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el Kiosco de Página/12

El estímulo

Por Enrique Medina

La tarde llega a la clínica y aparece la merienda. El pintor, que hace casi veinte años hizo su última muestra, la devora junto con los medicamentos. Justo cuando está de guardia la infartante y espléndida morocha que le dice que tiene que bañarlo. El no lo puede creer, es lo que ha soñado toda la vida, Dios se ha apiadado de él. ¿Vamos juntos a la ducha? Quédese ahí. Y ella moja un trapo en una palangana y se lo pasa por el cuello, la espalda, mientras él hunde el vientre ilusionándose que así vuelve a tener el cuerpo juvenil que alguna vez tuvo, y aprovecha para hacerse el entrador contándole un chiste.
Ella ríe y él piensa que va por buen camino. ¿Hasta dónde llegará en su tarea de bañarlo? Ella sigue por los brazos, las axilas, que es lo que más erotiza al tipo, el pecho, moja nuevamente el trapo, lo estruja y, cuando él cree que viene lo más emocionante, ella le tira el trapo en la cara y le dice con acento militar, ¡límpiese las privacidades! El, desilusionado, se quita el trapo estampado en la cara y limpia esas cosas.
Después dejan entrar a su hija Delia, que lo reta. Luego llega su hijastra Elsa, embarazada y a punto, y también lo reta. El les prohíbe terminantemente que, llegado el momento, lo pongan en el mismo trance que al noble anciano y apacible vecino, que no deja de subir y bajar impulsado por el fuelle de plástico. Les dice que eso es una canallada y que ese lánguido cuerpo ya está muerto y que hay que respetar a la naturaleza. Así que nada de velorios ni entierros, los órganos que se puedan donar que se donen y los que no, no. Que se incinere, creme, queme, lo que sea, y las cenizas a la mismísima mierda. Concretamente al inodoro. Y nada de esas payasadas de darle un toque poético al bochorno y románticamente tirarlas al mar o guardarlas en frasquitos para poner en altares con velitas, ¡al inodoro!, he dicho. Las mujeres prometen la dignidad exigida. Elsa se retira porque su estado se lo demanda. Y Delia se queda un rato más conversando de vaguedades sin importancia hasta que se produce un silencio, natural, normal, pero que siempre parece incómodo y obliga a que se busque la forma de llenarlo, aunque sea artificialmente comentando acerca del tiempo. Y en esta instancia, de súbito y felizmente piensa Delia, encuentra un tema interesante de conversación:
–Ah, ¡se me olvidaba! Hubo un suicidio... Una vecina tuya.
El tipo siente que el pecho vuelve a querer estallar. En su mente se presentan sonrientes los rostros de sus vecinas, no quiere pensar, quiere decirle a Delia que no hable, que no diga nada, que...
–¿Viste la chica esa, que me habías dicho que te gustaba?...
–¿Cuál chica... hay muchas...?
–Dale, papi, no te hagás. La que está al lado. Siempre que salíamos al balcón a tomar mate me decías que te gustaba... la que tenía velas rojas, esas...
Es tanta la parálisis mental que sufre el tipo que deja de escuchar a su hija. También deja de verla. La Flaca aparece en su lugar, y sonriendo lo mira a los ojos. El gira la cabeza para no verla, pero la tiene en la mente. Entonces vuelve a escuchar a Delia diciendo que la chica se tiró por el balcón, en la madrugada, en el patio del portero y que tenía la música a todo volumen y... Y sigue dando detalles que a él ya no le interesan; y se pone de costado para que ella no le vea el rostro. Repentinamente, Delia toma cuenta de que su padre ha sido afectado por la noticia. No sabe cómo recomponer la situación. Se disculpa tartamudeando:
–Perdoname, papi... No sabía...
El, sin volver a la posición normal para evitar que vea sus lágrimas, sólo le agarra la mano que ella apoyó en su pierna, se la acaricia, y le da unas suaves palmadas. Delia entiende que su padre le está pidiendo porfavor que se vaya; espera unos segundos, luego se inclina y le da un beso en la frente; le aprieta fuerte el brazo y se retira.
El tipo llora profundamente, lo hace con disimulo hundiendo la cara en la almohada, tratando de que su cuerpo no responda a la angustia interna que lo sacude.
Termina de desahogarse y su mente vuelve a la realidad de las personas. Con la sábana se seca la cara. Trata de respirar normalmente. Sin quererlo la Flaca le ha dejado un mensaje. Volverá a pintar. Sí, es el expreso pedido de ella, no le fallará. Utilizará los casetes como modelo. La Flaca bailando, comiendo, cogiendo, cagando, aullando, mirando el horizonte de edificios, el cielo. ¿Qué hubiera pasado si él le hubiese mandado un cuadro de su última muestra? Ni se le pasó por la cabeza. La Flaca en mil cielos. Ahora sí que le romperá el culo a todos, al público y a los críticos. Que coman mierda hasta que se atraganten. Volveré a pintar. Volveré a pintar, Flaca. Te lo juro.

REP

 

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