Por Patricia Chaina
Algún día,
pensaba, podré decir no llores por mí Argentina, yo voy
a llorar por ti, y por todos, porque me duele que estén deformando
la vida, que estén destruyendo por ejemplo este idioma tan bello
que tiene la Argentina, con esa manera che tan dulce de pronunciar las
cosas, con su musicalidad y su tristeza. ¡A fregar con el all right,
con el come on! ¡No lo soporto! El reclamo suena desde el
alma de Chavela Vargas. La que resiste, se lamenta y agradece al mismo
tiempo la vida desesperadamente hermosa que le toca vivir,
como dice. Sentada en este búnker de gente vestida de negro,
según define mientras señala el techo de acrílico
del hotel donde se aloja, Chavela Vargas disfruta de su nueva visita a
la Argentina. Convaleciente de una operación en la cabeza que la
tuvo a mal traer, vestida con una camisa a cuadros y un pantalón
de corderoy, anteojos negros, pañuelo al cuello, Chavela dispara
ideas claras y sentimientos apasionados con el mismo vigor con el que
en los 60 disparaba balas al aire en las noches del Tenampa, aquel
bar que en Ciudad de México cobijó a una generación
de artistas e intelectuales entre los que reportaban la mítica
Frida Kahlo, Diego Rivera o Guadalupe Amor.
Sonríe. Se ilumina su rostro mestizo cuando recuerda su primera
visita a la Argentina: Vine a la Patagonia a filmar Grito de piedra
con Werner Herzog, el director alemán, un hombre divino que me
dio el papel de una mujer india en unas escenas en medio de un frío
espantoso. Vuelve a reírse. Y recuerda que recién
en 1999 se presentó en un teatro con esa misa de lamentos y recuerdos
que son sus conciertos. Ceremonia que volverá a oficiar el próximo
miércoles en el Gran Rex acompañada por su amigo, el director
español Pedro Almodóvar.
Chavela Vargas reclama belleza para el mundo tecno que ingresó
al nuevo milenio. Es una lucha constante, porque nos dieron un cielo
inmensamente azul y ¿para qué?, pregunta y se pregunta
en la entrevista con Página/12, cuando el sol del atardecer deja
en penumbras el bulevar que rodea al hotel. Para contaminarlo con
porquería y arrancar flores para sembrar asfalto. ¿Qué
pasa? Que se acabe pues, mejor que se acabe. Yo, como dice el mexicano,
elijo morir a vivir de rodillas.
Su vida parece ser un ejemplo de esto que acaba de decir...
Soy rebelde como una mula, me levanté del fondo de los infiernos
con fuerza y llegué a la cumbre del mundo. De ahí lo veo.
Cómo me costó subir. He pagado con muchas enfermedades,
porque fue muy rápido el ascenso y también la caída,
porque amo la humanidad y amo el mundo, pero lo están destrozando
y no hay derecho.
Cuando empezó a ser conocida, en los 60, ¿también
fue así, de golpe?
De golpe. Me acosté y todo el mundo me ignoraba. Me levanté
y era famosa. ¿Por qué? Quién sabe qué pasó.
Bueno, entonces vamos a vivir famosa, me han dado las condecoraciones
más importantes, yo no quiero un Grammy, que es una mierda. Yo
vendí mucho. Y nunca tuve un disco de platino ni lo quiero. En
cambio recibo la condecoración de Isabel la Católica y digo:
Tu Majestad, yo cancionera, te tengo, te he recibido en mis manos,
ahora te llevo a ti, Macorina y yo, iremos juntas por esta vida.
La historia de Macorina, la canción, ya es, como usted, una
leyenda...
Pero existe Macorina, tiene mi edad, es mezcla de chino y negro,
cubana, de colores aceitunados. Divina. Los poetas le escribieron unos
versos que dicen: Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la
mano aquí. Y yo dije: La voy a llevar a usted por el
mundo. Y un día estoy con la guerrilla en un campamento.
