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La despedida a un luchador de los derechos humanos

Más de un centenar de familiares, amigos y compañeros despidieron ayer los restos del capitán (R) José Luis D�Andrea Mohr. Fray Antonio Puigjané estuvo a cargo del responso.

El féretro con los
restos de D�Andrea Mohr.

Por Luis Bruschtein

“Un hombre de bien como él, con tanto hijo de puta vivo”, exclamó una mujer con el llanto entrecortado. Otros comentaban que en el cuarto vecino al que ocupaba el capitán (R) José Luis D’Andrea Mohr al morir, en el Hospital Militar, se encontraba el ex general Guillermo Suárez Mason. “La muerte se equivocó de cuarto” decían.
Ayer a las 14.30, en la capilla del cementerio de la Chacarita fueron despedidos los restos de D’Andrea Mohr, militar retirado, periodista y defensor de los derechos humanos. Por su expresa disposición no hubo velatorio ni ofrendas florales. Sin embargo, más de un centenar de familiares y compañeros se dieron cita allí, junto a su esposa Julia y su hijo José Luis, con dolor y muchos todavía sorprendidos por la ausencia de un amigo.
Entre los presentes se encontraba Estela Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo: Nora Cortiñas, Laura Bonaparte y Tati Almeyda, de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora: Lita Boitano y Sara y Oscar Steimberg, de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas; el coronel Horacio Ballester, del Centro de Militares por la Democracia (CEMIDA); Mario Villani, de la Asociación de ex Detenidos-Desaparecidos; Herman Schiller, el diputado porteño Alexis Latendorf, la diputada nacional Marcela Bordenave, el escritor y periodista Miguel Bonasso, Juan Carlos Dante Gullo, la abogada de derechos humanos Mirta Mántaras, el ex fiscal Ricardo Molinas, Pampa Mercado, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), empleados de la Subsecretaría de Derechos Humanos y muchos periodistas de diversos medios con los que había compartido tareas.
“Una vez invitamos a D’Andrea Mohr a dar una charla en la escuela secundaria –recordó Julieta, de 19 años– y como él era militar y hablaba en un tono más bien fuerte, algunos chicos, al principio, le hacían preguntas muy duras y él se los fue ganando a todos y terminó con un aplauso cerrado.”
Bonasso recordó también cuando D’Andrea Mohr participó en el panel de presentación de su libro Diario de un clandestino y lo anunció como un militar que había sufrido persecución por parte de las Fuerzas Armadas. “¿Yo perseguido por ellos? Faltaba más, el que los persigue soy yo”, había retrucado.
Laura Bonaparte destacaba la precisión del testimonio de D’Andrea Mohr ante el tribunal italiano que juzga a los represores argentinos, y un periodista comentaba sobre el CD que había llevado a España para declarar ante el juez Baltasar Garzón. Todos tenían alguna anécdota a mano. Muy conmovido, el periodista Norberto Colominas, que había comenzado unas larguísimas sesiones grabadas para hacer un libro con la biografía del capitán, recordaba sus anécdotas en la Antártida y la fascinación que le había quedado por las auroras, así como la amistad que mantenía con el general Jorge Leal que había sido su superior en el extremo austral. “Con su trabajo era muy generoso, lo cual en esta profesión no es tan común, compartía todo lo que tenía y se mataba para sostener la página de derechos humanos que había abierto en Internet”, agregó la periodista y escritora Stella Calloni.
En su libro El escuadrón perdido, D’Andrea Mohr había investigado los casos de los 120 conscriptos desaparecidos durante la dictadura militar, de los cuales muchos figuran como “desertores” en el Ejército. Fue una forma de reivindicarlos y desnudar esa vergonzosa mentira: los mismos que los secuestraban y asesinaban, los acusaban de desertores. Una pareja de ancianos, Oscar y Sara Steimberg, lloraba junto al féretro y el hombre, a pesar de su edad, insistió en llevar una de las anillas. El hijo de ambos, Luis Pablo Steimberg, es uno de esos conscriptos desaparecidos.
En la capilla lo despidió el coronel Ballester y Bonasso leyó una carta de Osvaldo Bayer (ver aparte). Fray Antonio Puigjané fue el encargado del responso. Dijo que un hombre como José Luis D’Andrea Mohr “que da su vida por los demás, que lucha por la justicia y por la felicidad del prójimo, son hombres que son amigos de Dios”, exhortó a que se recordara al amigo en vida y para ello pidió que se leyera una carta que le había enviado D’Andrea Mohr. En realidad era una carta a Dios en la que manifestaba su “más desesperada esperanza de que usted exista, pese a las evidencias argentinas en contra de ello”. El humor ácido del texto, tan característico del capitán, hizo reír a los presentes que terminaron la lectura con un cerrado aplauso. Sobre el féretro había dos pañuelos de Madres de Plaza de Mayo. “A falta de una bandera argentina ponemos estos pañuelos que también son una bandera que nos reúne a todos”, dijo Laura Bonaparte.

