Por Silvina Friera
En el Centro Cultural Agronomía
la banda El elefante del bazar y el maestro de ceremonias, interpretado
por Héctor Malamud, ofician de anfitriones y conducen a los espectadores
hacia el escenario donde se representa la obra Galileo, la aventura del
pensamiento, todos los domingos a las 19.30, con entrada libre, en el
marco de los festejos por los 180 años de la Universidad de Buenos
Aires. Bajo la atenta mirada de más de 700 personas, Galileo Galilei
se impone frente a chicos y adultos por igual, con sus explicaciones didácticas
sobre la caída de los cuerpos, como si estuviera dando clases públicas
al aire libre. La obra escrita y dirigida por Gabriela Marges propone
reflexionar sobre las consecuencias del oscurantismo, un obstáculo
permanente en el desarrollo del pensamiento crítico, pero en un
clima marcadamente festivo, que seduce a públicos de todas las
edades. Para acentuar este carácter, Marges apela a las técnicas
de circo (trapecistas, malabaristas y equilibristas), clown y música
en vivo, compuesta por el multiinstrumentista Axel Krygier (ex La Portuaria),
a cargo del grupo Paralelo 33.
El actor Pablo Finamore, como Galileo, se desplaza por las sogas y los
andamiajes de una escenografía multifuncional, apta para convertirse
en el laboratorio del matemático, físico y astrónomo
nacido en Pisa (1564), su habitación o el observatorio en donde
analiza el movimiento de los astros. La puesta reafirma el valor de las
dudas que siembra Galileo, como condición sine qua non del progreso
de las sociedades, condensada en una frase del propio científico:
La ciencia no puede más que avanzar. La iluminación
y la música contribuyen al juego de climas encadenados: de la fiesta
del inicio a la sospecha y la intriga que presagian la embestida de la
Iglesia contra la dulce violencia de la razón, proclamada
por Galileo. Es en este punto donde la música de Axel Krygier cobra
mayor densidad, en concordancia con el carácter opresivo de la
escena y completando un círculo de tensión.
El científico demuestra con humor (bien abordado por Finamore)
cómo el sistema universal del astrónomo Nicolás Copérnico
era una verdad irrefutable: La tierra se mueve. Tres pelotas
gigantes, una roja (el sol), otra celeste, (la tierra) y una gris (la
luna) son lanzadas por los actores para reforzar la idea del juego sobre
el escenario, mientras Galileo y el cronista se sumergen en una ardua
discusión sobre la cuestión del movimiento de los planetas.
El cronista, en tanto, es también encarnado sólidamente
por Malamud, y oficia como un personaje que va perdiendo sus máscaras
paulatinamente. Bisagra entre el pasado y el presente, no puede evitar
estar contaminado por la mediocridad de la época histórica
que describe y la que vive en tiempo real. Primero aparenta apoyar a Galileo,
después ataca los teorías del científico porque las
considera revolucionarias, un atentado contra el orden preestablecido.
La razón violenta los sentidos, dice el ambivalente
cronista, que se resiste a creer que una bolita tan oscura e insignificante
se mueva, y se niega según sus propias palabras a
vivir en el caos permanente.
En 1632, Galileo, que escribía sus trabajos en la lengua popular,
el italiano, estaba en boca del pueblo. Juglares, panfletistas
y cantores popularizaban sus descubrimientos astronómicos en las
comparsas del carnaval de ese año. El drama aumenta a medida que
el científico continúa con su tarea de esclarecimiento y
comprueba que la tierra gira alrededor del sol, cuestionando seriamente
la teoría geocéntica, que impulsaba la Iglesia. Paradojas
de la historia que persisten y allanan el camino de este espectáculo
teatral hacia múltiples lecturas posibles.
Si Galileo tiene razón, nadie tiene que enterarse, ni Galileo.
¿Cómo un astrónomo puede ser el dueño de la
verdad?, dispara el cronista, transformado en una suerte de temible
cardenal inquisidor. Acusado de manchar el mensaje divino, al admitir
teorías heliocéntricas, obligan al astrónomo aretractarse.
Esta escena se constituye como uno de los momentos de máxima tensión,
por su evidente paralelismo con la dictadura militar argentina, aunque
no haya alusiones directas al respecto. Cuando de la boca de Galileo le
sustraen, violentamente, papeles (sus escritos, sus verdades), el personaje
se ve sometido a la persecución y a la tortura, en este caso intelectual.
El cronista cuenta que la verdad escapó para ser escuchada: la
famosa frase Eppur si muove (¡Sin embargo se mueve!),
que a los oídos sordos del clero recién fue reconocida varios
siglos después, más precisamente en... 1992. Demasiado tarde
para grandes reivindicaciones.
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