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EMPIEZA UN JUICIO CLAVE PARA LOS TRATAMIENTOS DE SIDA
La patente o la vida

En un juicio que se inicia mañana en Sudáfrica, los 42 laboratorios más poderosos del mundo demandan a ese país por no respetar el régimen de patentes e importar genéricos. Es un caso clave, ya que son varios los países que están priorizando la emergencia que desató el sida a los acuerdos internacionales.

Por Marcelo Justo
Desde Londres

El juicio comienza mañana y puede decidir la vida de millones de personas en el tercer mundo. En la Alta Corte de Pretoria, los 42 laboratorios multinacionales más poderosos del mundo alegarán que el gobierno de Sudáfrica no respeta el régimen de patentes acordado en el Tratado de Propiedad Intelectual (TRIPS) de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que otorga un monopolio de 20 años para los nuevos medicamentos. Sudáfrica argumentará que estos acuerdos internacionales no pueden valer más que la vida de sus dos millones de portadores del HIV y que el mismo TRIPS contempla la adopción de medidas especiales en casos de emergencia sanitaria nacional.
El caso es emblemático para la resolución de la multitud de conflictos que empiezan a surgir entre el derecho a la salud y los intereses de los laboratorios multinacionales. En 1997 el gobierno sudafricano aprobó una ley que le permitió importar copias baratas de los remedios descubiertos por las multinacionales. El argumento del entonces gobierno de Nelson Mandela era que el precio promedio de las medicinas contra el sida se situaba entre los 10 y 15 mil dólares por año y que el salario medio anual de los sudafricanos no alcanzaba los tres mil dólares. Como la legislación en algunos países del tercer mundo como Brasil, India y Tailandia autoriza la producción de remedios genéricos –que copian los constituyentes básicos del original y no tienen marca– con precios que se sitúan alrededor de los 500 dólares anuales por paciente, su importación le permitía combatir el gravísimo problema del sida a nivel nacional.
Sudáfrica no está sola. Desde 1997 un número cada vez mayor de países y ONGs vinculadas al tercer mundo enfrentan la poderosa ira de los laboratorios y la muchas veces asfixiante presión de los Estados Unidos, cuyas compañías producen la mayor parte de los nuevos descubrimientos. En respuesta a este desafío, Estados Unidos está amenazando a 16 países con aplicarles la cláusula 301 por la que puede imponer sanciones comerciales sin recurrir a la OMC si adquieren remedios genéricos. A pesar de ello, el gobierno de Kenia indicó que presentaría ante el parlamento el mes próximo un proyecto de ley para permitir la importación de genéricos.
La ONG ganadora del Premio Nobel Médecins Sans Frontiers firmó un acuerdo con Cipla, una farmacéutica de la India que produce genéricos a un precio razonable (350 dólares por paciente al año) para distribuir sus productos en toda Africa.
Gana y Uganda están en negociaciones directas con Cipla para sumarse a los países que adquieren remedios genéricos.
La República Dominicana planea importar genéricos a pesar de la presión estadounidense, que amenazó con eliminar un acuerdo especial para la importación de textiles dominicanos.
El problema ha desbordado los límites de una polémica comercial para situarse en el corazón mismo de la globalización y su impacto sobre una aspecto esencial del bienestar humano: la salud pública. La postura de Estados Unidos y las multinacionales choca de frente con las prioridades de la Organización Mundial de la Salud, que identifica al sida como una de las grandes amenazas para la salud mundial. Según la OMS, de los 34 millones de infectados con el VIH, 25 millones se encuentran en Africa. De estos, sólo 25 mil reciben el tratamiento que es corriente en el mundo desarrollado.
Enfrentadas a este problema, las Naciones Unidas tomaron cartas en el asunto enfrentando, como raramente lo hacen, a los Estados Unidos y apoyando la postura de los países que favorecen la producción de genéricos. En un informe reciente el secretario de Naciones Unidas Kofi Annan elogió la política de varios países sudamericanos al respecto. “Una política sanitaria apropiada y la producción de genéricos han permitido a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay realizar grandes progresos en la lucha contra la enfermedad”, señaló el secretario general.
La polémica ha generado contradicciones en Estados Unidos y en el mismo seno de las multinacionales. El año pasado la doble presión de grupos gay y el electorado negro obligó al entonces gobierno de Bill Clinton a rever su política hacia Sudáfrica. En diciembre de 1999 el vicepresidente Al Gore había visitado el país, amenazando con la ley 301 y sanciones comerciales. La posición de las farmacéuticas generó críticas hasta de representantes incuestionables del establishment, como el profesor Jeffrey Sachs, profesor de Economía de Harvard.
En respuesta a esta presión las multinacionales han seguido una estrategia doble. Por una parte insisten en defender a muerte su máxima conquista comercial de la posguerra, la adopción del sistema de patentes en el marco de los acuerdos que fundaron la Organización Mundial de Comercio en 1995. A pesar de que Africa representa apenas un 1% de sus beneficios a nivel mundial, los laboratorios temen un efecto dominó sobre el régimen de patentes si ceden en cualquier lugar del planeta.
La otra cara de esta estrategia es buscar una salida al problema. El año pasado cinco grandes laboratorios internacionales, en conjunción con UNAIDS, el programa de Naciones Unidas contra el sida, iniciaron un programa para la reducción del precio de los medicamentos en un 85%. Según las ONGs, el programa no fue mucho más allá de los anuncios y, de todas maneras, se limita a reducir el precio de los retrovirales a unos 1500 dólares por paciente. “Sólo una minoría puede pagar eso en el Africa. Sería más interesante que abandonaran la acción legal contra Sudáfrica”, señala Justin Forsyth, de la organización humanitaria Oxfam.
Nada más lejos de los planes de las multinacionales. Una clara muestra de la importancia que los 42 laboratorios otorgan a este caso es su decisión de contratar a todos los especialistas legales de Sudáfrica en el tema de patentes, coartando drásticamente la capacidad del gobierno de contratar a expertos en el tema. En el gobierno de Bush cuentan con poderosos aliados, como Mitch Daniels, director de la oficina de presupuesto de la Casa Blanca y ex jefe de estrategia de la tercera multinacional del mundo, la Eli Lily. En el parlamento, financiaron la campaña de Orrin Hatch, el republicano presidente del Comité de Asuntos Judiciales del Senado. La batalla recién comienza.

