Tentaciones
Por Sandra Russo
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Cuando todavía no se
han agotado los ecos del furor que despertó Expedición
Robinson el tímido galán surgido del envío,
Diego Garibotti, sigue dando notas para decir que está buscando
al amor de su vida, aunque los clubes de fans de Picky comienzan a languidecer,
está en gatera el Gran Hermano y esta semana comienza
a emitirse por la señal de cable Fox la que promete ser la estrella
de atractivos más transparentes en toda esta insoportable saga
de reality shows: Temptation Island, en la que no está
en juego ni un botín considerable (apenas un par de miles de dólares)
ni un mecanismo voyeurista con alguna probabilidad de recompensa explícita.
Fox es, en Estados Unidos, una señal de aire, y sus contenidos
deben acatar las rígidas normas sobre lo que se puede mostrar
y lo que no. En el cuáquero país del norte, donde gobierna
desde hace poco más de un mes un señor cuya primera medida
fue vetar el apoyo norteamericano a organizaciones extranjeras que promueven
la despenalización del aborto, 17.200.000 personas por semana,
los días más flojos, vieron Temptation Island,
el programa en el que participan parejas no casadas, pero seriamente
comprometidas que apenas llegan a la isla de Belice son separadas,
varones con varones y mujeres con mujeres, para pasar dos semanas en compañía
de otros varones y otras mujeres que intentarán seducirlos.
¿Cuál es el chiste? Si hay sexo, no se ve. Lo que sí
puede verse, y es lo único que esperan esos tantos millones de
personas (gobernadas por un señor que ya metió una pata
en el Golfo Pérsico y que ahora apura el fast track
para que los acuerdos comerciales no encuentren frenos parlamentarios
en ningún lugar de América), son jueguitos de seducción
en los que los participantes deberán resistir la tentación
de ser infieles. Los varones y las mujeres contratados por la producción
para tentar a los participantes lisonjean, coquetean, flirtean con los
y las participantes, que previsiblemente histeriquean un poco y parecen
flaquear (después de todo, hay un tempo televisivo que respetar,
una ficción no ficcional que mantener a tope), pero si quieren
llegar al final, deben resistir. ¿Resistir a qué? No a la
atracción, no a la diversión, no al deseo: lo que se debe
resistir es al acto (al acto en cualquiera de sus formas y presentaciones,
desde un beso a un coito).
Hubo un momento en la historia de la sociedad judeocristiana en el que
el pecado dejó de ser un acto, como era en los albores del cristianismo,
para ser una intención. La mirada inquisidora de los Padres de
la Iglesia dejó de posarse en las acciones humanas para internarse
en los deseos, y es de ellos de donde surge ese disciplinador social tan
poderoso que es la culpa. Freud y sus muchachos retomaron a su manera,
muchos siglos después, esa línea de pensamiento que finalmente
terminó siendo nuestro sentido común: somos lo que hacemos,
pero también, y no menos, lo que sentimos.
Ahora, los vaivenes casi inescrutables de los medios electrónicos
nos devuelven, con Temptation Island, al ideario pagano en
el que lo único que importa no es la verdad sino la consecuencia.
Si los participantes resisten el contacto físico, son fieles. Mientras
tanto, millones de personas que resisten tentaciones cada día para
sostener sus respectivas células de la sociedad, gozan de las alternativas
de la paja en el ojo ajeno.
REP
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