Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


En el debate sobre la década más caliente del siglo pasado un antiguo dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo le contesta a Feinmann sobre el uso de la violencia en la política y la forma de analizar el pasado desde hoy. Página/12 también reproduce una polémica columna publicada en El País, de Madrid, por un eurodiputado español a raíz de las críticas al ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, del Partido Verde. Sólo en apariencia su planteo es de interés exclusivamente europeo.

DE AQUI Y DESDE ESPAÑA, DOS APORTES POLEMICOS PARA LA DISCUSION
Discutir los �70

Por Pedro Luis Cazes Camarero *.
La autocrítica concreta y los métodos

Qué manera fatal de usar el talento.
H. Balzac: Las ilusiones perdidas

El 11 de febrero José Pablo Feinmann escribió una diatriba. Desplegó una mezcla tal de observaciones acertadas y “ninguneo” soberbio respecto de lo actuado por las organizaciones PRT-ERP, a las que tuve por entonces el honor de pertenecer, que me siento obligado a deslizar estas reflexiones. Pienso que muchos de mis compañeros de entonces las acompañarán.
Coincido con la afirmación de Feinmann acerca de lo erróneo del prólogo del Nunca Más, escrito por Ernesto Sabato: no hubo, ni hay, una violencia “en general”. Había una violencia de los explotadores y los opresores, la violencia de la miseria, la ignorancia, la denegación de derechos sociales y políticos, todo ello apuntalado por la pura violencia de las bayonetas de los militares. Y otra violencia completamente distinta, la violencia de la resistencia armada y no armada contra la dictadura.
La dictadura militar de Onganía, Levingston y Lanusse fue apoyada por la derecha de todo pelaje y provocó el milagro de unir en su contra a un espectro social y político que hasta entonces se encontraba profundamente dividido entre peronistas y antiperonistas. El Cordobazo y las demás insurrecciones parciales desencadenadas en varias provincias no enarbolaron la identidad política del peronismo. No solamente por estar encabezadas por dirigentes sociales en muchos casos no peronistas, sino sobre todo porque la lucha contra la dictadura excedía (sin eliminarlas) tales diferencias: no me cabe duda que en esas puebladas participaron muchísimos peronistas.
Desde mediados de la década del ‘60 se venía produciendo en el país un fenómeno que, contemplado desde el marasmo actual, resulta asombroso. “Docentes, intelectuales, estudiantes, profesionales, quienes en otras circunstancias hubieran sido miembros comunes de la clase media, se lanzaron a realizar un trabajo social y político entre los sectores más humildes: sindicatos, comisiones vecinales, villas y barrios. Muchos, después de realizar un tiempo esa experiencia, profundizaron su compromiso... ese activismo tuvo una fuerte influencia sobre su mentalidad como sector, incluyendo a sus relaciones sentimentales, amistosas y familiares... además de recibir la influencia poderosa del proletariado, desgorilizándose, también por su parte influyeron en los jóvenes obreros, contribuyendo a exorcizar el fantasma del macartismo... el ambiente era caótico, irrespetuoso, iconoclasta... se cuestionaban las autoridades: familiares, docentes, estatales, policíacas, militares; una deliciosa pérdida de respeto por lo constituido. Con justa razón, ello produjo pánico entre los ambientes autoritarios.” (1)
Para comienzos de los años ‘70, el inmenso movimiento antidictatorial que estaba haciendo vacilar a la autocracia militar contenía dos oponentes particularmente amenazadores para la derecha: por un lado los sectores del proletariado más concentrado, con dirección peronista o no, cuya cabeza visible era Agustín Tosco; reconociéndose explícitamente sin estrategia política aún, significaban un grave peligro de adoptar en bloque un planteo de poder. Por otro lado, la guerrilla: nacida de organizaciones infinitesimales, creciendo vertiginosamente, su discurso estratégico implicaba un riesgo loco para las clases dominantes si lograban audiencia de masas. A los militares no les quedaba más remedio, debían retroceder.
Como afirma correctamente Alejandro Horowicz: “la fuerza... era tan grande que... los militares, a pesar de su gorilismo ingénito, tuvieron que admitir lo inadmisible. Los que le hicieron sorber la horrenda pócima del peronismo tienen nombre y apellido: el ERP y los Montoneros”. Y más atrás: “ése es el rol que cumple la guerrilla, el de diluir el gorilismo militar con el terror al socialismo: lograr que los generales admitan quela clase obrera elija a los jefes políticos que mejor le cuadren, siempre y cuando no sean obreros ni socialistas”. (2)