 

Dicen las multinacionales

Por M. J.
Los laboratorios multinacionales aducen que el régimen de patentes es fundamental para el futuro de la salud humana porque es el único capaz de financiar los altísimos costos de la investigación de nuevos tratamientos, algo que compañías como la india Cipla no hacen. Según los laboratorios, el descubrimiento de un nuevo remedio supone una inversión de unos 500 millones de dólares y toma unos diez años desde el inicio del proceso hasta su salida al mercado. Sólo con un régimen de patentes de 20 años, como el que garantiza el TRIPS, los laboratorios pueden recuperar la inversión y tener el incentivo necesario para lanzarse a nuevas aventuras. En resumen, sin patentes las multinacionales perderían interés en la investigación innovativa y la humanidad se quedaría sin nuevos remedios en su larga lucha contra la enfermedad.
Aunque ni los grandes opositores de las multinacionales ponen en duda que hoy en día las multinacionales farmacéuticas son el gran motor de la innovación médica, un análisis más detallado de los costos revela algunos flancos débiles del argumento. Empezando por las cifras, que el prestigioso semanario británico The Economist sitúa en alrededor de 300 millones de dólares. Dados los desorbitantes montos, resaltar la diferencia puede parecer un ejercicio mezquino, que cobra relevancia cuando se la compara con los gastos de marketing que casi doblan los de investigación.
El balance anual del más importante laboratorio del mundo, el angloestadounidense Glaxo Smith-Kline (uno de los artífices de la acción legal contra el gobierno sudafricano), publicado esta semana, permite dar otra mirada a las multinacionales. El año pasado el grupo vendió más 22 mil millones de dólares, invirtió menos de 4 mil millones en investigación y obtuvo ganancias de casi 8 mil millones. Uno de sus nuevos productos, el antidiabético Avandia, superó en el 2000 los 800 millones de dólares en ventas, algo que seguramente cubrirá su inersión inicial. Otra visualización numérica de sus prioridades figura en la distribución de la plantilla de empleados: 10 mil científicos y 40 mil agentes de ventas.

