Por Alfredo Grieco y Bavio
El intento de golpe protagonizado
por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero el 23 de febrero
de 1981 fracasó a sólo 18 horas de haber comenzado. Aun
así, la asonada mantuvo con la respiración cortada a los
españoles durante la noche más larga en la historia
reciente del país. La sucesión de los acontecimientos fue
vertiginosa y, sin embargo, su lógica externa, entonces como ahora,
resulta transparente y sin sorpresas.
Las naciones meridionales europeas que en la década de 1970 se
incorporaron con celeridad a la democracia parlamentaria como paso previo
a su admisión al club del Mercado Común sufrieron, con igual
velocidad, una reacción de sus sociedades, para las cuales esta
transición no llegaba sin sobresaltos. Más que Portugal
y Grecia, fue España la que sufrió una verdadera reacción
violenta, que quiso reinstaurar el viejo orden del franquismo después
de un lustro de democracia pornográfica. Es sintomático
que esta reacción haya sido impulsada por la Guardia Civil, el
cuerpo de quienes desde el siglo XIX funcionaron en España como
paramilitares legales y cuyos tricornios negros fueron un lugar común
del terror en los años de Franco. También es sintomático
que, como destacan aun los relatos más revisionistas, la fuerza
determinante en frenar a la asonada fuera el rey. Al mismo tiempo, en
este contexto donde las fuerzas capaces de decidir el curso de la acción
eran bien decimonónicas, ya despuntaban los temores de la España
bien posmoderna del siglo XXI: Lo primero que pensamos fue que era
un comando de ETA disfrazado con uniformes de la Guardia Civil,
cuenta el entonces secretario general de la Casa del Rey, Sabino Fernández
Campo.
A las cinco de la tarde de aquel 23 de febrero, empezaba en el Congreso
la sesión plenaria para la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo
como nuevo presidente del gobierno y sucesor de Adolfo Suárez.
A las 6.23, unos 200 miembros de la Guardia Civil, al mando de Tejero,
irrumpieron en el Palacio y tomaron como rehenes a los 350 diputados y
al gobierno en pleno. A los dos minutos, se interrumpió la señal
en directo de la radiotelevisión pública (RTVE), pero una
cámara no detectada por los golpistas siguió grabando los
acontecimientos.
Mientras tanto, en los acuartelamientos de La Brunete todo estaba listo
para el asalto a Madrid. La Acorazada, la unidad más potente del
Ejército, dio comienzo a la operación Diana,
pero al darse cuenta los altos mandos de que el golpe, en contra de lo
que pensaban, no era apoyado por el rey Juan Carlos de Borbón,
ordenaron el regreso de los tanques. Tropas leales al gobierno rodean
el Palacio del Congreso.
El otro escenario favorable a los golpistas fue el Levante. El capitán
general de la III Región Militar, teniente general Jaime Milans
del Bosch, decretó el estado de excepción en Valencia y
movilizó a una fuerza de 1800 hombres, 60 carros de combate, además
de otros vehículos y cañones. A las 22.30 horas, la tercera
ciudad de España estaría totalmente tomada por el Ejército.
En una nota a las Capitanías Generales, el Rey manifiesta que la
Corona no respalda el golpe y ordena mantener a las tropas en los cuarteles.
Los dos grandes sindicatos, Comisiones Obreras (CC.OO., comunista) y Unión
General de Trabajadores (UGT, socialista), se declararon leales súbditos
de su majestad. A la una de la mañana, en una conversación
telefónica con el Rey, Milans del Bosch anunció su rendición.
Veintitrés minutos más tarde, en un mensaje por radio y
televisión, el Rey, vestido de militar y en su calidad de jefe
del Estado y de las Fuerzas Armadas, declaró que el orden constitucional
ha de ser respetado y que no tolerará ningún intento de
interrumpir por la fuerza el proceso democrático del país.
