Por Cristian Alarcón
¿Existía una villa
miseria propiedad del Estado? Hasta ayer no. ¿Alguna vez el Estado
necesitó comprar 18 hectáreas habitadas por los más
pobres del conurbano para garantizar la seguridad? Hasta ayer no. El trámite,
aunque suene desopilante, se concretó por primera vez en el caso
de La Cava, de San Isidro, cuya Municipalidad acaba de adquirir las tierras
en las que se hacinan unas 13 mil personas en un pozo del que hasta hace
cuarenta años sólo se sacaba arena. Ahora, la idea que inspiró
al intendente Gustavo Posse es la de sacar de allí, no ya camionadas
de pedregullo, sino a la inmensa minoría de delincuentes
que sobreviven entre el laberinto de pasillos medievales, mezclados con
la mayoría de trabajadores honestos. Lo más
impresionante de esta operación además de un precio
irrisorio de 500 mil pesos, o sea casi un peso por metro cuadrado
es el fin judicial y político que tiene: el Estado piensa constituirse,
al ser propietario de las tierras, como denunciante y querellante de los
delitos complejos, tráfico de drogas y armas. La policía
muchas veces ofrece resistencia para entrar a estos lugares, le
dijo ayer a Página/12 Posse, con cierta sutileza para graficar.
Las calles de tierra, abiertas por la Municipalidad llegaron
a La Cava en mayo del año pasado. Suponen progreso en términos
clásicos, pero también suponen el itinerario y la normalización
que posibilitan la vigilancia y el control sobre los que en ellas viven.
La compra de las 18 hectáreas viene entonces a profundizar en esa
línea. Debemos ser sinceros y admitir que hay lugares donde
dominan los delincuentes. Si la Municipalidad se convierte en titular
dominial del lugar, podremos conseguir las medidas necesarias de
parte de la Justicia para atar el problema del tráfico, que es
lo que más se ha desarrollado en la villa, le dijo a este
diario el intendente, continuador de la política de su padre, Melchor
Posse, quien siempre tuvo entre los desafíos locales la existencia
misma de La Cava en el medio del lugar más rico del conurbano.
El plan concretado esta semana con la rúbrica del Concejo Deliberante
de San Isidro es el resultado de un acuerdo entre la Municipalidad, el
Plan Arraigo del gobierno nacional y la Mutual de Tierras y Vivienda Barrio
La Cava. La villa nació en 1959, cuando Obras Sanitarias, el original
dueño del predio, abandonó el lugar en el que había
escarbado en la busca de napas de agua. Desde entonces el crecimiento
fue caótico. Las casas de chapa se fueron acomodando como fichas,
la una contra la otra, y los pasillos tomaron esas formas caprichosas,
hasta que se consolidaron las zonas supuestamente inaccesibles. Durante
la gestión del gobierno menemista, el Plan Arraigo promovió
la construcción de viviendas de material y urbanizadas a través
de la Mutual, comprometida a pagar en cuotas las tierras. Pero la complejidad
del sitio, la densidad poblacional extralimitada y el golpe certero de
la economía los dejó fuera de toda posibilidad. Ahora el
acuerdo implica entonces que el municipio asume la deuda de los mutualistas,
pero con un compromiso adicional; tener dominio legal sobre las tierras
recién cuando la Municipalidad le haya dado una vivienda
a cada habitante censado en la villa, en palabras de Posse.
¿Cuándo sería cumplida tamaña misión,
teniendo en cuenta la densidad poblacional de la villa, una de las más
altas del país? Pues los plazos y los términos en que el
masivo reacomodamiento se dará aún no han sido discutidos.
Por ahora, el Estado pagará sus 500 mil pesos. Luego, en un mes
y medio, toda la villa será censada en un solo día para
saber exactamente cuántos son, hace cuánto viven allí,
qué necesidades tienen y también sus expectativas. A pesar
de las incógnitas es fácil deducir que será imposible
preservar a la mayoría en La Cava. Por cada manzana de la villa
se calcula que viven unas 900 personas, o sea ocho veces más que
el número de habitantes de una manzana en un barrio típico.
Aunque la policía ha dicho que estima en 40 mil sus habitantes,
el Gobierno calcula que son entre 12 y 13 mil. ¿Cuántos
podrían quedarse? ¿Cuántos irse? Para losfuncionarios
locales la cuestión será resuelta mediante el consenso con
la participación de las ONG del lugar, de la Mutual de viviendas
y del propio gobierno. Una sola cosa es tajante: quienes primero se vayan
deberán ser los que delinquen.
¿Pero es posible concretar ese proceso? Será necesaria
usar ingeniería social para poder hacerlo, dice Posse. Fuentes
cercanas al proyecto reconocen que la expectativa es que a medida que
se normalice la cuadrícula de calles y la villa vaya
tomando la forma de un barrio de fácil control, los propios ladrones
y traficantes preferirán el retiro a quedarse desguarnecidos ante
la ley. Sucede que la trama de inseguridad de una villa miseria La
Cava o cualquiera de los bolsones de mayor pobreza en el conurbano
no está hecha solamente de desocupación, pauperización,
delincuencia juvenil, etc. En ella participa generalmente la fuerza policial,
que suele tener mucho más control del que admite. Fuentes del gobierno
local admitieron a este diario que en el caso de La Cava, aunque la policía
no maneja estructuralmente el tráfico, se recibieron
varias denuncias de policías que vienen de otras brigadas
del conurbano que entran a La Cava para distribuir armas.
Cierre de un geriátrico
Un geriátrico de Villa Urquiza fue clausurado ayer por
falta de habilitación y porque no cumplía con las
normas mínimas de seguridad e higiene. Así lo detectó
personal de la Dirección de Verificación y Habilitación
del gobierno porteño en el operativo hecho a raíz
de una denuncia anónima, en Constituyentes 5387. Fue la diputada
porteña por la Alianza Sandra Dosch quien recibió
la denuncia en la que se informaba que el geriátrico funcionaba
de forma ilegal. Allí vivían diez ancianos en una
habitación y una terraza. Los funcionarios detectaron además
que la enfermería funcionaba en el garaje. Las condiciones
en que se encontraban los abuelos constituyen la figura de abandono
de la persona, dijo Dosch después del operativo.
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