 

La opinión de dos especialistas

Pedro Cahn *.
“Debe haber un acuerdo”

“Creo que esta situación es un tema muy complejo que merece un análisis profundo, para evitar caer en respuestas simplistas. Por un lado hay que tener en cuenta que los medicamentos que hicieron cambiar la historia de la enfermedad fueron investigados por estos laboratorios multinacionales que esperan recuperar la multimillonaria inversión realizada, y para ellos las copias constituyen una competencia desleal que hacen caer los precios de sus productos. Pero hay que tener en cuenta que ejercen un monopolio en el mercado que genera una formación de precios que no representa el costo más un beneficio razonable, sino que es el máximo precio tolerable por el mercado. Es un gravísimo error político de los laboratorios demandar a los gobiernos; tiene que haber un acuerdo para resolver que las compañías puedan vender sus productos en un mercado que los pueda comprar. No creo que prospere la demanda por una cuestión humanitaria: los medicamentos tienen un alto contenido social y una guerra entre las compañías y los gobiernos va a terminar perjudicando a los pacientes, que en definitiva representan la preocupación más importante. En la Argentina se están comercializando algunas copias y el Ministerio de Salud compra a quien le ofrece el precio más bajo. Nuestros pacientes consumen medicación original y similares importados o de producción local. En el Hospital Fernández, por ejemplo, atendemos 2000 pacientes y no entramos en el debate de los intereses, lo que nos preocupa es tener garantizada la calidad de los medicamentos. El problema en nuestro país es que, a diferencia de Brasil, la ley no exige demostrar bioequivalencia y biodisponibilidad. En Brasil se controla que la copia sea exactamente igual al original.”

* Director de la Fundación Huésped.

José Escudero *.
“Necesidad o beneficio”

“Aquí se ponen en juego dos visiones existenciales diferentes: la de la necesidad humana por un lado y la del beneficio de la empresa por el otro. Lo de Sudáfrica es un leading case de política nacional para hacer frente al apriete del lobby internacional, representado por los poderosos laboratorios farmacéuticos. Hay que pensar que en la venta de un medicamento hay un problema ético, no es pura mercancía. No es lo mismo que vender un mueble, es un producto cuya principal misión es defender la vida. Los laboratorios multinacionales argumentan que tienen que recuperar la inversión realizada y que ese dinero les permite seguir desarrollando nuevas fórmulas, pero es falso: gran parte de la investigación está subvencionada por el Estado a través de la formación de profesionales en sus universidades o mediante la organización de congresos, entre otras actividades. Los laboratorios terminan privatizando un valor que en sus orígenes es público. Si la Argentina comprara genéricos al mejor oferente y fraccionara aquí el medicamento, se ahorraría un montón de dinero y los medicamentos serían accesibles para todos. Pero esto es imposible porque no existe la decisión política de enfrentarse al poder de la industria farmacéutica, una de las más poderosas y que factura anualmente 400 mil millones de dólares. El Banco Mundial protege a los grandes monopolios, pero no se preocupa por los derechos humanos básicos, por que la gente esté privada de los medicamentos necesarios. El valor de la vida es más importante que cualquier política económica. No se debería pensar en las tasas de beneficio de los grandes laboratorios ni en la ganancia que deben absorber para recuperar la inversión realizada.”

* Médico sanitarista, profesor de las universidades de Luján, La Plata y Buenos Aires.

 

Brasil tiene un plan que le trajo
muchos halagos y varios conflictos

Desde hace cinco años, Brasil fabrica y distribuye gratuitamente medicamentos contra el sida. Bajó la mortalidad en un 50 por ciento y su éxito fue reconocido internacionalmente. Pero aún tiene un conflicto pendiente con EE.UU., que lo denunció ante la OMC.

Pedro Chequer, ex jefe del Programa de Sida en Brasil y actual asesor de Onusida.

