Por Pedro Luis Cazes Camarero *.
La autocrítica
concreta y los métodos
Qué manera fatal de usar el talento.
H. Balzac: Las ilusiones perdidas
El 11 de febrero José Pablo Feinmann escribió una
diatriba. Desplegó una mezcla tal de observaciones acertadas
y ninguneo soberbio respecto de lo actuado por las organizaciones
PRT-ERP, a las que tuve por entonces el honor de pertenecer, que
me siento obligado a deslizar estas reflexiones. Pienso que muchos
de mis compañeros de entonces las acompañarán.
Coincido con la afirmación de Feinmann acerca de lo erróneo
del prólogo del Nunca Más, escrito por Ernesto Sabato:
no hubo, ni hay, una violencia en general. Había
una violencia de los explotadores y los opresores, la violencia
de la miseria, la ignorancia, la denegación de derechos sociales
y políticos, todo ello apuntalado por la pura violencia de
las bayonetas de los militares. Y otra violencia completamente distinta,
la violencia de la resistencia armada y no armada contra la dictadura.
La dictadura militar de Onganía, Levingston y Lanusse fue
apoyada por la derecha de todo pelaje y provocó el milagro
de unir en su contra a un espectro social y político que
hasta entonces se encontraba profundamente dividido entre peronistas
y antiperonistas. El Cordobazo y las demás insurrecciones
parciales desencadenadas en varias provincias no enarbolaron la
identidad política del peronismo. No solamente por estar
encabezadas por dirigentes sociales en muchos casos no peronistas,
sino sobre todo porque la lucha contra la dictadura excedía
(sin eliminarlas) tales diferencias: no me cabe duda que en esas
puebladas participaron muchísimos peronistas.
Desde mediados de la década del 60 se venía
produciendo en el país un fenómeno que, contemplado
desde el marasmo actual, resulta asombroso. Docentes, intelectuales,
estudiantes, profesionales, quienes en otras circunstancias hubieran
sido miembros comunes de la clase media, se lanzaron a realizar
un trabajo social y político entre los sectores más
humildes: sindicatos, comisiones vecinales, villas y barrios. Muchos,
después de realizar un tiempo esa experiencia, profundizaron
su compromiso... ese activismo tuvo una fuerte influencia sobre
su mentalidad como sector, incluyendo a sus relaciones sentimentales,
amistosas y familiares... además de recibir la influencia
poderosa del proletariado, desgorilizándose, también
por su parte influyeron en los jóvenes obreros, contribuyendo
a exorcizar el fantasma del macartismo... el ambiente era caótico,
irrespetuoso, iconoclasta... se cuestionaban las autoridades: familiares,
docentes, estatales, policíacas, militares; una deliciosa
pérdida de respeto por lo constituido. Con justa razón,
ello produjo pánico entre los ambientes autoritarios.
(1)
Para comienzos de los años 70, el inmenso movimiento
antidictatorial que estaba haciendo vacilar a la autocracia militar
contenía dos oponentes particularmente amenazadores para
la derecha: por un lado los sectores del proletariado más
concentrado, con dirección peronista o no, cuya cabeza visible
era Agustín Tosco; reconociéndose explícitamente
sin estrategia política aún, significaban un grave
peligro de adoptar en bloque un planteo de poder. Por otro lado,
la guerrilla: nacida de organizaciones infinitesimales, creciendo
vertiginosamente, su discurso estratégico implicaba un riesgo
loco para las clases dominantes si lograban audiencia de masas.
A los militares no les quedaba más remedio, debían
retroceder.
Como afirma correctamente Alejandro Horowicz: la fuerza...
era tan grande que... los militares, a pesar de su gorilismo ingénito,
tuvieron que admitir lo inadmisible. Los que le hicieron sorber
la horrenda pócima del peronismo tienen nombre y apellido:
el ERP y los Montoneros. Y más atrás: ése
es el rol que cumple la guerrilla, el de diluir el gorilismo militar
con el terror al socialismo: lograr que los generales admitan quela
clase obrera elija a los jefes políticos que mejor le cuadren,
siempre y cuando no sean obreros ni socialistas. (2)
Los graves errores ulteriores cometidos por los revolucionarios
y la amnesia provocada por la represión, facilitan el trabajo
de los que desean distorsionar los hechos reduciendo la importancia
de las acciones armadas en la resistencia contra aquella dictadura;
Feinmann incluso va más allá y afirma que pusieron
en peligro a la reinstauración de la democracia, denominando
asesinato a la ejecución del almirante Hermes
Quijada, quien fue vocero de la dictadura por la televisión
para justificar los asesinatos de los prisioneros del ERP, las FAR
y Montoneros en la base aeronaval de Trelew, el 22 de agosto de
1972. Cita en apoyo de su tesis a las amenazas proferidas entonces
por un verdadero energúmeno, el almirante Mayorga.
