Por Hilda Cabrera
Después de trabajar durante
años en Europa, el actor y director argentino César Brie
decidió diez años atrás que su lugar estaba en Bolivia,
más exactamente en Yotala, a 20 kilómetros de Sucre, donde
fundó el Teatro de los Andes. Allí prepara las obras del
grupo, organiza encuentros y talleres y edita la revista El tonto del
pueblo. Antes participó de obras de investigación junto
a importantes artistas, entre otros la actriz y docente danesa Iben Nagel
Rasmussen, integrante del Odin Teatret de Eugenio Barba, desde su formación
en 1964. Brie buscaba un lugar en la zona andina. Quería tomar
distancia, hacer algo propio, según dice en diálogo
con Página/12. Hizo intentos en zonas de la Argentina, Chile, Perú
y Ecuador, pero optó por Bolivia. Lo estimulaba el hecho de que
le pareciera imposible concretarlo en ese país y el convencimiento
de que es mejor ser inmigrante dentro de una cultura tradicional
fuerte, que nos permita aprender y confrontar. Brie trae a Buenos
Aires su Ubu en Bolivia, pieza de 1994 que se verá desde hoy hasta
el domingo en el IV Programa Iberoamericano que se viene desarrollando
en el Teatro Nacional Cervantes. Se trata de una adaptación de
la obra del francés Alfred Jarry. Además de Brie, quien
también actúa, participan Lucas Achirico, Cristian Mercado,
Freddy Chipana, Gonzalo Callejas, María Teresa Dal Pero y, en iluminación,
Giampaolo Nalli.
La búsqueda de un lugar que implique un desafío se conecta
con su valoración de la escena: Combato esa idea de que para
hacer teatro hay que dedicar el tiempo a ejercicios. Lo que se necesita
es apertura de mente, tener qué decir y hallar formas orgánicas
para comunicarse. Teatro de los Andes lleva estrenadas trece obras
desde 1991. Entre otras Colón, Sólo los giles mueren de
amor, Graffiti, En la cueva del lobo (basada en un relato de Boris Vian),
sobre la que se realizó además una versión quechua
para zonas rurales, y La Ilíada, que enlaza la épica
con lo trágico y grotesco y está dedicada explica
Brie al gran intelectual Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado cuando
el golpe de Estado de Luis García Meza, y al escritor Rodolfo Walsh.
Entre los anteriores espectáculos del Teatro de los Andes vistos
en Buenos Aires figuran Las abarcas del tiempo y Graffiti, interpretada
por artistas argentinos, brasileños, bolivianos, un uruguayo y
un danés. Era una investigación sobre la experien-cia
de los jóvenes latinoamericanos rozados por la violencia cuenta
Brie. Nada complejo ni completo.
¿Sus espectáculos surgen siempre de un taller?
No. En general, parto de una idea y sobre ésta investigo.
Para mí la escena es realmente un campo de reflexión. En
Graffiti, mi intención era enseñar a un grupo de jóvenes
la realidad del teatro: la investigación, el trabajo
actoral, vocal y musical, la organización y representación,
los ensayos, el aburrimiento de la repetición, la dureza de viajar,
montar, desmontar... Que no se ilusionaran, sino que acabaran
su taller convencidos de la dureza, el sacrificio y al mismo tiempo la
particular belleza del hecho teatral.
¿Esto es lo que diferencia al teatro de las otras artes?
No. Lo diferente es el espacio escénico. La escena es una
puerta hacia otra cosa, un campo metafísico. Doy un ejemplo personal:
puedo dialogar con mi padre que murió cuando yo tenía
quince años haciéndolo aparecer en escena. Hoy tengo
la edad que él tenía cuando murió, y puedo mostrarlo
a él en sus quince años, cuando no pensaba en este hijo
que soy. Estas modificaciones del tiempo y de las dimensiones son procedimientos
sólo posibles en el teatro.
En una obra anterior, Sólo los giles mueren de amor, había
justamente un trabajo muy intenso sobre la muerte, pero sobre todo a través
de objetos. ¿Qué papel cumplen éstos en sus obras?
En el espacio vacío de mis obras los objetos tienen rango
de actores. No son una decoración. Aquélla era una obra
íntima, donde la intención era escuchar el propio
interior. Ubú en Bolivia es diferente. Tiene un corte grotesco
y humorístico. Fue hecha para conquistarnos un público en
ese país. Conserva la locura surreal de Alfred Jarry, pero relacionada
con elementos contemporáneos de Bolivia y de los demás países
de América latina. Es una reflexión sobre las dictaduras
y la corrupción.
¿Fue difícil conquistar un público en Bolivia?
Cuando llegué me encontré con un país que tenía
un teatro independiente no profesional y que carecía de público
teatral. Recuerdo que presenté un monólogo con mucha prensa
previa en un teatro de 700 butacas y sólo reuní 18 espectadores
entre amigos y periodistas. Pensé que peor no me podía ir
y eso fue muy claro para mí. Supe que tenía que crear un
teatro y un público. Con Las abarcas del tiempo, cuatro años
más tarde, esa misma sala estaba colmada.
¿Cómo vive la cultura boliviana?
Es un país tan raro respecto de lo que pueda pensar un porteño...
En Bolivia conviven lo primitivo y lo moderno, y da la impresión
de que se puede hacer todo, pero de una forma diferente a la que para
nosotros es normal. Sobre esto tengo otro ejemplo personal. Soy músico
y toco la flauta traversa. Un día se rompe, y sabiendo que en Sucre
no hay un lutero especializado en este instrumento, pienso enviarla a
arreglar a La Paz. Pero alguien me dice que no, que vaya a ver a un señor
que es portero de un edificio, porque es un hombre hábil con las
manos y siente gran curiosidad por los elementos técnicos. Voy
y se le iluminan los ojos porque nunca antes vio una flauta traversa.
Se queda con ella y me dice que vuelva al día siguiente. Cuando
regreso, me la entrega ya arreglada, y muy bien. Hace cinco años
de esto y hasta ahora no tuve problemas.
¿Traerá La Ilíada a Buenos Aires?
No lo sé todavía. No hay nada acordado. La vamos a
presentar de nuevo en Bolivia y, en octubre, en el Centro Dramático
de Toulouse, en Francia. Es un trabajo con varios viajes al
presente. Uno de ellos surgió después de tener conocimiento
de una carta sindical que los trabajadores de la morgue de la ciudad de
Córdoba le escribieron a Videla en 1980. Protestaban respetuosamente
por la gran cantidad de larvas y gusanos que tenían que levantar
del piso de la morgue por los muchos cadáveres que les dejaban
fuera de las cámaras frigoríficas. Pedían botas y
guantes y que se hiciera lo posible para meter los cuerpos dentro de los
frigoríficos para poder servir mejor al gobierno.
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