Por Julio Nudler
Turquía escapó
provisoriamente de la crisis estallada la última semana tirando
la toalla: liberó la paridad de la lira, antes ceñida a
una tablita, y la vio caer un 36 por ciento entre jueves y viernes. Esta
solución era anticipada por el mercado con tasas de
interés de hasta 7000 por ciento anual y una fuga que desangró
las reservas, a pesar del blindaje provisto por el FMI, el que no impidió
la marejada especulativa, lo cual es toda una advertencia. ¿Qué
pasaría en la Argentina si sobreviniese una crisis similar, como
no estuvo lejos de ocurrir durante la fractura del Poder Ejecutivo en
octubre? Al menos en teoría, el proceso recorrería un camino
diferente, aunque también traumático.
Una hipotética corrida contra el peso y las reservas conduciría
a una mayor (o quizá casi total) dolarización, dada la convertibilidad
y el sistema bimonetario imperante, que permite el desplazamiento del
peso por el dólar. Pero esta digestión espontánea
del problema no resultaría tan sencilla en la práctica por
la presencia de otros factores. Uno de ellos es la desconfianza en que
el Gobierno se atenga a la convertibilidad hasta las últimas instancias.
Es decir, que contemple impasible cómo se evaporan las reservas
de divisas. Por tanto, las tasas en pesos subirían significativamente
ante la percepción de un riesgo cambiario.
Además, podría surgir el temor de que los depósitos
en dólares sufrieran alguna forma de repudio, como ocurrió
con el Plan Bonex, para evitar la quiebra de los bancos ante retiros masivos,
si es que este escenario se sumara al de la desconfianza cambiaria. En
tal caso, la única forma que tiene el público de cubrirse
frente a ese riesgo consiste en transferir los fondos a cuentas en el
exterior, para lo cual cualquier argentino, aunque sólo posea un
capital relativamente modesto, cuenta con el entusiasta y servicial apoyo
de los bancos y de otros intermediarios financieros (ver nota de tapa
del suplemento Cash).
De esa misma fuga de divisas pueden participar también, como es
obvio, quienes hayan permanecido en pesos, pero, olfateando el peligro,
procuren de un solo golpe ponerse a salvo del riesgo cambiario y de un
hipotético repudio. Les bastará con pasar de pesos a dólares,
o a euros o yenes, si lo prefieren. Las tasas en pesos deberían
subir mucho para disuadirlos. Otro peligro adicional, aunque menos ostensible
en el caso argentino, es el de una corrida contra los bancos (o contra
algunos, como en el Tequila y después), presumiendo que ni los
extranjeros recibirían el respaldo de sus casas matriz en circunstancias
extremas.
Toda salida neta de fondos provoca una merma en la masa de medios de pago,
y por tanto una caída en la demanda de bienes y en el nivel de
actividad, ya que los precios nunca descienden a la misma velocidad. Esto
deteriora a su vez la situación fiscal y así alimenta un
círculo vicioso, que en algún momento tocará fondo.
Esta vez, sin embargo, por la presencia del blindaje y las perspectivas
mundiales todavía moderadamente favorables para la Argentina (o
al menos no desfavorables como en los últimos años), el
contagio del efecto anís fue relativamente leve. Además,
la banca es percibida aquí como sólida, mientras que en
Turquía se presagiaba el derrumbe de varios bancos.
Aunque en torno de la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez se montó
una crisis fulminante que condujo hasta la orilla de la cesación
de pagos, ahora, aun para los agoreros, la perspectiva es en el peor de
los casos de un lento deterioro. El riesgo país (la sobretasa que
deben pagar los títulos de deuda argentinos) venía cayendo
velozmente desde mediados de noviembre, pero en febrero revirtió
en parte su caída y hoy está largamente arriba de los 700
puntos básicos (7% anual). Los economistas coinciden en que con
semejante costo del capital es improbable que la economía vuelva
a crecer. Pero si se aquietaran los mercados financieros y la Reserva
Federal volviera a bajar la tasa otro medio punto, el panorama podría
mejorar paulatinamente para la Argentina. A pesar de esto, el optimismo
posblindaje se diluyó, y pocos economistas esperan un crecimiento
significativo para este 2001, que heredó del año previo
un efecto arrastre negativo de 0,4 por ciento, ya que arrancó con
un nivel de actividad inferior al promedio de 2000. El hecho de que el
consumo por habitante sea hoy 6 por ciento más bajo que a mediados
de 1998 puede inducir a esperar un repunte, pero no si el ingreso disponible
no se recupera (o no mejora la distribución de la riqueza), ya
que será difícil convencer a la gente de endeudarse para
consumir más bienes durables. Por lo que se ve hasta ahora, el
Ingreso (una variable equivalente al Producto Bruto) podría expandirse
este año a una tasa similar a la del crecimiento demográfico,
por lo que no se recuperaría en términos per cápita.
Otro costo que aumenta
Mediante una carta documento, la Aseguradora de Riesgos del Trabajo
le comunicó días atrás a su cliente las
nuevas alícuotas para su contrato de afiliación en
esta Aseguradora, añadiendo que, por consiguiente,
el pago a realizar en marzo de 2001 debe calcularse con el importe
que se detalla a continuación y sobre la masa salarial abonada
en febrero de 2001. La alícuota fija sube a $ 32,65
por trabajador más $ 0,60 por trabajador. Un simple cálculo
indica que, tomando un sueldo de 500 pesos, el costo del seguro
trepa a casi un 7 por ciento. Además, la alícuota
variable pasa a establecerse en 14,8 por ciento de la masa salarial.
El costo argentino, además de altísimo y de resistirse
a bajar, sigue subiendo.
La A.R.T. en cuestión atribuye estos aumentos al DNU que
emitió el Gobierno modificando la ley de Riesgos del Trabajo.
Por esa norma se incrementaron las indemnizaciones por accidentes
laborales, se establecieron pagos únicos y adicionales por
incapacidades superiores al 50% (entre 30 y 40 mil pesos) o fallecimiento
($ 50 mil) de un trabajador, se aumentaron los límites indemnizatorios
(de $ 110 a 180 mil), se admite la aceptación de nuevas enfermedades
profesionales a juicio de las comisiones médicas y se determinaron
los derechohabientes para el caso de que fallezca un trabajador
soltero. Todo esto engordó la factura de la A.R.T.
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