Estaba cantando y dijeron: Cómo suena esta noche el disco,
igualito a Chavela. Y dice el comandante: ¡Asómense!.
Y en una hamaca estaba yo acostada, cantando. Porque a mi Macorina los
guerrilleros la hicieron guerrillera. Dicen: Ponme la mano aquí,
Macorina, para curar la herida que me causó esta bala. Ella
era muy sensual. Los hombres aman a Macorina, es un pretexto para quererme
a mí.
¿En Cuba usted conoció a Macorina?
Yo era muy joven y andaba en Cuba. Siempre anduve por donde me dio
la gana. Y con quien me dio la gana. Por eso no reniego de nada. ¿Usted
fue borracha?, me preguntan. Sí, perdida. Las demás
artistas dicen: No, de vez en cuando me tomaba una copita.
No. Yo era de una botella diaria. Y no me arrepiento ni me da vergüenza.
Todo lo que hice en la vida lo hice con conciencia. Nunca hice mal a nadie,
pero donde pude me divertí. Disfruté de lo mejor de la vida,
de lo más hermoso, he tenido los amores más grandes y más
chiquitos.
¿Y por qué le gusta venir a la Argentina?
Porque tiene similitud a México, el dolor del mexicano es
como el grito del tango, totalmente ranchero y flamenco. Desgarrador en
su esencia por el dolor ancestral de todos nosotros. Y no hay derecho
a que sigamos en esto. Yo tengo angustia cuando me duermo, de no saber
qué va a pasar en la noche. Estamos peleando por una guerra que
no existe. ¿Qué nos dejó la guerra más que
lágrimas de sangre? Va a haber mucho dolor en la tierra, y vamos
a terminar llorando a mares. Yo odio este milenio de mierda, duro, cruel,
asesino, no tiene belleza, ni poesía. Estamos viviendo a pulso.
Vamos a sobrevivir los que podemos vivir. Los que nunca tuvieron vida,
los pobres, esos se salvarán. Te lo digo yo. Los pobres, los inteligentes
y las putas, que son muy inteligentes.
¿Cómo surgió la idea de presentarse acompañada
por Pedro Almodóvar?
El quiso, ya lo habíamos hecho en España. Le dije:
Yo me voy a la Argentina, y me contestó: Voy
contigo.
¿Qué repertorio interpretará ese día?
No lo sé. Yo no ensayo, repaso tonos nada más. Es
un repertorio a veces espontáneo, canciones que no están.
Salen según esté yo. Y sentimental, por eso dicen de los
amores de Chavela. ¡Mentira! Yo no he llorado por eso en la vida.
No lloro por amor, ni porque se fueron o se quedaron. Lloro por mí,
porque muchas veces he ido a mi velorio. He sufrido mucho en la vida,
fui crucificada muchas veces. No sólo el amor te hace feliz, eso
es un rato y es más frágil que un buñuelo, pero del
amor no vive uno ni muere ni come. Si estoy enferma como ahora del cerebro
y en un momento dado de la operación creo que tengo un amor, entonces
quiere decir que no quiero con el corazón sino con el cerebro.
Justamente después de esa operación hizo un concierto
en el Zócalo, en Ciudad de México. ¿Cómo puede
ser? ¿De dónde saca fuerzas?
Del cosmos. Yo me siento, extiendo la mano y siento algo que entra
y lo agarro, y cuando no hay gente me acuesto en el suelo y abrazo la
tierra y digo: Dame tu fuerza, tu vigor, tu grandeza. Yo no
me valgo de nadie ni de nada más. Y no vengo a ver si puedo sino
porque puedo vengo. Si no, no hubiera venido. Y así es la cosa
en mi vida.
Noche
de ronda y de canciones
Por Fernando DAddario
Es fácil imaginarla,
llevando sus manos a la cara, mientras se desgarra interiormente cantando
Voy camino a la locura/y aunque todo me tortura/sé querer
(Volver, volver), o que te de lo que no pude darte/aunque
yo te haya dado de todo/nunca más volveré a molestarte/te
adoré, te perdí, ya ni modo (Que te vaya bonito).
