El
estímulo
Por
Enrique Medina
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La
tarde llega a la clínica y aparece la merienda. El pintor, que
hace casi veinte años hizo su última muestra, la devora
junto con los medicamentos. Justo cuando está de guardia la infartante
y espléndida morocha que le dice que tiene que bañarlo.
El no lo puede creer, es lo que ha soñado toda la vida, Dios se
ha apiadado de él. ¿Vamos juntos a la ducha? Quédese
ahí. Y ella moja un trapo en una palangana y se lo pasa por el
cuello, la espalda, mientras él hunde el vientre ilusionándose
que así vuelve a tener el cuerpo juvenil que alguna vez tuvo, y
aprovecha para hacerse el entrador contándole un chiste.
Ella ríe y él piensa que va por buen camino. ¿Hasta
dónde llegará en su tarea de bañarlo? Ella sigue
por los brazos, las axilas, que es lo que más erotiza al tipo,
el pecho, moja nuevamente el trapo, lo estruja y, cuando él cree
que viene lo más emocionante, ella le tira el trapo en la cara
y le dice con acento militar, ¡límpiese las privacidades!
El, desilusionado, se quita el trapo estampado en la cara y limpia esas
cosas.
Después
dejan entrar a su hija Delia, que lo reta. Luego llega su hijastra Elsa,
embarazada y a punto, y también lo reta. El les prohíbe
terminantemente que, llegado el momento, lo pongan en el mismo trance
que al noble anciano y apacible vecino, que no deja de subir y bajar impulsado
por el fuelle de plástico. Les dice que eso es una canallada y
que ese lánguido cuerpo ya está muerto y que hay que respetar
a la naturaleza. Así que nada de velorios ni entierros, los órganos
que se puedan donar que se donen y los que no, no. Que se incinere, creme,
queme, lo que sea, y las cenizas a la mismísima mierda. Concretamente
al inodoro. Y nada de esas payasadas de darle un toque poético
al bochorno y románticamente tirarlas al mar o guardarlas en frasquitos
para poner en altares con velitas, ¡al inodoro!, he dicho. Las mujeres
prometen la dignidad exigida. Elsa se retira porque su estado se lo demanda.
Y Delia se queda un rato más conversando de vaguedades sin importancia
hasta que se produce un silencio, natural, normal, pero que siempre parece
incómodo y obliga a que se busque la forma de llenarlo, aunque
sea artificialmente comentando acerca del tiempo. Y en esta instancia,
de súbito y felizmente piensa Delia, encuentra un tema interesante
de conversación:
Ah, ¡se me olvidaba! Hubo un suicidio... Una vecina tuya.
El tipo siente que el pecho vuelve a querer estallar. En su mente se presentan
sonrientes los rostros de sus vecinas, no quiere pensar, quiere decirle
a Delia que no hable, que no diga nada, que...
¿Viste la chica esa, que me habías dicho que te gustaba?...
¿Cuál chica... hay muchas...?
Dale, papi, no te hagás. La que está al lado. Siempre
que salíamos al balcón a tomar mate me decías que
te gustaba... la que tenía velas rojas, esas...
Es tanta la parálisis mental que sufre el tipo que deja de escuchar
a su hija. También deja de verla. La Flaca aparece en su lugar,
y sonriendo lo mira a los ojos. El gira la cabeza para no verla, pero
la tiene en la mente. Entonces vuelve a escuchar a Delia diciendo que
la chica se tiró por el balcón, en la madrugada, en el patio
del portero y que tenía la música a todo volumen y... Y
sigue dando detalles que a él ya no le interesan; y se pone de
costado para que ella no le vea el rostro. Repentinamente, Delia toma
cuenta de que su padre ha sido afectado por la noticia. No sabe cómo
recomponer la situación. Se disculpa tartamudeando:
Perdoname, papi... No sabía...
El, sin volver a la posición normal para evitar que vea sus lágrimas,
sólo le agarra la mano que ella apoyó en su pierna, se la
acaricia, y le da unas suaves palmadas. Delia entiende que su padre le
está pidiendo porfavor que se vaya; espera unos segundos, luego
se inclina y le da un beso en la frente; le aprieta fuerte el brazo y
se retira.
El tipo llora profundamente, lo hace con disimulo hundiendo la cara en
la almohada, tratando de que su cuerpo no responda a la angustia interna
que lo sacude.
Termina de desahogarse y su mente vuelve a la realidad de las personas.
Con la sábana se seca la cara. Trata de respirar normalmente. Sin
quererlo la Flaca le ha dejado un mensaje. Volverá a pintar. Sí,
es el expreso pedido de ella, no le fallará. Utilizará los
casetes como modelo. La Flaca bailando, comiendo, cogiendo, cagando, aullando,
mirando el horizonte de edificios, el cielo. ¿Qué hubiera
pasado si él le hubiese mandado un cuadro de su última muestra?
Ni se le pasó por la cabeza. La Flaca en mil cielos. Ahora sí
que le romperá el culo a todos, al público y a los críticos.
Que coman mierda hasta que se atraganten. Volveré a pintar. Volveré
a pintar, Flaca. Te lo juro.
REP
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