En realidad, esa operación fue llevada a cabo por el ERP
22 de agosto, escisión del ERP que se produjo justamente
por apoyar esta fracción la participación de los comicios
y el voto en los mismos al candidato peronista. Además, la
decisión de los militares de ofrecer elecciones era por entonces
estratégica, irreversible y no podría haber sido modificada
por ninguna acción guerrillera, ni siquiera por el copamiento
del cuartel del batallón 141 de Córdoba por parte
del ERP, hecho de mucha mayor envergadura que la muerte del marino
mencionado más atrás.
La verdad es que por entonces los golpes de la guerrilla, así
como las innumerables movilizaciones populares, estimulaban la decisión
militar de retirarse del gobierno, de replegarse. Esto era así
en ese momento, pero como veremos en seguida, no ocurre lo mismo
en diferentes circunstancias.
El pueblo vivía la dictadura como la forma extrema de otros
regímenes represivos ya conocidos, como la Libertadora
y el Plan Conintes y visualizaba la resistencia como
una forma de obtener la restitución de derechos cercenados;
las corrientes populares del peronismo, incluyendo parte de la guerrilla
de esa identidad, interpretaban la lucha contra la dictadura como
el fin de la proscripción.
Sin embargo, otra parte de la guerrilla, en especial el PRT-ERP,
entendía a los enfrentamientos como el inicio de una larga
guerra civil que culminaría en el socialismo. Los sectores
populares no entendían el discurso de Los Montoneros
del ERP, a los que se percibía vagamente como una parte
del movimiento contra el gobierno militar, en tanto que la estrategia
de la organización buscaba, por el contrario, subsumir al
movimiento de masas antidictatorial dentro de una perspectiva revolucionaria,
socialista, incomprensible para la mayoría.
Como correctamente marca Feinmann, este error tuvo fatales consecuencias.
Al mantener la actividad armada después de las elecciones,
en pleno gobierno peronista, considerado legítimo por la
mayoría abrumadora de la gente, el PRT-ERP se aisló
cada vez más de los sectores populares que sostenía
representar, y efectivamente, sus acciones (y las de los Montoneros)
fueron aprovechadas como argumento por los golpistas y represores
de turno. La derrota física de la guerrilla fue precedida
por la derrota política.
Esta autocrítica, como deberían serlo todas, es concreta.
Aunque se refiere a una estrategia política y por lo tanto
posee un alto grado de generalidad, se refiere a esas, y sólo
a ésas, circunstancias históricas. Por lo tanto, no
puede deslizarse hacia una crítica absoluta acerca de los
métodos: adoptamos la lucha armada en circunstancias de fuerte
represión por parte de un gobierno percibido masivamente
como ilegítimo. En tales circunstancias, la guerrilla goza,
según lo comprobamos, de una sólida simpatía
por parte de amplios sectores del pueblo. Al extender la lucha armada
a un período democrático (aunque fuese contaminado
por el lopezrreguismo), esos mismos métodos que nos permitieron
prestigiarnos y crecer, que nos hicieron aparecer antes ante la
opinión pública como lo más intrépido
y representativo de una generación, luego nos aislaron por
completo y nos desacreditaron. La verdad de un método
no es abstracta, es histórica; aquello que una coyuntura
determina como correcto e indicado, otra coyuntura lo determina
como catastróficamente equivocado.
Se pregunta, finalmente, Feinmann sobre qué estamos
debatiendo y se contesta que es sobre la inviabilidad
de la lucha armada en la actualidad. En efecto, es inviable,
en eso coincidimos, pero no creo que sea el centro del debate. Reconocer
que hubo un tiempo en el que, como él lo expresa, los
fierros fueron la forma concentrada de la política,
un tiempo en que fue apropiado y correcto combatir, no significa
de ninguna manera recomendar la lucha armada como forma legítima
de la acción política contemporánea. Significa
sencillamente decir la verdad histórica, evitando las demonizaciones
y las discusiones bizantinas del tipo fue una guerra
y no fue una guerra. Designar correctamente los errores
no nos vacuna por completo, pero ayuda a madurar.
El epicentro del debate, según creo, reside en que la mirada
retrospectiva nos trae el perfume de aquellos tiempos heroicos y
la desgarradora constatación de que, salvo la democracia
(que no es poco, pero que se halla estabilizada por la debilidad
de las fuerzas populares) todo ha empeorado y los antiguos sueños
permanecen incumplidos. Así, deambulando en busca de la vieja
palabra olvidada que nos permita ponerle piernas firmes a los sueños,
recuperar tanta desdicha, encauzar sabiamente el tronar de la ira
de los pueblos.
