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PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

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Al final, José Luis Machinea renunció antes que Pedro Pou. Es que la salida del ministro de Economía producía sobresaltos en el interior de la Alianza mientras que el destino del presidente del Banco Central inquietaba a los núcleos financieros más duros, que no suelen considerar sus propios negocios en términos morales. El ministro dimitente llegó al cargo como resultado de una negociación entre la opinión de los influyentes amigos de Fernando de la Rúa que siguen la dieta neoliberal, como Fernando de Santibañes, y las de Chacho Alvarez y Raúl Alfonsín que se hacían cruces por la eventual candidatura de Ricardo López Murphy, el mismo que había sugerido en mitad de la campaña electoral de 1999 que había que bajar en diez por ciento el sueldo de los empleados estatales.
Los antecedentes de Machinea, sobre todo su relación con la Unión Industrial, lo ubicaban en el banco de la producción, aunque él mismo cargaba con la maldición del descontrol financiero desde los tiempos del gobierno de Alfonsín. Desmintió todas las presunciones: quiso ser Domingo Cavallo y no pasó de Roque Fernández. En el primer año, a consecuencia de su diagnóstico –la inminente cesación de pagos– siguió a medias el recorte que había aconsejado López Murphy y, además, aplicó un impuestazo sobre la clase media, con lo cual no resolvió ningún problema en serio pero consiguió para la Alianza el fastidio de buena parte de su electorado.
Si los socios de la Alianza hubieran logrado acuerdo sobre el posible relevo, tal vez el ministro no hubiera soportado los aguaceros críticos que pasó durante casi toda su gestión, porque le hubiera llegado el retiro hace algún tiempo. Por esas paradojas de la política, a menos de dos meses de lo que consideró su mayor logro –el “blindaje financiero”– llegó el final precipitado. Aunque el descrédito del Gobierno no fue, ni mucho menos, de su exclusiva responsabilidad, dado que el Presidente no puede irse, si ni siquiera tiene Vicepresidente, algo había que hacer para refrescar el medio ambiente, sofocado por la meteorología y por una recesión económica que no cesa. Igual que las doncellas que se sacrificaban para obtener el favor de los dioses, tal vez su última contribución al Gobierno haya sido este gesto final, sobre todo en un país donde las renuncias están desacreditadas porque las usan sobre todo los que, como el juez Carlos Liporaci, quieren esquivar el juicio político.
Nadie le reconocerá nada en este momento, porque igual que hace más de un año en la Alianza continúa el desacuerdo sobre el mejor candidato para ese ministerio, que se infló en el camino cuando cancelaron otra cartera, la que haría las obras públicas, y Machinea creyó que De la Rúa confiaba en él más que Menem en Cavallo. Hasta anoche, otra vez como ronda de calesita, volvían a sonar nombres y fantasmas: López Murphy, Cavallo y a la breve lista se había agregado Chrystian Colombo, jefe de Gabinete, que volvía a ser el hombre promedio o el mal menor, según quién lo viera. Esta sería una oportunidad para que De la Rúa haga un recambio de gabinete, sin que aparezca de manera tan cruda que es una maniobra electoralista, pero nadie tiene el mapa del laberinto por donde pasea sus decisiones el Presidente antes de resolverse por alguna.
Importa, por supuesto, quién sea el sucesor y cuánta su capacidad para contrarrestar las presiones que dividen al poder económico, entre los que quieren devaluar, dolarizar, abrir una canasta de monedas o seguir con la convertibilidad heredada del dúo Menem–Cavallo. Para la gente del común, en cualquier caso, quedan pendientes preguntas básicas: ¿Cuántos empleos nuevos crearán este año? ¿Qué harán para que el diez por ciento más rico no se quede con la tercera parte de la riqueza nacional producida por todos y para que el diez por ciento más pobre multiplique varias veces el 1,5 por ciento que le toca de esa misma totalidad? Igualdad de oportunidades, que no es igualitarismo raso, y derecho al trabajo son dos principios básicos de la Constitución republicana y, además, son imperativos de las religiones y filosofías que inspiran a la mayor parte de los habitantes del planeta. Sin embargo, cualquiera que revise con pulcritud los mensajes que inauguraron anteayer sesiones legislativas de la Nación y de varios distritos mayores advertirá que esos dos capítulos, igual que los otros de la agenda diaria de los ciudadanos, no merecieron referencias concretas, directas y mensurables de los gobernantes. Hasta Chacho Alvarez, tan cuidadoso en evitar la competencia con De la Rúa, tuvo que admitir, refiriéndose al mensaje presidencial del 1º de marzo, que la gente está en otra sintonía.
