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MERCEDES SOSA CANTO EN EL PUEBLO DE SANTA CATALINA, EN JUJUY
“Siento que me he reencontrado con mi raza”

En el final del ciclo �Argentina en vivo 2�, la cantante tucumana actuó en el pueblo ubicado más al norte de la República Argentina, pegado al territorio boliviano. Fue una ceremonia emocionante, cargada de significaciones. Y un hito en la historia del lugar.

Por Carlos Polimeni
Desde Santa Catalina, Jujuy

1 No puede dejar de llorar, con su rostro macizo intentando hundirse en el pecho. Mercedes Sosa acaba de llegar a Santa Catalina, después de un largo periplo por la provincia de Jujuy y la recepción la ha dejado sin palabras. “Mercedes acá parece Mick Jagger en Buenos Aires”, susurra un observador. Santa Catalina es uno de los centenares de pueblos argentinos que casi no figuran en los mapas, un puñado de casas coloniales en mitad de una puna en donde el diablo perdió el poncho. Mercedes representa para esa gente, casi todos del universo colla, una estrella surgida de su propio mundo, una Negra universal. Mercedes no puede dejar de llorar, pero no quiere que la vean así, quebrada por la conjunción de la belleza de la gente con la belleza del paisaje. Entonces la abrazan, la guían, la llevan a una habitación en donde podrá reponerse. Ya es la hora fijada para la actuación que cerrará el ciclo de conciertos gratuitos “Argentina en vivo 2”, pero nadie parece tener apuro, ahora que en la plaza del poblado se superponen las mujeres cantando chayas con sus cajas y los pequeños grupos de músicos aficionados, que quieren saludar cantando a la gran cantante.
Mercedes sale de vuelta a encontrarse con ese cariño sin gritos ni cholulismo y se topa con una sorpresa. En su presencia, inauguran un Patio de artesanías al que han bautizado Mercedes Sosa. Mercedes está abombada, un poco por el apunamiento –la acción transcurre a 3800 metros sobre el nivel del mar– y otro poco por un torbellino de imágenes que parecen pasarle por los ojos como si se tratara de una película. Entonces, entra en el Patio, elige un sombrero, que paga Olga, su asistente, y habla para los pocos que han logrado traspasar la seguridad, casi todos periodistas. “Quisiera decir exactamente lo que siento, pero no me salen las palabras”, dice con la voz quebrada. “Siento que he venido hasta aquí para reencontrarme con mi raza, para cantar acollaradita con mi raza. Espero que en un rato, cuando cante, las cosas estén más claras para mí. El momento más importante de mi vida es cuando canto. Cantar para ustedes será un de los momentos más importantes de mi vida”. Y otra vez se la llevan, sus ojos llenos de lágrimas dulces, de alguien que siente que todo es demasiado.
2 Santa Catalina queda, para decirlo en las poéticas palabras de Caetano Veloso, en el culo del mundo. Está a una larga hora en auto, por ruta de tierra, de La Quiaca, que habitualmente es la referencia que se usa en la Argentina para hablar de la ciudad más al norte de su territorio. La Quiaca, a su vez, se yergue a 295 kilómetros al norte de la capital de la provincia, San Salvador de Jujuy, y a 1995 kilómetros de la Capital Federal donde, se sabe, Dios atiende sus asuntos. Mercedes llegó a San Salvador en avión y marcó por tierra rumbo a Tilcara, la perla turística de la provincia. De allí en adelante, el músico Tucuta Gordillo –que tiene una empresa de “Turismo aventura”– fue su cicerone por los caminos de la puna. Mercedes incluso cruzó hacia Bolivia, a la ciudad de Villazón, que está justo enfrente de La Quiaca, a 5 minutos en auto, yendo muy despacio. A La Quiaca ya no llegan trenes y su aeropuerto, inaugurado hace un lustro, es apenas una pista, un poco más visible que las del narcotráfico que salpican la geografía en derredor, pero que casi todos hacen como que no ven. En ese aeropuerto sólo pueden operar aviones chicos, con un