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DOS EX MILITARES CONTARON LAS PASIONES DE PEREL
Una vida jugando a los espías

Dos ex socios del financista detallaron ante la fiscal Castro que Perel alardeaba de tener vínculos con servicios de todo el mundo. Pero no contaron los casos de espionaje que protagonizó.

La fiscal de Dolores, Claudia Castro, tomó declaración a un ex teniente coronel y un ex subteniente.

Por Raúl Kollmann y Cristian Alarcón

La visita de dos militares, ex socios de Mariano Perel, no aportó a la causa más que datos folklóricos sobre las manías en materia de espionaje, cámaras ocultas y seguridad que tenía el financista. El ex teniente coronel Carlos Doglioli y el ex subteniente Jorge Taranto sostuvieron que hace cinco años que no veían a Perel y como es lógico juraron y perjuraron que no tuvieron ninguna relación con la muerte del financista. Por supuesto, algunas cosas no se dijeron, como las operaciones que en algún momento hizo la empresa de seguridad de Perel en la que siguieron y escucharon al periodista Marcelo Longobardi por encargo de otro periodista. Tampoco se habló de una cámara oculta que le hicieron a Inés Pertiné. En realidad, Doglioli y Taranto se vinculan con la vida de Perel anterior a 1996 y en la que el financista jugaba a espía y desplegaba su pasión por las armas, pero nadie cree que de allí haya salido la razón de las muertes.
El caso Perel esconde todo un mundo alucinante, en el cual asoman las transferencias de dinero a paraísos fiscales, la evasión impositiva, las estafas, las extorsiones y, como no podía ser de otra manera, el suburbio de los servicios de inteligencia y las empresas de seguridad. Doglioli y Taranto fueron parte de JAC, la empresa que le dio custodia a la familia Garfunkel, propietaria del Banco del Buen Ayre en el que trabajaba el financista. Perel era el socio principal, junto con Doglioli, y Taranto estaba relacionado con la empresa.
Los militares que declararon ayer coincidieron en un punto: Perel alardeaba de tener vinculaciones con el Mossad, la CIA, la SIDE e incluso decía que fue oficial de inteligencia israelí en la Guerra de los Seis Días, o sea cuando tenía 20 años. Nadie le creyó todas esas historias, aunque intentó hacer distintos negocios de venta de equipamiento como cámaras ocultas, instrumental antisecuestro y micrófonos para grabaciones clandestinas. Se afirma que no sólo vendía el equipamiento, sino que el propio Perel hizo algunas operaciones de inteligencia entre las que están las dos mencionadas: el seguimiento y las escuchas a Marcelo Longobardi y una cámara oculta a Inés Pertiné, esposa de Fernando de la Rúa. Ambas tareas fueron encargadas por otro periodista.
Tal vez lo más interesante que ayer dijeron Taranto y Doglioli es que Perel era un aficionado a las armas y que ellos concurrieron con él varias veces a practicar tiro al Shooting Belgrano y al Tiro Federal. Una vez, Perel utilizó una sandía para probar los proyectiles que se fragmentan al pegar en el blanco. Dos de esas municiones fueron las usadas en la muerte del financista y su esposa, lo cual traza un cuadro curioso y difícil de explicar para quienes sostienen la hipótesis de que actuó un asesino profesional: el arma usada era del propio Perel –no se registran en el mundo casos de killers que confían en el arma de la víctima–, los proyectiles eran de los que él hablaba siempre y la pistola se encontró al lado de la nuca y de la mano del financista. Sobre la mesa quedó un mensaje también redactado e impreso en la computadora y la impresora del financista.
Lo que quedó claro ayer es que la relación empresaria de Doglioli y Taranto con Perel se rompió en 1996 cuando el empresario le hizo una jugarreta a sus socios militares: intentó adquirir, a espaldas de sus socios, un detector de drogas para instalar a los aeropuertos. Algunos dicen que las cosas no terminaron bien, pero la realidad es que ya pasaron cinco años de la disolución de aquel vínculo y como dijeron ayer Doglioli y Taranto, la razón de las muertes hay que encontrarlas en las actividades de Perel de los últimos tiempos. Más allá de si al matrimonio lo mataron o hubo un suicidio de por medio, lo cierto es que la clave tiene que estar en la reciente debacle económica de Perel y, sobre todo para Taranto, nohay dudas: “Se trató de un crimen mafioso”, según diagnóstico –sin aportar elementos– ante la fiscal Claudia Castro.