Los graves errores ulteriores cometidos por los revolucionarios y la amnesia provocada por la represión, facilitan el trabajo de los que desean distorsionar los hechos reduciendo la importancia de las acciones armadas en la resistencia contra aquella dictadura; Feinmann incluso va más allá y afirma que pusieron en peligro a la reinstauración de la democracia, denominando “asesinato” a la ejecución del almirante Hermes Quijada, quien fue vocero de la dictadura por la televisión para justificar los asesinatos de los prisioneros del ERP, las FAR y Montoneros en la base aeronaval de Trelew, el 22 de agosto de 1972. Cita en apoyo de su tesis a las amenazas proferidas entonces por un verdadero energúmeno, el almirante Mayorga.
En realidad, esa operación fue llevada a cabo por el “ERP 22 de agosto”, escisión del ERP que se produjo justamente por apoyar esta fracción la participación de los comicios y el voto en los mismos al candidato peronista. Además, la decisión de los militares de ofrecer elecciones era por entonces estratégica, irreversible y no podría haber sido modificada por ninguna acción guerrillera, ni siquiera por el copamiento del cuartel del batallón 141 de Córdoba por parte del ERP, hecho de mucha mayor envergadura que la muerte del marino mencionado más atrás.
La verdad es que por entonces los golpes de la guerrilla, así como las innumerables movilizaciones populares, estimulaban la decisión militar de retirarse del gobierno, de replegarse. Esto era así en ese momento, pero como veremos en seguida, no ocurre lo mismo en diferentes circunstancias.
El pueblo vivía la dictadura como la forma extrema de otros regímenes represivos ya conocidos, como la “Libertadora” y el “Plan Conintes” y visualizaba la resistencia como una forma de obtener la restitución de derechos cercenados; las corrientes populares del peronismo, incluyendo parte de la guerrilla de esa identidad, interpretaban la lucha contra la dictadura como el fin de la proscripción.
Sin embargo, otra parte de la guerrilla, en especial el PRT-ERP, entendía a los enfrentamientos como el inicio de una larga guerra civil que culminaría en el socialismo. Los sectores populares no entendían el discurso de “Los Montoneros del ERP”, a los que se percibía vagamente como una parte del movimiento contra el gobierno militar, en tanto que la estrategia de la organización buscaba, por el contrario, subsumir al movimiento de masas antidictatorial dentro de una perspectiva revolucionaria, socialista, incomprensible para la mayoría.
Como correctamente marca Feinmann, este error tuvo fatales consecuencias. Al mantener la actividad armada después de las elecciones, en pleno gobierno peronista, considerado legítimo por la mayoría abrumadora de la gente, el PRT-ERP se aisló cada vez más de los sectores populares que sostenía representar, y efectivamente, sus acciones (y las de los Montoneros) fueron aprovechadas como argumento por los golpistas y represores de turno. La derrota física de la guerrilla fue precedida por la derrota política.
Esta autocrítica, como deberían serlo todas, es concreta. Aunque se refiere a una estrategia política y por lo tanto posee un alto grado de generalidad, se refiere a esas, y sólo a ésas, circunstancias históricas. Por lo tanto, no puede deslizarse hacia una crítica absoluta acerca de los métodos: adoptamos la lucha armada en circunstancias de fuerte represión por parte de un gobierno percibido masivamente como ilegítimo. En tales circunstancias, la guerrilla goza, según lo comprobamos, de una sólida simpatía por parte de amplios sectores del pueblo. Al extender la lucha armada a un período democrático (aunque fuese contaminado por el lopezrreguismo), esos mismos métodos que nos permitieron prestigiarnos y crecer, que nos hicieron aparecer antes ante la opinión pública como lo más intrépido y representativo de una generación, luego nos aislaron por completo y nos desacreditaron. La “verdad” de un método no es abstracta, es histórica; aquello que una coyuntura determina como correcto e indicado, otra coyuntura lo determina como catastróficamente equivocado.
Se pregunta, finalmente, Feinmann sobre “qué estamos debatiendo” y se contesta que es sobre “la inviabilidad de la lucha armada en la actualidad”. En efecto, es inviable, en eso coincidimos, pero no creo que sea el centro del debate. Reconocer que hubo un tiempo en el que, como él lo expresa, “los fierros” fueron la forma concentrada de la política, un tiempo en que fue apropiado y correcto combatir, no significa de ninguna manera recomendar la lucha armada como forma legítima de la acción política contemporánea. Significa sencillamente decir la verdad histórica, evitando las demonizaciones y las discusiones bizantinas del tipo “fue una guerra” y “no fue una guerra”. Designar correctamente los errores no nos vacuna por completo, pero ayuda a madurar.
El epicentro del debate, según creo, reside en que la mirada retrospectiva nos trae el perfume de aquellos tiempos heroicos y la desgarradora constatación de que, salvo la democracia (que no es poco, pero que se halla estabilizada por la debilidad de las fuerzas populares) todo ha empeorado y los antiguos sueños permanecen incumplidos. Así, deambulando en busca de la vieja palabra olvidada que nos permita ponerle piernas firmes a los sueños, recuperar tanta desdicha, encauzar sabiamente el tronar de la ira de los pueblos.