máximo de diez pasajeros a la hora de elevar vuelo. Uno de los grandes orgullos de La Quiaca es el Centro Deportivo de Alto Rendimiento, construido en 1997 para que el seleccionado argentino de fútbol, que conducía por entonces Daniel Passarella, se adaptase para los partidos en la altura, durante las eliminatorias para el Mundial. Argentina perdió los dos partidos en la altura, contra Bolivia y contra Ecuador. Tal vez, porque la pelota no doblaba. Para Santa Catalina, el recital de Mercedes Sosa, transmitido a todo el país por Canal 7, fue uno de los acontecimientos más importante del último de sus cuatro siglos de vida. En el poblado, en medio del desierto, viven apenas unas 200 personas y a la hora del espectáculo había en el anfiteatro natural 2000. Las condiciones de vida en la zona son tremendas: de los 3 mil habitantes del departamento del que el poblado es cabecera, el 46 por ciento vive por debajo del límite técnico de pobreza, según las estadísticas oficiales. Casi todos son pastores. El 93 por ciento de las viviendas carece de baños con agua corriente. No hay jóvenes en el pueblo: se van a buscar un futuro a otra parte. No hay sala de primeros auxilios, ni sombra, ni teléfonos, ni televisores, ni diarios, ni bar, ni taxis. El cambio de un ministro de Economía no le cambia nada a la gente. Es más: la gente ni siquiera sabe que existen ministros de Economía. “Imagínese lo que para nosotros ha significado esto”, dice el comisionado municipal, Normando Luis Navarro, con la sonrisa más grande del Noroeste pintada en la cara, mientras señala su pueblo invadido de turistas. Los organizadores eligieron a Santa Catalina mirando en la Capital Federal un enorme mapa de la Argentina, picados de curiosidad sobre cómo sería vivir del otro lado de todo. Si “Argentina en vivo 1” había terminado con un show de León Gieco en la Antártida, parecía lógico que la segunda edición concluyese con uno de Mercedes Sosa en el punto más al norte de eso que llaman patria. En la Biblioteca Popular de Santa Catalina, a la izquierda de la puerta de ingreso, está pegado como un trofeo un recorte de un diario, con un cable de Télam contando la programación completa de “Argentina en vivo 2”, con Santa Catalina como cierre. “Muy pocas veces el nombre de este pueblo ha salido en los diarios”, explica un joven estudiante que ha vuelto desde Córdoba, donde estudia, a Jujuy, que extraña, aprovechando el fin de semana. El nombre del pueblo aparecerá en los cines, aunque en el pueblo no hay cine: será en un corto de 7 minutos que el realizador Miguel Pereira (La deuda interna) filmó para la película que registra los 13 eventos de “Argentina en vivo 2”, que se estrenará en agosto. Pereira contará la historia de cómo el pueblo se preparó para Mercedes y de cómo Mercedes llegó a un lugar que le hizo pensar en un reencuentro con su raza. “Lo que pasó hoy aquí será imposible de olvidar”, dice Pereira mientras cena con su equipo en el Hotel de Turismo de La Quiaca, cuando todo ha terminado.
3 Mercedes devuelve el cariño, explícito y tácito, que ha recibido con un recital notable, en que no se da respiro, como si en lugar de 65 años tuviese 25. El escenario es de película: una isla, entre dos brazos de un riacho, con el público desparramado en la ladera de un cerro, mientras cae la tarde, y sol y luna se enfrentan en el cielo, que a la vez se empecina en amenazar con lluvia. Hace frío, por momentos demasiado: el guitarrista Colacho Brizuela tiene los dedos entumecidos y la corista Beatriz Muñoz tiembla como una hoja cada vez que baja del escenario. La altura hace su faena silenciosa sobre los músicos: uno a uno van bajando, a escondidas del público, para que un médico les ponga una máscara de oxígeno que les devuelva el aliento. Todos menos Mercedes, que allá adelante es un tractor, yendo y viniendo por un repertorio ecléctico, en que conviven temas