Por Alfredo Grieco y Bavio
Que los países más
exóticos, sobre los cuales parecía lícito ignorarlo
todo, puedan golpear al propio de manera fulminante es la reiterada moraleja
en la fábula de la globalización. La Argentina tuvo su oportunidad
de aprenderlo la semana pasada gracias a la crisis política y económica
turca. La súbita cercanía de lo lejano enseña que
Turquía, también mercado emergente, guarda con la Argentina
enormes diferencias históricas, pero no menos importantes semejanzas
coyunturales.
Imaginemos que el divorcio de Fernando de la Rúa y su vicepresidente
hubiera causado una corrida tal en los mercados argentinos que hubiera
obligado a abandonar la caja de conversión de la paridad peso-dólar.
Hasta cierto punto, esto fue lo que ocurrió con el régimen
turco. Pero las cosas no llegaron al divorcio, sino que se habían
limitado al fuego cruzado entre presidente y premier sobre las presuntas
incapacidades recíprocas para enfrentar la corrupción, en
particular en la banca pública que ha de ser privatizada. Bülent
Ecevit, premier, y Ahmed Necdet Sezer, presidente forman un gobierno de
cohabitación, a la francesa. Pero cada uno, a laargentina, representa
a dos partidos de una Alianza coaligada en el gobierno.
Desde el punto de vista político, cualquier traspié de la
alianza gubernamental turca significa una ganancia, como en los países
islámicos y en Israel, para los partidos nacionalistas y los religiosos,
y así ocurrió en estas dos semanas. Pero las consecuencias
económicas fueron las más evidentes, y por ahora las más
perdurables.
La lira turca estaba sometida al más estricto control de cambios.
Durante el año 2000, Turquía se comportó como el
mejor alumno del FMI, aplicando la ya habitual dieta de austeridad que
en su caso había sido impuesta en 1999. A cambio, había
venido un blindaje de 10.000 millones de dólares. Los
objetivos propuestos no resultaron alcanzados en definitiva, pero los
progresos fueron notorios. Fueron, también, los que se alcanzan
en estos casos de cura de austeridad. En los precios al consumidor, la
inflación que se situaba en un 70 por ciento a fines de 1999, cayó
a 44 por ciento a comienzos de este año. Había cruzado la
frontera del 50 por ciento por primera vez desde 1985.
Después de una fuerte contracción del PBI, el crecimiento
había alcanzado el 7 por ciento en 2000. El FMI había pedido
medidas fiscales que limitaran la demanda, relanzada por una baja de las
tasas de interés que había impulsado a los particulares
a solicitar préstamos que sí les eran concedidos, con el
consiguiente endeudamiento. La debilidad de un sistema bancario (que,
según el FMI, no fue atendido), la caída del euro y el alza
del petróleo, unidos a la defensa de la lira turca por el Banco
Central crearon el escenario. La crisis política en el interior
del gobierno fue el desencadenante de la pérdida de confianza y
huida de capitales que produjeron la liberación de la moneda cuyo
valor finalmente, como el de la brasileña, se dejó flotar
libremente. Y, como en Brasil, ya se piensa cómo esto podrá
impulsar las exportaciones y mejorar el déficit comercial.
Como en otro país cercano, Chile, la democracia turca está
custodiada por el estamento militar. Como en la Constitución que
legó el pinochetismo, en Turquía un Consejo de Seguridad
Nacional (MGK, el equivalente del Cosena trasandino), es una instancia
inescapable en las grandes decisiones de Estado, sobre las que se reserva
el derecho de opinar. En la reunión especial del lunes, este Consejo
procuró, y en buena medida logró, tranquilizar a la vez
a los mercados y a la opinión pública. Se comportó
como si fuera una reunión de rutina, y no hizo comentarios ni formuló
observaciones sobre la crisis política. De este modo, hizo notar
a quien quisiera verlo que los militares confían en el gobierno
de los civiles. Premier y presidente ofrecieron por su parte el espectáculo
de la reconciliación.
Al menos desde la década de 1920, las fuerzas armadas turcas fueron
una garantía de apoyo a los programas de modernización y
de freno al crecimiento del fundamentalismo religioso. Turquía
se jacta de ser, y aún es, las más occidentalizada de las
naciones islámicas. Sin embargo, y precisamente a causa de ello,
la oposición islámica ha crecido con fuerza, no sólo
en las regiones rurales sino también en los grandes centros urbanos
(la capital Ankara, Estambul, y las ciudades costeras del Mediterráneo).
Uno de los debates más repetidos en la vida política turca,
y más explotados dentro y fuera del país, es el de los velos
femeninos. Desde que Mustafá Kemal Atatürk (padre
de los turcos) estabilizó la república, hizo abandonar a
sus compatriotas el vestido asiático por el europeo y abandonó
para el turco la grafía árabe que cambió por la latina,
las esferas de lo público y lo privado, donde queda relegada la
religión, están nítidamente separadas. Es por ello
que las mujeres no pueden llevar velo ni en la universidad (pública)
ni en el Parlamento. Pero estudiantesy diputadas islámicas insisten
en exhibir el símbolo religioso, y los enfrentamientos son cada
vez más violentos. Ni unos ni otros han cedido hasta ahora.
