Por Diego Fischerman
Rubén Rada es un músico
y un personaje. El segundo ayudó a que el primero se hiciera famoso.
Pero también hizo que, en muchas ocasiones, el creador de varias
de las canciones más interesantes compuestas en el sur de América,
el fundador de Opa y de Totem, el pionero en eso de juntar el candombe
con el rock y con el jazz, quedara oculto detrás del showman. Al
fin y al cabo, alguien capaz de vestirse de leopardo con un fémur
en la cabeza y de ir por debajo de las mesas mordiéndoles las piernas
a las mujeres del público, de pasar las aduanas desnudo y encadenado,
haciéndose pasar por loco y de robar calaveras en el cementerio
de Atacama, no puede pasar inadvertido.
De ésas, miles, contaba una vez el uruguayo a Página/12,
en una entrevista en la que además explicaba que podía escuchar
tranquilito un concierto de otro, pero si soy yo el que está tocando
no me puedo quedar quieto demasiado tiempo; tengo que hacer alguna payasada
porque me aburro. Lo cierto es que ese perfil bufonesco, explosivo,
imprevisible, le jugó en contra y consiguió que, para unos
cuantos, la figura de Rada se redujera a eso. Escuchar los dos volúmenes
de Montevideo, los CDs grabados en Estados Unidos que ahora edita Zivals
(en su debut como productora discográfica), es una buena manera
de comprobar el tamaño del malentendido.
Hay aquí canciones como Dedos recordada desde
la época de Totem, la Montevideo del título,
un pericón en homenaje a John Lennon, un candombe para Gardel,
Botija de mi país, y una melodiosa Canción
para enamorar veteranas en la que se destaca el flugelhorn de Alexander
Sipiagin y ante la que podría sucumbir con facilidad, también,
alguna doncella incauta. Están los nombres de algunos instrumentistas
de gran nivel, como el guitarrista Hiram Bullock (ex integrante de las
bandas de Miles Davis y James Brown), el violinista Mark Feldman (que
tocó, entre otros, con John Abercrombie) y el bajista sudafricano
Bakithi Kumalo. Este músico, en su visita a Buenos Aires hace 4
años, cuando vino acompañando el regreso de Rada a estas
tierras (después de un exilio musical en México) decía
que en la música africana, en el rock, en el jazz, en el
candombe, hay un aire de familia, que tiene que ver con los ritmos y tambores,
y que hace que esta aventura de mezclarnos sea posible. Pero hay
un factor decisivo en la calidad musical de estos trabajos: la participación
como tecladista y arreglador de quien fue su compañero en Opa y
el orquestador de Milton Nascimento, Hugo Fattoruso. Se dice que Herbie
Hancock, al escucharlo tocar, dijo que lo que sonaba no provenía
de ningún manual. Viene de otro lado, cuentan que exclamó.
Y es que el estilo de este uruguayo es tan original como sólo puede
serlo el de un pianista situado al margen de casi todo.
El otro coprotagonista es el productor Neil Weiss, quien además
de haber trabajado con algunos grandes del funk entre ellos el propio
Bullock y con leyendas como el bajista Jaco Pastorius, es una especie
de uruguayólogo que colaboró con Leo Maslíah y los
Fattoruso en varias oportunidades. La producción de estos dos discos,
el cuidado con el sonido, el detalle de los planos obtenidos en la mezcla,
van mucho más allá del mero profesionalismo. Se sabe
que Jair Rodrigues es sambista y Frank Sinatra un cantante de swing,
reflexionaba Rada. Pero un disco de Rada, ¿dónde se
pone? Será por eso, dice, que la categoría world
music le viene como anillo al dedo. Montevideo I y II es, entonces,
música del mundo. De la parte del mundo que está del otro
lado del río.
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