Por María Esther Gilio --Podríamos ver su
infancia. Tal vez allí haya indicios de sus posiciones de hoy.
--Vamos a ir un poco más allá de la infancia, a las Invasiones
Inglesas, en 1806, después de las cuales quedó preso acá el comandante
Beresford, quien venía al frente de los invasores. Suponemos que su prisión
fue amable, porque unos años después vino a vivir aquí una señorita
inglesa, llamada Mary Brikford Beresford, quien más tarde se casó con
José Mohr, primer cónsul prusiano en la Argentina, mi tatarabuelo.
--En definitiva, que usted desciende del invasor inglés. ¿Eso
le molestó alguna vez?
--Jamás, yo no estaba allí. Y si hubiera estado habría sido del
lado de los criollos. Y bueno, de aquel matrimonio vino mi bisabuelo, que
fue militar, mi abuelo fue militar, mi padre que fue militar. Y yo que
seguí viaje nomás. --¿Qué pensaba que era ser militar?
--Y, lo que había visto era algo muy normal para mí. Yo aprendí
a andar a caballo, a boxear, a fumar, a hacer esgrima y a tirar en los
cuarteles.
--Su padre lo llevaba con él al cuartel.
--Mi
padre y también mi abuelo.
--¿Entonces, su vocación?
--De qué vocación habla... A esa edad uno no sabe, ingresé al
Colegio Militar casi sin pensarlo. Mi vida se deslizó hacia allí. Y
aunque me llovieron los arrestos, porque antes muchas cosas me rebelaban,
terminé los cursos. --¿Qué era lo que lo rebelaba?
--En aquel momento los abusos, el despotismo.
--¿Por qué cree usted que los oficiales se empeñaron siempre
en humillar y torturar, con trabajos idiotas, a los soldados que
instruyen?
--Hay una forma de mandar que se apoya en el sometimiento del otro.
Cuanto más pequeñito es un individuo, más se siente engrandecido por el
sometimiento del otro. --¿Por qué esta situación se da inevitablemente en el Ejército?
--Porque es allí que las reglamentaciones lo permiten. Allí un
microhombre puede obligar a otros hombres a que hagan lo que él quiere.
Esto a pesar del reglamento madre, el de Servicio Interno, el cual dice en
su Prólogo que la disciplina se basa "en la razón y en la
justicia", no en el sometimiento del otro. Este prólogo algunos no
lo leyeron nunca, otros lo recortaron, lo tiraron, y cuando lo necesitaron
para justificar sus conductas criminales hablaron de "obediencia
debida".
--¿Y qué pasó con los que leyeron y aceptaron esas palabras?
--Esos se rebelaron; los otros iniciaron el despegue.
--¿Despegue de qué?
--Despegue de cretino. De tipo educado no para ser sino para tener:
tres estrellas, cuatro. Cuando un oficial instruye humillando, y el
instruido a su vez aprende a instruir humillando, se va generando un
estilo de mando que se fundamenta en el atropello y el tormento. --Dénos un ejemplo.
--Se pasa revista hasta a las uñas del soldado, y mientras se lo
lleva a almorzar se le ordena cuerpo a tierra. El hombre que hace esto, un
hombre chiquito, con este contrasentido se siente poderoso. Sin darse
cuenta de que poder no es autoridad. Entendida ésta como el resplandor de
la fuerza moral.
--Usted se rebeló, ¿cuándo fue?
--Apenas entré. Cuando uno se está entrenando se admite todo, así
se trate de cosas muy duras. Pero después que se bañó, y está
descansando, es inadmisible que llegue un infeliz de éstos y quiera
continuarla. "Pararse", "sentarse", "cuerpo a
tierra", "arrastrarse". Yo jamás, jamás me arrastré.
--¿Cómo hizo?
--"¿Por qué no se arrastra?" "¿Porque no soy un
gusano", decía yo. Era el único que no obedecía esa orden. Y debo
decirle que nunca me pasó nada.
