Por Luis Bruschtein
Un hombre de bien como
él, con tanto hijo de puta vivo, exclamó una mujer
con el llanto entrecortado. Otros comentaban que en el cuarto vecino al
que ocupaba el capitán (R) José Luis DAndrea Mohr
al morir, en el Hospital Militar, se encontraba el ex general Guillermo
Suárez Mason. La muerte se equivocó de cuarto
decían.
Ayer a las 14.30, en la capilla del cementerio de la Chacarita fueron
despedidos los restos de DAndrea Mohr, militar retirado, periodista
y defensor de los derechos humanos. Por su expresa disposición
no hubo velatorio ni ofrendas florales. Sin embargo, más de un
centenar de familiares y compañeros se dieron cita allí,
junto a su esposa Julia y su hijo José Luis, con dolor y muchos
todavía sorprendidos por la ausencia de un amigo.
Entre los presentes se encontraba Estela Carlotto, presidenta de Abuelas
de Plaza de Mayo: Nora Cortiñas, Laura Bonaparte y Tati Almeyda,
de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora: Lita Boitano y Sara
y Oscar Steimberg, de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones
Políticas; el coronel Horacio Ballester, del Centro de Militares
por la Democracia (CEMIDA); Mario Villani, de la Asociación de
ex Detenidos-Desaparecidos; Herman Schiller, el diputado porteño
Alexis Latendorf, la diputada nacional Marcela Bordenave, el escritor
y periodista Miguel Bonasso, Juan Carlos Dante Gullo, la abogada de derechos
humanos Mirta Mántaras, el ex fiscal Ricardo Molinas, Pampa Mercado,
de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), empleados de
la Subsecretaría de Derechos Humanos y muchos periodistas de diversos
medios con los que había compartido tareas.
Una vez invitamos a DAndrea Mohr a dar una charla en la escuela
secundaria recordó Julieta, de 19 años y como
él era militar y hablaba en un tono más bien fuerte, algunos
chicos, al principio, le hacían preguntas muy duras y él
se los fue ganando a todos y terminó con un aplauso cerrado.
Bonasso recordó también cuando DAndrea Mohr participó
en el panel de presentación de su libro Diario de un clandestino
y lo anunció como un militar que había sufrido persecución
por parte de las Fuerzas Armadas. ¿Yo perseguido por ellos?
Faltaba más, el que los persigue soy yo, había retrucado.
Laura Bonaparte destacaba la precisión del testimonio de DAndrea
Mohr ante el tribunal italiano que juzga a los represores argentinos,
y un periodista comentaba sobre el CD que había llevado a España
para declarar ante el juez Baltasar Garzón. Todos tenían
alguna anécdota a mano. Muy conmovido, el periodista Norberto Colominas,
que había comenzado unas larguísimas sesiones grabadas para
hacer un libro con la biografía del capitán, recordaba sus
anécdotas en la Antártida y la fascinación que le
había quedado por las auroras, así como la amistad que mantenía
con el general Jorge Leal que había sido su superior en el extremo
austral. Con su trabajo era muy generoso, lo cual en esta profesión
no es tan común, compartía todo lo que tenía y se
mataba para sostener la página de derechos humanos que había
abierto en Internet, agregó la periodista y escritora Stella
Calloni.
En su libro El escuadrón perdido, DAndrea Mohr había
investigado los casos de los 120 conscriptos desaparecidos durante la
dictadura militar, de los cuales muchos figuran como desertores
en el Ejército. Fue una forma de reivindicarlos y desnudar esa
vergonzosa mentira: los mismos que los secuestraban y asesinaban, los
acusaban de desertores. Una pareja de ancianos, Oscar y Sara Steimberg,
lloraba junto al féretro y el hombre, a pesar de su edad, insistió
en llevar una de las anillas. El hijo de ambos, Luis Pablo Steimberg,
es uno de esos conscriptos desaparecidos.
En la capilla lo despidió el coronel Ballester y Bonasso leyó
una carta de Osvaldo Bayer (ver aparte). Fray Antonio Puigjané
fue el encargado del responso. Dijo que un hombre como José Luis
DAndrea Mohr que da su vida por los demás, que lucha
por la justicia y por la felicidad del prójimo, son hombres que
son amigos de Dios, exhortó a que se recordara al amigo en
vida y para ello pidió que se leyera una carta que le había
enviado DAndrea Mohr. En realidad era una carta a Dios en la que
manifestaba su más desesperada esperanza de que usted exista,
pese a las evidencias argentinas en contra de ello. El humor ácido
del texto, tan característico del capitán, hizo reír
a los presentes que terminaron la lectura con un cerrado aplauso. Sobre
el féretro había dos pañuelos de Madres de Plaza
de Mayo. A falta de una bandera argentina ponemos estos pañuelos
que también son una bandera que nos reúne a todos,
dijo Laura Bonaparte.
