Por Julieta Grosso
Figura emblemática de
la literatura estadounidense de los últimos cuarenta años,
el narrador y periodista Tom Wolfe está festejando su 70º
cumpleaños con la convicción de que, en su rol de gurú
indiscutible del Nuevo Periodismo, ha hecho evolucionar más que
nadie el lenguaje de los medios de comunicación durante la segunda
mitad del siglo. Lo primero que viene a la mente es, por supuesto, su
aspecto. Un traje de tres piezas entre el blanco y el crema, con una camisa
con rayas azul claro debajo y una sencilla corbata de seda.
Es posible coincidir con Norman Mailer, para quien un hombre que
lleva siempre un traje blanco es un imbécil, sobre todo en Nueva
York, pero no hay duda de que el escritor y periodista Tom Wolfe,
que cuenta con más de cuarenta trajes de este tipo en el armario
y se cambia de ropa entre cinco y seis veces al día, consiguió
saltar de su imagen como autor de best sellers a la de estrella literaria
de más alto vuelo. Durante cuarenta años, el escritor reflejó
la evolución de Estados Unidos, desde la era de los Kennedy los
radicales 60 de Ponche de ácido lisérgico, los individualistas
70 de La banda de la casa de la bomba y otros relatos de la era pop, los
80 llenos de contrastes de La hoguera de las vanidades y, en su más
reciente novela, Todo un hombre, una visión original y crítica
acerca de los símbolos de poder y ostentación en los 90.
Pero, por sobre todo, Wolfe sigue siendo lo que fue en su origen: un periodista.
Y con su técnica ofrece al lector una mirada siempre sorprendente
sobre mundos como el de los altos ejecutivos de las multinacionales, el
de las villas de las ociosas esposas de ricos magnates o el de los barrios
más pobres y marginados. Fundador en los 80 de la corriente conocida
como Nuevo Periodismo, el escritor comenzó a cimentar a los 24
años una carrera que dio títulos tan notables como Gaseosa
de ácido eléctrico, Lo que hay que tener, La izquierda exquisita,
La palabra pintada, La hoguera de las vanidades y, justamente, el emblemático
volumen El nuevo periodismo. Luego de cursar estudios en la Universidad
de Yale, Wolfe se inició como periodista nada más ni nada
menos que en The Washington Post, diario que se dio el lujo de abandonar
poco tiempo después bajo el argumento de que estaba escrito
en un tono beige pálido, una tonalidad que no era de su preferencia.
Poco después, revistas como New Yorker, Esquire y Rolling Stone
le otorgaron asilo periodístico al inquieto Wolfe, cuyos artículos
y libros se convirtieron rápidamente en radiografías de
la época hedonista que fluctúa entre los 60 y los 70, estimulada
por la revolución sexual, la lucha por los derechos civiles, el
hippismo, la psicodelia y el rock and roll. A fines de los 80, el periodista
publicó La hoguera de las vanidades, una novela que describe la
embriaguez económica de esa década a través de una
galería de personajes que abarcan desde Wall Street hasta los rincones
más inhóspitos del Bronx, y que fue llevada al cine por
Brian de Palma.
De su estilo se puede decir fundamentalmente que transgrede las normas
aceptadas por el establishment literario y que escribe con cierto aire
sofisticado y conservador. También, que en sus libros se respiran
aires de la novela balzaquiana o naturalista enterrada por Kafka y Joyce
medio siglo atrás. A pesar de sus arriesgados reportajes y de haber
escrito sobre personajes del núcleo duro hippie como
Ken Kesey (Atrapado sin salida) o de la Generación Beat como Allen
Ginsberg, Wolfe siempre destaca que es una persona muy formal:
Cuando me llaman conservador lo tomo como un honor, porque en mi
mundo eso significa que sos herético, que dijiste cosas fuera de
la ortodoxia, explicó alguna vez. Ahora que pudo terminar
Todo un hombre, publicada en 1999 tras once años de trabajo en
ella un trabajo tan intenso que le significó un infarto en
1996, Wolfe se siente otra vez en la cresta de la ola. Su próximo
proyecto es un libro sobre la escuela y la educación,
según anunció hace poco. Al igual queocurrió con
su trabajo anterior, el escritor afirma que volverá a caer en la
hoguera de sus vanidades y, a pesar de todo, seguirá intentando
escribir el mejor libro del mundo.
ORDEN
IMPERIAL PARA JOANNE ROWLING
Su majestad Harry Potter
Joanne K. Rowling, la autora
de la exitosa serie de libros sobre el aprendiz de mago Harry Potter,
fue distinguida ayer con una orden imperial por el príncipe Carlos
de Inglaterra en el Palacio de Buckingham. En la ceremonia, el heredero
del trono británico se reveló como un fan de las aventuras
de Potter. ¿La película es tan buena como los libros?,
le preguntó a la escritora, de 35 años, refiriéndose
a Harry Potter y la piedra filosofal. Su respuesta fue: Para una
película siempre es difícil hacer justicia a un libro pero,
a pesar de que nunca puede ser ciento por ciento igual, estoy segura de
que será maravillosa. Rowling fue nombrada Oficial de la
Orden del Imperio Británico, por lo que, en el futuro, podrá
utilizar las iniciales O.B.E. detrás de su nombre. La autora señaló
que por ahora se dedicará a terminar la serie de libros de Harry
Potter, de la que se publicaron cuatro tomos pero que abarcará
un total de siete.
Luego, según detalló, iniciará algo distinto:
Será bonito volver a ser completamente desconocida,
dijo Rowling, cuyas novelas vendieron hasta ahora a nivel mundial más
de treinta millones de copias. La distinción iba a ser concedida
por la reina Isabel II en diciembre, pero la escritora se excusó
alegando un resfrío de su hija. Más tarde se descubrió
que la cita coincidía con una actuación de su hija en la
escuela.
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