Por Silvina Friera
Cuando la poesía, los
cuentos y relatos gastronómicos se enhebran con humor en torno
de lo que sucede cuando la cocina de un restaurante demora más
de lo razonable, el resultado es un espectáculo ritual como El
pescado original, que reivindica el acto supremo del buen comer. Sobre
una idea original de Ismael Paco Hase, responsable de la dirección
y textos del propio Hase, Henry Miller, Fernando Pessoa, Jorge Luis Borges
y Tabaré de Paula, las historias se potencian gracias al histrionismo
de Jorge Schussheim (prócer del Instituto Di Tella), un amante
del arte culinario y de los buenos vinos, que contagia su entusiasmo al
público, que todos los sábados a las 21 en el restaurante
Big Mamma se dispone a participar de una ceremonia que adquiere dimensiones
religiosas. Todo empieza con una entrada de quesos y fiambres, gazpacho
o una ensalada tibia de higaditos de pollo y vino. Después, mientras
los espectadores-comensales anhelan el plato principal, aparecen, por
primera vez juntos en escena, Hase y Schussheim, para hilvanar jugosas
anécdotas que tienen como punto de partida la tediosa espera de
la comida. En tiempos de bajas calorías, ambos transforman la demora
en una virtuosa celebración, prohibida para los seguidores de la
milanesa de soja y el germen de trigo.
En una época donde todo parece estar regido por el vértigo
de la inmediatez, lo efímero y la rapidez (tan bien encarnado en
los fast food), Schussheim recuerda su primer viaje en los 70 a Lyon,
el corazón gastronómico de Europa. Ahí vio cómo
un mozo enfurecido echaba a patadas a un cliente que estaba apurado. Una
larga paciencia de siglos es la cocina, repite esta famosa consigna,
que permite reflexionar sobre una idea subyacente en El pescado...: la
pérdida de la capacidad de gozar de un placer como el de la comida,
desvirtuado por un hedonismo posmoderno que propone la fugacidad en las
relaciones sociales y en la cocina.
La propuesta de El pescado... escapa al boom de la gastronomía
que se multiplica en la TV y en la literatura. Simplemente porque cuestiona
las consecuencias de tomarse a la ligera el arte culinario: literatura
chatarra sobre la cocina vegetariana, cocina rápida para la mujer
moderna, comidas para hacer en microondas, entre otras supuestas especialidades.
¿Dónde está el puchero del Quijote y la fiesta
de Babette?, se pregunta Schussheim, que también descarga
su artillería verbal contra los autores de estos libros, gurúes
espirituales que promueven la sobriedad en la cena. La vida
te abre el apetito todos los días, proclama este músico
y actor, militante del comer y tomar hasta reventar. Las narraciones se
condimentan con la asociación entre el cocinar y el amar. La
comida es algo artesanal, cocinamos mal y terminamos aprendiendo, es como
hacer el amor, dice Hase. Como contrapartida, Schussheim refuerza
esta vinculación con definiciones de escritores y pensadores.
La comida es el primero de los placeres y articula un espectáculo
con un refinado anecdotario, que mantiene un ritmo seductor e intimista,
que consigue que los espectadores se olviden del plato principal que estaban
esperando. En parte porque los filósofos y escritores están
puestos por Hase en el lugar adecuado, como los ingredientes de una receta,
que requieren de las dosis exactas para funcionar. Si la definición
de la literatura es encontrar el orden de las palabras sugiere Hase,
cocinares el arte de combinar sabores. También las canciones,
especialmente el tango recriminatorio de Rosita Quiroga, consiguen recrear
un clima festivo, donde el amor siempre está presente. El espectáculo
rinde pleitesía al plato como mapa de la identidad del ser humano:
Nada mejor que ser gordos y estar contentos. Si Oscar Wilde
sostenía que la única manera de superar la tentación
era caer en ella, Hase y Schussheim son pecadores orgullosos que intentan
que el público comprenda que una vida sin placer más que
un pecado es un delito. Por eso concluyen El pescado original con una
oración dedicada a Doña Petrona C. De Gandulfo, madre santa
del pecado de la gula.
|