* Ex director de El Combatiente (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores) y Estrella Roja (órgano d el Ejército Revolucionario del Pueblo)
(1) Cazes Camarero, P.L. (1989). El Che y la Generación del ‘70. Ed. Dialéctica, Buenos Aires.
(2) Horowicz, A. (1986) Los Cuatro Peronismos. Ed. Hyspamérica, Buenos Aires.

 

Por JosE MarIa Mendiluce *.
Y usted, ¿dónde estaba?

No resulta fácil preservar la memoria cuando es tan atacada y desde tantos frentes. Si en la esfera individual tenemos tendencia al olvido de lo que no nos gusta recordar y a la idealización de nuestro pasado, en la esfera pública esa tendencia es más acusada. Y más grave, porque tiene indeseables consecuencias sociales. Cada país tiene marcada querencia a hacerlo con su propia historia, y algunos la practican con insólita determinación. En España, la transición política produjo un poco deseable efecto: demasiados silencios sobre el pasado inmediato. Y para evitar que se confundiera la memoria con el resentimiento o los deseos de venganza, se perdonó hasta el recuerdo, renunciando a una imprescindible pedagogía democrática. Pero este juego de amnesias y memoria selectivas se utiliza también en otras partes. Y Joschka Fischer lo sabe.
Que la desorientada y derechizada CDU alemana, junto al inevitable entramado mediático/sensacionalista/irresponsable (que en similares fórmulas ‘investigativas’ tan bien conocemos en nuestro país), pretenda encubrir sus escándalos financieros y su derrota electoral tratando, con inusitada saña, de aprovecharse de la desestructurada memoria colectiva de una nación compleja, para tratar de destrozar el Gobierno roji-verde de Schröder vía Joschka Fischer, tiene mucha más importancia que el resultado de esta desigual batalla entre un demócrata comprometido y sus sospechosos perseguidores.
Vaya por delante una ‘confesión’, para que no vuelvan a descubrir algunos, en admirable ejercicio de periodismo de investigación, lo que figura en mi historia personal sin ningún ocultamiento: sí, fui dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria-ETA VI (la sexta, la que había renunciado a la lucha armada, o sea al terrorismo, desde 1970). Y en esa organización, que redujo posteriormente su nombre a LCR, milité hasta la llegada de la democracia sufriendo, como muchos de mis compañeros de ésa y otras formaciones, la persecución y su corolario: la clandestinidad, las detenciones y la tortura, Y la muerte de algunos amigos, como Mikel Salegui (muerto a tiros en un control que no vio) o Germán Rodríguez, asesinado de un tiro entre ceja y ceja por sacar una pancarta en la plaza de toros de Pamplona, cuando Fraga era el rey de la calle. No crean que era fácil aquellos años resistir la tentación de la violencia como respuesta. Pero resistimos. Y llamamos asesinato a lo que otros llamaron ejecución, cuando Carrero Blanco.
Joschka, como nuestro gran amigo común Daniel Cohn-Bendit, como tantos otros y yo mismo, hemos hecho, desde diferentes realidades, experiencias, historias y recorridos, el camino que nos lleva a la defensa radical de la democracia como único sistema de convivencia viable, enriquecedor y creativo. Y creemos mucho más en ella, que los que simplemente la aceptan o la sabotean con frecuencia. El mero hecho de distanciarnos del terrorismo y combatirlo desde posiciones revolucionarias, contribuyó a arrastrar a miles de jóvenes lejos de aquella lamentable tentación de responder, en Europa, con la violencia armada a la violencia institucional. Hay experiencias en nuestro país en ese sentido que merecen un reconocimiento especial, como Juan Mari Bandrés y los poli-milis, reconvertidos en Euskadiko Eskerra y ganados para la democracia.
Fuimos todos producto de un momento histórico cargado de ansias de libertad. Eso sí, coqueteamos y nos dejamos fascinar por la violencia revolucionaria. Y estábamos llenos de contradicciones. La imagen del Che era nuestro icono y sus propuestas, por erradas que fueran, algo más aceptables y asumibles que las juntas militares argentina o chilena, por poner un ejemplo. La estética delata tanto... Recuerden, si no, la famosa foto del Che y la no menos famosa de los golpistas chilenos, con muchos bigotes, gafas oscuras, gestos de virilidad indiscutible y Pinochet en el centro. Omito comparaciones de actualidad.No fuimos hijos de Marx y de la Coca-Cola, como decía Godard, sino de la misma necesidad de hacer reventar un mundo autosatisfecho desde su moral caduca, hipócrita y represiva, que en nombre de la democracia y el anticomunismo, cometía atrocidades en Vietnam; mantenía la guerra y la tortura en Argelia; encubría el pasado nazi de mucho