--No entiendo. ¿Por qué no lo castigaban?
--Porque si bien yo iría preso por desobediente, también iría el
oficial, quien había cometido abuso de autoridad. Y aquí se ve otra
cosa, la cobardía, la resistencia a aguantar las consecuencias. Y éste
es un ejemplo chiquito de todo lo que pasó después en la Argentina.
Donde nadie aguantó a la hora de ser juzgado. Y así vinieron la
obediencia debida, el punto final, el indulto.
--El castigo demoró, pero parece estar llegando. El pacto de
silencio hace agua por todos lados.
--Sí, están pasando cosas que los van acorralando. De mi parte
estoy haciendo lo posible. Sigo con mi historia. Termino el Colegio
Militar, hago un curso de instructor paracaidista, me recibo y me mandan a
un batallón de ingenieros en San Nicolás. Estando ahí, en setiembre del
'62, se produce el primer conflicto entre Azules y Colorados (1) y yo me
niego a combatir entre tropas argentinas, me niego a tirar. --Lo castigaron.
--No, esta vez no fui preso y cuando terminó el conflicto fui
mencionado como ejemplo. De cualquier modo, como los Colorados perdieron y
yo estaba entre los Colorados, me trasladaron con mi flamante título de
instructor de paracaidistas a un batallón de montaña, como jefe de la
sección "mulas". --Poco más tarde vuelven a enfrentarse Azules y Colorados. ¿Otra
vez se negó a combatir?
--Sí, pero esta vez me metieron preso más de dos meses y cuando
salí me trasladaron a Río Gallegos, donde estuve dos años. Río
Gallegos era una especie de depósito de castigados. --¿Era horrible...?
--Nooo, había unos personajes que a mí, con 23 años, me
fascinaban. Era gente que el Ejército mandaba allá porque no servía,
pequeños rateros, inútiles, que mezclaban con otros, como yo, que más
bien estaban por razones ideológicas. Era un mundo apasionante de
borrachos, timberos. Por ahí, en la habitación del capitán fulano se
hacían unas timbas de miedo. Venía a jugarse gente de la ciudad, porque
¿quién se iba a meter en el cuartel?
--¿No era Río Gallegos una zona de mucho prostíbulo?
--En Río Gallegos había 45 prostíbulos de no más de seis
mujeres. Había garitos, cabarets. Para un joven noctámbulo como yo, esa
ciudad era el paraíso. El único problema era mi sueldo, que se agotaba a
la semana. Entonces como era buen boxeador, empecé a boxear por plata.
Cuatro veces me llevaron a Chile. La cosa fue que un día, en el centro,
conozco a una chica, francesa, llamada Michelle, que resultó ser la dueña
de un prostíbulo, al cual me fui a vivir a los tres o cuatro días de
conocerla.
--¿Se había enamorado?
--La chica me gustaba mucho, pero a esto se añadía que mi cuarto
en el cuartel era absolutamente helado. De mañana las ventanas de mi
cuarto aparecían dibujadas por pedacitos de hielo.
--Le cuento algo que decía Faulkner. "Para el escritor
ningún trabajo mejor que portero de prostíbulo. Tiene techo, comida y
silencio de mañana, que es la mejor hora para escribir".
--Sí, la mañana es silenciosa.
--¿En qué quedó pensando?
--En aquellas mañanas heladas, y en Michelle, que me despedía en
la puerta, toda arropada pidiéndome que la dejara llamar "un
taxi". Yo iba en taxi mientras tenía plata. Luego iba corriendo los
dos kilómetros que me separaban del cuartel. "Pero te llamo un
taxi", decía Michelle. "No soy cafisho", decía yo, y me
iba al trote.
--¿Y qué hacía ahí toda la noche?
--El prostíbulo era la cosa más divertida del mundo, no sólo
lugar de amores, sino también de reuniones políticas. Toda clase de
historias pasaban por ahí. Cuando me venía sueño, me iba a dormir a una
habitación del fondo. A la mañana, me ponía el uniforme, desayunaba con
todas las chicas, oía toda clase de cuentos y partía.
