PANORAMA
ECONOMICO
Por Julio Nudler
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Dentro de todo, remover a Pedro Pou y a alguno, varios
o todos los miembros del directorio del Banco Central puede ser para
el gobierno de Fernando de la Rúa la parte menos complicada
de la historia. Lo más peliagudo vendría después:
conseguir el acuerdo de los senadores para los eventuales reemplazantes
de el o los desplazados. La incógnita es con qué Banelco
podría pagarse esta vez el sí de los legisladores, cuando
toda la escena está iluminada por reflectores desde la escandalosa
sanción de la reforma laboral. En los últimos años
hubo siempre una misma moneda de pago: cada butaca en el directorio
se pagaba con otra. Para imponer a un candidato era preciso aceptar
que la Comisión de Acuerdos colara otro nombre, ello pese a
que la ley prevé que los parlamentarios aprueben o rechacen
cada pliego, pero no los faculta ni siquiera a impulsar a un postulante
propio. En la realidad, sin embargo, directores actuales como Aldo
Rubén Pignanelli y Roberto Antonio Reyna deben su poltrona
a este particular y espurio régimen de trueque: el primero
fue el precio abonado para que Javier Alberto Bolzico obtuviese la
conformidad, y Reyna consiguió su plaza como sucesor del cuestionado
Daniel Peralta, porque los senadores consideraban que esa silla les
pertenecía. Baste recordar que Peralta, hombre de los Romero
salteños y de Eduardo Bauzá, había capturado
su sitio gracias al entonces (1994) senador y luego gobernador Juan
Carlos Romero, cuya presión fue aceptada por Roque Fernández
como presidente del BCRA, y estando perfectamente al tanto de toda
esa trata de bancas el ministro de Economía del momento, Domingo
Cavallo.
Ya hoy son varias las vacantes no cubiertas en el cuerpo conductor
del BCRA, y a la Cámara alta le bastaría con dilatar
su pronunciamiento método al que apeló reiteradas
veces en años pasados para dejar sin quórum a
la cúspide del Central y por tanto paralizado al otrora instituto
emisor. Para oscurecer este complejo panorama se suma la cercana caducidad
de varios mandatos, ya que en septiembre concluyen su ciclo el vicepresidente
segundo Marcos Rafael Saúl y los directores Manuel Rubén
Domper y Reyna. Hoy por hoy están vacíos los asientos
que ocuparon Aquiles Almansi y Bolzico, ambos renunciados en los últimos
meses y emigrados a Miami para trabajar en Patagon.com, sitio financiero
y futuro banco virtual del Grupo Santander, sin esperar ni el uno
ni el otro que transcurriesen los plazos fijados por la ley de ética
pública. A pesar de provenir del CEMA y de su vinculación
con Pablo Guidotti, quien ocupó Hacienda en tiempos del piloto
automático, Almansi protagonizó varias broncas con Pou,
a quien definió como un trotskista de derecha.
Proclamando estar harto de la corrupción, se opuso
a la resolución que le concedió la autoliquidación
al Banco República (en lugar de que fuera liquidado por la
Justicia), haciendo constar en actas su voto contrario.
Otra deserción fue la de Nicolás Dujovne, que actuaba
como representante del Ministerio de Economía, con voz pero
sin voto, en el directorio del BCRA. Su alejamiento expresó
su desacuerdo con la política de José Luis Machinea,
sin que tampoco se hallase cómodo ante lo que veía en
el BCRA. Al menos en este caso, la designación de un sustituto
para Dujovne, pendiente desde hace casi tres meses, no requiere de
la anuencia senatorial. Sí la requiere el nombramiento del
síndico titular, cargo desierto, aunque con la gran tranquilidad
de contar desde fines de 1998 con el concurso, como síndico
adjunto, de Raúl Armando Menem, sobrino de Carlos Saúl,
pero más allegado al tío Eduardo. No es desaconsejable
recordar que, como criterio para cubrir esta función, la ley
encomienda a los senadores evaluar si el aspirante reúne suficiente
idoneidad. El apellido del recomendado pareció suplir a satisfacción
otras falencias.
Dada la previsible dificultad de negociar las altas necesarias que
serán más numerosas aún a partir de septiembre
con el actual Senado, el Gobierno esperaría la renovación
de la Cámara en las elecciones de octubre. Pero ello implicaría
iniciar las tratativas recién en diciembre, cuando asuman los
nuevos legisladores, sin poder saber si la composición futura
del cuerpo será menos adversa que en el presente, y si habrá
que apelar o no a la tarjeta de crédito. Visto desde la Alianza,
el paisaje del directorio centralista es muy deprimente: su control
está en manos del CEMA, que detenta la presidencia (Pou) y
la vicepresidencia primera (Martín Lagos), y del justicialismo,
que fueron socios durante toda la borrascosa singladura menemista.
Para mayor irritación, por ley es el jefe del Estado quien
tiene la prerrogativa de disponer cuáles directores ejercerán
como presidente y vice del organismo. Una prueba más de la
habilidad política de radicales y frepasistas. En caso de desalojar
a Pou y eventualmente al exiguo resto de los directores, será
interesante contemplar cómo se las ingenia el Poder Ejecutivo,
y en particular Chrystian Colombo y Machinea, para conformar el directorio
de sus sueños.
Encerrado entre dos fuegos (crepitantes ambos de corrupción,
si se permite el exceso literario), el Gobierno tal vez aprenda que
es imposible edificar una economía próspera sobre el
barro, en particular cuando ella depende tan manifiestamente de la
política, como acaba de recordarlo la crisis turca y su veloz
contagio a la Argentina, cuatro meses y medio después de la
renuncia de Carlos Alvarez y el subsiguiente estallido del riesgo
país. Si además de la vulnerabilidad externa de la economía,
que la convierte en víctima de todo mal viento que barra Washington
o cualquier mercado emergente, se la somete a la inestabilidad política
que proviene de no resolver los grandes casos (Senado y Banco Central
son dos de ellos), ¿cómo pronosticar, por ejemplo, una
tasa de crecimiento? Por ende, ¿qué horizonte existe
para la inversión productiva si no hay proyección del
mercado que valga? No combatir en serio la evasión impositiva,
fuera de proclamarlo, forma parte del mismo problema, sea por falta
de coraje político, sea por incapacidad. No arreglar nunca
la Aduana ni acabar con los abusos de las privatizadas es harina del
mismo costal. Eventualmente, la falta del mínimo de directores
necesarios para que el Banco Central funcione será el absurdo
desenlace de esa práctica desnaturalizada de mercar nombres
con el Senado. |
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