Por Julián Gorodischer
Los mismos que antes eran codiciosos
ahora son audaces, y el cambio no es trivial. La importancia del nombre,
en Codicia (lunes a viernes a las 23, Canal 13), se hace evidente
en este nuevo formato que respeta todas las claves de su versión
anterior, excepto la manera de enunciarse. Audacia es la versión
socialmente admitida de Codicia, que suele contar con diez
puntos de rating. Ahora, ya desde los títulos de apertura, el ciclo
se aleja de cualquier controversia moral. La acumulación deja de
ser la provocación del hacer lo que no se debe y se
convierte en un fin legítimo: ganar dinero es una manifestación
de la virtud y no un pecado. Sus participantes dejaron de ser condenados
para convertirse en héroes. ¿Estás dispuesto
a ser audaz?, escucha el aludido. Dice sí y recibe el aplauso:
acaba de tomar una decisión que nada tiene que ver con la esencia
mezquina y compulsiva del que se mueve por codicia.
No es que el cambio haya respondido a una meditada estrategia: fue tan
repentino como el reclamo del vivillo (según adjetivan
los productores al particular que realizó la presentación
judicial) que tenía el título registrado, aunque sin uso,
e hizo valer su derecho a la exclusividad. Codicia iba a ser
una publicación que nunca fue editada, pero que por unos años
más atesora un nombre que ningún otro podrá tener.
Audacia es la cualidad de tomar un riesgo, de responder
por más, de seguir adelante aun sabiendo que se puede perder todo,
explica la versión oficial de la producción. Así
justifican el nuevo nombre, que también se utiliza en España.
Dos sílabas lo distancian del original estadounidense, pero tiene
el poder de transformar el sentido de la escena. En el cuadro, todo se
presenta como antes: la escenografía, la disposición de
los participantes, el tono liviano y localista de las preguntas. Sin embargo,
esto es otra cosa.
Este sí que es un equipo de verdaderos audaces, halaga
Eduardo de la Puente. Es una arenga que ya no es maliciosa: estos hombres
y mujeres son elogiados por un temperamento que les impide renunciar
antes de cumplir un objetivo prefijado. Los otros, sus precursores, se
atenían al riesgo de la pequeña y fugaz condena social:
eran provocadores que se paraban en el estrado señalados por potentes
focos, casi como en un juicio, y admitían su condición de
codiciosos. Fueron meros buscadores de oro que estaban dispuestos a eliminar
a un compañero (en el juego del Terminator) a cambio
de mil pesos seguros. No es que el Terminator haya desaparecido:
sigue vigente cada vez que el monto se incrementa y De la Puente alienta
a descartar a alguno para repartir la cifra entre menos manos. Pero el
audaz acepta la contienda porque no puede defraudar al público,
que lo quiere ver desplegar su talento en la batalla, aun a riesgo de
quedar afuera. El audaz nunca diría que no, porque sería
visto como un cobarde. El codicioso era, en cambio, traicionero: por mil
pesos más y una porción abultada en la repartija era capaz
de atentar contra su propio bando.
Mientras se llamó Codicia, el programa admitió
lecturas sociales que comenzaron a reproducirse entre el público
y sus críticos. Pudo ser, por qué no, un refugio de una
clase media decidida a dar el último manotazo de ahogado, aun a
riesgo de resignar otros valores ya bastante devaluados en la lectura
social. No es casual que sólo se pidieran dos datos a sus concursantes:
nombre y profesión. Por allí desfilan maestras, secretarias,
estudiantes, graduados universitarios... El todos conocemos a alguien
que estuvo en Codicia circuló como un síntoma
del país en crisis, entregado al juego televisivo cada vez más
millonario, cada vez más discreto, para que todos participen y
nadie quede afuera por temor al papelón o a la prueba física.
Eso sí, hubo un alto costo que pagar: reconocerse codicioso fue
privilegiar el valor del dinero en primer plano, asumirse (lejos de cualquier
hipocresía) como un desesperado más en un país de
desesperados. Al punto de entregar al compañero para
incrementar la suma. Esa infrecuente verdad televisiva se
evapora con el nuevo nombre. Los audaces responden a los atributos que
cualquier producción de TV entregaría a sus héroes
con agrado. Esta, aunque idénticaen su contenido, deja de ser la
escena del espejo social para transformarse en otra menos franca: la del
clásico concurso de preguntas y respuestas.
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