Por Silvina Friera
Apelar al humor corrosivo, para
burlarse de los estereotipos sociales expuestos por la televisión
argentina, convierte la propuesta de Enterradas... hasta acá, el
varieté experimental con textos, actuaciones y dirección
de Mosquito Sancinetto y Micky Ruffa, en un despliegue acertado de personajes
familiares. Un cambalache originado en un minucioso trabajo de observación
que resume lo que perdura de la década menemista: la exacerbación
de lo fashion, contrapuesta con el sufrimiento de los expulsados por el
sistema.
Mosquito ingresa a la sala de la Casona del Teatro transformado en Delfina,
una mujer con aires aristócraticos y muchos apellidos, que aparece
en revistas de actualidad, ostentando sus mansiones de San Isidro o Martínez,
su nivel de vida, tan elevado y alejado del resto de los mortales. Desde
la dicción que le imprime a esta criatura hasta los movimientos
distinguidos, la barbilla bien alta, como forma de marcar el status social
del personaje, Sancinetto explota con solvencia su versatilidad actoral.
La escena transcurre en un avión, más precisamente en clase
ejecutiva. Delfina lleva anteojos y lee atentamente una revista, que tiene
en la portada a Eva Perón. La vida de esta mujer es tan inverosímil,
dice el personaje, que claro, como no podría ser de otra manera,
desnuda su gorilismo heredado.
Cuando irrumpe Micky Ruffa, en la piel de Pucky Pe, en la zona vip, que
no le corresponde porque debe viajar en clase turista, la situación
adquiere dimensiones grotescas. Pucky es una rubia que presume de ser
una top, que grita y se mueve histéricamente, como la mayoría
de las movileras que pululan por la pantalla televisiva. Ruffa, con una
notable actuación, recrea a esta fémina fatal del tercer
mundo, inspirado en la galería de polémicas vedettes encabezadas
por Silvia Süller, Alejandra Pradón, Flavia Miller y Mónica
Ayos. No importa que no tenga muy en claro si es actriz, modelo o vedette,
porque eso es lo de menos. Pucky quiere parecerse a Delfina, claro que
el nombre no la ayuda, y su máxima aspiración es estar en
el desfile de Giordano.
Pero la aproximación entre ambas pronto desencadenará una
delirante y divertidísima situación donde no queda títere
con cabeza. Delfina menciona sus cirugías estéticas y cuestiona
a su ocasional compañera de vuelo por el afán de figurar
al lado de Susana... o de Fernando... Los nombres alcanzan para que el
público comprenda a quiénes se refiere. Pucky, movida por
el deseo de venganza, recuerda haberla visto con (el ex presidente peruano
Alberto) Fujimori, más gorda y con otro color de pelo. Tuve
dos grandes romances, con uno fui Miss Universo, el otro me hará
primera dama, revela Delfina y no necesita a mencionar a nadie para
que las carcajadas estallen simultáneamente con los aplausos.
En la segunda parte, algo despareja en el ritmo, Mosquito y Micky son
los viudos. Los personajes reciben las urnas con las cenizas de sus respectivas
mujeres, lloran y se lamentan por las pérdidas. Una de ellas apareció
muerta en la heladera; la otra, enterrada en la arena: la mató
una sombrilla que le clavaron en una playa de Necochea. Las historiasparecen
sacadas de Crónica TV (de los que se matan con cuchillos tramontina,
como dice una periodista de ese medio en el documental Tinta roja). El
viudo que compone Mosquito cuenta que tiene cuatro trabajos y que
llega al 20 de cada mes y se amasa las galletitas que va a comer.
En la última historia, dos hermanas muy viejas, desmemoriadas y
corroídas por el paso de los años, convierten el escenario
de la Casona en el living de una casa antigua. Una de ellas festeja
sus 80 años y se queja de que en estos tiempos de inundación
en el barrio de Belgrano se murieron cuatro de las nuestras.
Ruffa encarna a la vieja más olvidadiza, que invoca a numerosos
santos y sólo recuerda los números de las líneas
de colectivos, que cree que su marido y su hijo viven, y su hermana (un
Mosquito terriblemente ácido) se encarga de recordarle cada una
de las muertes con milimétrica precisión en el tono de la
voz.
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