A las 11.58 horas de la mañana, comprobando que han caído
todos su apoyos exteriores, Tejero aceptó rendirse. Su condición,
que fue aceptada,es que suboficiales y guardias civiles rasos no fueran
responsabilizados del golpe. Media hora después, se rindió.
Las especulaciones no cesaron durante 20 años y el aniversario
hizo que se publicaran libros con nuevas tesis y documentos desconocidos.
Uno de los enigmas que perduran es si el rey sabía de la asonada.
El hecho de que su intervención fuera decisiva es usada como argumento
por defensores y detractores. Una nueva investigación periodística
elige un camino intermedio y califica al Tejerazo de golpe democrático,
que con su escenificación hizo abortar uno ultraderechista. Otra
culpa al Centro Superior de Inteligencia de la Defensa (Cesid), es decir,
los servicios secretos.
Más acá de las interpretaciones, el 23-F es una de las fechas
que registran todos los españoles. Es difícil dar con un
solo ciudadano adulto que no haya visto las imágenes de la entrada
de un guardia civil, pistola en mano, en el Parlamento nacional. Los exabruptos
de Tejero al entrar en la cámara ¡Quieto todo
el mundo... se sienten, coño! y los disparos de sus
hombres para amedrentar a los diputados se convirtieron en lugares comunes,
en citas de la conversación cotidiana. Cinco años después
de la muerte de Franco, el Tejerazo fue una angustiosa recapitulación
en 18 horas de la Guerra Civil (1936-39), pero con el final cambiado.
Claves
Según los sondeos,
la mayoría de los españoles cree que la democracia
está asegurada en su país al cumplirse hoy 20 años
del Tejerazo, la asonada militar-paramilitar que buscó
poner fin en 1981 a una transición democrática que
había empezado cinco años antes.
La intentona golpista
era el resultado del descontento e inquietud de sectores y estamentos
que añoraban el orden de los años del
franquismo ante los cambios, que percibían como cataclísmicos,
de la democracia del destape.
Desde entonces, la monarquía
constitucional se afianzó, y España ingresó
en la Unión
Europea. Pero el conflicto con ETA prueba que la transición
no ha sido tan modélica como gusta proclamar hoy el gobierno
de Madrid.
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Otro crimen, otra
detención y otro escenario
La España cuyo primer reflejo ante el Tejerazo fue son
etarras disfrazados no cambió en los 20 años
de democracia asegurada. Ayer ocurrieron dos hechos a los que vascos
y españoles están terriblemente acostumbrados:
la diferencia residió en que se destacaron sobre el fondo
de un escenario cambiado. La organización independentista
vasca ETA mató a dos personas e hirió a otras cinco
cuando hizo explotar un coche bomba en la ciudad vasca de San Sebastián.
Los dos muertos eran empleados de una empresa eléctrica,
pero el objetivo habría sido uno de los heridos, el concejal
socialista Ignacio Dubreil Churruca. El otro hecho es la detención
del presunto jefe del aparato militar de ETA, Xabier García
Gaztelu, alias Txapote, en Anglet, sur de Francia. Y
el decorado nuevo es la proximidad de las elecciones del País
Vasco en las que el nacionalismo podría acaso perder el gobierno
por primera vez desde el fin de la dictadura franquista en 1975.
El martes pasado, el lehendakari (presidente del gobierno vasco)
Juan José Ibarretxe, anunció la convocatoria a elecciones
para el próximo 13 de mayo. Ibarretxe, del Partido Nacionalista
Vasco (PNV), se encontraba en una posición curiosa: se había
quedado sin mayoría en el Parlamento, pero tampoco ninguna
mayoría opositora lo podía voltear. Ahora, el PNV
y su aliado nacionalista, Eusko Alkartasuna (EA), enfrentan la posibilidad
de que los dos grandes partidos españoles, el Popular (en
el gobierno en Madrid) y el Socialista, se unan para derrotar al
nacionalismo. La sombra de la ETA en este panorama es más
que palpable. La alianza entre el PP y el PSE fue una reacción
a la ofensiva etarra y a la posición ante ella del nacionalismo
vasco en el poder. A su vez, Euskal Herritarrok, brazo político
de ETA, rompió su alianza gubernamental con el PNV y el EA
por la misma razón. Y se habla de que el candidato de una
posible alianza PP-PSE sería nada menos que Jaime Mayor Oreja,
actual ministro del Interior, vasco de nacimiento y punta de lanza
de la vía policial de Madrid.
