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Regatear, placer de los dioses

 

Acorralado por sanciones internacionales, el régimen islámico talibán busca ayuda a cambio de no destruir estatuas budistas.

 

Por Rory McCarthy
Desde Islamabad, Pakistán

El destino de dos gigantescas estatuas de Buda todavía era poco claro ayer por la noche, cuando negociaciones parecían que podían llegar a revertir, a último minuto, el decreto talibán que ordenaba su destrucción. Según una fuente de los talibanes, los trabajos todavía no habían comenzado pero eran inminentes; según dratula Jamal, ministro de información del régimen, los Budas y otras estatuas a lo largo del país ya estaban siendo desmanteladas ordenadamente a lo largo del país.
Residentes de Bamiyan, donde están las dos antiguas estatuas de Buda de los siglos III y V, ubicadas en nichos en la ladera abrupta de la montaña, dijeron que vieron a soldados descargar su artillería anti aérea contra ambas estatuas tres días atrás. Estas esculturas son los mejores representantes artísticos del encuentro de la cultura griega con la budista que se dio en Afganistán siglos antes de la llegada del Islam. Pero hace una semana, el líder talibán, el reclusivo Mullah Mohammede Omar, declaró que las estatuas servían de “altares a los infieles” y debían ser derribadas.
Para algunos analistas, sin embargo, el edicto talibán es menos la prueba de un fundamentalismo ciego que un intento de regatear con Occidente. El régimen afgano soporta una dura presión por causa de las sanciones de la ONU, que en enero se volvieron todavía más severas para castigarlo por no entregar al terrorista saudita Osama bin Laden. A esto se suma que la sequía y la guerra civil –ayer hubo una nueva ofensiva– forzó a 500.000 afganos a huir de sus hogares. Más de un millón padece el hambre y la amenaza de la desnutrición, pero la ayuda internacional es casi inexistente.
“Esto puede ser un intento de chantajear a la comunidad internacional para que le den dinero o algún tipo de auxilio”, opinó Rifaat Hussain, director del departamento de Defensa y Estudios Estratégicos de la Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad. “Los afganos son negociadores muy hábiles”, concluyó.
La decisión del régimen afgano despertó la condena internacional y creó el primer quiebre de éste con los mentores islámicos de los talibanes en Pakistán. Sami-ul Haq, el religioso que dirige uno de los seminarios islámicos más influyentes de Asia y quien es venerado por los talibanes, dijo que el régimen afgano erraba si destruía los antiguos monumentos budistas. “Los lugares de adoración de los idólatras fueron preservados para que el pueblo pueda aprender de ellos una lección”, dijo. Muchos de los actuales ministros talibanes estudiaron cuando niños en este seminario, a sólo dos horas de la frontera afgana. Haq ha enviado a cientos de sus alumnos a luchar junto a los soldados talibanes en la larga guerra civil que ha hecho que ganaran más del 80 por ciento del territorio de Afganistán. “Las estatuas deberían estar en un museo o ser vendidas a los infieles a los que les interese comprarlas”, dijo. “Después, el dinero obtenido debería ser usado para los que sufrieron la sequía y la guerra”, resumió.
El grupo G8 que agrupa a las grandes potencias industriales, reunido en Trieste, dijo que la decisión talibana era “profundamente trágica”. Un enviado especial de la Unesco, Pierre Lafrance, se encontró ayer con Haq antes de volar a Afganistán para mantener charlas de último momento en un postrer esfuerzo por revertir la decisión. Todo parecía indicar ayer que había fracasado en su esfuerzo. Pero sea cual sea la decisión final del líder talibán Mullah Omar, el mensaje es claro, y particularmente para su aliado Pakistán: que el régimen no se deja domesticar fácilmente.

De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

 

 

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