El crecimiento de los partidos fundamentalistas ya hizo en una ocasión
tambalear a la coalición socialdemócrata en el gobierno.
Paradójicamente, su mejor aliado es el ejército, que en
la década de 1980 gobernó tras un golpe sangriento que hizo
desaparecer a miles de reputados extremistas de izquierda
y derecha. Pero en un punto, el independentismo kurdo, el ejército
coincide con los nacionalistas en la oposición. Como en España
la ETA vasca, en Turquía una organización armada también
marxista, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), busca
la independencia de Kurdistán, un enclave en el sudeste del país
que es lingüística y étnicamente diferente, y que fue
sometido por los turcos quienes les negaron siempre el derecho a su cultura.
El máximo líder del PKK, Abdalá Ocalam, está
preso en una isla del mar de Mármara, después de ser capturado
en un operativo en el que intervinieron gustosos Kenia e Israel. Fue juzgado,
y condenado a muerte. Pero Turquía, que está haciendo todos
los deberes para ingresar a la Unión Europea (es miembro de la
OTAN desde los 50), sabe que debe suprimir la muerte de entre las penas
de su código penal y, entretanto, asegurar la educación
y la tele y radiodifusión en kurdo. Turquía debe volverse
también transparente para los inspectores de Derechos Humanos,
que siempre encuentran casos de tortura. Por si fuera poco, un antecedente
del Imperio Otomano mancha las credenciales de la república turca:
el genocidio turco de 1915. Francia fue la primera nación en reconocer
plenamente, este año, la masacre de más de un millón
de armenios, con lo que las relaciones entre París y Ankara llegaron
casi a la ruptura, y varias empresas francesas perdieron contratos millonarios
en Turquía.
Claves
Una crisis política
sirvió en Turquía de desencadenante de otra económica
y financiera. La lira turca perdió un cuarto de su valor
al ser liberada del control de cambios y los efectos se sintieron
de Hong Kong a Buenos Aires.
Como Turquía no
es Indonesia, ni mucho menos Tailandia, sino un aliado estratégico
dentro de la OTAN, con fronteras con los Balcanes, el Cáucaso,
el Irán de los ayatolás y el Irak de Saddam Hussein,
el FMI no va a abandonar a los turcos, cuyo poder adquisitivo cayó
un 40 por ciento.
Turquía es candidata
a entrar en la Unión Europea. Pero para ello deberá
encontrar una solución razonable al independentismo kurdo
en el sudeste del país, al fundamentalismo islámico
en todo el país, suprimir la pena de muerte y respetar los
derechos humanos. El reconocimiento del genocidio armenio por Francia
se ha convertido en un obstáculo político adicional.
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OPINION
Por Carlos Escudé*
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Sin soberanía
monetaria
La crisis de Turquía se asemeja mucho a las crisis argentinas
del pasado, y es muy diferente de las actuales, porque fue desencadenada
por una corrida contra la lira, algo que no puede producirse con
el peso argentino mientras se respete la Ley de Convertibilidad.
Esta ley garantiza depósitos en el Banco Central equivalentes
al circulante y los tenemos en tal medida que los argentinos podrían
canjear sus pesos en dólares sin que pase nada. Por eso el
peso es fuerte y la crisis en la Argentina se manifiesta de otra
manera, con recesión y desempleo, pero no con corridas contra
el peso, que no pueden prosperar.
La crisis turca también se parece a las crisis argentinas
del pasado porque con la devaluación de la lira se produjo
un inmediato aumento de precios, de modo que la devaluación
no sirvió para hacer más competitivas las exportaciones
turcas. Las tarifas telefónicas ya aumentaron un 20 por ciento
y el petróleo, el gas natural, la electricidad y el azúcar,
un 10 por ciento, por disposición del gobierno, en un intento
por frenar la inflación. Pero los mercados creen que los
precios seguirán aumentando. Por cierto, los banqueros y
analistas anunciaron que no tienen idea de a dónde irá
a parar el valor de la lira frente al dólar.
A diferencia de lo que ocurre en Europa Occidental y en cierta medida
en Brasil, donde devaluación no significa inflación
automática, en la Argentina del pasado y en la Turquía
actual la devaluación fue sinónimo de una espiral
desproporcionada de los precios.
Una de las paradojas de la crisis turca es que, según algunos
analistas como Philipp Haas (un conocido consultor de grandes inversores
en mercados emergentes, frecuentemente citado por el Wall Street
Journal), una de las pocas salidas que se vislumbran para Turquía
es adoptar un sistema de convertibilidad estilo argentino. De lo
contrario, su sistema financiero corre el peligro de derrumbarse.
Visto desde la perspectiva opuesta, la principal lección
que la crisis turca brinda a la Argentina es que, si salimos de
la convertibilidad, puede producirse una debacle hiperinflacionaria
donde la única solución (después de haber pagado
un costo enorme) es... otra ley de convertibilidad. Países
como la Argentina y Turquía, a fuerza de su irresponsabilidad
monetaria de ayer (en nuestro caso) y de hoy (en el caso turco),
han perdido su soberanía monetaria. Qué pena.