--Es evidente que allí se sentía feliz.
--Sí,
pero no por mucho tiempo. Un sábado a las 9 de la mañana, yo dormía con
mi amiga, cuando toc toc en la ventana. Abro y allí estaba el gordito
Valezani, capitán oficial de servicio, que venía a buscarme porque me
estaban esperando en el batallón para una práctica. Mientras yo me
levantaba, una de las chicas atendía al gordito. Era la una cuando
salimos. --Ahí sí lo castigaron.
--Sí, no pude volver porque me pusieron preso "por vivir en
un prostíbulo en contra de su condición de señor oficial del Ejército"...
y otras gansadas.
--¿Y después de Río Gallegos?
--Fui a parar al norte de Santa Fe, a Villa Ocampo, donde estaban
haciendo un puente sobre el Paraná Miní. Ahí estuve casi un año, luego
fui a Buenos Aires para un curso, me casé, tuve un hijo y fui a la Antártida,
tal como lo había pedido tiempo atrás.
--¿A qué parte de la Antártida?
--A Base Belgrano, la más austral, sobre la barrera de Fishner de
150 kilómetros por 150, que ahora se cortó.
--Y se echó a navegar por los mares... ¿Qué pasó después de
la Antártida?
--Cuando volví, dados mi conocimientos astronómicos, me mandaron
al Batallón de Ingenieros Topográficos, más tarde a Bariloche y luego a
la Compañía de Policía Militar 101, a cargo de una sección de
seguridad a la que debía entrenar con alto grado de eficiencia. --¿Eficiencia en qué terreno?
--En toda forma de combate urbano. Manejo de todo tipo de armas y
explosivos. En ese año, el 17 de noviembre de 1972 Perón regresó al país.
--Por primera vez después del '55.
--Casi un año después volvería ya para quedarse. Pero en esta
primera oportunidad nosotros teníamos orden de patrullar determinados
sectores de la ciudad y disolver los contingentes que se reunían para ir
a Ezeiza. En una de esas salidas en que íbamos yo en un jeep, el capitán
segundo jefe de la compañía en otro y atrás tres camiones con los
hombres que yo había instruido, tomamos Canning y de pronto vemos que en
una transversal, a cien metros sobre la izquierda, hay reunidas unas 200
personas. Paramos y el capitán me ordena que vaya y los intime a
disolverse. Yo me saqué el casco, el cinturón con la pistola y fui. --La orden no le gustaba.
--¡Claro! Era un despropósito. A medida que me acercaba sentía
el peso del silencio y las miradas clavadas en mí. "¿Qué
hago?", pensaba. Y también, "ya se me va a ocurrir algo",
pero seguía avanzando y no se me ocurría nada, hasta que de pronto veo
que de la manifestación se separa una señora con un impermeable raído y
un pañuelo en la cabeza que se acerca hasta que nos encontramos. Yo
miraba para abajo y cuando levanté los ojos vi los de ella. Ojos grandes
y celestes como los de mi abuela, que había muerto, y yo adoraba. Ella me
tomó de los brazos y sentí no sé... que era mi abuela. Pensé en la
patria y en lo que esa mujer esperaba de mí en ese momento. Yo estaba
como petrificado cuando la escuché decir: "Señor, ¡no nos van a
matar!". Yo la abracé y --miré, todavía me emociono--, "no señora,
no", le dije y avancé con ella abrazada hacia la gente, que se separó
dejando un pasillo por el que avanzamos. "Lo que nosotros queremos,
dijo, es ir a esperar al general Perón". Yo saqué, entonces, un
plano del bolsillo, les pedí que lo sostuvieran y les expliqué cuál era
mi sector. Tenían que dividirse en 8 columnas y, al llegar al límite de
mi sector, en 16. "Porque si los grupos son chicos no pasa
nada", les dije. Se produjo una ovación, uhhh, y la señora me dio
un beso. Ella lloraba y yo también. Vuelvo al jeep y el capitán: "¿Qué
pasó?" "No, nada, les dije que se fueran y se fueron". Esa
noche, viene un soldado a mi casa y me dice que me llama el general Sánchez
de Bustamante, que era el comandante del cuerpo, lo que después fue Suárez
Mason. Llego y me dice "Sientesé", lo cual ya me sonó raro.