El cancionero de Chavela propone, para quien se anime, un viaje sinuoso
y ecléctico, superador del simple análisis musical y se
sumerge en otros mundos, que llegan al oyente como un espejo deformante:
Almodóvar, Frida Kahlo, el feminismo latinoamericano, el alcohol
duro, el Olimpia de París, las cantinas de mala muerte, el amor
trágico, aparecen acumulados, tergiversados por la leyenda, en
esa voz románticamente nihilista. Mañana y el próximo
domingo, la edición de Página/12 será acompañada
por dos discos de Chavela, que llevan por título Volver, Volver.
Se trata de una colección de grabaciones realizadas durante el
período artístico más rico de la cantante mexicana,
y luego recuperadas en ocasión del boom Chavela en España.
Quince temas están incluidos en el CD que saldrá mañana.
Muchos de ellos, clásicos absolutos: el ya citado Volver,
volver, Mi segundo amor, Macorina, La
nave del olvido y Noche de ronda, entre otras perlas
de un repertorio inabarcable. La elección apunta, precisamente,
a sus rancheras y boleros más famosos, prescindiendo de su período
latinoamericano comprometido que, en plena década del
sesenta, pretendió congeniar con la época y se constituyó
en lo menos sólido de su trayectoria. Es que, si de ideología
se trata, nada menos comprometido que su actitud de interpretar Macorina
en el marco del más rancio machismo latino, cantando de mujer a
mujer (Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí/después
el amanecer que de mis brazos te lleva/y yo sin saber qué hacer
de aquel olor a mujer) y convirtiéndose, sin querer en bandera
del lesbianismo y, al mismo tiempo, del grupo guerrillero FMLN, de El
Salvador.
Chavela suele decir que ella no compone canciones, sino que, más
bien, las descompone. Ese ejercicio virtual se advierte en
toda su discografía, y en este puñado de canciones no deja
de ser admirable que cada tema adquiera, en su interpretación,
un tono de melodrama verídico, una puesta en escena que no tiene
más sustento que los blasones de sus históricas recaídas
emocionales. Escuchar a Chavela produce, entonces, una especie de sublimación
del sufrimiento ajeno. Un encanto triste (o una tristeza encantadora)
envuelve a esas melodías, como si a la tragedia que las recorre
se le opusiera a modo de contrapeso (o de complemento, más bien)
el placer de sentirse un poco más cerca de Chavela.
El segundo CD, que saldrá publicado el domingo próximo (también
con una compra opcional de 6 pesos), es estilísticamente más
variado, aunque la visceralidad expresiva de la Vargas se mantiene inalterable.
En la acidez despechada de Que te vaya bonito, en la denuncia
antirracista que se esconde detrás de la sencilla y conmovedora
Angelitos negros, en el costumbrismo pendenciero que acompaña
al corrido Juan Charrasqueado, en el destino trágico
de ese otro delicioso corrido que es Simón Blanco.
Aquí, claro, también se encadenan los clásicos: desde
los boleros Nosotros y Piensa mí hasta
esa apasionada canción de amor (no de abandono, como suele imperar
en su repertorio) que es Amanecí en tus brazos. Aquellos
que busquen rarezas, se encontrarán con una más que interesante
versión de Los ejes de mi carreta (de Atahualpa Yupanqui),
la única canción, quizás, de ese período en
que buscó interpretar a los mejores autores de esa América,
por entonces, en estado de ebullición.
La ebullición de Chavela, que siempre pasó por otro lado,
bebió mejor de autores también torturados por sufrimientos
diversos, como José Alfredo Jiménez o Agustín Lara.
En cualquier caso, ella los tomó como propios, porque lo eran,
y esas canciones pasaron a ser definitivamente suyas. Quizás en
La llorona se defina a sí misma como nadie lo logrado
todavía: ella es, ha sido, lo será siempre, como el
chile verde, llorona, picante, pero sabrosa.
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