MURIO
JOSE LUIS D�ANDREA MOHR
Locura
Por Luis Bruschtein
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No hay temor más oscuro
para la locura que la sospecha de estar loco. Una persona normal, sensible
y vital en un mundo desencajado, cruel y criminal es testimonio, acusación
y prueba de esa locura institucional. Cuando aparece alguien así,
como el capitán (R) José Luis DAndrea Mohr, ese mundo
intenta desesperadamente destruirlo. Y usa como arma la misma con la que
se siente acusado. Si él está loco, yo no lo estoy, se tranquiliza.
Porque percibe que si él es sensible, yo soy cruel. Si él
es moral, yo soy inmoral.
Las Madres de Plaza de Mayo fueron acusadas de locas por la dictadura
y DAndrea Mohr tuvo el honor, como él mismo decía,
de haber sido destituido del Ejército acusado de loco por sus denuncias
sobre las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.
DAndrea Mohr murió ayer en el Hospital Militar en el marco
de un proceso que él no había iniciado, por el cual la institución
le devolvía el grado de capitán en retiro que le habían
sacado en 1986. La muerte de una persona íntegra, de un amigo y
compañero, causa dolor y también indignación por
ese mecanismo absurdo por el cual se valora más lo que se ha perdido.
Quizás esto suceda también por la forma de DAndrea
Mohr de hacer las cosas, de emprender las batallas más desiguales
con la misma naturalidad con que tomaba un café y se fumaba un
cigarrillo, sin pretensión épica, aunque la hubiera, ni
exaltaciones personales. Afrontaba sus peleas desde una profunda convicción
ética y con una gran sensibilidad humana. Pero las contaba como
quien cuenta una buena historia a los amigos, una historia divertida donde
no importaba tanto el valor de sus acciones, sino la pobreza moral de
sus enemigos.
Su bisabuelo, su abuelo y su padre fueron militares igual que él
y sin embargo decía que no creía en las guerras ni en los
ejércitos. Su vida militar, de la que contaba las anécdotas
más desopilantes, discurrió entre la rebeldía a un
orden que no compartía y la necesidad de encontrarle un sentido.
Por eso elegía los destinos más difíciles como el
de paracaidista o como cuando pidió que lo enviaran a la Antártida.
Y al mismo tiempo, en los enfrentamientos entre azules y colorados, se
negó a tomar las armas contra sus camaradas a pesar de estar enrolado
con los colorados. Y se negó también a reprimir al pueblo
el 17 de noviembre de 1972, cuando miles de personas se movilizaron en
el primer retorno de Perón.
Ese día patrullaba la ciudad con un pelotón de la Policía
Militar y se topó con un grupo de 2000 personas que querían
marchar hacia Ezeiza. Disuelva ese grupo, le ordenó
su superior. Se quitó el casco y se acercó a los caminantes.
Una anciana de ojos azules se paró frente a él y le preguntó
si los iban a matar. Contaba que esa mujer, que le recordaba a su abuela,
lo terminó de convencer.
Mirá vos, si nos hubiéramos encontrado en esa época,
a lo mejor nos cagábamos a tiros, reflexionó otra
vez mientras tomaba un café con un amigo que había sido
militante en los 70. Y entonces repetía siempre que no hay
que dejar que otro nos diga quién es el enemigo.
En 1976 fue dado de baja por Videla, por desobediencia. Se recibió
de periodista y en 1986 fue destituido por loco, por una junta
médica integrada, entre otros, por un ginecólogo. Su pelea
contra una institución enloquecida y poderosa de la que había
formado parte fue una buena pelea. Y la dio con lealtad y sin demagogia,
eligiendo siempre el lugar más difícil, como lo había
hecho cuando estaba en ella.
Quizás el que hubiera sido militar hizo que la atención
recayera más en este hecho que en su invalorable aporte a los derechos
humanos en la Argentina. Su minuciosa investigación sobre la estructura
jerárquica de la represión durante la dictadura constituyó
una de las pruebas más contundentes de que había existido
un plan sistemático de exterminio y de apropiación y sustracción
de bebés. Dilucidó y confirmó responsabilidades y
nombres de los asesinos e inclusive abrió pistas importantes en
labúsqueda de los hijos de desaparecidos que realizan las Abuelas
de Plaza de Mayo. Esa investigación, que fue publicada en sus libros
Memoria de vida y El escuadrón perdido, arrojó una luz que
las leyes de Obediencia Debida y Punto Final habían tratado de
tapar.
Así como hubo un antes y un después con la publicación
del Nunca Más, también lo hubo a partir de estos trabajos
de José Luis DAndrea Mohr en los que había combinado
sus conocimientos militares con su nueva profesión de periodista.
De hecho se convirtieron en auxiliares imprescindibles en las redacciones
y lo convirtieron a él en testigo de todas las causas abiertas
contra los militares de la dictadura en Argentina y en el mundo.
La voz tonante, sus bromas, su calidez resuenan todavía en la redacción.
Se extraña su disposición franca para la amistad. Era un
hombre pacífico, pero de pelea. Deja la lección de una vida
plena, sencilla y con mucha dignidad, aunque para vivirla haya tenido
que armar tanto alboroto en este mundo a contramano.
Los restos de José Luis DAndrea Mohr serán despedidos
hoy a las 14.30 en la capilla del Cementerio de Chacarita.
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