Por Cristian Vitale
Gabriel Carámbula destila
rock and roll. Musculosa roja, tatuajes y pantalón rigurosamente
chupín. Parece ser el mismo, por actitud y estética, que
aquel que se sumó a la causa rock-stone argentina al frente de
Los Perros en los 90. O aquel que fue parte de los primeros Ratones Paranoicos,
a principios de los 80. Sentado al lado de una Pelopincho y tomando gaseosa
light, ratifica: Me siento más rockero que nunca, creo que
lo que define la actitud son los años. Vos podés escuchar
algún grupo que por ahí pega con un tema, pero después
se pincha. Por eso creo que hay que tomarse un tiempo. Toco la guitarra
profesionalmente desde hace 15 años y creo que es un tiempo considerable
para definirme como un tipo que empezó tocando rock and roll y
sigue haciéndolo, que sigue creyendo en lo mismo de siempre. Pocas
cosas cambiaron en mí.
¿Cuáles?
Y... tuve un hijo. Y crecí en mi forma de pensar. Aprendí.
Parte de este aprendizaje está dado también por la edición
de su segundo disco solista, Fuego, grabado en New York junto a músicos
de primera línea como Michael Bland baterista de Prince
y Fernando Saunders, bajista de Lou Reed. A pesar de lo bueno que
fue grabar con ellos, es un disco con muchos problemas. Lo grabé
para Warner, pero al final no lo editó. Se complicó todo
y lo terminó distribuyendo BMG. No tengo contrato con nadie y tengo
que hacer todo solo, se queja. Este disco me dio mucho trabajo.
¿Más que el anterior?
Es probable. Pero Carámbula (1997) es una parte de mi historia
resumida en música. Lo aprecio porque fue mi primer paso como solista,
con el nervio que eso implica. Cuando dejás de tocar en un grupo
que tuvo éxito y empezás una carrera solista, todo es nuevo.
¿En qué aspectos se diferencian ambos trabajos?
Fuego es la continuación de Carámbula, pero más
potente en sonido. Y es la primera vez que dejo que otra gente toque mi
música sin intervenir. Cuando entré al estudio y vi a esos
monos, fue un impacto tremendo.
Cuando se separaron Los Perros, en 1994, su idea era convertirse
en un solista de renombre. ¿Cómo se siente hoy?
Cuesta mucho ganarse un nombre. Este es un momento económicamente
muy difícil. Todo es negativo, lo único que te salva es
la ansiedad de tocar, la fuerza de la música. Tipos como Spinetta
o Fito Páez están ahí arriba porque tienen toda una
trayectoria detrás.
Hace más de 10 años que toca con Páez. ¿Cómo
combina su estilo rockero con la demanda de un músico que busca
otros caminos?
Es un trabajo extraño. Nunca pensé que iba a tocar
con él, porque yo toco rock and roll. Me gustan Pappos Blues
y Los Ratones. Pero un día me propuso tocar. Igual, lo conocía
desde que grabamos con Fabiana Cantilo el disco de Los Perros Calientes.
Cuando me metí de lleno en la banda de Fito, me encontré
en medio de un huracán que no me dejaba pensar mucho.
¿Cuál es el disco de Páez que más le
gusta?
Circo Beat. Pero es por una cuestión personal, porque mi
guitarra se escucha bien al frente y tengo un par de solos muy importantes.
¿Cómo es la relación musical con su padre Berugo?
En mi casa siempre se respiró música. Mi vieja canta
y Berugo toca. Cuando yo era chico, venían Rubén Rada, Dino
Saluzzi a zapar y hacían asados. Yo empecé a tocar con una
viola que le robé a mi viejo y después, para tocar con Los
Ratones, me regaló una Les Paul. Pero lo más grande que
hizo por mí fue traerme a Pappo a casa.
¿Alguna vez pasó por su cabeza rearmar Los Perros?
No. Yo tengo un concepto firme sobre lo que debe ser una banda.
Cuando se acaba la alegría con tus compañeros, tenés
que separarte. Disfrutamos el momento, la pasamos muy bien, pero llegó
el final. Nunca se me ocurrió volver. Al pasado es mejor decirle
adiós.
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