de Los Hermanos Abalos y Charly García, de Manuel J. Castilla y Fito Páez, de Violeta Parra y León Gieco, de Teresa Parodi y el Cuchi Leguizamón. Su voz cargada en “Gracias a la vida” es conmovedora. La gente agita pañuelos en las zambas. Arriba de los cerros circundantes, pastoras de cabras que raramente bajan al poblado parecen vigilar la ceremonia. Liliana Herrero y Mercedes cantan entonces “Doña Ubenza”, la historia de la pastora que no cree en Dios, pero se persigna por si acaso, no vaya a ser que después le toque el infierno. Después, hacen “Bajo el sauce solo”, una perla. La entrerriana tiene los ojos húmedos y un temblor la recorre y no la deja en paz cuando pasa su momento de gloria. Llueve, pero Mercedes no para. Apenas mira el cielo, con su gesto de Pachamama, y dice: “Si tantas veces que llovió paró...¿por qué no para ahora?”. Sus sobrinosClaudio y Coqui Sosa, y Tucuta, se han alternado como invitados, todos con caras de cumpleaños.
Hacia el final, Mercedes cuela en el repertorio, como en una inspiración, “Cuando tenga la tierra”, una de los temas más combativos del folklore de los 70. Explica brevemente que tardó mucho tiempo en volver a cantarlo después de su exilio durante los años de plomo, pero que cada vez que lo hace se siente otra vez conmovida, posesionada. Es posible que en las ciudades el tema suene hoy excesivo. En Santa Catalina, donde todos son campesinos,y la tierra es todo lo que se tiene, y es árida, y ajena; su sentido está claro. El crescendo del final envalentona a seis pibes del público que, bandera en manos, se meten al río y se acercan al escenario. Uno, con una camiseta de Charly García y aspecto de haber estado ayer en Woodstock, se envalentona, corre hacia adelante, trepa y llega al escenario. Mercedes se deja besar y astutamente camina hacia la otra punta, a la espera de que la seguridad lo retire. Pero no hay seguridad. El pibe se saca la remera, baja, corre, pasa por el río otra vez y se va a besar a su chica, con los ojos colorados. Un segundo después, un puñado de tristes uniformados se paran en cordón frente al río. Mercedes termina su set, baja del escenario y se desploma en un silla, detrás del escenario. Le dan oxígeno, ahora sí. Ya no parece una mujer imponente manejando los hilos de todo. Se la llevan como a Antoñito El Camborio, entre cuatro, rumbo a una camioneta. Un periodista de TN le hace unas preguntas apuradas. Mercedes contesta como sonámbula. Dice otra vez que está tan emocionada que no puede razonar.
4 Mientras la gente pide por otra, y la lluvia ha parado, la camioneta azul que se lleva a Mercedes ya va rumbo a La Quiaca. Hace años que la tucumana más famosa aprendió a irse a mil cuando todavía el público le reclama un tema más, si se trata de espectáculos en vivo. La pequeña multitud, en que había docenas de turistas porteños, se desparrama con pereza, como demorando el final. En el centro del pueblo, los últimos ritos del Carnaval de los pobres se desarrollan como hace siglos. El Perro Santillán, uno más entre la multitud, su cara llena de harina, baila frente al Patio de Artesanías, abrazado, en una ronda, con seis pobladores. Varios profesionales de la política –entre ellos el senador nacional Alberto Tell, en el centro de sospechas en varios frentes– parecen rondar a las cámaras de televisión, imantadas por la gente común. Otros, los más vinculados a la Alianza, directamente piden a los periodistas de Canal 7 que los reporteen.
En su próximo disco, Mercedes grabará una versión de “Himno a mi corazón”, del inolvidable Miguel Abuelo, que, vaya curiosidad, también estará en el próximo del joven Abel Pintos. El sábado por la noche, en este pedazo de Argentina que alguna vez fue parte del Imperio Inca, su corazón estaba ancho y sereno. Ya no lloraba a escondidas, pero por momentos tenía ganas.

 

 

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