Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


EN EL GRAN REX, CHAVELA VARGAS CONCRETO UNA VELADA INOLVIDABLE
Una mujer con el alma en llamas

La presencia de Pedro Almodóvar como maestro de ceremonias agregó glamour a una noche en la que las canciones de espíritu acongojado pero resistente pusieron la magia. El público que atestó el teatro le dio cuerpo a un curioso rito de identificación con la artista.

Pedro Almodóvar y Chavela
Vargas en escena, cuando al final entonaron juntos “Volver, volver”.

Por Fernando D’Addario

Más que de la admiración, Chavela Vargas sabe sacar provecho de la complicidad. El miércoles, en un Gran Rex repleto de ovaciones y efusividades, la cantante mexicana concretó un milagro de transmutación colectiva: en varios momentos del concierto, miles de espectadores parecían mimetizados con Chavela, lucían felizmente acongojados y se subían a esa caravana de dolores y rebeldías como si realmente les pertenecieran. Esa identificación transitoria (nadie más que Ella puede ser Chavela durante más de dos horas al año) y la nunca confesada sensación de que, acaso, esos momentos no volverían a repetirse, le garantizaron al concierto el carácter de inolvidable.
La presencia de Pedro Almodóvar como maestro de ceremonias le agregó un plus de glamour al asunto. La situación no parecía tener mucho asidero: el cineasta manchego cruzó el océano Atlántico sólo para presentar con honores a su tía brava, que venía a la Argentina de regreso de todo, pero, puntualmente, de una delicada operación en la cabeza. Con excesiva humildad, Almodóvar besó el sector del escenario que pisaría Chavela, manifestó la alegría que lo embargaba en su fugaz visita a Buenos Aires (la tierra de Niní Marshall, Cecilia Roth, Roberto Arlt, Goyeneche y Macedonio Fernández, entre otros, según enumeró en su desprolija acumulación de “iconos porteños”) y la presentó, apuntando con precisión que Chavela “habla en sus canciones de todos nosotros como si estuviera en un confesionario”.
Es cierto: algo de confesionario pagano había en el escenario del Gran Rex. Ella, con su espíritu y estética de chamán, exorcizó la levedad que pudiese sobrevivir debajo del escenario y recitó fragmentos de su vida, con una gravedad que les confería, al instante, carácter universal. Aun en las canciones que, se suponía, parecían destinadas a una suerte de ghetto, Chavela supo (siempre ha sabido) envolverlas con un cariño casi ingenuo, que las despojaba de cualquier sectarismo. En el despecho, en el abandono, en la pérdida y en la soledad –sentimientos y sensaciones que navegan por todo su repertorio–, es posible descubrir en la mexicana una fuerza incontenible que la prepara para otro abandono, otra pérdida y otras soledades, en una rueda que gira y gira indefinidamente. Como dijo Almodóvar al presentarla: “Las canciones de Chavela te dan ánimo para que, cuando salgas a la calle, sigas equivocándote una y otra vez”.
Entre esas invitaciones al equívoco permanente, un puñado de boleros y rancheras hermosos: “Macorina”, en una versión rara, “Piensa en mí” (que arrancó más de una lágrima en la platea), “Vámonos”, ese desgarrador grito de rebeldía (“Vámonos/ donde nadie nos juzgue/ donde no haya justicia/ ni leyes ni nada/ nomás nuestro amor”), “Luz de luna”, “Canción de las simples cosas” (con dedicatoria a César Isella, presente en la sala) y tantos otros, todos tamizados por el humor de Chavela, vital para descontracturar en medio de tantas invocaciones a la desgracia.
Después de “La llorona”, ese susurro hipnótico que desencadena en un grito terminal (“Si ya te he dado la vida/ ¿Qué quieres?/ Quieres más...), Chavela eligió terminar el concierto con dos provocaciones al espíritu ya de por sí sensible del público: con el aporte de Osvaldo Burucuá en guitarra y Susana Ratcliff en bandoneón (que se sumaron al correctísimo elenco estable, los guitarristas Oscar Ramos Enríquez y Luis Guarneros Marcué), interpretó “Mi Buenos Aires querido” con autoridad moral y una pizca necesaria de demagogia. Y cuando la emoción ya sobrepasaba loslímites convencionales, llegó un golpe bajo: “Volver, volver”, con Almodóvar cantando y arengando al público para que cantara su propia nostalgia.
Fue la postal precisa, regida por un “exceso de realidad” y, al mismo tiempo, por una atmósfera de ficción, casi inverosímil. Chavela es funcional a la apología de amores desmesurados y tragedias románticas que Almodóvar fue traduciendo en cada una de sus películas. Con la salvedad de que el director manchego encontró en esa figura desgarrada una pieza más de su delicioso engranaje pop art, mientras que en Chavela, el montaje de ese teatro del absurdo no ha sido más que un espejo de su vida.

 

El domingo, la segunda

Este domingo, con la edición de Página/12, se publicará la segunda parte de Volver, volver, la colección de CD’s con las mejores canciones de Chavela Vargas. El valor de compra opcional de este segundo disco es de 6 pesos. En él, se pueden encontrar todas las facetas que hicieron de esta cantante mexicana una intérprete única: desde boleros clásicos, hasta corridos trágicos, y hasta una versión conmovedora de “Los ejes de mi carreta”, de Atahualpa Yupanqui. Son en total quince canciones: “Que te vaya bonito”, “Juan Charrasqueado”, “Amanecí en tus brazos”, “Cartas marcadas”, “Angelitos negros”, “El Cristo de Palacaguina”, “Se me olvidó otra vez”, “La llorona”, “Simón Blanco”, “Nosotros” y “Piensa en mí”, entre otras.

 

PRINCIPAL