 

OPINION
Por Osvaldo Bayer

Noble de actitud

Cuando Internet me dio esta noticia final me sentí defraudado. Estar a miles de kilómetros y no estar allí en el último andar juntos. José Luis era la voz inconfundible del amigo, del luchador, del valiente, de ese hombre desprendido. Un noble de la actitud. El que siempre corrió más peligro, pero que quedó siempre en primera fila ante la amenaza o la orden represiva.
José Luis, con el cual nos veíamos poco, en algunos almuerzos en el Cemida, en algún encuentro en el café, pero siempre el diálogo fluido a través del teléfono. Nos veíamos poco, pero fuimos muy amigos, amigos confiables, tanto que por supuesto alguna vez nos peleamos por escrito en Página/12, como correspondía.
Y para mí, en la película que hice con Wolfgang Landgraebe, el director alemán, Panteón militar, que da el testimonio de José Luis sobre la vida militar como el más sabio, el más ajustado, el más irónico, el más humorístico y el más absolutamente honrado. Ese, su testimonio, quedará como un documento indestructible sobre la valoración de las fuerzas armadas.
José Luis, cuyas investigaciones de la represión quedarán como las más fidedignas y estudiadas, tenía un talento y vocación de historiador notabilísimo. La razón fundamental estaba en su valentía. El se metía con todo en la investigación, no se hacía el olvidadizo con episodios que lo pudieran comprometer ante la amenaza no expresada pero constante y latente de los obedientes debidos.
Comparemos la conducta de nuestro José Luis con, por ejemplo, la de ese Olivera que, para salvarse, hizo falsificar papeles, comprometió a jueces y escapó. O con ese Cavallo que trata de zafar en México. ¡Qué diferencia! Ante la mínima acusación, el capitán José Luis D’Andrea Mohr se hubiera presentado de inmediato para decir: aquí estoy, ¿qué quieren de mí?
Su valentía y su coraje se transmitían a su rostro. Sonreía irónico ante cualquier posibilidad de que lo persiguieran. Su sentido del humor y la ironía lo hacían aún más querible y atrayente.
Ahora ha partido, en medio de una de las tantas batallas que estamos todos librando. Somos egoístas porque pensamos en la figura clave que nos va a faltar para las investigaciones. Pero bien en nuestro corazón vamos a sentir al amigo, vamos a extrañar su fresca y ácida conversación. Nos va a falta el militante de derechos humanos, pero más no va a faltar el amigo.
Caro José Luis. Te recordaremos con tu expresión de algo de vagabundo y soñador. Se nos va un hermoso representante del género humano aquel que tiene la bondad a flor de labios, la mano de la solidaridad y el coraje para ponerse de pie contra los miserables del poder y de las armas.
Adiós, querido hermano, adiós compañero, adiós amigo, el abrazo de todos nosotros en la despedida. Tu recuerdo lo vamos a guardar para siempre muy cerca de nuestro corazón y de nuestra memoria.

 

OPINION
Por Cnel. Horacio Ballester*

El adiós a un camarada

Como presidente del CEMIDA, en nombre de la institución, agradezco la presencia de todos ustedes en estas tristes circunstancias para nosotros en particular y aún para la República en su conjunto.
Capitán José Luis D’Andrea Mohr, como coronel que soy, despido con dolor al camarada que se caracterizó por el estricto cumplimiento de la ética y de la moral sanmartiniana, en difíciles tiempos en los que muchos de los compañeros de armas se olvidaron de ellas.
Como amigo te digo: Vasco querido, pocos como vos han cumplido con el viejo precepto español que dice: “Vivir se debe la vida, de tal suerte, que viva quede en la muerte”. Nunca vas a morir Vasco. Aún después de que todos quienes pudimos gozar de tu amistad y de tu simpatía hayamos desaparecido de este mundo, vos seguirás viviendo en tus libros, en tus trabajos de investigación y, fundamentalmente, en tu ejemplo de vida inclaudicable, en tu lucha por la justicia y contra la impunidad.
Adiós viejo compañero de luchas y de ideales. Que el buen Dios nos dé cristiana resignación a tus seres queridos y a quienes fuimos tus amigos y tus admiradores.
¡Capitán José Luis D’Andrea Mohr! ¡Vasco querido! ¡Descansa en paz! ¡Te la has ganado!

* Presidente del CEMIDA.

 

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