Por Pedro Lipcovich

Parte de guerra: Las fuerzas brasileñas lograron su más clara victoria en el conflicto contra Estados Unidos. Luego de un largo período de lucha de trincheras que había empezado en 1996, la ofensiva de los últimos días forzó a los mandos norteamericanos a retroceder y admitir su desventaja. El parte es rigurosamente cierto, aunque la guerra a que se refiere no se libra con armas sino con medicamentos y sus números no se cuentan por víctimas sino por vidas salvadas. Desde hace cinco años, laboratorios estatales brasileños fabrican y distribuyen gratuitamente medicamentos contra el sida, lo cual le valió un conflicto con el gobierno norteamericano ante la Organización Mundial de Comercio. En las últimas semanas, los éxitos del programa brasileño fueron reconocidos internacionalmente como el mejor modelo para países en desarrollo. Página/12 dialogó con uno de los creadores del programa que bajó la mortalidad un 50 por ciento y redujo más del 70 por ciento los precios de los fármacos.
“Estados Unidos admira mucho el programa contra el sida de Brasil”, se atajó el jueves Anthony Harrington, embajador saliente en Brasilia. Su país, sin embargo, tiene en trámite un reclamo ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) contra ese país latinoamericano que, desde 1996, viene produciendo en laboratorios estatales los fármacos de los cócteles antirretrovirales, que suministra gratuitamente a la población.
La admiración de Estados Unidos se desencadenó luego de que Onusida –el organismo de las Naciones Unidas dedicado a la enfermedad– manifestara el propósito de tomar el programa brasileño como modelo para el tercer mundo y de que una oleada mundial de opinión pública encomiara la “solución brasileña”, a la cual la revista semanal del diario New York Times le dedicó su tapa con el título “Cómo resolver la crisis mundial del sida”.
Así las cosas, el embajador Harrington amainó: “Estados Unidos no cuestiona la ley brasileña de propiedad intelectual que permite al gobierno suspender una licencia por casos de emergencia nacional, como sería el combate contra el sida; incluso creo que nosotros tenemos una disposición similar”, se acordó.
Sin embargo, dijo a este diario Pedro Chequer –asesor de Onusida para el Cono Sur y ex jefe del Programa de Sida de Brasil–, por este tema “el gobierno norteamericano llevó a Brasil al tribunal de la OMC y el proceso sigue en curso”. Para Chequer, “Brasil se atiene a las normas de la OMC, según las cuales las patentes pueden no ser consideradas en casos de emergencia nacional, como es el caso del sida, y dado que la producción de medicamentos por el Estado no tiene fines comerciales”.
La producción empezó en 1996 en Río de Janeiro, en la Fundación Oswaldo Cruz, perteneciente al gobierno federal. Hoy ese laboratorio elabora el 60 por ciento de los fármacos antirretrovirales que distribuye el Programa de Sida. También varios estados brasileños tienen laboratorios: hay uno en Pernambuco, otro en Goiás, otro en Río de Janeiro y otro, propiedad de la Universidad de San Pablo, en esa ciudad. “La ley también obliga a los controles más exigentes, de ‘bioequivalencia’ y ‘biodisponibilidad’, que garantizan la calidad de la droga”, señala Chequer.
“Entre 1996 y 2000, la baja de precios, medida en dólares, fue tanto como del 72 por ciento –precisa Chequer–: la producción estatal amplía y en realidad permite la competencia, porque, si no, los laboratorios privados hacen arreglos entre ellos: no importa si son internacionales o nacionales, defienden su lucro.”
Según recuerda el ex titular del Programa de Sida brasileño, “un punto en el que nos detuvimos especialmente fue el análisis de costo-beneficio. En un momento dado, se hizo cargo del Ministerio de Salud brasileño un economista y, en cuanto llegó, ‘¡Muy caro!’, dijo, sobre el gasto en producción de antirretrovirales. Hicimos los cálculos y resultó que, por cada dólar invertido en medicamentos, hay una recuperación inmediata de 70 centavos, que se ahorran en gastos de internación y en las drogas que habría que destinar a enfermedades oportunistas. Si se consideran también los costos indirectos por licencias médicas de los enfermos, jubilaciones anticipadas y otros, se llega a una ganancia neta y, efectivamente, hoy aquel ministro es uno de los defensores de la inversión en medicamentos”.
La mortalidad por sida cayó más del 50 por ciento en Brasil durante los últimos tres años.
Pero el programa brasileño no se limita a proveer medicamentos, sino que se ocupa de que los pacientes los tomen. Lo primero es “garantizar la entrega de drogas en todo el país: para esto creamos un mecanismo descentralizado con 400 puntos de distribución en todo el país, controlado por un sistema informatizado nacional que permite, cada día, tener on line los datos de cuántos comprimidos hay en cada lugar. Cada paciente, por su parte, cuenta con una tarjeta magnética que le permite, por ejemplo, si viaja lejos de su lugar de residencia, retirar sus medicamentos en cualquier lugar del país”.
Es que “las terapias no deben interrumpirse jamás: interrumpir la toma de estas drogas es peor que no tomarlas”. Por eso el programa desarrolló una metodología para promover que los pacientes no sólo reciban los remedios, sino que también los tomen. Los pacientes que interrumpen reciben un telegrama solicitándoles que concurran y preguntándoles por qué interrumpieron el tratamiento. “Hemos logrado una adherencia del 70 por ciento, similar a la que se observa en Estados Unidos e Inglaterra.” El programa capacitó al personal de todos los niveles en los servicios de salud, para lo cual financió convenios con 40 universidades del país.
“Esta involucración de las universidades se extendió a la formación de sus propios graduados, que hoy ya van saliendo preparados para enfrentar la epidemia”, comenta Chequer.

 

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