* Ex asesor de la Cancillería bajo Guido di Tella.
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OPINION
por Marcelo Stubrin*
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No se puede comparar
Los paralelismos esquemáticos y simplificadores no arrojan
luz sobre los procesos políticos, sobre todo por la equivocada
asociación con la devaluación. A propósito
de lo ocurrido la semana pasada con la lira turca, que fue devaluada
en un 25 por ciento, es inviable pensar en algún tipo de
similitud con la realidad económica de nuestro país,
porque en Argentina no va a haber devaluación. Asimilar lo
nuestro con lo de Turquía arrima para los que quieren devaluar.
Y esto significa bajar los salarios y subir tarifas. Yo estoy en
contra de la devaluación.
*Titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del
Senado
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OPINION
por Pablo Rieznik*
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Es un problema mundial
Como en la Argentina, la actual crisis en Turquía es un
episodio más de una crisis mundial que formalmente estalló
en el sudeste asiático en el 97, siguió en Rusia
en el 98 y continuó en Brasil en el 99. Constituyen
la manifestación de una crisis económica de orden
internacional cuyo centro de expresión más abierta
son estos países, pero cuyo corazón son las economías
más importantes del planeta, y en primer lugar EE.UU., donde
ahora se está discutiendo si va a entrar en una recesión
abrupta o en un aterrizaje suave. En su conjunto, la economía
capitalista internacional está absolutamente empantanada
en una sobreproducción sin precedentes en toda la historia
económica.
Desde el punto de vista de las implicancias en términos de
catástrofes sociales, de inestabilidad política, inclusive
en términos de impactos en el conjunto del régimen
político son más las similitudes que las diferencias.
No me parece que suframos los efectos de la crisis turca, sino que
ésta como la crisis argentina son las caras visibles de una
crisis de orden más general y amplio que abarca a las grandes
potencias económicas del planeta. De estos ejemplos podemos
ver un panorama aleccionador: el blindaje en la Argentina como en
Turquía es una suerte de cortina de humo y algo extremadamente
limitado para dar cuenta de los verdaderos problemas tanto acá
como allá. Esta es una primera lección: el blindaje
no blinda nada y no saca la economía del rojo. La segunda
lección es que si vamos a hacer como hicimos en el pasado
y hace Turquía ahora seguiremos con más de lo mismo,
por lo tanto, en un camino sin retorno de hecatombe social. Tanto
allá como acá la clave es encarar una modificación
radical del sistema económico, político y social.
*Dirigente del Partido Obrero.
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OPINION
Por Rosendo Fraga*
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Devaluación,
la clave
La categoría de mercados emergentes, crea una
interdependencia económica en la era de la globalización,
entre países tan diferentes, como Indonesia, Egipto, Filipinas,
México, Chile y Ecuador. Es en este contexto que la relación
entre Turquía y la Argentina adquiere significación.
Varias son las semejanzas: ambos países han recibido un blindaje
en los últimos meses para evitar que caigan en default, también
en los dos la crisis política dentro del gobierno ha generado
incertidumbre y tensión económica en Argentina
entre presidente y vice y en Turquía entre presidente y primer
ministro, y la investigación de la corrupción
en los dos ha sido detonante de estas crisis.
Pero también hay diferencias. Argentina representa aproximadamente
el 13 por ciento del mercado emergente y Turquía sólo
el 7 por ciento. Desde esta perspectiva, el primer país es
más relevante. Pero el segundo es miembro de la OTAN y aspira
a ingresar a la Unión Europea pese a su ubicación
geográfica en Medio Oriente. Tiene interés estratégico
para los EE.UU. y Europa, y la Argentina no lo tiene.
En la coyuntura, la diferencia más importante está
en la devaluación. Como sucedió con Rusia y con Brasil
después de obtener el blindaje, Turquía ha devaluado.
Ello hace que en los medios financieros internacionales, se especule
que puede suceder lo mismo en la Argentina en momentos en que el
riesgo país ha crecido durante las últimas semanas
y algunas voces tanto económicas como políticas, han
mencionado la posibilidad de modificar la convertibilidad.
En mi opinión, la posibilidad de devaluación, es la
gran diferencia entre los dos países. En Turquía ello
es posible y en la Argentina no lo es por tres razones básicas:
1) económica: teniendo casi el 90 por ciento de las deudas
en dólares, la devaluación argentina equivale al default
y en consecuencia no es beneficiosa para los acreedores externos;
2) social: el 75% de los argentinos mayores de 18 años tiene
memoria social de la hiperinflación y la tiene el 100% de
quienes toman decisiones económicas y en consecuencia devaluando
volvería la inflación; 3) política: en cualquier
mercado emergente, la devaluación tiene un alto costo político
para el gobierno y ello sería aún más grave
en la Argentina, donde la administración tiene bajo consenso
y el costo sería aún mayor por el efecto inflacionario.
*Titular del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría.
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