Por
Fabián Lebenglik
En
el célebre texto Utopía que Thomas Moro publicó en
1516, el término designa una isla en la que los ciudadanos viven
en condiciones perfectas y, por lo tanto, inalcanzables.
Utopía viene del griego y significa no-lugar, en el
sentido de aquel territorio que existe sólo en la imaginación.
Y utopía suena parecido a eutopía, que significa buen
lugar. En este sentido, aquella Utopía afirmaba a modo
de un rudimentario concepto psicoanalítico, la imposibilidad
de la realización del deseo en términos absolutos, así
como la relación directa entre deseo y ficción.
Tres de las condiciones de la utopía de Moro eran el carácter
social, totalizador y futuro de ese no-lugar. Se trataba de una huida
hacia adelante de sistemas sociales completos y perfectos, que garantizarían
el bien común.
Si se modifica alguna condición, ya no se trata de utopías.
Sin embargo la modernidad y la posmodernidad trajeron otras clases de
utopías, que modifican o niegan el sentido original de la palabra,
pero que funcionan en relación con ella, ya que constituyen hipótesis
débiles, módicas, limitadas: son utopías paradójicas.
Tal el caso de las utopías privadas (utopías de una sola
persona), típicas de la posmodernidad.
Las utopías moderadas o mixtopías como
las clasifica el semiólogo Oscar Traversa, que son modelos
intermedios de alcance social y temporal muy relativo. Es el caso, entre
tantos otros, del nudismo (que supone mostrarse, sinceramente, tal como
se es), el esperanto (la creación de una lengua artificial universal
para abolir las guerras porque hablando el mismo idioma los pueblos se
entenderían mejor) o el vegetarianismo (identificando salud y pureza
física hacia una pureza mental).
Otro tipo de utopía es la que propone Héctor Libertella
en su último libro, El árbol de Saussure, una utopía
en la que el futuro ya fue.
Finalmente está el modelo de las utopías perversas y delirantes:
son las que propone Mildred Burton en su nueva exposición en el
Museo Nacional de Bellas Artes. Se trata de una larga serie de proyectos
y proyectoides que la artista ha ido exhibiendo en las sucesivas
bienales de arquitectura que organiza Jorge Glusberg.
Cada trabajo consiste en un diagrama o proyecto muy detallado, en el que
Burton suele utilizar imágenes que evocan los inicios del siglo
XX. Cada gráfico está acompañado de una memoria descriptiva
en la que se especifican las características, componentes y funciones.
Mientras que la utopía de Thomas Moro es una versión propia
del Paraíso, las utopías perversas de Mildred Burton suponen
y casi prueban que existe el Infierno. Aunque no se trata de un infierno
que está allá abajo, en el gran horno bíblico, sino
de una serie de pequeños infiernos que están acá
nomás, entre nosotros...
No es descabellado imaginar que si alguno de estos proyectoides
se colara en los escritorios de ciertos empresarios y gobernantes argentinos
presentes o pasados, inmediatamente estamparían firma y sello.
De hecho, muchos de los infiernos de Mildred Burton ya han tenido lugar
(ver recuadro).
El conjunto de la obra de Burton está construido alrededor de un
género literario: el género fantástico. Sus pinturas,
dibujos, collages y estampas están plagados de venganzas poéticas,
de sutiles transformaciones, insólitas y muchas veces monstruosas,
en todos los niveles de la imagen; de rupturas de la lógica, de
la inocencia sorprendida por la crueldad y por múltiples vueltas
de tuerca siempre perversas. En sus cuadros, toda afirmación siempre
puede ser negada, toda corrección, desviada, todo control puede
ser un extravío. La obra de Mildred Burton es una perpetua transfiguración
de la experiencia personal y social en la que la historia se hace a sí
misma, pero esta vez con leyes propias y paralelas.
En sus trabajos el estilo es un disfraz reconocible, que oscila entre
el homenaje y la corrosión de lo que se narra visualmente. Las
técnicas y estilos de la historia del arte se suceden como escenarios
armados al modo de una trampa para el ojo. La artista parte de una engañosa
referencia académica para producir contextos aceptables y cliches
pictóricos; pero cuando el observador se detiene en los detalles
sobreviene la transfiguración de los monstruoso.
