Por Pedro Lipcovich
Sin trasfundir una sola gota
de sangre se trasplantó un hígado a una paciente que, en
respeto a sus creencias religiosas, sólo de ese modo podía
ser operada. La operación se efectuó por primera vez en
Latinoamérica, en el Hospital Italiano, y su interés es
múltiple. Por una parte, las técnicas para reducir al máximo
la necesidad de transfusiones en cirugía consolidan una tendencia
de los últimos años, para reducir riesgos. Por otra parte,
se aplicó a la paciente una técnica preparatoria poco difundida,
pero que puede ser esencial para soportar las listas de espera de órganos.
Por último, la actitud médica de respeto a las creencias
de la paciente, testigo de Jehová, y la aceptación de su
voluntad de, llegado el caso, morir, antes que recibir sangre,
define un terreno ético donde, en palabras del jefe del equipo
médico, el único dueño de su vida es el paciente.
El comienzo de la historia podría fecharse hace unos 2.000 millones
de años. Por esa época, dos especies de organismos unicelulares
formaron la simbiosis primera y más perfecta. Una de ellas se transformó
en un órgano intracelular que perduró en la evolución:
son las mitocondrias, que permiten respirar a cada célula. El pacto
se mantuvo por millones de años, hasta las especies superiores,
pero, de vez en cuando, vacila: es quizás el caso de la cirrosis
biliar primaria, en la cual el organismo empieza a producir anticuerpos
contra las mitocondrias del hígado, como si fueran de otra especie.
Esta enfermedad se le declaró hace diez años a la señora
M. de F. (para preservar su tranquilidad y por indicación del equipo
médico, este diario reserva su nombre completo). El año
pasado, su hígado ya no era mucho más que un duro conglomerado
de cicatrices. Sin un trasplante, el pronóstico era ciento
por ciento mortal, recordó Eduardo de Santibañes,
jefe de Trasplante Hepático del Hospital Italiano. Pero esa única
perspectiva enfrentaba el hecho de que la paciente, de 48 años,
testigo de Jehová, no acepta transfusiones de sangre o sus derivados.
Ya existían escasos antecedentes de trasplantes hepáticos
sin transfusión: en la Universidad de Toronto, Canadá; en
el centro Charity, de Berlín; en la Clínica Leuben, de Bélgica.
El equipo médico interviniente firmó un compromiso de no
transfundirle sangre a M. de F., bajo ningún concepto. La
cuestión fue debatida en el equipo y consultada con el Comité
de Etica de la institución, contó De Santibañes.
El tema era delicado porque, aun en caso de que en la operación
se presentaran complicaciones, ella tenía decidido morir
antes que recibir sangre, y lo aceptamos así. Si moría por
ese motivo, era su voluntad: la única dueña de su vida era
la paciente, resumió De Santibañes; y Héctor
Marchitelli, vicedirector médico del Hospital Italiano, observó
que se trata de no caer en el paternalismo médico y respetar
la autodeterminación de los pacientes, especialmente cuando están
válidos, lúcidos.
Acordada la intervención, aguardaba a la paciente una larga espera:
ella es de contextura pequeña y el hígado también
tenía que serlo. (Ese problema se resuelve trasplantando porciones
de hígado, pero no hubiera sido factible en este caso porque esta
operación consume más sangre.)
Y la paciente no estaba en condiciones de esperar: como su sangre no podía
pasar por el hígado endurecido, iba en exceso a las venas del estómago
y el esófago, que sangraban; para colmo, también por la
cirrosis, el hígado no podía sintetizar las sustancias que
permiten la coagulación. En consecuencia, padecía hemorragias
graves.
Para ponerla en condiciones de esperar el trasplante, hace seis meses
le hicieron un by-pass, pero no en el corazón sino en el hígado:
unieron dos venas la porta y la cava para que la sangre pudiera
circular sin pasar por el hígado y así cesaran las hemorragias.
La intervención se hizo por dentro de los vasos sanguíneos,
metiendo un catéter por la vena yugular a la altura del cuello.
Por fin, el mes pasado, apareció un hígado adecuado y, el
19, se efectuó la operación. Para reducir al mínimo
la pérdida de sangre se utilizaron dos técnicas: la hemodilución
y el cell saver. Durante la operación, la sangre de la paciente
circuló por fuera de su cuerpo, saliendo por una aguja en una vena
del muslo, retornando por la yugular y pasando por una bomba donde se
le agregaba líquido para diluirla, de modo que los glóbulos
rojos efectivamente perdidos fueran menos. El cell saver es un dispositivo
que permite recuperar de la cavidad abdominal la sangre que brota durante
la operación.
La utilización de técnicas para reducir la necesidad de
transfusiones es una tendencia internacional en los últimos
tres o cuatro años señaló Adrián Gadano,
jefe de Hepatología del Italiano: disminuye riesgos como
el contagio de enfermedades virales, que, aunque mínimos, siempre
existen en las transfusiones.
La operación de trasplante duró más de seis horas.
La paciente se recuperó bien le administraron hierro, para
ayudarla a reponer los glóbulos rojos y ayer los médicos
confiaban en darle el alta en un par de días. M. de
F. está casada y tiene un hijo.
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