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ENTREVISTA A CHAVELA VARGAS, ANTES DE SU SHOW EN EL GRAN REX
“Elijo morir a vivir de rodillas”

La mayor leyenda viva de la música latinoamericana actuará el miércoles en el Gran Rex, con Almodóvar como maestro de ceremonias. Mañana y el próximo domingo, con la edición de Página/12, se ofrecerán dos discos con sus mejores canciones.

Chavela dice que del apocalipsis
se salvarán sólo �los pobres, los inteligentes y las putas�.

Por Patricia Chaina

“Algún día, pensaba, podré decir no llores por mí Argentina, yo voy a llorar por ti, y por todos, porque me duele que estén deformando la vida, que estén destruyendo por ejemplo este idioma tan bello que tiene la Argentina, con esa manera che tan dulce de pronunciar las cosas, con su musicalidad y su tristeza. ¡A fregar con el all right, con el come on! ¡No lo soporto!” El reclamo suena desde el alma de Chavela Vargas. La que resiste, se lamenta y agradece al mismo tiempo la vida “desesperadamente hermosa” que le toca vivir, como dice. Sentada “en este búnker de gente vestida de negro”, según define mientras señala el techo de acrílico del hotel donde se aloja, Chavela Vargas disfruta de su nueva visita a la Argentina. Convaleciente de una operación en la cabeza que la tuvo a mal traer, vestida con una camisa a cuadros y un pantalón de corderoy, anteojos negros, pañuelo al cuello, Chavela dispara ideas claras y sentimientos apasionados con el mismo vigor con el que en los ‘60 disparaba balas al aire en las noches del Tenampa, aquel bar que en Ciudad de México cobijó a una generación de artistas e intelectuales entre los que reportaban la mítica Frida Kahlo, Diego Rivera o Guadalupe Amor.
Sonríe. Se ilumina su rostro mestizo cuando recuerda su primera visita a la Argentina: “Vine a la Patagonia a filmar Grito de piedra con Werner Herzog, el director alemán, un hombre divino que me dio el papel de una mujer india en unas escenas en medio de un frío espantoso”. Vuelve a reírse. Y recuerda que recién en 1999 se presentó en un teatro con esa misa de lamentos y recuerdos que son sus conciertos. Ceremonia que volverá a oficiar el próximo miércoles en el Gran Rex acompañada por su amigo, el director español Pedro Almodóvar.
Chavela Vargas reclama belleza para el mundo tecno que ingresó al nuevo milenio. “Es una lucha constante, porque nos dieron un cielo inmensamente azul y ¿para qué?”, pregunta y se pregunta en la entrevista con Página/12, cuando el sol del atardecer deja en penumbras el bulevar que rodea al hotel. “Para contaminarlo con porquería y arrancar flores para sembrar asfalto. ¿Qué pasa? Que se acabe pues, mejor que se acabe. Yo, como dice el mexicano, elijo morir a vivir de rodillas.”
–Su vida parece ser un ejemplo de esto que acaba de decir...
–Soy rebelde como una mula, me levanté del fondo de los infiernos con fuerza y llegué a la cumbre del mundo. De ahí lo veo. Cómo me costó subir. He pagado con muchas enfermedades, porque fue muy rápido el ascenso y también la caída, porque amo la humanidad y amo el mundo, pero lo están destrozando y no hay derecho.
–Cuando empezó a ser conocida, en los ‘60, ¿también fue así, de golpe?
–De golpe. Me acosté y todo el mundo me ignoraba. Me levanté y era famosa. ¿Por qué? Quién sabe qué pasó. Bueno, entonces vamos a vivir famosa, me han dado las condecoraciones más importantes, yo no quiero un Grammy, que es una mierda. Yo vendí mucho. Y nunca tuve un disco de platino ni lo quiero. En cambio recibo la condecoración de Isabel la Católica y digo: “Tu Majestad, yo cancionera, te tengo, te he recibido en mis manos, ahora te llevo a ti, Macorina y yo, iremos juntas por esta vida”.