En medio de esta polarización, la vía policial
es precisamente la que prima. El coche bomba que la ETA hizo explotar
fue ubicado en el barrio Martutene, de San Sebastián. El
concejal Dubreil Churruca, su escolta y tres empleados de la empresa
Elektra resultaron heridos. Los empleados fallecidos fueron identificados
como José Angel Santos Larrañaga, de 40 años,
y Josu Leonet Azkona, de 31, quien aparentemente estaba en las filas
de EH, según el propio portavoz de la organización,
Arnaldo Otegi.
Bastante cerca de allí, pero cruzando la frontera, era detenido
Txapote, uno de los líderes etarras más
buscados por las policías francesa y española. Hace
cinco meses, en la misma región, era detenido Ignacio Gracia
Arregui, Iñaki de Rentería, entonces número
uno de la ETA. Txapote es responsable, según
las autoridades españolas, de varios crímenes, y se
supone que tomó las riendas de los comandos etarras luego
de la detención de José Javier Arizcuren Ruiz, Kantauri,
hace dos años.
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HABLA
ALBERTO OLIART, MINISTRO DE SANIDAD EN 1981
EE.UU., ni en contra ni a favor
Por Miguel González
Desde
Madrid
Alberto Oliart Saussol, 72
años que su aspecto se empeña en desmentir, estaba sentado
en el banco azul del Congreso como ministro de Sanidad cuando, hace hoy
20 años, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero
interrumpió a tiros la sesión de investidura de Leopoldo
Calvo Sotelo y arruinó sus planes de marcharse a casa, cansado
como estaba de las luchas intestinas de la Unión del Centro Democrático
(UCD). El Rey y yo pensamos que el ministro de Defensa en estos
momentos tienes que ser tú, le dijo el flamante presidente
del gobierno, una vez recuperado del sobresalto. Muchas gracias
por el honor que me hacéis y por la papeleta que me endosáis,
contestó resignado. Durante más de año y medio, hasta
el triunfo socialista de octubre de 1982, fue el encargado de investigar
el golpe, sentar en el banquillo a los cabecillas, desactivar las tramas
golpistas y encajar en la democracia a un ejército traumatizado
por lo sucedido aquella larga noche.
¿Pudo haber triunfado el 23-F (por 23 de febrero, fecha de
la intentona)?
A principios de 1981, una conspiración militar rápida
y por sorpresa, casi más un putsch que un golpe de Estado, hubiera
tenido alguna posibilidad de éxito. Pero la dimisión de
Suárez y el nombramiento de Calvo Sotelo como candidato a presidente
rebaja mucho ese clima, porque desaparece la gran excusa: el supuesto
vacío de poder que el ejército debía llenar. El 23-F
fue un intento de ir a por todas en el último momento, apoyándose
en un golpe diseñado de una manera por unos y ejecutado de otra
manera por otros.
¿Dudó el rey Juan Carlos I?
Yo creo que lo único que dudó el Rey es cómo
hacía el discurso, que hubo que repetirlo ya que la primera vez
se equivocó, y cómo se vestía, porque cuando llegó
el equipo de TVE estaba en chandal y fue a ponerse el uniforme de capitán
general. El Rey es muy militar y hace lo que un buen general: medir sus
fuerzas y saber con qué bazas cuenta antes de jugarlas.
¿Cuál fue la actitud de Estados Unidos?
