Por
Silvina Friera
El
horror de vivir junto con la imposibilidad de morir atraviesa la escritura
de Samuel Beckett (1906-1989). Sus criaturas esperan en una especie de
tierra de nadie, dicen palabras mientras pueden y muestran constantemente
la imposibilidad o inutilidad de sus propias existencias. Este hilo conductor
del absurdo de la vida humana está presente en la puesta de Beckett,
dirigida por Luiz André Cherubini, que el grupo brasileño
Sobrevento, oriundo de Río de Janeiro, ofrece en el marco del IV
Programa Iberoamericano de Teatro en el Cervantes.
Basado en tres obras cortas del dramaturgo irlandés, Actos sin
palabras I, Actos sin palabras II e Improvisaciones en Ohio (originalmente
Improptu de Ohio), el espectáculo se nutre de un riguroso trabajo
de experimentación que combina la animación de títeres,
formas y objetos.
En Actos sin palabras I (escrita en francés en 1956) un muñeco
blanco cobra vida súbitamente a partir del excelente trabajo de
tres actores- manipuladores, que utilizan la técnica Bunraku
del teatro de títeres japonés. Cada títere es manejado
sin hilos ni varas, siempre a la vista del público. Este muñeco
irrumpe en escena, empujado desde bastidores por los actores-manipuladores.
Después de la caída inicial se incorpora y observa detenidamente
a los espectadores, siempre en compañía de un violinista
en vivo, encargado de ejecutar la música y los efectos sonoros,
que aportan su cuota de dramaticidad y humor a cada una de las reiteradas
acciones que el muñeco emprende y que siempre concluyen con un
rotundo fracaso. Algo aparentemente tan sencillo como alcanzar una botella
colgada de una soga se convierte para el personaje en una derrota incomprensible
pero que, de todos modos, asume sin cuestionamientos. La iluminación
de Renato Machado refuerza los gestos y movimientos del muñeco,
recreando con acierto una atmósfera lúgubre y cruel, donde
el lenguaje de los signos impresionan de un modo más inmediato
y acabado que el de las palabras. Y es por eso que en las piezas que Beckett
escribió para radio (entre ellas las tres representadas por Sobrevento,
pero también Vaivén, Aliento, entre otras) no hay lectura,
sólo los sonidos se constituyen en elementos capaces de contar
historias.
Originalmente
pensada para mimos, en Actos sin palabras II (escrita también en
francés en 1956) se profundiza la farsa y la tragedia en la que
están sumergidos, como en un callejón sin salida, los personajes
beckettianos. Otro muñeco emerge de una de las dos bolsas que están
sobre el escenario, junta las manos, reza, sueña despierto, balbucea
palabras ininteligibles, toma unas píldoras y se dirige hacia un
montón de ropa. La pericia de los manipuladores, vestidos con sobretodos
y sombreros negros que les confieren un aspecto siniestro, aporta un necesario
realismo a los movimientos del muñeco. Después de pensar
unos instantes se viste y saca de la chaqueta amarilla una zanahoria que
mordisquea y luego escupe con asco para, finalmente, regresar en cuatro
patas a la bolsa, de la que tal vez nunca debería haber salido.
El grupo Sobrevento, formado en 1986,intensifica en su puesta una de las
obsesiones centrales del dramaturgo irlandés: la angustia del hombre
por encontrar algún punto de apoyo en un mundo que parece desmoronarse,
y en el que reinan la soledad, la muerte y el vacío.
En Improvisaciones en Ohio (creada en 1981) una lacónica frase
final: nada queda por decir, cierra el círculo nihilista
beckettiano. Apenas una luz tenue se cuela sobre la mesa, donde el personaje,
encarnado por un actor, lee frente a un silencioso oyente (tan similar
al lector en su apariencia física), que semeja el desdoblamiento
del primer personaje. La acertada traducción de las obras, a cargo
de Fátima Saadi, mantiene intacta la odisea de personajes que se
desintegran, sin alcanzar su objetivo en la vida.
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