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John Le Carré pasa de los espías a los laboratorios

El escritor británico, famoso por sus novelas de espionaje ambientadas en plena Guerra Fría, publicará un libro de ficción con el trasfondo del negocio farmacéutico. En un artículo sintetizó su propia investigación.

John Le Carré, autor de la nueva novela “El Gran Farma”.

Experimentos con niños del Tercer Mundo. Donaciones de medicamentos vencidos. Sanciones comerciales contra países que producen fármacos más baratos. Pagos a profesionales que recetan medicinas de la compañía. La industria farmacéutica están bajo la lupa. El escritor inglés John Le Carré, famoso por sus novelas de espionaje, dedicó su último libro, El Gran Farma –de próxima aparición en España–, a demostrar lo que él llama “el gobierno de las grandes corporaciones económicas”. “Como argumento para mi última novela, me pareció que el ejemplo más elocuente de todos los crímenes del capitalismo salvaje lo ofrecía la industria farmacéutica”, explicó en un reciente reportaje.
Ayer, además, como para darle credibilidad, el diario The Washington Post denunció que un laboratorio norteamericano de Pennsylvania quiere probar los efectos de una droga utilizando como “conejillos” a niños de América Latina.
Para realizar su libro, Le Carré investigó las prácticas comerciales de los laboratorios de Estados Unidos y Europa Occidental. Luego de varios meses de estudio, contó en un trabajo publicado por el diario El País que descubrió el “lado oscuro” de las multinacionales farmacéuticas, “alimentado por inmensas cantidades de dinero, una hipocresía rampante, corrupción y avaricia”.
En la misma línea que el artículo que reveló el caso de los laboratorios Discovery, el novelista británico descubrió, apenas unos días después de comenzar su investigación, la realidad de los “voluntarios” del Tercer Mundo. “Son conejos de Indias baratos, su papel es el de experimentar fármacos cuyas pruebas no se han aprobado todavía en los Estados Unidos, y que ellos no podrán jamás comprar. Incluso aunque las pruebas den –que está por verse– resultados razonablemente seguros.”
Según la organización no gubernamental Public Citizen, el laboratorio norteamericano Discovery quiere probar la droga Surfaxin –utilizada para prevenir el síndrome del estrés respiratorio, una enfermedad que ataca a los bebés– con niños de Bolivia, Ecuador, México y Perú. Ese tipo de experimentos están prohibidos por Washington pero, claro, hay también una cuestión de números sobrevolando el tema. En su trabajo previo para el “El Gran Farma”, Le Carré pudo obtener datos de peso. “Los voluntarios resultan caros. En Estados Unidos cuesta una media de 10.000 dólares por paciente realizar una prueba clínica, en Rusia cuesta 3000 dólares, y en las regiones más pobres del mundo, todavía menos.”
A pesar de las quejas, las denuncias y las acusaciones de falta de ética, Robert Capetola, el titular de la empresa estadounidense, intentó explicar su proyecto, que implica tratar a un grupo de niños gravemente enfermos con placebo, una sustancia que no produce efecto alguno. Lo hizo utilizando una frase llena de cinismo: “En algunos hospitales pobres de Latinoamérica los niños que padecen una enfermedad pulmonar no tienen acceso a medicamentos existentes y no quedarían peor con un tratamiento con placebos”. Esa respuesta podría ser una muestra del tipo de prácticas que hoy abundan entre las grandes corporaciones farmacéuticas.
En relación con el virus del HIV, por ejemplo, las políticas de los más grandes laboratorios del mundo no han sido para nada solidarias. Tal como se encarga de recordarlo Le Carré, los antirretrovíricos como el AZT fueron descubiertos, en su mayor parte, gracias a “proyectos de investigación financiados con fondos públicos”. Apenas las compañías farmacéuticas se hicieron cargo de la comercialización, el precio de esos remedios subió a lo que las multinacionales creyeron que el mercado occidental podía pagar: entre 12.000 y 15.000 dólares anuales. “Se asignó un precio y Occidente, en general, se lo tragó. Nadie dijo que era un abuso de confianza en gran escala.”
Pero eso no es todo. Las “donaciones caritativas” de los laboratorios trasnacionales también son, según el estudio del escritor inglés, un instrumento de manipulación financiera. Según Le Carré, la costumbre de “librarse de medicamentos inadecuados o pasados de fecha” tiene comoobjetivo, en realidad, “quitarse de encima las reservas imposibles de vender, evitar los costos de la destrucción y obtener beneficios fiscales”.
Le Carré se dedicó, además, a investigar la “corrupción consciente y sistemática de la profesión médica”. Según él, la industria de los remedios “está invirtiendo una fortuna en influir, contratar y comprar las opiniones científicas” y, a veces, hasta recurre a acciones del más puro estilo mafioso. “En Portugal, hace poco, un empleado del gigante farmacéutico alemán Bayer dio a la prensa los nombres de 2500 médicos a los que, aseguraba, se les pagaba para que recetasen fármacos de la compañía. Se llama Pequito. A pesar de la protección de la policía, ha sido apuñalado dos veces en el curso de dos meses. Tras el segundo ataque, necesitó 70 puntos.”

 

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