En cada obra se abre un abismo lógico y moral que permite un abanico
de sentidos de perversión creciente. Por esa fisura entra lo siniestro.
(En el Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473, hasta
el 15 de marzo.)
4
memorias descriptivas
El
Proyecto N1, Caburé, diseñado para la Zona
Centro de la ciudad de Buenos Aires, es un hábitat aéreo
fagocitador de resinas humanas obtenidas de seres feos, grises y tristes.
El N4, Mercadoro, propuesto para la zona de la Bolsa de
Comercio, consiste en un hábitat recolector, reducidor
y controlador del oro total país. Posee gran lingote en estado
de constante ebullición, receptor del oro licuado. Está
habitado por El Gran Economista, que posee cucharón
catador, sillón ministerial, teléfono y portafolio.
Exteriormente existen dos tribunas para masa popular observante (sin
voz ni voto) y camiones para su traslado. Existen casetas para expertos
(ministros, economistas, banqueros, financistas, etc.) con ojos visores
para control y cálculos. Posee antenas para emisión
de sonidos agudos o graves, según la crisis.
El proyectoide N6, Borriquito Golden Rock, para instalar
en la zona de Recoleta, se trata de un hábitat para asnos
errantes en el desierto con refinado gusto burgués, controlado
y guardado por robots computados.
N.N. Morton Pez, el proyectoide N7, según la descripción
de la artista: Una pileta para peces subversivos que contiene
dos especies de peces: violetas y rojos. Los violetas son flacos,
rebeldes, trabajan para los gordos. Se nuclean en núcleos disidentes
y solicitan mejoras. Los rojos dependen del gran pescador y le obedecen
sin razonar. La pileta posee orejas y ojos electrónicos para
control total. La zona propuesta para la realización
del proyectoide es la Escuela de Mecánica de la Armada. |
Artes
de mujeres
La
Dirección General de Museos del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires y la galería Arcimboldo, en adhesión al Día
Internacional de la Mujer, organizan la exposición Autorretrato,
que se inaugura hoy, a las 19, en el Centro Cultural Borges (Viamonte
esquina San Martín). Se trata de una muestra-documento, de
la que participan 170 mujeres que trabajan en artes visuales como
artistas, curadoras y operadoras de arte y cultura. La muestra reunirá
a más de 130 relevantes artistas argentinas de tres generaciones,
elegidas por 24 curadoras. Habrá mesas redondas integradas
por personalidades de la política, el arte, la ciencia, la
cultura y el ámbito académico. Además, en el
marco de la muestra se presentará Con esta boca en este
mundo actas del I Encuentro Nacional de Escritoras realizado
en marzo del año pasado. Se exhibirán, a partir de una
variedad de miradas, las más diversas disciplinas de las artes
visuales (dibujo, pintura, grabado, escultura, arte textil, video,
arte digital, fotografía, performance, etc.). Entre las artistas
participantes se cuentan Annemarie Heinrich, Francisca López,
Catalina Chervin, Liliana Porter, Gabriela Aberastury, Magdalena Jitrik,
Josefina Robirosa, María Martorell, Alicia Messing, Graciela
Sacco, Lidy Prati, Marina Sábato, Mabel Rubli, Graciela Borthwick,
María Juana Heras Velasco, Dolores Zorreguieta, Gracia Cutuli,
Rosa Brill, Narcisa Hirsch, Mariela Yeregui, Ana Gallardo, Marta Minujin,
Delia Cancela, Alicia DAmico, Fernanda Rotondaro, Teresa Volco
y Magdalena Pagano. También se expondrán obras de grandes
artistas fallecidas, Adrianne Pauline Macaire, Raquel Forner, Aída
Carballo, Ana Sokol, Ana María Botto, Yente, Martha Peluffo,
Alicia Penalba, Noemí Gerstein, Grete Stern, Liliana Maresca
y Silvia Young, entre tantas. |
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