* Ex director de El Combatiente (órgano del Partido Revolucionario
de los Trabajadores) y Estrella Roja (órgano d el Ejército
Revolucionario del Pueblo)
(1) Cazes Camarero, P.L. (1989). El Che y la Generación del
70. Ed. Dialéctica, Buenos Aires.
(2) Horowicz, A. (1986) Los Cuatro Peronismos. Ed. Hyspamérica,
Buenos Aires.
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Por JosE MarIa Mendiluce *.
Y usted, ¿dónde
estaba?
No resulta fácil preservar la memoria cuando es tan atacada
y desde tantos frentes. Si en la esfera individual tenemos tendencia
al olvido de lo que no nos gusta recordar y a la idealización
de nuestro pasado, en la esfera pública esa tendencia es
más acusada. Y más grave, porque tiene indeseables
consecuencias sociales. Cada país tiene marcada querencia
a hacerlo con su propia historia, y algunos la practican con insólita
determinación. En España, la transición política
produjo un poco deseable efecto: demasiados silencios sobre el pasado
inmediato. Y para evitar que se confundiera la memoria con el resentimiento
o los deseos de venganza, se perdonó hasta el recuerdo, renunciando
a una imprescindible pedagogía democrática. Pero este
juego de amnesias y memoria selectivas se utiliza también
en otras partes. Y Joschka Fischer lo sabe.
Que la desorientada y derechizada CDU alemana, junto al inevitable
entramado mediático/sensacionalista/irresponsable (que en
similares fórmulas investigativas tan bien conocemos
en nuestro país), pretenda encubrir sus escándalos
financieros y su derrota electoral tratando, con inusitada saña,
de aprovecharse de la desestructurada memoria colectiva de una nación
compleja, para tratar de destrozar el Gobierno roji-verde de Schröder
vía Joschka Fischer, tiene mucha más importancia que
el resultado de esta desigual batalla entre un demócrata
comprometido y sus sospechosos perseguidores.
Vaya por delante una confesión, para que no vuelvan
a descubrir algunos, en admirable ejercicio de periodismo de investigación,
lo que figura en mi historia personal sin ningún ocultamiento:
sí, fui dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria-ETA
VI (la sexta, la que había renunciado a la lucha armada,
o sea al terrorismo, desde 1970). Y en esa organización,
que redujo posteriormente su nombre a LCR, milité hasta la
llegada de la democracia sufriendo, como muchos de mis compañeros
de ésa y otras formaciones, la persecución y su corolario:
la clandestinidad, las detenciones y la tortura, Y la muerte de
algunos amigos, como Mikel Salegui (muerto a tiros en un control
que no vio) o Germán Rodríguez, asesinado de un tiro
entre ceja y ceja por sacar una pancarta en la plaza de toros de
Pamplona, cuando Fraga era el rey de la calle. No crean que era
fácil aquellos años resistir la tentación de
la violencia como respuesta. Pero resistimos. Y llamamos asesinato
a lo que otros llamaron ejecución, cuando Carrero Blanco.
Joschka, como nuestro gran amigo común Daniel Cohn-Bendit,
como tantos otros y yo mismo, hemos hecho, desde diferentes realidades,
experiencias, historias y recorridos, el camino que nos lleva a
la defensa radical de la democracia como único sistema de
convivencia viable, enriquecedor y creativo. Y creemos mucho más
en ella, que los que simplemente la aceptan o la sabotean con frecuencia.
El mero hecho de distanciarnos del terrorismo y combatirlo desde
posiciones revolucionarias, contribuyó a arrastrar a miles
de jóvenes lejos de aquella lamentable tentación de
responder, en Europa, con la violencia armada a la violencia institucional.
Hay experiencias en nuestro país en ese sentido que merecen
un reconocimiento especial, como Juan Mari Bandrés y los
poli-milis, reconvertidos en Euskadiko Eskerra y ganados para la
democracia.
Fuimos todos producto de un momento histórico cargado de
ansias de libertad. Eso sí, coqueteamos y nos dejamos fascinar
por la violencia revolucionaria. Y estábamos llenos de contradicciones.
La imagen del Che era nuestro icono y sus propuestas, por erradas
que fueran, algo más aceptables y asumibles que las juntas
militares argentina o chilena, por poner un ejemplo. La estética
delata tanto... Recuerden, si no, la famosa foto del Che y la no
menos famosa de los golpistas chilenos, con muchos bigotes, gafas
oscuras, gestos de virilidad indiscutible y Pinochet en el centro.
