Por Cristian Alarcón
¡Más vale
que te empieces a preocupar por la causa! le dijo Valeria Jara a
su padre, José Luis, en una de las discusiones que mantuvieron
hacia fin de año, cuando la larga convivencia que mantuvieron desde
el crimen de Liliana Tallarico, su madre y la ex esposa de él,
comenzaba también a morir.
¡Hablá todo lo que quieras! le contestó
él, ajeno, según declaró ayer, a lo que la adolescente
declararía en un juzgado acusándolo del crimen de la bailarina
de folclore. Si es cierto lo que ayer aseguró Jara ante el juez,
horas después de haber sido procesado por homicidio e intento de
violación, Valeria está loca, es una enferma.
Si es cierto lo que dice ella, Jara podría pasar hasta 25 años
en la cárcel. Por el momento, antes de que terminen las pericias
psiquiátricas sobre ambos, sólo el tono de los insultos
y las acusaciones dan la medida de una historia tan oscura que siete años
después resucita en el mismo departamento en el que se inició
una calurosa noche de febrero.
Pasadas las diez de la mañana, Jara, 42 años, empleado telefónico
y carpintero, llegó a los tribunales de La Plata gritando su inocencia.
Por favor, hagan tratar a mi hija, creo que durante estos años
estuve viviendo con un monstruo, dijo ante el juez Horacio Nardo,
quien anteayer ya lo había procesado y le había dictado
la prisión preventiva por el crimen de su ex mujer. Liliana Tallarico
era un morena atractiva. Era bailarina, trabajaba en la obra social bonaerense,
tenía como amante al director del Ballet Brandsen, Oscar Murillo,
y vivía en un departamento del octavo piso de un grupo de edificios
conocidos como de los Periodistas, en la calle 29. Las horas
siniestras fueron las de la madrugada del sábado 5 de febrero de
1994. Hacía menos de tres años que se había separado.
Siete años después del asesinato las pericias indicaron
que intentaron violarla y que le dieron tres feroces cortes en el cuello
con un tramontina un nuevo guión iluminó el expediente
judicial adormecido. Fue la propia Valeria quien provocó el vuelco.
Se presentó en diciembre ante el juez Nardo, decidida a hablar.
Después de ser madre, una terapia iniciada tras una depresión
profunda la llevó a recordar lo que, según dice, había
olvidado durante tanto tiempo: la noche del crimen vio a su padre matar
a su mamá. Valeria pasó varios días deglutiendo la
posibilidad de delatarlo. Su terapeuta lo recomendaba como la única
salida a un trauma terrible; contar lo ocurrido y alejarse de él.
Pasó el año nuevo simulando una alegría inexistente
con los Tallarico y los Jara, incluso José Luis. A mediados de
enero volvió en dos oportunidades al juzgado de Nardo. También
declaró su psicóloga, que avaló como ciertos los
súbitos recuerdos de la chica, víctima de un bloqueo.
Cada vez fue sumando nuevos datos. Cada vez, la situación de Jara
empeoró.
Hace 15 días que Jara está preso. La versión que
lo mantiene entre rejas, según sus abogados, no se sostiene más
que en el nuevo relato de su hija, una persona que tiene trastornos
graves. Aunque la psicóloga de la chica asegura que fue la
terapia la que la hizo salir del olvido poco a poco. Valeria contó,
primero en el diván, luego ante el juez, que aquella noche no sólo
visitó su casa el novio de su madre, Murillo, a quien en el comienzo
había sido acusado por el crimen. Por la tarde del viernes esperaban
a Jara, quien había prometido llevarla de fin de semana. Pero él
llegó a las 23. Liliana le reprochó la tardanza y le prohibió
llevarse a la nena. El se fue. Entonces sí, a la medianoche, llegó
Murillo. Liliana le había hecho su cena preferida. Comieron. Valeria
se fue a su cuarto antes de que él se retirara, cerca de las dos
de la mañana. Entonces es que, según la chica, regresó
Jara. Liliana le abrió pensando que era su amante. Desde el cuarto
la nena escuchó los gritos. Después, siempre según
su relato, Jara hizo una soga atando sábanas y se fue usándola
para salir del edificio. Por la mañana, la nena intentó
lo mismo pero se desató un nudo y cayó al vacío.