Es evidente que Estados Unidos veía con mucha inquietud la
democracia española y es posible que algunos gestos de Adolfo Suárez
(entonces jefe de gobierno, recibiendo a (el líder palestino) Yasser
Arafat o abrazándose con Fidel Castro, no contribuyeran a tranquilizarla.
Entonces, Estados Unidos jugaba al blanco y negro. Y no había más.
¡Hombre!, tampoco los rusos jugaban al gris. (El líder soviético)
Andrei Gromiko le soltó a Calvo Sotelo que si España entraba
en la OTAN aumentaría el terrorismo. Así se lo dijo, no
utilizó fórmulas más amables. Aquella frase de Alexander
Haig (secretario de Estado norteamericano) de que el 23-F era un asunto
interno respondía a esa lógica. Yo se lo dije cuando estuvo
aquí: Ha ofendido usted a todos los demócratas españoles.
Luego, cuando ya habíamos entrado en la OTAN, sacaron a Terence
Todman, su embajador aquí.
¿Qué papel jugó Todman?
A favor del golpe, ninguno. En contra, tampoco. Todman, que había
estado en los golpes de Hispanoamérica, iba a enterarse de todo.
Yo le tuve que llamar la atención, porque fue a visitar a determinado
capitán general. Embajador, le dije, ¿qué
le parecería si yo fuera a su país y, sin informar al Pentágono,
me reuniera con altos militares americanos?. Era una visita
de cortesía, se excusó. Pues le repito lo que
le he dicho, repliqué.
OPINION
Por Eduardo Haro Tecglen*
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Nada se pierde, todo
se transforma
Se recuerda el 23-F; las encuestas muestran satisfacción
mayoritaria por lo conseguido. No hay peligros, la democracia es
firme. Creo que España sería distinta si no hubiera
ocurrido, y si el aplacamiento de los sublevados, el disimulo de
los grandes implicados y la trama civil y el consejo de guerra suave,
con cómplice, y sentencias apocadas y prensa retraída
(en este claro periódico quedaron crónicas magistrales
de Martín Prieto: su último verdadero trabajo) no
contribuyeron a fijar los límites de la transición,
incluso con un refuerzo de la figura del rey, cuya actitud aquella
noche vino después de la cesión de los altos militares
que no querían ser militarotes. Puede que la capitalización
del suceso haya sido otro cambio de la historia, y la caracterización
de un rey nombrado por Franco y que había jurado los principios
del Movimiento Nacional: y cumplido, durante su primer gobierno,
el continuismo con AriasFraga-Areilza. Entre las maneras de
enfocar la historia, y su filosofía, yo tengo la de que no
acaba nunca, creo que nada pasa en vano, nada se desvanece, como
dicen de la materia: se transforma.
El cristianismo se ha transformado en docenas de sectas, y todavía
preocupan hoy los obispos que no se adhieren al pacto antiterrorista,
como si dos falacias inútiles cambiasen las cosas. Cuando
los rusos borraron la historia, se quedó debajo; hace diez
años reapareció con popes, huesos imperiales y cosas
así. Algún estalinismo subyace: hay convencidos de
que los actuales depredadores son aquellos que no pudo suprimir
Stalin.
Hay quien cifra la transición en el momento en que el país
revira hacia Felipe González, como si volviera a Pablo Iglesias
y a Jean Jaurès. Pero pienso que estaba impregnado no sólo
de la escuela y de los usos del franquismo y el totalitarismo, aun
en contra de la voluntad, sino que sin la mala salida del 23-F hubiera
tenido un poco más de audacia y una idea hacia la izquierda.
En el vocabulario de después apareció el desencanto.
Luego, el desencanto del desencanto: la evolución hacia el
dinero, el racismo, la derecha clásica, los niños
rojos llevados a colegios religiosos de extrema derecha. Atribuirlo
todo, y a Aznar y a su corte, de la que es difícil olvidar
cómo mordía en la oposición, al 23-F es demasiado.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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