OPINION
Por Osvaldo Bayer
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Noble de actitud
Cuando Internet me dio esta noticia final me sentí defraudado.
Estar a miles de kilómetros y no estar allí en el
último andar juntos. José Luis era la voz inconfundible
del amigo, del luchador, del valiente, de ese hombre desprendido.
Un noble de la actitud. El que siempre corrió más
peligro, pero que quedó siempre en primera fila ante la amenaza
o la orden represiva.
José Luis, con el cual nos veíamos poco, en algunos
almuerzos en el Cemida, en algún encuentro en el café,
pero siempre el diálogo fluido a través del teléfono.
Nos veíamos poco, pero fuimos muy amigos, amigos confiables,
tanto que por supuesto alguna vez nos peleamos por escrito en Página/12,
como correspondía.
Y para mí, en la película que hice con Wolfgang Landgraebe,
el director alemán, Panteón militar, que da el testimonio
de José Luis sobre la vida militar como el más sabio,
el más ajustado, el más irónico, el más
humorístico y el más absolutamente honrado. Ese, su
testimonio, quedará como un documento indestructible sobre
la valoración de las fuerzas armadas.
José Luis, cuyas investigaciones de la represión quedarán
como las más fidedignas y estudiadas, tenía un talento
y vocación de historiador notabilísimo. La razón
fundamental estaba en su valentía. El se metía con
todo en la investigación, no se hacía el olvidadizo
con episodios que lo pudieran comprometer ante la amenaza no expresada
pero constante y latente de los obedientes debidos.
Comparemos la conducta de nuestro José Luis con, por ejemplo,
la de ese Olivera que, para salvarse, hizo falsificar papeles, comprometió
a jueces y escapó. O con ese Cavallo que trata de zafar en
México. ¡Qué diferencia! Ante la mínima
acusación, el capitán José Luis DAndrea
Mohr se hubiera presentado de inmediato para decir: aquí
estoy, ¿qué quieren de mí?
Su valentía y su coraje se transmitían a su rostro.
Sonreía irónico ante cualquier posibilidad de que
lo persiguieran. Su sentido del humor y la ironía lo hacían
aún más querible y atrayente.
Ahora ha partido, en medio de una de las tantas batallas que estamos
todos librando. Somos egoístas porque pensamos en la figura
clave que nos va a faltar para las investigaciones. Pero bien en
nuestro corazón vamos a sentir al amigo, vamos a extrañar
su fresca y ácida conversación. Nos va a falta el
militante de derechos humanos, pero más no va a faltar el
amigo.
Caro José Luis. Te recordaremos con tu expresión de
algo de vagabundo y soñador. Se nos va un hermoso representante
del género humano aquel que tiene la bondad a flor de labios,
la mano de la solidaridad y el coraje para ponerse de pie contra
los miserables del poder y de las armas.
Adiós, querido hermano, adiós compañero, adiós
amigo, el abrazo de todos nosotros en la despedida. Tu recuerdo
lo vamos a guardar para siempre muy cerca de nuestro corazón
y de nuestra memoria.
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OPINION
Por Cnel. Horacio Ballester*
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El adiós a
un camarada
Como presidente del CEMIDA, en nombre de la institución,
agradezco la presencia de todos ustedes en estas tristes circunstancias
para nosotros en particular y aún para la República
en su conjunto.
Capitán José Luis DAndrea Mohr, como coronel
que soy, despido con dolor al camarada que se caracterizó
por el estricto cumplimiento de la ética y de la moral sanmartiniana,
en difíciles tiempos en los que muchos de los compañeros
de armas se olvidaron de ellas.
Como amigo te digo: Vasco querido, pocos como vos han cumplido con
el viejo precepto español que dice: Vivir se debe la
vida, de tal suerte, que viva quede en la muerte. Nunca vas
a morir Vasco. Aún después de que todos quienes pudimos
gozar de tu amistad y de tu simpatía hayamos desaparecido
de este mundo, vos seguirás viviendo en tus libros, en tus
trabajos de investigación y, fundamentalmente, en tu ejemplo
de vida inclaudicable, en tu lucha por la justicia y contra la impunidad.
Adiós viejo compañero de luchas y de ideales. Que
el buen Dios nos dé cristiana resignación a tus seres
queridos y a quienes fuimos tus amigos y tus admiradores.
¡Capitán José Luis DAndrea Mohr! ¡Vasco
querido! ¡Descansa en paz! ¡Te la has ganado!
* Presidente del CEMIDA.
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