 

Una carta a Antfactory

“A mi esposa le diagnosticaron un tumor en la sangre llamado MGUO. Puede ser que tengamos suerte y tengamos oportunidades para irnos de vacaciones, pero también puede suceder que en breve se desarrollen los síntomas y no tendremos una segunda oportunidad de tomarnos vacaciones.” Con estas frases, Mariano Perel le pidió autorización el 15 de enero a la empresa para la cual trabajaba, Antfactory, para tomarse una semana de vacaciones. Como se ve, en su cabeza supuestamente estaba el cáncer que tenía su esposa. Posteriormente, los forenses –según lo informado por quien lleva la voz cantante en la causa, el procurador Eduardo De la Cruz– sostuvieron que Rosa Golodnitsky sí tenía una enfermedad en la sangre, pero que no era tan grave.
Uno de los grandes misterios que tiene el caso Perel es por qué murió la esposa. Ese elemento no tiene explicación para los que afirman que el financista la mató con un tiro en la nuca y después se pegó él mismo también un tiro en la nuca. Tampoco tiene explicación para los que hablan de doble homicidio, ya que si Perel debía dinero o estaba a punto de revelar secretos sobre el lavado de plata sucia, no se entiende por qué mataron a la mujer.
Algunos argumentan que Perel la mató porque ella tenía un mal incurable. Pero sus amigos sostienen que decenas de veces creyó que él mismo tenía cáncer o que Rosita lo tenía y que solía utilizar eso para conseguir ventajas como, por ejemplo, una semana de vacaciones.

 

UN COLECTIVERO VA PRESO POR MATAR A UN CHICO
Cruzar en rojo rumbo a la cárcel

Un colectivero que en abril del año pasado atropelló y mató a un joven fue condenado por un tribunal de Capital Federal a cumplir tres años y medio de prisión efectiva, además de haber quedado inhabilitado para conducir vehículos en los próximos ocho años. La sentencia es la primera que se dicta según la nueva legislación sobre accidentes de tránsito.
Esa norma establece penas de hasta cinco años, e inhabilitación de hasta diez años, para quien “por imprudencia, negligencia, impericia en su arte o profesión, o inobservancia de los reglamentos o los deberes a su cargo, causare a otro la muerte”.
El fallo de los miembros del Tribunal Oral número 5, dictado el pasado lunes, fue unánime. Tanto la jueza Fátima Ruiz López como sus colegas, los magistrados Rafael Oliden y Carlos Rengel Mirat, consideraron probado que el acusado, Mario Américo Díaz, había cruzado la esquina de Caracas y avenida Rivadavia con el semáforo en rojo. Por esa imprudencia murió Hernán Díaz, un chico de 14 años que caminaba por la senda peatonal de regreso a su casa, después de jugar un partido de fútbol. Díaz era en ese momento chofer de la línea 5 de colectivos, que cubre el recorrido desde Retiro hasta el Barrio Copello.
La pena que dictó el tribunal fue mayor que la solicitada por el fiscal de la causa, Horacio González Warcalde, quien durante el alegato había pedido 3 años de prisión en suspenso. El colectivero fue condenado por “homicidio culposo agravado por el uso de automotor”. La diferencia que introdujo la modificación del código penal radica en el hecho de que, antes, el homicidio culposo tenía una pena máxima de tres años, por lo que era un delito excarcelable.
Antes de que entrara en vigencia la nueva reglamentación, la única salida que tenían los jueces que buscaban una condena efectiva era caratular la causa como “homicidio simple”, delito que tiene penas que van desde los 8 a los 25 años. Esto sucedió en el caso de Sergio Cañete, un conductor que manejaba alcoholizado y que, al chocar con otro auto que estaba estacionado, provocó la muerte de una mujer. La Sala IV de la Cámara del Crimen porteña determinó, en 1999, que Cañete debía ser juzgado por “homicidio simple con dolo eventual”. También en ese año, los jueces que tienen a su cargo el caso de Sebastián Cabello consideraron que el joven deberá ser juzgado bajo la misma acusación.

 

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