Ayer Jara dijo que esa noche no estuvo allí, sino que estaba curando
cerámicos rojos en su casa de Ensenada. La prueba sería
la ropa manchada de ese color con la que lo vieron la mañana del
día siguiente al crimen. Pero todo su esfuerzo estuvo puesto en
acusar a su hija de locura y perversión. Es como un pescado
dijo, no tiene sentimientos, juró que jamás
la vio llorar por su madre. Insistió en que Valeria actúa
movida por los celos.
Perdí siete años por esta pendeja de mierda,
llegó a decir, asegurando que se había separado de una pareja
por los conflictos que le acarreaba con su hija, en contra de todas sus
mujeres. Hace poco comenzó una relación que ella no aprobaba,
dijo. Valeria lo amenazaba con acusarlo ante la Justicia. Jara juró
que ella fue quien no cesó hasta volver a vivir al departamento
donde mataron a su madre, y desde donde cayó bajando por las sábanas,
quebrándose una pierna, una mañana de febrero.
DECIDEN
SOBRE LA CONDENA A MUERTE
Saldaño tiene su día D
Esta mañana se sabrá
si Estados Unidos admite una vuelta atrás en la condena a muerte
dictada en el 96 a Víctor Saldaño, el cordobés
acusado por la muerte de un vendedor de Texas. La pena había quedado
en suspenso hace un año por un fallo de la Corte Suprema de Justicia
de ese país basado en una denuncia por discriminación hecha
por organismos de derechos humanos ante la OEA. Hoy será la Corte
de Apelaciones de Texas quien ponga el punto final a la espera. Aunque
Saldaño aguarda poder obtener la condena a prisión perpetua
que lo libraría de la muerte, sus abogados no son optimistas en
cuanto al resultado.
La mayoría de mis amigos están muertos, fueron ejecutados.
Con esa frase, Saldaño terminaba así ayer su tiempo de espera.
Desde la prisión de Livingston, en Houston, donde aguarda la sentencia,
hizo una denuncia: En prisión soy permanentemente hostigado,
presionado y castigado le dijo a la diputada nacional Marta Ortega,
que lo visitó en la cárcel y, en consecuencia, estoy
deteriorado físicamente.
El 25 de noviembre del 95, Saldaño fue declarado culpable
por la muerte de Paul King, un comerciante de Texas asaltado y muerto
de un balazo. Una corte de Collins fue la que un año más
tarde lo condenó a muerte. La fecha de la ejecución se conoció
hace poco más de un año: sería el 18 de abril del
2001, pero también, en esos días, la Corte Suprema anunciaba
el aplazo. Los magistrados había reconocido el reclamo interpuesto
por discriminación por dos abogados cordobeses y otros dos norteamericanos
asignados al proceso. De acuerdo con ellos, durante el juicio, un procurador
general calificó a Saldaño, en forma despectiva, de hispano.
Con ese antecedente, la Corte reconoció errores de procedimiento
durante la instrucción del caso.
El cambio de la condena, pedido a lo largo de estos meses por organismos
de derechos humanos de todo el mundo, aún es una incógnita.
Si bien existen posibilidades de lograrlo, los letrados advirtieron que
todo está en manos de la presión que puedan ejercer en Houston
tanto las organizaciones que hasta ahora vienen haciendo el reclamo como
los medios de comunicación y los políticos representantes
de países latinoamericanos.
Stanley Schneider, el abogado que centraliza el proceso, está convencido,
dijo, de que la Corte de Apelaciones intentará ratificar la pena
de muerte. Pero, en ese marco, consideró que aun así, Saldaño
no recibiría la inyección letal antes de cinco años.
Por otra parte, mañana seguirán las acciones. Carlos Vega,
uno de los dos abogados cordobeses y titular del Servicio Argentino por
los Derechos Humanos, viajará a Washington para insistir una vez
más por su defendido ante la Comisión Interamericana de
los Derechos Humanos. Ese encuentro es importante porque hace tres años
ese organismo denunció ante la OEA a la Argentina por no haber
defendido correctamente a Saldaño, juzgado fuera de su país.
En esa misma instancia también quedó formalizada la denuncia
contra Estados Unidos por violación a los derechos humanos.
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