–La historia de Macorina, la canción, ya es, como usted, una leyenda...
–Pero existe Macorina, tiene mi edad, es mezcla de chino y negro, cubana, de colores aceitunados. Divina. Los poetas le escribieron unos versos que dicen: “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí”. Y yo dije: “La voy a llevar a usted por el mundo”. Y un día estoy con la guerrilla en un campamento. Estaba cantando y dijeron: “Cómo suena esta noche el disco, igualito a Chavela”. Y dice el comandante: “¡Asómense!”. Y en una hamaca estaba yo acostada, cantando. Porque a mi Macorina los guerrilleros la hicieron guerrillera. Dicen: “Ponme la mano aquí, Macorina, para curar la herida que me causó esta bala”. Ella era muy sensual. Los hombres aman a Macorina, es un pretexto para quererme a mí.
–¿En Cuba usted conoció a Macorina?
–Yo era muy joven y andaba en Cuba. Siempre anduve por donde me dio la gana. Y con quien me dio la gana. Por eso no reniego de nada. “¿Usted fue borracha?”, me preguntan. Sí, perdida. Las demás artistas dicen: “No, de vez en cuando me tomaba una copita”. No. Yo era de una botella diaria. Y no me arrepiento ni me da vergüenza. Todo lo que hice en la vida lo hice con conciencia. Nunca hice mal a nadie, pero donde pude me divertí. Disfruté de lo mejor de la vida, de lo más hermoso, he tenido los amores más grandes y más chiquitos.
–¿Y por qué le gusta venir a la Argentina?
–Porque tiene similitud a México, el dolor del mexicano es como el grito del tango, totalmente ranchero y flamenco. Desgarrador en su esencia por el dolor ancestral de todos nosotros. Y no hay derecho a que sigamos en esto. Yo tengo angustia cuando me duermo, de no saber qué va a pasar en la noche. Estamos peleando por una guerra que no existe. ¿Qué nos dejó la guerra más que lágrimas de sangre? Va a haber mucho dolor en la tierra, y vamos a terminar llorando a mares. Yo odio este milenio de mierda, duro, cruel, asesino, no tiene belleza, ni poesía. Estamos viviendo a pulso. Vamos a sobrevivir los que podemos vivir. Los que nunca tuvieron vida, los pobres, esos se salvarán. Te lo digo yo. Los pobres, los inteligentes y las putas, que son muy inteligentes.
–¿Cómo surgió la idea de presentarse acompañada por Pedro Almodóvar?
–El quiso, ya lo habíamos hecho en España. Le dije: “Yo me voy a la Argentina”, y me contestó: “Voy contigo”.
–¿Qué repertorio interpretará ese día?
–No lo sé. Yo no ensayo, repaso tonos nada más. Es un repertorio a veces espontáneo, canciones que no están. Salen según esté yo. Y sentimental, por eso dicen de los amores de Chavela. ¡Mentira! Yo no he llorado por eso en la vida. No lloro por amor, ni porque se fueron o se quedaron. Lloro por mí, porque muchas veces he ido a mi velorio. He sufrido mucho en la vida, fui crucificada muchas veces. No sólo el amor te hace feliz, eso es un rato y es más frágil que un buñuelo, pero del amor no vive uno ni muere ni come. Si estoy enferma como ahora del cerebro y en un momento dado de la operación creo que tengo un amor, entonces quiere decir que no quiero con el corazón sino con el cerebro.
–Justamente después de esa operación hizo un concierto en el Zócalo, en Ciudad de México. ¿Cómo puede ser? ¿De dónde saca fuerzas?
–Del cosmos. Yo me siento, extiendo la mano y siento algo que entra y lo agarro, y cuando no hay gente me acuesto en el suelo y abrazo la tierra y digo: “Dame tu fuerza, tu vigor, tu grandeza”. Yo no me valgo de nadie ni de nada más. Y no vengo a ver si puedo sino porque puedo vengo. Si no, no hubiera venido. Y así es la cosa en mi vida.

