sensiblería
de una historia de un humanismo tan cándido como falaz.
PUNTOS
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