respetable; apoyaba descaradamente el apartheid y mantenía el colonialismo; sostenía dictadores o promovía dictaduras; organizaba golpes de Estado en todo el Cono Sur y entrenaba torturadores; y miraba con buenos ojos, aquí, en Europa, a salazares portugueses, coroneles griegos y francos españoles. Y que, además, mantenía una moralina machista y asfixiante, que nos impedía hacer el amor en libertad y retozar por los parques fumando canutos. Son algunos ejemplos, sin entrar en detalles ni extenderme demasiado. Pero recordarlos es importante para constatar cuánto queda por hacer (por cierto), y para situarnos en el momento histórico de una revuelta generalizada que, con diversas formas e idearios sacudió al planeta, expresando el final de una etapa. Nada volvió a ser como antes. Afortunadamente (The times are changing, cantaba Bob Dylan).
No me gusta entrar en el juego de las excusas. Yo sí he tirado cócteles molotov, y bastantes, contra una larga lista de empresas norteamericanas, causando algunos daños materiales. Y no he corrido sólo delante de la policía, sino detrás de ella. Pero no era marine en My Lai. Sí estaba con la utopía revolucionaria, pero no tiraba napalm contra la población civil. Y siendo de izquierda, me movilizaba contra los tanques rusos de Praga, contra Ceausescu, contra la patética gerontocracia totalitaria de Moscú, o contra la grandiosa farsa de la revolución cultural maoísta. Porque detestábamos el estalinismo tanto como a Pinochet o al mentiroso Nixon, lo que nos permitió después estar del lado de las víctimas, fuera cual fuera el supuesto color político de los verdugos. Como en el caso de Milosevic. Ya entonces, con aciertos éticos y errores estratégicos, pensábamos globalmente y nos sentíamos ciudadanos de un mundo que necesitaba urgentes cambios. Imagine all the people.
Y ésos son algunos de los elementos comunes a muchas de nuestras historias, como las de Joschka y Daniel. Afortunadamente, la fuerza de convicción de la democracia y ese ansia de libertad y justicia, nos llevó a transitar desde la resbaladiza defensa de algunas ilusiones, con sus peligrosas variables, a la resuelta aceptación de las reglas del juego democrático que, sin ser perfectas o ideales, son bastante llevaderas, si comparamos la realidad en que vivimos con algunas de las pesadillas en que se convirtieron nuestros viejos y juveniles sueños. Y sin renunciar a muchas de nuestras ideas, sabemos que el único camino para avanzar hacia su realización es lograr mayorías que defiendan los cambios necesarios. Que no puede haber vanguardias porque aquí nadie quiere ser masa: somos una ciudadanía adulta, aunque maltratada.
Puede que para los que viven instalados en el inmovilismo de sus nostalgias, incapaces de evolución alguna, seamos unos traidores. Para otros, los que reniegan de su propio origen, unos incómodos recordatorios. Frente a ambas actitudes, pienso que hay que reivindicar firmemente el origen y los errores, la evolución de las ideas, el aprendizaje por la experiencia. Incluso si me apuran, hasta la madurez del pensamiento. Y me parece mucho más importante el lugar de destino, recorrido incluido, que el lugar de origen.
La pasión por la libertad, en su ausencia, puede llevarte a cometer errores. Se dice que en Alemania, a diferencia de España, había esa libertad. Sin duda había más. Como en Francia el 68. Pero aquí la queríamos toda y allí también. Quizá uno de los errores cometidos fuera esa idea global de la confrontación, que era de pocos matices. Sin advertir que algunas fronteras de entonces preservaban espacios democráticos que, ciertamente con bastantes limitaciones, permitíanexpresar ideas y propuestas sin necesidad de radicalismos confrontativos que coqueteaban con (o asumían) la violencia política. Pero así fue y sociólogos hay para explicarlo. Poco tienen que ver en todo caso manifestaciones como la del Consulado español en Francfort en 1975, en protesta por las penas de muerte en España, con el bate de béisbol contra los inmigrantes, los incendios de sus viviendas, la saña de la violencia racista, con la que algunos cínicos comparan las acciones en las que participamos hace un par de décadas.
Y llegado hasta aquí, casi me atrevo a pedir para Joschka una medalla, que desde luego merece más que Kissinger su Nobel de la Paz. Y mucho más que la otorgada de manera insultante por este Gobierno al torturador Melitón Manzanas. Y es que, con gestos así, sólo queda preguntarse dónde o de qué lado estaban ellos, cuando todo esto acontecía..., aunque hay respuestas de tal obviedad que la pregunta carece de sentido. Gracias Joschka.

* Eurodiputado español.

 

PRINCIPAL