 


 

Noche de ronda y de canciones

Por Fernando D’Addario

Es fácil imaginarla, llevando sus manos a la cara, mientras se desgarra interiormente cantando “Voy camino a la locura/y aunque todo me tortura/sé querer” (“Volver, volver”), o “que te de lo que no pude darte/aunque yo te haya dado de todo/nunca más volveré a molestarte/te adoré, te perdí, ya ni modo” (“Que te vaya bonito”). El cancionero de Chavela propone, para quien se anime, un viaje sinuoso y ecléctico, superador del simple análisis musical y se sumerge en otros mundos, que llegan al oyente como un espejo deformante: Almodóvar, Frida Kahlo, el feminismo latinoamericano, el alcohol duro, el Olimpia de París, las cantinas de mala muerte, el amor trágico, aparecen acumulados, tergiversados por la leyenda, en esa voz románticamente nihilista. Mañana y el próximo domingo, la edición de Página/12 será acompañada por dos discos de Chavela, que llevan por título Volver, Volver. Se trata de una colección de grabaciones realizadas durante el período artístico más rico de la cantante mexicana, y luego recuperadas en ocasión del boom Chavela en España.
Quince temas están incluidos en el CD que saldrá mañana. Muchos de ellos, clásicos absolutos: el ya citado “Volver, volver”, “Mi segundo amor”, “Macorina”, “La nave del olvido” y “Noche de ronda”, entre otras perlas de un repertorio inabarcable. La elección apunta, precisamente, a sus rancheras y boleros más famosos, prescindiendo de su período “latinoamericano comprometido” que, en plena década del sesenta, pretendió congeniar con la época y se constituyó en lo menos sólido de su trayectoria. Es que, si de ideología se trata, nada menos comprometido que su actitud de interpretar “Macorina” en el marco del más rancio machismo latino, cantando de mujer a mujer (“Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí/después el amanecer que de mis brazos te lleva/y yo sin saber qué hacer de aquel olor a mujer”) y convirtiéndose, sin querer en bandera del lesbianismo y, al mismo tiempo, del grupo guerrillero FMLN, de El Salvador.
Chavela suele decir que ella no compone canciones, sino que, más bien, las “descompone”. Ese ejercicio virtual se advierte en toda su discografía, y en este puñado de canciones no deja de ser admirable que cada tema adquiera, en su interpretación, un tono de melodrama verídico, una puesta en escena que no tiene más sustento que los blasones de sus históricas recaídas emocionales. Escuchar a Chavela produce, entonces, una especie de sublimación del sufrimiento ajeno. Un encanto triste (o una tristeza encantadora) envuelve a esas melodías, como si a la tragedia que las recorre se le opusiera a modo de contrapeso (o de complemento, más bien) el placer de sentirse un poco más cerca de Chavela.
El segundo CD, que saldrá publicado el domingo próximo (también con una compra opcional de 6 pesos), es estilísticamente más variado, aunque la visceralidad expresiva de la Vargas se mantiene inalterable. En la acidez despechada de “Que te vaya bonito”, en la denuncia antirracista que se esconde detrás de la sencilla y conmovedora “Angelitos negros”, en el costumbrismo pendenciero que acompaña al corrido “Juan Charrasqueado”, en el destino trágico de ese otro delicioso corrido que es “Simón Blanco”.
Aquí, claro, también se encadenan los clásicos: desde los boleros “Nosotros” y “Piensa mí” hasta esa apasionada canción de amor (no de abandono, como suele imperar en su repertorio) que es “Amanecí en tus brazos”. Aquellos que busquen rarezas, se encontrarán con una más que interesante versión de “Los ejes de mi carreta” (de Atahualpa Yupanqui), la única canción, quizás, de ese período en que buscó interpretar a los mejores autores de esa América, por entonces, en estado de ebullición.
La ebullición de Chavela, que siempre pasó por otro lado, bebió mejor de autores también torturados por sufrimientos diversos, como José Alfredo Jiménez o Agustín Lara. En cualquier caso, ella los tomó como propios, porque lo eran, y esas canciones pasaron a ser definitivamente suyas. Quizás en “La llorona” se defina a sí misma como nadie lo logrado todavía: ella es, ha sido, lo será siempre, “como el chile verde, llorona, picante, pero sabrosa”.

 

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