Aunque emergen de las urnas, a la hora de gobernar los políticos prescinden de los votantes, hasta la próxima elección, para amarrarse a las internas de los aparatos partidarios y a los intereses parciales de grupos privados que, por convención, llaman “los mercados”. No es que desconozcan los padecimientos y las expectativas de la sociedad a la que pertenecen –y a la que representan de cierta manera– porque cuando les toca el turno de opositores sus discursos se hacen cargo rápidamente de las demandas populares. Pero cuando llega la rotación en el gobierno el ciclo vuelve a empezar: los oficialistas de hoy condenarán mañana como opositores los mismos asuntos que ahora defienden más que al Santo Grial. Vaciadas de sentido, las prácticas partidarias se vuelven rituales, formalistas y aun hipócritas. Lo que es peor: tienen una enorme capacidad para clonarse, para cooptar a los vacilantes o para expulsar a los que no se acomodan a las normas establecidas.
El escarmiento ya no truena como antes, agobiado por las pérdidas y la miseria sin cuartel. Eso no quiere decir que los ciudadanos hayan renunciado al sueño de otra política, a pesar de tantos reveses sufridos por esa aspiración. En opinión del director de la Universidad Católica, Ignacio González García, “el ciudadano demanda idoneidad, honestidad, honradez, pericia para liderar proyectos en forma eficiente, dedicación a la función política, transparencia y rendición de cuentas” (en La Nación de ayer). No es común encontrar tantos requisitos de calidad en una sola persona, pero tampoco es cierto que todos son la misma porquería. Los que desacreditan generalizando quieren, en realidad, salvar a los bandidos y mantener a los ciudadanos lejos de la política, con la excusa de que esos fangos no son para “gente decente”. A pesar de esos diagnósticos absolutos hay buenos, serán minoría, aún, pero existen.
Ahí está, al alcance de la mano como evidencia, Elisa Carrió, diputada por Chaco, afiliada de la UCR, alborotadora y terca, empecinada en una cruzada contra los lavadores de dinero ilegal como un punto de partida para moralizar la vida pública. No es la única, pero la notoriedad del asunto que la preocupa la colocó casi en el primer lugar del ranking de credibilidad pública, con el mismo impulso popular que hace un tiempo levantó al Frepaso, cuando era la expresión sobresaliente del compromiso contra la corrupción y la impunidad. Lo que pasa es que los mejores no se encuentran todos juntos en una misma tendencia o agrupación, sino que aparecen en una zigzagueante ruta transversal. En la misma cruzada que Carrió aparecen el conservador mendocino Gustavo Gutiérrez y el socialdemócrata Jorge Riva, entre otros. Por eso, aunque importe la sucesión de Machinea, ningún hombre, por sí solo, producirá cambios sustantivos en el rumbo oficial ni mucho menos en la realidad de cada día. Para eso, haría falta aquel “gran cambio” que había prometido la Alianza en su olvidada “Carta a los Argentinos”, incinerada mucho antes que Machinea.
Es tan escasa la voluntad de cambiar en serio, que las mujeres y hombres comprometidos con causas nobles en más de una ocasión tienen que salir a buscar respaldo o justicia más allá de los confines nacionales. Para queaquí el lavado de dinero dejara de ser preocupación exclusiva de un puñado de políticos y periodistas, tuvo que apropiarse del tema un subcomité del Senado de Estados Unidos. Cada vez son más frecuentes los casos presentados a la consideración de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como lo está haciendo en estos días la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), con el respaldo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), en defensa de 2800 delegados sindicales de base sometidos a proceso en todo el país. Por vías internacionales, Pinochet y otros sátrapas de la misma estirpe pudieron llegar a los estrados judiciales que no los alcanzaban en sus propios países.
Hay tantos motivos para deprimirse en estos tiempos que, de vez en cuando, vale la pena evocar referencias de buen ánimo y repasar en la memoria de cada uno los nombres y los actos que reconfortan las esperanzas en tiempos mejores. ¿Que cuándo llegarán? ¿Acaso depende de alguien, sea presidente, ministro o jefe partidario, si no existen la voluntad y el compromiso de las mayorías? En este fin de semana de incertidumbres, algunas más si cabe que las que había hasta ayer, sería recomendable evocar al cantor Alfredo Zitarrosa, inolvidable, que escribió Adagio en mi país para hablar de los tiempos difíciles de su Uruguay pero también de su confianza en lo que vendrá: “Dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes. / El siente que el pueblo, en su inmenso dolor, / hoy se niega a beber en la fuente clara del honor (...) Dice mi pueblo que puede leer / en su mano de obrero el destino / y que no hay adivino ni rey / que le pueda marcar el camino que va a recorrer”. ¿Ocurrencia de artista, no más, o sensibilidad popular? Preferible equivocarse con estos sueños, antes que vivir la vida de los aburridos y los insensibles o arrojarse a la hoguera.


 

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