Omito comparaciones de actualidad.No fuimos hijos de Marx y de la
Coca-Cola, como decía Godard, sino de la misma necesidad
de hacer reventar un mundo autosatisfecho desde su moral caduca,
hipócrita y represiva, que en nombre de la democracia y el
anticomunismo, cometía atrocidades en Vietnam; mantenía
la guerra y la tortura en Argelia; encubría el pasado nazi
de mucho respetable; apoyaba descaradamente el apartheid y mantenía
el colonialismo; sostenía dictadores o promovía dictaduras;
organizaba golpes de Estado en todo el Cono Sur y entrenaba torturadores;
y miraba con buenos ojos, aquí, en Europa, a salazares portugueses,
coroneles griegos y francos españoles. Y que, además,
mantenía una moralina machista y asfixiante, que nos impedía
hacer el amor en libertad y retozar por los parques fumando canutos.
Son algunos ejemplos, sin entrar en detalles ni extenderme demasiado.
Pero recordarlos es importante para constatar cuánto queda
por hacer (por cierto), y para situarnos en el momento histórico
de una revuelta generalizada que, con diversas formas e idearios
sacudió al planeta, expresando el final de una etapa. Nada
volvió a ser como antes. Afortunadamente (The times are changing,
cantaba Bob Dylan).
No me gusta entrar en el juego de las excusas. Yo sí he tirado
cócteles molotov, y bastantes, contra una larga lista de
empresas norteamericanas, causando algunos daños materiales.
Y no he corrido sólo delante de la policía, sino detrás
de ella. Pero no era marine en My Lai. Sí estaba con la utopía
revolucionaria, pero no tiraba napalm contra la población
civil. Y siendo de izquierda, me movilizaba contra los tanques rusos
de Praga, contra Ceausescu, contra la patética gerontocracia
totalitaria de Moscú, o contra la grandiosa farsa de la revolución
cultural maoísta. Porque detestábamos el estalinismo
tanto como a Pinochet o al mentiroso Nixon, lo que nos permitió
después estar del lado de las víctimas, fuera cual
fuera el supuesto color político de los verdugos. Como en
el caso de Milosevic. Ya entonces, con aciertos éticos y
errores estratégicos, pensábamos globalmente y nos
sentíamos ciudadanos de un mundo que necesitaba urgentes
cambios. Imagine all the people.
Y ésos son algunos de los elementos comunes a muchas de nuestras
historias, como las de Joschka y Daniel. Afortunadamente, la fuerza
de convicción de la democracia y ese ansia de libertad y
justicia, nos llevó a transitar desde la resbaladiza defensa
de algunas ilusiones, con sus peligrosas variables, a la resuelta
aceptación de las reglas del juego democrático que,
sin ser perfectas o ideales, son bastante llevaderas, si comparamos
la realidad en que vivimos con algunas de las pesadillas en que
se convirtieron nuestros viejos y juveniles sueños. Y sin
renunciar a muchas de nuestras ideas, sabemos que el único
camino para avanzar hacia su realización es lograr mayorías
que defiendan los cambios necesarios. Que no puede haber vanguardias
porque aquí nadie quiere ser masa: somos una ciudadanía
adulta, aunque maltratada.
Puede que para los que viven instalados en el inmovilismo de sus
nostalgias, incapaces de evolución alguna, seamos unos traidores.
Para otros, los que reniegan de su propio origen, unos incómodos
recordatorios. Frente a ambas actitudes, pienso que hay que reivindicar
firmemente el origen y los errores, la evolución de las ideas,
el aprendizaje por la experiencia. Incluso si me apuran, hasta la
madurez del pensamiento. Y me parece mucho más importante
el lugar de destino, recorrido incluido, que el lugar de origen.
La pasión por la libertad, en su ausencia, puede llevarte
a cometer errores. Se dice que en Alemania, a diferencia de España,
había esa libertad. Sin duda había más. Como
en Francia el 68. Pero aquí la queríamos toda y allí
también. Quizá uno de los errores cometidos fuera
esa idea global de la confrontación, que era de pocos matices.
Sin advertir que algunas fronteras de entonces preservaban espacios
democráticos que, ciertamente con bastantes limitaciones,
permitíanexpresar ideas y propuestas sin necesidad de radicalismos
confrontativos que coqueteaban con (o asumían) la violencia
política. Pero así fue y sociólogos hay para
explicarlo. Poco tienen que ver en todo caso manifestaciones como
la del Consulado español en Francfort en 1975, en protesta
por las penas de muerte en España, con el bate de béisbol
contra los inmigrantes, los incendios de sus viviendas, la saña
de la violencia racista, con la que algunos cínicos comparan
las acciones en las que participamos hace un par de décadas.
Y llegado hasta aquí, casi me atrevo a pedir para Joschka
una medalla, que desde luego merece más que Kissinger su
Nobel de la Paz. Y mucho más que la otorgada de manera insultante
por este Gobierno al torturador Melitón Manzanas. Y es que,
con gestos así, sólo queda preguntarse dónde
o de qué lado estaban ellos, cuando todo esto acontecía...,
aunque hay respuestas de tal obviedad que la pregunta carece de
sentido. Gracias Joschka.
* Eurodiputado español.
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