--¿Por qué?
--Demasiado amable. "¿No vio televisión hoy?", me
pregunta. Ahí me acordé de que durante el episodio había visto una cámara
por ahí. "No, no vi". "Ah --dice él--, salió bárbaro.
Se oyó claramente la orden que impartió. Yo pensé: "Me mandan
preso a Magdalena". El dijo: "Usted está en una situación muy
extraña, yo debería hacer un sumario y mandarlo a Magdalena porque hizo
todo al revés de lo ordenado, o felicitarlo por ser el único hombre que
dispersó una manifestación solo, desarmado y con un discurso". Yo
pensé, "¿qué elegirá?".
--¿Qué eligió?
--Primero, quiso saber. "¿Por qué hizo eso?". ¿Hice
eso porque es imposible e inadmisible enfrentar a compatriotas desarmados,
con armas. Yo, eso no lo voy a hacer nunca". "Perfecto, yo no lo
puedo felicitar, pero lo felicito. Váyase". --De alguna manera ahí estaba un claro antecedente de lo que
más tarde lo llevó a desobedecer la orden de Videla de declarar en
determinado sumario, hecho que lo condujo al retiro obligatorio.
--Sí, es así. Yo me niego a enfrentar con armas a gente
desarmada. Me niego.
--Después de este episodio lo trasladaron a Neuquén donde
usted organizó... ¿qué fue lo que organizó?
--Cuando se acercan las elecciones del '73, yo me entero de que si
el peronismo gana no se entregaría el gobierno. A partir de reuniones y
conversaciones hice una de las cosas más divertidas de mi vida, organicé
a Neuquén como "ciudad liberada". --¿Con quién contaba?
--Contaba con mi compañía, 180 hombres bien instruidos.
--¿Sus oficiales?
--Sí, claro, lo primero fue hablar con ellos que estuvieron de
acuerdo y arrastraron a muchos amigos que tenían en una unidad militar
que era la encargada de custodiar el polvorín. Al polvorín lo vaciamos
totalmente y lo escondimos. Y comenzamos a hacer ejercicios para preparar
las futuras, posibles acciones: toma del comando de la brigada, toma del
aeropuerto, radios, canales. Contábamos además con 400 casas civiles con
teléfono y auto, lo cual proporcionaba una gran movilidad. --¿Pensaba armar a civiles?
--Sí, ésa era la idea.
--¿Usted, además de ser legalista, era partidario de Perón?
--No, claro que no.
--Todo el plan sólo tendría éxito si el ejemplo de Neuquén
era seguido por las demás provincias.
--Sí,
eso era fundamental. Finalmente, y por suerte, el poder fue entregado.
--Un tiempo después, en el '76, usted se niega a obedecer una
orden del general Videla, de declarar en un sumario y lo retiran.
--Sí, me pasan a retiro. Pero yo ya hacía unos años que estaba
harto del Ejército. Tan harto que me negué a entrar en la Escuela de
Guerra, imprescindible para avanzar en la carrera.
--¿Lo pasaron a retiro antes o después del golpe?
--Antes. De cualquier modo, después me convocaron para integrar un
"grupo de tareas", cuya misión era "detectar, detener,
interrogar y eventualmente eliminar blancos".
--Quiere decir gente. ¿Qué dijo?
--No sólo dije que no, sino que amenacé de muerte a quien me dio
la orden. Y esto lo cuento por los que dicen que tuvieron que obedecer.
Mentira, a mí no me pasó nada.
--¿En qué momento comenzaron a organizarse los mecanismos
represivos con esa ferocidad que conocimos luego?
