Por Oscar Lamorgia *
Existe un concepto extendido
en los más diversos tratamientos que se ocupan de alcohólicos
y toxicómanos: la recaída. En tanto el norte clínico
de la gran mayoría de esos tratamientos consiste en generar un
pertinaz abstencionismo, la recaída comportaría necesariamente
una suerte de fracaso parcial: del paciente; del tratamiento; de los cuidados
familiares; o del concurso real de esas tres instancias. Esta concepción
está fuertemente cargada en una ideología que se encuentra
a mitad de camino entre los modelos preventivos denominados ético-jurídico
y médicosanitario, que hacen del abandono del consumo el alfa y
el omega del proceso terapéutico.
A modo ilustrativo, quisiera compartir una experiencia que me tocó
presenciar, a fin de que se vislumbre el grado de ingenuidad con que muchas
veces se instalan dispositivos cuya torpeza produce, en el mejor de los
casos, resultado cero, y, en el peor, termina siendo decididamente iatrogénica.
En un hospital de día especializado en alcoholismo y toxicomanías,
se les había ocurrido establecer un ranking, consignado en una
pizarra en el comedor: en la cúspide aparecía el nombre
del paciente que llevaba mayor cantidad de tiempo en abstinencia, y el
dégradé terminaba en el nombre de quien había recaído
más recientemente. Y ocurrió que una joven que estaba completando
la fase de hospital de día y que no se drogaba ni alcoholizaba
desde hacía ocho meses y su compromiso con el tratamiento,
en cuanto a rediseño de un proyecto de vida, era inmejorable,
pasó al final del ranking, a causa de una conducta que fue sancionada
institucionalmente como una recaída de fin de semana:
la paciente contó que, en una reunión familiar, había
comido dos bombones de licor.
En primer lugar, conviene estar advertido del estatuto clínico
que una recaída posee: es menester establecer si se trató
de lo que técnicamente se denomina pasaje al acto,
conducta altamente autodestructiva cuyo objetivo puede ser quitarse la
vida mediante una sobredosis. En este caso habrá que instrumentar
los mecanismos más idóneos para evitar repeticiones, por
ejemplo: aumentar la cantidad de sesiones semanales; medicarlo; derivarlo
a una internación corta que lo saque de la situación crítica;
proporcionarle un acompañamiento terapéutico; aumentar la
frecuencia de los encuentros con la familia; etcétera.
Pero también podríamos estar en presencia de un acting-out:
una actuación que está dirigida a alguien, que tiene destinatario.
Estas actuaciones apuntan a que el otro se trate de un familiar,
del profesional de la salud que lo atiende, de un allegado particularmente
significativo para el paciente, etcétera a quien el paciente
coloca, justificadamente o no, en el lugar de la causa, tome conciencia
de su responsabilidad en el malestar que lo aqueja. Por ejemplo: Me
drogo porque mi viejo no me deja en paz, ...porque mi novia
me abandonó, ...porque no tolero tanta presión
laboral, ...porque este país no da posibilidades.
También podría tratarse de una suerte de chequeo que algunos
pacientes creen necesitar para comprobar que el tóxico ya no tiene
en su vida la pregnancia de otrora. Usualmente lo formulan de este modo:
¿Sabe que el otro día tomé cocaína y
me pegó mal? Como que ya no es lo mismo.... Hay que efectuar
la insoslayable salvedad de que, si se trata de tóxicos que generan
una fuerte dependencia orgánica como ocurre con los opiáceos,
esa prueba llevada a cabo por el paciente puede hacerlo retroceder en
su tratamiento de un modo altamente peligroso. Y lo enunciado en este
apartado, esto hay que subrayarlo, en ningún momento puede ni debe
contar con la aprobación del profesional actuante. Lo menciono
porque muchas veces ocurre en la clínica y merece ser despejado
para que cuestiones de órdenes absolutamente diferentes no queden
camufladas bajo los mismos ropajes. Cuando se trabaja con adictos, una
de las primeras preguntas que debemos formularnos es si estamos en presencia
de una complejidad simple como sería el caso del armado de
un rompecabezas, que admite sólo una solución posible,
o de una complejidad dinámica como en el ajedrez, donde,
a veces, conviene sacrificar una pieza importante para ganar la partida.
Lejos de sancionar de un modo duro e inexorable una recaída, ésta
podría ser utilizada (una vez anoticiados de su existencia) como
un termómetro del cambio operado, o no, en la posición existencial
del sujeto que nos ocupa.
Esto significa que no se pueden plantear tratamientos seriados, lineales
y cuyos pasos no tengan en cuenta la singular configuración bio-psicosocial
del pa(de)ciente, como así también la coyuntura epocal en
la que el tratamiento mismo se inscribe.
* Ex supervisor del servicio de toxicología del Hospital Fernández.
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