--La primera cuestión fue ideológica: convencer a todos de que
estábamos en una guerra mundial.
--La Guerra Fría.
--Claro. En mi libro El escuadrón perdido(2), yo cuento
sobre la primera orden secreta de Videla una vez declarado el estado de
sitio durante el gobierno constitucional. Allí se dice que la guerra se
libra en las mentes. La "Guerra Subversiva Marxista" tiene por
objetivo la apropiación de las mentes para que caigan las naciones. Esta
es una idea que se repite una y otra vez en las sucesivas y numerosas órdenes
secretas.
--¿Por qué le parece que se insiste tanto en este concepto?
--Ellos están describiendo al enemigo y al asegurar que la guerra
se libra en las mentes están dando calidad de enemigo al guerrillero, al
pariente, al maestro protestón, al gremialista y a todos los que no
compartan punto por punto sus ideas. Porque el lugar del enemigo está
ocupado por cualquiera que piense diferente.
--Remontándonos hacia atrás, ¿en qué momento encontramos las
primeras huellas de la Doctrina de Seguridad Nacional?
--Esta doctrina empieza su largo viaje en Estados Unidos, después
de la Segunda Guerra Mundial, y de allí se extiende al mundo. Había que
diseñar el pensamiento anticomunista.
--Sobre todo en los ejércitos.
--Especialmente en los ejércitos. De ahí que Estados Unidos
tolera tantos golpes de Estado. También el nuestro que fue aplaudido
hasta que los reclamos en el ámbito internacional, por bestialidades
cometidas aquí, hicieron que los propios norteamericanos tuvieran que
abjurar del apoyo y nos hicieran un bloqueo de armamentos. --Cuando a usted se le ha preguntado "¿por qué hacía
esto?, ¿por qué?", usted ha dicho "Yo no sé, que lo expliquen
ellos". De cualquier manera insisto con un aspecto: ¿por qué fueron
tantos los inocentes muertos y desaparecidos?
--A partir de concebir al enemigo de tan difusa manera, el enemigo
era todo aquel que pudiera oponerse, aun mínimamente, a los objetivos que
llamaban básicos del Proceso de Organización Nacional. Eso está escrito
en las órdenes secretas que recibía. En esas órdenes se hace referencia
al enemigo armado --ERP y Montoneros-- y qué curioso, no llegan a 800. Si
uno suma los muertos atribuidos a la guerrilla, son 734 desde 1970 hasta
el final. Desde el 24 de marzo del '76, los muertos atribuidos a la
guerrilla son sólo 56. Sin embargo, los desaparecidos después del '76
alcanzan el 94 por ciento del total de los desaparecidos. A guerrilla nula
mayor cantidad de desaparecidos.
--¿Qué sentido tenían estas muertes?
--La mejor explicación la dio la mano derecha de Martínez de Hoz,
Guillermo Walter Klein: "El plan económico implementado durante el
Proceso sólo es posible de llevar adelante en un gobierno de facto".
--Sobre todo si éste usa el instrumento de terror más
siniestro y eficaz que se conoce: la desaparición de personas. Usted pasa
a retiro obligatorio en el '76, después de eso ¿qué hizo?
--Ejercí los más variados oficios y me recibí de periodista.
Como tal publiqué muchas notas. Entre otras una en Río Negro donde
trataba de criminales y cobardes a las juntas militares y de heroicas a
las Madres de Plaza de Mayo. A los dos días estaba preso. Después de
interminables vueltas jurídicas me destituyeron.
--Si usted fuera designado para organizar un ejército ejemplar,
atento a las necesidades de un país civilizado, ¿qué haría?
--Si tuviera esa posibilidad, lo disolvería. No creo ni en las
guerras ni en los ejércitos. (1) Los Azules se decían legalistas y aperturistas respecto del
peronismo, que estaba proscripto. Los Colorados eran fundamentalmente
antiperonistas. Según el entrevistado ambos son iguales, lo que los
separa es la lucha por el poder. Ninguno es legalista.
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